—La economía naranja es un fracaso—, dice hoy David Melo, el primero en ser nombrado Viceministro de Creatividad por Iván Duque, refiriéndose al concepto bandera de un proyecto político que, en sus palabras, termina con los más bajos niveles de popularidad.
Hace cuatro años recibió una enorme tarea a la que el saliente presidente puso freno de mano, en menos de un año, para nombrar a su amigo personal Felipe Buitrago.
Recién posesionado Duque actuaba como un huaquero con el Ministerio de Cultura: creó la dependencia de Creatividad y Economía Naranja en una cartera joven (consolidada en los años 90) con la que prometió otorgar un lugar inaudito a las industrias creativas, su modelo para transformar social y económicamente a un país.
Pero la economía naranja no fue sino un aspecto, probablemente menor, de la economía de Colombia, dice hoy Germán Rey, experto en políticas públicas culturales y estudioso sobre el impacto de las industrias culturales en la economía colombiana. “No podía ser de otro modo, por muchas razones: su aporte al PIB, la naturaleza de sus mercados, la fortaleza de sus cadenas productivas, su generación de empleo o el desarrollo de su infraestructura tecnológica… Solo en unos pocos países del mundo las industrias creativas tienen una presencia significativa en los resultados económicos generales. Por lo pronto Estados Unidos y el Reino Unido, con industrias creativas muy afianzadas desde hace años”.
Tras el relevo de Melo indagamos sobre los desafíos que persistían: no lograban incidir en las cifras nacionales; levantaron un ambiente de censura con el que desaparecieron apoyos y autonomía creativa; no hubo socialización de la política pública y reinaba un silencio intranquilizante hacia la prensa y la ciudadanía.
Melo concuerda. Asegura que hubo “presiones para la cancelación de programas en la televisión pública, perfilamiento en redes sociales de líderes de oposición (incluidos artistas e intelectuales) y la hostilidad hacia medios y líderes de opinión socavaron la confianza en el gobierno y su respeto por la libertad de expresión (y, de alguna manera también, por la libertad de creación)”.
El momento histórico de dejación de armas y transición hacia la paz de los ocho años anteriores atravesó radicalmente la producción cultural en Colombia pero Duque, de un modo anticipado, envió señales de querer “hacerlo trizas”. “Hubo gestos permanentes durante el período de gobierno de hostilidad con el Acuerdo de Paz, el nombramiento de líderes con posiciones negacionistas en instituciones de preservación de la memoria, dificultades en el acceso a los nuevos beneficios para poblaciones y territorios vulnerables que convirtieron la economía naranja en la antítesis de los programas tradicionales del Ministerio de Cultura”, dice el exviceministro.
El panorama no pintaba bien y la pandemia produjo una gran crisis. Con la medida de clausurar la vida social, los escenarios de grandes eventos de teatro, conciertos o de cine cerraron el telón. El stop de los espectáculos públicos, una de las grandes fuentes de financiación de la cultura en Colombia, sumió a toda la cadena productiva en una inactividad y desamparo estatal.
Catalina Ceballos, antropóloga y gestora cultural, considera que la pandemia reveló el estado del sector, salieron a flote las necesidades y hubo un mayor entendimiento del aporte que hace la cultura a la construcción del tejido social. “Lo que no vi fue que el Gobierno de Duque aprovechara esa crisis para reconstruir caminos, definiciones, estrategias, planes”.
El sector de la música advirtió que estaba sobreviviendo del menudeo, es decir, no recibían mucho más de lo que cobraban por encargos y domicilios. Al gremio actoral le preocupaba la indolencia y el “gran embuste” de la política naranja que desconocía los procesos consolidados en el tiempo. Y la directora de Proimágenes, que maneja el Fondo Mixto de Promoción Cinematográfica en Colombia, reveló que el sector audiovisual no tendría cómo reinvertir al no recaudar.
No fue distinto con las librerías y pequeñas editoriales que, aunque aumentaron ventas, no recibieron ayudas particulares y se vieron opacadas por el poder de las grandes multinacionales. Los museos cerrados abrieron reflexiones tales como que se necesitaba cuanto antes generar empleos culturales y encontrar en el arte pautas para salvarnos como sociedad.
