La cultura sin espectáculos

Las medidas adoptadas por el Gobierno nacional ante la pandemia incluyen la cancelación de cualquier evento masivo. Y, como sin público no hay escenario, la oferta y la demanda cultural, así como toda la cadena de valor, lo padecen.

No solo la salud pública, la seguridad y la economía son hoy tema. Con la medida de cancelar cualquier evento de congregación masiva, los escenarios de grandes espectáculos públicos o privados, de conciertos y las salas de cine bajan el telón y cierran. Sin público, no hay escenario. Por eso, Alemania declaró la cultura como bien de primera necesidad. Su gobierno movilizó millones de euros en inversión ante la crisis de la pandemia. En Italia no pasó distinto, se creó el Fondo para Emergencias de los Espectáculos Audiovisuales, entre otras, y en Francia no tardaron las medidas de urgencia reflejadas en ayudas económicas para el sector.

En Colombia, el Ministerio de Cultura, expidió su decreto.

La cartera, al reconocer a la población de creadores y gestores culturales del país que con la interrupción de su oficio ven, cuando menos, el panorama negro, propone: i) una destinación transitoria de los recursos de la contribución parafiscal de espectáculos públicos de artes escénicas, ii) plazos para la declaración y el pago de la contribución parafiscal y iii) plazos para la declaración y el pago de la cuota para el desarrollo cinematográfico.

Se descubre la enorme pero importante inyección de capital que muchos eventos y espectáculos, a través de contribuciones parafiscales justamente, aportan a otras expresiones artísticas del país para que existan. Queda en evidencia cómo la reinversión económica del Estado debe dinamizarse de algún modo para no interrumpir el flujo de producción cultural. Pero al panorama se suma que nadie sabe muy bien cómo reaccionar, menos ante el encierro, lo que para algunos muestra otra radiografía del ámbito cultural en Colombia: todo se concentra en la oferta y muy poco en la demanda.

La otra alternativa de salvar lo que se pueda vía streaming deja la pregunta de cómo sería rentable, cuando lo que hay sigue y seguirá siendo acaparado por grandes corporaciones o plataformas de captación masiva.

NO MÁS EVENTOS PÚBLICOS

Una de las primeras medidas decretadas por la Presidencia fue la cancelación de eventos masivos. Tras esta, llegó la necesidad de restringir bares, discotecas, museos, centros nocturnos e iglesias. Luego apareció un decreto de aislamiento preventivo, al menos en Bogotá y Medellín y, más tarde, se levantaron una serie de toques de queda en el país, se elevó la presión por el cierre de aeropuertos y no tardó una cuarentena obligatoria como medida nacional que dejó a más de uno perdido en su propio oficio. 

Las noticias sobre aplazamientos de espectáculos no se hicieron esperar. Su prisa estuvo en sintonía con el cierre de teatros, centros culturales, lugares colectivos autogestionados y, mientras tanto, se reprodujeron lentamente las dudas de la opinión pública y del público.

“De una tuvieron que aplazar el Estéreo Picnic, entre los eventos más significativos. De hecho, para los próximos dos, tres meses, había programados un promedio de 800 espectáculos que pasan, seguramente, a ser suspendidos o cancelados en Colombia”, como dice Miguel José Rujana, experto en Legislación Cultural, quien explica además que la medida, aunque necesaria, se traduce en un impacto económico violento para toda la cadena de valor del sector. 

“Cuando hay una crisis, se deben crear medidas de emergencia. En primer nivel, por supuesto, está la salud pública. Se desacelerará la economía en Colombia y habrá impactos en la distribución presupuestal donde la cultura se puede ver afectada o no, porque hay Estados que consideran que se debe priorizar y todavía no sabemos qué pasará aquí”, dice el experto.