Pero aun con la radiografía, Iván Duque hizo caso omiso al terminar la cuarentena estricta provocada por el virus y pasar a una ‘nueva normalidad’ y siguió sin propuestas concretas de cómo reconfigurar lo que la pandemia había demostrado que estaba fallando. En cambio, llevó la cultura de naranja a rojo y a tres años de gobierno llegó al punto de explicar su gran política pública con un jugo… de naranja.
En su último aliento, Duque propuso una Reforma Tributaria con la que pretendió, entre otras, derogar artículos de las leyes de cine 814 y 1556. Con eso podía dinamitar el actual modelo de financiación de la industria cinematográfica en Colombia, con buenos resultados, y encarecer la producción al tiempo que desamparaba de estímulos a todo el sector. Se la tumbaron. Pero no fue su estocada de suerte.
A finales de 2021, un año de reacomodación económica, la Feria del Libro de Madrid tuvo a Colombia como país invitado y entonces hubo otra polémica, pero reciclada: el Gobierno intervino en la curaduría cultural que representa al país en el exterior, estirando su censura, como lo hizo con exposiciones oficiales que tenían agencia independiente.
Con el paro nacional, el Gobierno no pudo contener la libertad de expresión y las críticas a su política bandera fueron más en la pandemia y después, con el período electoral donde reconocían la derrota de su partido ante el gobierno, tampoco cesaron. De la naranja quedaron las cáscaras pero no el zumo.
Aunque Carolina Corcho, una de las coordinadoras del equipo de empalme de Gustavo Petro, aseguró que la economía naranja “no va más”. Y Daniel Rojas, otro de los coordinadores, explicó que “es un concepto que todavía no entendemos, pero tenemos la plena conciencia de que cualquier tipo de emprendimiento de industria cultural, creativa o de innovación, requiere de la democratización de las condiciones para crear valor”. La recién nombrada Ministra de Cultura por el gobierno electo del Pacto Histórico, Patricia Ariza, anunció que no acabaría con las industrias y economías creativas. Ni con Cocrea, la entidad mixta creada por Duque para unir a creativos y aportantes. “Lo que vamos a hacer es otorgarle a las culturas, a las artes y a los saberes el lugar que les corresponde en el ministerio”, dijo.
Melo, el exviceministro, cuenta que estas industrias han tenido diversas iniciativas de política pública, las primeras -restrictivas- en 1918 (fondo de los pobres) o 1932 (para sufragar gastos de la guerra contra el Perú) gravando los espectáculos públicos, pasando por las leyes de fomento del cine de 1942, la llegada de la televisión pública en 1954 y la ley Esmeralda Arboleda para el fomento del libro de 1958, para mencionar solo algunas de las iniciativas más antiguas.
Ahora, con el fin de la presidencia de Duque, consultamos a expertos y expertas y adaptamos sus respuestas alrededor de algunos indicadores para construir un balance de cómo queda la cultura tras este cuatrienio.
Duque afirmó, en el reciente Consejo Nacional de Economía Naranja, que su Gobierno logró movilizar más de $24 billones en la promoción y el fortalecimiento de las industrias creativas y culturales del país. La cifra no salió del sombrero. La mayor contribución de esta política es la creación de nuevas y algunas potentes fuentes de financiación: incentivos fiscales, mayor presupuesto de MinCultura, programas en otros ministerios, nuevos programas departamentales y municipales. Así lo explica Melo, el exviceministro, quien además celebra la creación de ese Consejo Nacional —una iniciativa de Duque—, en el que participan siete ministerios, el DNP, el DANE, el SENA, Findeter y, DNDA.
Duque dijo que la producción audiovisual fue la que más creció y aportó al crecimiento económico en este último tiempo: «generó compromisos de inversión por más del billón de pesos y más de 20.000 empleos directos e indirectos», dijo. Y, según el séptimo informe publicado por el DANE, de 2014 a 2021, esa ha sido la constante: dentro de las industrias culturales, el área que más aporta valor agregado nacional es la audiovisual con el 51 %, seguido por el sector editorial con un 33 %.
¿Dejó pérdidas o cumplió su promesa de favorecer la economía nacional?
DAVID MELO (D.M.): El logro más importante de nuevas fuentes de financiación fue la creación de cuatro incentivos fiscales: tres ya en funcionamiento con buenos resultados -—Certificados de Inversión Audiovisual -CINA, CoCrea y Exención de 7 años—- y uno de reciente puesta en operación -—obras por impuestos en Áreas de Desarrollo Naranja—-”. También es significativo el incremento del presupuesto del MinCultura; la consolidación de programas en otros ministerios (Comercio, Educación, Trabajo, TIC, Interior, Ciencias) y entidades adscritas, como el SENA, DANE, Innpulsa, ProColombia, Fontur, Fondo de Garantías, Bancoldex, Colombia Productiva, Findeter, Dirección de Derechos de Autor; y la consolidación de programas nuevos en 17 departamentos.
Falta aún bastante tiempo para consolidar las nuevas deducciones tributarias de CoCrea, de los CINA y de las Áreas de Desarrollo Naranja. De estas tres, el CINA ha mostrado la mayor efectividad al atraer inversión para proyectos que de otra manera nunca se habrían podido realizar en el país, para elevar los estándares de calidad de nuestra producción audiovisual y para contribuir al desarrollo, creación y producción de obras audiovisuales de talento nacional para el consumo internacional y, al contrario de lo que se ha venido sosteniendo, solo una pequeña proporción corresponde a producción por encargo o a la mal denominada maquila audiovisual; el mayor desafío de este instrumento es el de lograr ampliar el número de productoras audiovisuales que accedan a este beneficio.
CATALINA CEBALLOS (C.C.): La política naranja recibió en inversión más de 4 mil millones de parte de sus socios. Aunque no hubo pérdidas, es un camino allanado. El enfoque cambiará con Patricia Ariza. Será más incluyente y pensado más como ecosistema que como una industria de productividad y comercial.
¿Qué aspectos favorecieron y cuáles no a la cultura del país?
OMAR RINCÓN (O.R.): Pensar que la tecnología es cultura, que la tecnología es la que crea valor y que la cultura deba ser “tecnologizada” y basada en el emprendedurismo hizo que la política naranja no funcionara. Se abandonaron los territorios, se redujo el monto de auspicios para las convocatorias de las artes.… Fue una política “tecnológica” y no cultural que servía para el Ministerio de TIC, o de Comercio Exterior o podría ser de una secretaría especial de presidencia y nunca se vinculó realmente al Ministerio de Cultura.
Germán Rey (G.R.): Hubo una mala comprensión social que nunca se pudo superar: una gran concentración de la producción que refleja la bogotanización de las industrias culturales aunque haya más expresión de centros regionales. También un encuentro débil entre la creación industrial y los procesos culturales que le dan sentido. Hubo un amodorramiento de la iniciativa privada por efectos de la pandemia que no permitió que CoCrea, por ejemplo, despegara con fuerza, además de unos desequilibrios ocasionados por las viejas asimetrías que existen en el campo de las industrias creativas en el país.
D.M.: CoCrea estuvo abierta a la participación de varios ministerios, universidades, cajas de compensación, cámaras de comercio. Ese fue el mejor instrumento para manejar incentivos fiscales, el nuevo FonCultura y cualquier nuevo programa con perspectiva territorial que implementen los próximos gobiernos.
G.R.: Destacaría algunos aspectos a favor como el interés de convertir a la economía naranja en un proyecto de gobierno (que fue a la vez también, parte de su perdición), la convergencia interinstitucional, las garantías fiscales —particularmente para la industria audiovisual y la editorial—, el papel de entidades como Procolombia o Proimágenes y la aparición de programas como CoCrea. También destacaría la convergencia de los nuevos modos de producción, circulación y gestión de la creación que se están dando en el mundo, por ejemplo, a través de las plataformas y en general, de las nuevas posibilidades para el acceso que inclusive permitieron superar los terribles bloqueos culturales que generó la pandemia.
C.C.: Se le puso el zoom a las industrias culturales y creativas, desafortunadamente en el camino se pierde la totalidad de cada uno de los tres grandes sectores que juegan ahí: nidustrias creativas, industrias culturales y productos protegidos por Derechos de Autor. Es importante entender el mapeo exacto industria por industria, eso nos daría un diagnóstico más claro. Nunca vamos a saber, por ejemplo, cuánto le quedó a lo que protegen los derechos de autor, es decir, a la idea original.
Tanto la cabeza del Ministerio de Cultura, como de ese viceministerio, sufrieron relevos en estos cuatro años. En términos de estructura, ¿cómo cree que termina ese ministerio?