Gabriel García, CEO de Páramo Presenta, empresa promotora de conciertos, festivales y espectáculos y quien organiza el Festival Estéreo Picnic, dice que la cifra de espectáculos si se incluyen obras de teatro, supera los mil eventos. Para él, la crisis dejó visible una realidad: “Hasta hace muy poco eran dos mil empresas mapeadas las que dejaban de tener más o menos 22 mil empleos durante este tiempo. Aparte de los empresarios, están los técnicos, la gente que trabaja en producción, las compañías de alquiler de equipo, las compañías de escenografía, etc. Es gente que está en los estudios y que nosotros entendemos que se ve perjudicada cuando todavía el golpe económico es difícil de determinar”, dice García. Según él, las cifras preliminares sobre cinco recintos y solo 40 productores de eventos, que son las que han podido revisar, determinan pérdidas por cerca de 40 mil millones de pesos. 

Pero no son los únicos que pierden. Como recuerda Rujana, aunque todas las entidades de orden territorial están viendo qué pueden hacer ahora mismo, hay una gran preocupación con el tema de los espectáculos públicos. Esto pasa porque la Ley 1493, homónima, establece una contribución parafiscal por la cual se cobra el 10 % de la boletería de eventos cuyo precio individual sea igual o superior a 3 unidades de valor tributario (UVT), y ese recurso se invierte en infraestructura cultural a nivel municipal. “Esa Ley derogó una cantidad de tributos y de impuestos asociados a espectáculos públicos y se considera que está en los factores determinantes en el aumento significativo del sector”, como explica. 

Bajo esta lógica, queda otra pregunta sobre cómo se subsanarán los recursos de dicha contribución parafiscal en esta época y de cómo el Estado mitigará los impactos en el territorio.

Pero si bien el Estado recauda en gran medida de una fuente que hoy cierra la llave, para Marianne Ponsford, fundadora de la Revista ARCADIA, editora y actualmente Directora del Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (Cerlalc), lo que la crisis del sector cultura pone en evidencia, debido a la la cancelación de los eventos culturales, es que “gran parte del sector cultural vive de su inmensa capacidad de congregar públicos y movilizar colectividades”, precisamente. 

Según Ponsford, “las exenciones fiscales producto de legislación no son ningún regalo ni muestra de generosidad, son producto de la constatación de la capacidad de generación de empleo del sector cultural y la generación de empleo interesa a todo Gobierno. En todos los sectores”. Por lo mismo, el Ministerio con el Decreto 475 que expidió el 20 de marzo de este año, anticipó un plan preliminar de acción, muy temprano para saber cómo moverá egresos ante la falta de ingresos del sector. 

La generación de públicos es el gran tema en las discusiones sobre industrias creativas o culturales, como asegura el experto, porque al menos en Colombia hay mucho énfasis en la oferta pero poco en la demanda.

Pero aunque hace difícil pensar que una situación que tiene lugar de un mes para acá afecte un trámite y ejecución anticipada en un presupuesto, como dice el artista y crítico Lucas Ospina, no es la única preocupación que se empieza a notar. Dice Ospina frente al subsidio de los ‘apoyos concertados’, que viene de tiempo atrás, que precisamente por lo ‘concertados’ estos recursos se planean con antelación. Lo que para él sí es “sospechoso”, es que el Programa de Estímulos del Ministerio de Cultura todavía no haya sacado su portafolio.

“Lo que esta situación indicaría es que el Ministerio de Cultura aprovecha la crisis del coronavirus para camuflar algo que se intuye por la inacción en la ejecución: que no tiene recursos o que solo los tiene para la iniciativas que tienen que ver con la economía naranja y sus intermediarios, pero no con bolsas de trabajo y apoyo directo a los artistas, artesanos y creadores de base”, explica el crítico.