O.R.: No me gusta como quedó la estructura porque no habla de ningún concepto de cultura por parte del Ministerio. Había una dirección de cine separada de la dirección de artes. ¿Entonces el cine no es arte? Había una dirección de comunicaciones enfocada en territorio y medios. Otra dirección de desarrollo para las regiones. Y lo que no queda claro, ahora con un Viceministerio Naranja, es si trabajan por actores, por agentes, por asuntos, por problemáticas, por geografía… Mientras Duque enfatizó en lo tecnológico y en que su valor creaba cultura, no era claro si la dependencia de desarrollo también aportaba con su trabajo tradicional o si debía ocuparse de algo nuevo. Se pierde especificidad y no hay un concepto claro.
C.C.: Es la primera vez que nuestro Ministerio de Cultura le hace más énfasis al producto que al proceso o a la circulación, y eso es precisamente el resultado de una política naranja basada en la productividad y lo comercial.
D.M.: Sí creo que es urgente reestructurar de nuevo el Ministerio y darle a la economía naranja un espacio más apropiado. No es necesario ni conveniente que sea un viceministerio. En estricto rigor, la economía naranja dentro del Ministerio de Cultura fue una apuesta reducida en comparación con el tamaño de los equipos humanos y los recursos presupuestales dedicados a los programas tradicionales del Ministerio en Artes, Medios Audiovisuales, Patrimonio, Museos, Bibliotecas, Archivos, Antropología e Historia, Caro y Cuervo, así como programas emblemáticos que fueron fortalecidos como Concertación y Estímulos.
G.R.: Yo creo sinceramente que el país está pidiendo un debate serio y participativo sobre el sistema nacional de cultura y específicamente sobre la arquitectura institucional del ministerio y otras instancias de la gestión pública de la cultura. Es mucho más profundo y urgente que cambiarle el nombre al Ministerio.
La pandemia fue uno de los pretextos de este Gobierno para explicar las ineficiencias en sus planes. Aun con este panorama, ¿cree que retrocedimos o avanzamos en discusiones sobre economías creativas e industrias culturales?
O.R.: El concepto de “industrias culturales” es del siglo pasado. Se aplicó a ciudades como Barcelona o Londres y fue muy exitoso, pero cuando todas las ciudades del mundo se volvieron “industrias culturales” y trataron de ver cómo crecer económicamente con la cultura, se volvió un lugar común y en el mundo ya compiten por lo mismo. Colombia antes tenía valores agregados como el turismo. Pero este gobierno, con su política de destruir la paz, volvió los territorios campos de guerra mientras se le arrodillaba a Netflix para recibir contribución al sector audiovisual. Las condiciones laborales se precarizaron y nos volvimos muy buena maquila con muy pocos derechos. Las economías creativas y las industrias culturales seguirán siendo importantes, pero si le quitan turismo y televisión no existe esa política.
D.M.: Una de las impresiones más fuertes que dejaron los discursos del presidente Duque y de sus voceros es que se estaba privilegiando el mercado y el emprendimiento y desconociendo el valor intrínseco de las artes, de los medios y del patrimonio cultural. Tanta dispersión de voceros y mensajes produjo además confusión en los alcances que el gobierno dio al concepto de economía naranja: algunos la entendieron como sinónimo de innovación o emprendimiento en cualquier sector de la economía.
No cabe duda de que el sector cultural fue el más afectado entre todos los sectores de la economía por las restricciones de la pandemia. Hubo reacciones pertinentes del gobierno nacional y de algunos gobiernos locales a través de programas de impacto general (como ingresos solidario y PAEF), y a través de otros específicos como convocatorias públicas, la modificación de la Ley de Espectáculos Públicos o la asistencia técnica para la virtualización. Sin embargo, no fueron suficientes para mitigar los graves impactos de la pandemia.
G.R.: Durante la pandemia me dediqué a estudiar cómo se abrían otras nuevas puertas de la cultura en medio del aislamiento, la precariedad y el miedo.. Y lo que me encontré fue exactamente lo que escribía hace un tiempo Michel de Certeau: una proliferación cultural en los márgenes. Es decir, un enorme y creativo hormiguero cultural.