García, de Páramo Presenta, aprovecha para decir que la contribución parafiscal se creó para mejorar la infraestructura de espectáculos públicos y lo que es claro, al menos para él, es que la mayoría de estos recursos se han ido para teatros, no para subvencionar su gestión pero sí para la adecuación de los lugares. “Algo que ha hecho falta es que hasta ahora, después de ocho años de promulgada la Ley de Espectáculos Públicos, y de unos seis años de venir ejecutando los recursos, no se ha podido medir el impacto que ha tenido esa mejora de la infraestructura específicamente en la circulación y la demanda. Con la música se está financiando la infraestructura, de eso sí hemos sido conscientes desde que se empezó a recaudar la contribución parafiscal, y ha sido una de las grandes críticas que hemos tenido desde el sector”, comenta. 

En cualquier caso la alternativa que proponga el Gobierno debe estar en concordancia con los planes de contingencia que se realizarán con todos los otros sectores de la economía, como dice Ponsford, pero Ospina recuerda que el Gobierno le acaba de dar 17 billones de pesos al sector financiero: “El ex-alcalde Enrique Peñalosa se gastó $150.000 millones de pesos en instalar 80.736 canecas en Bogotá, una cifra de dinero que supera en $40.000 millones de pesos todo el presupuesto del Ministerio de Cultura para todo el país. Uno pensaría que si una ciudad pudo gastar eso en basura, no es basura invertir un monto semejante en un apoyo extraordinario que vaya para el arte y la cultura, y no a los intermediarios como lo canalizan la mayoría de iniciativas de la economía naranja”.

SIN OFERTA PERO CON DEMANDA 

La música es una de las industrias más consolidadas en Colombia y junto a ella está la cinematografía. Así lo cree el experto en legislación Rujana, quien además de reiterar que los conciertos son una de las manifestaciones artísticas que más impactan en términos económicos, también lo hace el cine. Ambos son sectores con público garantizado. Pero hoy, como dice Ponsford, “la crisis se está produciendo porque las medidas adoptadas por el Gobierno —necesarias— prohíben de tajo la demanda”.

Para Rujana, ese es precisamente el gran vacío en Colombia, que uno de los principales retos sigue siendo no tener una tradición de consumo en cultura que implica que haya mucho énfasis en la oferta, pero poco en la demanda, como dice. Y hoy, con todo y encierro, nadie evade que la crisis exige un cese en la oferta, más que en la demanda. “Y ese es el gran tema en las discusiones sobre industrias creativas o culturales, la generación pero también la formación de público”. El experto advierte que el consumo y los incentivos al consumo son absolutamente necesarios, sobre todo cuando se quiere pensar la cultura desde una perspectiva que incluye el intercambio de bienes y servicios en el mercado. 

Ese énfasis en la oferta, contrario a lo dicho, es sano para García de Páramo Presenta. Él asegura que si hay un incremento en la oferta, tiene que haberlo en la demanda y, por eso, “la importancia de los eventos en el eslabón de la cultura, más que con la contribución parafiscal, tiene que ver con la creación de mercado”. 

García ha pensado que en la cultura en Colombia hay dos aproximaciones, una gringa y otra francesa. La primera considera que el mercado es el que determina qué se financia y qué no, como dice, y la segunda considera que el Estado debe subvencionar la cultura porque es la única muestra de las expresiones de una sociedad, y como sociedad, es importante sostenerlas para poder mostrar una identidad. “En Colombia no ha habido mercado para el consumo cultural, sin embargo, con el incremento de la oferta hay más demanda y la demanda termina repercutiendo en la circulación de otras expresiones culturales”. 

Sin público que asista pero con público que demande, la atención parece volver a recaer en la oferta. Pero, como dice Rujana, es imposible pensar las artes escénicas únicamente vía streaming. “Por ejemplo, el Teatro Petra preguntaba hace unos días qué hacer, pues virtualizar sus obras no parecía tan viable”, comenta Lucas Ospina, quien cree que tal vez surjan otros modos de hacer las cosas, por ahora. “Pero luego dejemos en alto las pantallas y nos demos cuenta de que la presencialidad, el uno a uno, es importante, y que esa electricidad que se vivió en algo con el paro de la cercanía física, con una comunidad de conocidos y desconocidos, es la misma que le hace falta a muchos eventos de arte y cultura (donde en muchos casos parece más importante la taquilla, el registro fotográfico y la inercia de mantener un carrera) y no el aquí y el ahora de la lectura”.