En medio de la pandemia avanzamos a pesar de las terribles circunstancias. No soy tan pesimista como para creer que retrocedimos en las discusiones y las acciones sobre la economía creativa, ni tan ingenuo como para pensar que la economía naranja fue la panacea. Un ejemplo ha sido Bogotá, que ha elaborado un discurso serio sobre la economía cultural y creativa y todo lo ha hecho construyendo sobre lo construido a través de los años.
¿Este discurso de economías creativas significó el sacrificio de otros proyectos dentro del Ministerio? ¿Cuáles considera son los sectores más damnificados por esta política pública? ¿Por qué?
O.R.: El más damnificado fue el trabajo de base de territorio. Como las ministras designadas fueron afrodescendientes, Cármen Vásquez y Angélica Mayolo, algo hicieron por sus pueblos, pero el enfoque territorial del Ministerio, que se encargaba de revisar desde las identidades, desapareció. El sector de las artes se perjudicó muchísimo, tanto que el broche de cierre fue no destinar recursos para el Salón Nacional de Artistas, que se lleva haciendo desde octubre de 1940.
G.R.: La idea de que el discurso de la economía creativa “sacrificó” a otras áreas importantes del ministerio no es una conclusión seria. Por ejemplo, en el Ministerio se ha tenido una gestión muy interesante del patrimonio desde hace años.
D.M.: Todos los programas nuevos de economía naranja se financiaron con incrementos de presupuesto. La participación de la economía naranja no superó el 4,5 % del presupuesto total de MinCultura, no se sacrificó por lo tanto ninguno de los programas tradicionales del MinCultura, y más bien muchos de los programas nuevos de economía naranja generaron nuevas oportunidades de financiación y fortalecimiento para sectores tradicionales de atención del Ministerio.
¿Qué no podrá perder de vista el próximo Ministerio de Cultura para darle continuidad a lo que considera se estaba haciendo bien?
C.C.: Creo que hay muchas cosas que seguramente la ministra Ariza revisará para que sus líneas estratégicas se vean reflejadas sin perder de foco la importancia de las industrias culturales y creativas para el sector. El tema es que se le invirtió el orden a las cosas, fueron más grandes las industrias culturales que el sector mismo. Toca revertir el orden de nuevo.
G.R.: Hay temas con los que está dialogando la cultura, que me parecen que no están suficientemente planteados: las tecnologías, los nuevos liderazgos, las políticas de género, la participación cultural de los jóvenes, el diseño urbano y las transformaciones del cuidado.
D.M.: Algunos de los desafíos que veo son: profundizar en el diálogo con el sector cultural en los territorios para precisar el alcance y el acceso a los nuevos programas de la economía creativa, en especial en esos con mayor potencial para territorios y poblaciones más vulnerables. Analizar las cerca de 100 declaratorias de Áreas de Desarrollo Naranja y fortalecer la asistencia técnica en aquellas que tengan verdadero potencial de consolidarse, que seguramente serán pocas.
Un desafío “histórico” sigue siendo el de consolidar comunidades, audiencias, públicos para la artes, los medios y la gestión del patrimonio cultural. Mantener los programas de emprendimiento cultural del SENA, Innpulsa, Cámaras de Comercio, Cajas de Compensación, Incubadoras y Aceleradores en diferentes regiones del país, y precisar la oferta pertinente para organizaciones de diferentes naturalezas y potencial cultural y económico. Priorizar políticas de turismo cultural y la mitigación de sus impactos en comunidades vulnerables, expresiones artísticas y bienes reconocidos como patrimonio cultural material e inmaterial. Consolidar las líneas de investigación de MinCiencias en creación-investigación y aumentar la producción de contenidos digitales desde el Fondo Único de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (FUTIC), a cargo de MinTic, entre otros.
O.R.: Imagino que ya el trabajo digital no se podrá descuidar pero lo de cultura tendríamos que mirar cómo se inserta. MinTic, en realidad, se ocupó de promover esa política pública y así debería ser para que el Ministerio de Cultura se ocupe exclusivamente de la creación.
Insisto: entró en un régimen de emprendedurismo que consistía en repartir pobreza y exigir más. El Ministerio fue reestructurado y lo peor fue que abandonó a los medios de comunicación y medios de cultura en los territorios, no hubo formas de construir la tríada comunicación-ciudadanía-cultura desde las regiones porque han sido consideradas solo como público. El nuevo gobierno tendrá que hacerse cargo.