CAMBIO LIKES POR PESOS 

Aunque el panorama parece prometer un salvavidas con la pululante transmisión en vivo, todavía es necesario pensar cómo sería rentable, ver si esa demanda está dispuesta a consumir todo tipo de contenidos en otro contenedor (si fuera posible), incluso cuando no todo tipo de contenido tiene cabida en tiempos nublados. 

Páramo Presenta, por ejemplo, ve lejos lo digital de una experiencia en vivo. La tecnología avanzará, sin duda, y en unos años la realidad virtual existirá y en ella habrá experiencias muy similares a las de estar en un lugar con gente alrededor y demás, como cree García, “pero en este momento una cosa no puede reemplazar a la otra”. Ponsford, por su parte, cree que el aislamiento sí redobla la capital importancia de lo digital, y sí debería hacer reflexionar al sector cultural. “Se debe buscar una mejor y más sofisticada oferta cultural digital colombiana. Es una oportunidad para explorar nuevos modelos de negocio y aprender a capitalizar las bondades de la virtualidad”, como manifiesta. 

Pero para Rujana las alternativas vía streaming son precisamente producto de la coyuntura. Si bien aparecen esos métodos y está bien para un segmento de mercado generar algo, como en el caso de Cine Colombia con Cineco Alternativo y su transmisión de ópera, como dice él, repensar los modelos no excluye la necesidad de que los anteriores sigan existiendo. 

Tener 5 millones de pesos mensuales, por ejemplo, y tener 40 millones de vistas mensuales para producir un contenido con un nivel de tráfico que es absurdo para un artista independiente, sea músico o cineasta.

“La rentabilidad de los medios musicales, por ejemplo, es algo que está apenas desarrollándose. Youtube, Spotify y otras plataformas tienen conflictos con los titulares de derechos de autor, entre otros mediadores, porque son modelos de captación masiva. Así es Netflix, que ni siquiera ha definido su sostenibilidad”, como explica Rujana. Agrega que lo digital tiene una gran demanda y ese es su enfoque: descubrir cómo hacer esa gran demanda verdaderamente rentable. “El modelo se limita a tanto dinero por clic, por suscripción o por publicidad de contenidos. Para que sea rentable, ese modelo tiene que ser a gran escala y a nivel mundial como precisamente Spotify, Youtube, Netflix. Tener 5 millones de pesos mensuales, por ejemplo,  y tener 40 millones de vistas mensuales para producir un contenido con un nivel de tráfico que es absurdo para un artista independiente, sea músico o cineasta, y que además no tiene medios de publicidad”. Para el experto, lo poco que sobrevive en lo digital está siendo acaparado por grandes corporaciones y multinacionales, como poco. 

Con eso coincide García, sabe que un streaming no le va a ganar a un contenido muy bien realizado. Pone como ejemplos documentales con mayores esfuerzos en producción como el de Beyoncé en Coachella Valley o de Lady Gaga o de los Rolling Stones. “Ese tipo de contenidos le ganarían a un en vivo, pero en lo digital están alojados en plataformas como Netflix. Muy pocos que puedan producir algunos en vivo pueden competir con industrias como esas, porque están en universos diferentes, y no es un camino viable como negocio para nosotros”, concluye. 

Ese estado de las cosas no es es nada revelador para otros, como para Ospina. El crítico argumenta que “en la economía de la tensión es claro que los grandes se quieren comer al chico, pero la horizontalidad y acceso a los medios digitales, disturban ese dominio”. Pese a todo, aunque cultura es hasta la forma de estar en soledad, Rujana no cree que los contenidos en línea puedan relevar cualquier experiencia en vivo, “porque cuando dejemos de experimentarlo así es porque el mundo se acabó”.

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