¿Paró el Paro?

Para muchos, la del pasado 20 de julio podría ser la última jornada de un estallido social que está a punto de cumplir tres meses en el país. Hablamos con miembros de la primera línea y expertos sobre las sumas y restas que deja el Paro Nacional cuando la carrera electoral empieza en el país

por

cerosetenta


22.07.2021

La convocatoria para el 20 de julio estuvo antecedida por el miedo:

“Estos son los planes del ELN para el 20 de julio”: tituló El Tiempo

“La peligrosa ‘primera línea’: ¿un nuevo grupo criminal nació en Colombia?”, tituló la revista Semana

“Algunos de la primera línea se preparan para ‘un combate épico’ en Bogotá”, escribió La Silla Vacía

Al final, el miedo y el desgaste de una manifestación que está a punto de cumplir tres meses y que ha sido muy violenta, fueron efectivos. La convocatoria en las calles estuvo menguada al punto que en ciudades como Bogotá no salieron más de 5 mil personas luego de dos meses de jornadas donde salieron millones

Movilización en Popayán, 20 de julio. Foto: Lorena Velasco

Los que sí salieron más que en otras ocasiones fueron los miembros de las primeras líneas del país que habían anunciado antes del 20 de julio la creación de un partido político que represente las peticiones de quienes han participado en el Paro. Sin embargo, entrada la tarde, la mayoría de las manifestaciones pacíficas terminaron en fuertes enfrentamientos con el Esmad y la Policía. Y aunque hubo violencia, fue distinta a la anunciada por los medios. 

“Yo no vi nada por fuera de los enfrentamientos de siempre con el Esmad. Si hubieran salido los grupos armados les fue pésimo”, nos dijo Kyle Johnson, experto en seguridad y cofundador de la organización Conflict Responses, Core, quien además insiste en que ni las disidencias ni el ELN tienen la capacidad para infiltrar las marchas en las ciudades principales. “Es clave tener en cuenta que los intentos del ELN en lo urbano en los últimos 7 u 8 años no han sido muy exitosos”, dice. 

En todo caso, ahora el Paro parece haber entrado en recesión, mientras desde los sectores políticos tampoco surgen figuras que la representen con miras a las elecciones. Y la pregunta de si este es el fin se hace con más frecuencia.

Para Laura Quintana, filósofa y profesora de la Universidad de los Andes, no se puede hablar del fin del paro cuando los reclamos siguen vigentes. 

“De inmediato lo que dice mucha gente es que este Paro ya fracasó, que la gente no fue capaz. Pero hay que evitar responsabilizar al Paro porque lo que hay son unos cuerpos que han sufrido un montón de violencias. Es difícil mantener el esfuerzo de la movilización bajo unas condiciones de terror que en algunos casos ha sido brutal”.

La violencia sigue primando 

“Hay gente que dice que es la misma represión de siempre y que [la del 20 de julio] no fue nada grave, pero lo que pasa es que se ha normalizado una represión muy burda”, dice Amok, un joven de Escudos Azules, uno de los grupos de primera línea que salió a apoyar la manifestación en Bogotá. “Parece que si aquí no termina alguien muerto, entonces no fue una gran manifestación o no fue muy fuerte o que la Policía se contuvo o respetó los protocolos”. 

El discurso oficial que primó sobre las primeras líneas previo a las manifestaciones del 20 de julio fue la muestra más evidente de lo que ha sido la actitud del gobierno en respuesta a las manifestaciones: la estigmatización y la construcción de un “enemigo interno” peligroso en el que el otro, en tanto criminal, es merecedor de la represión violenta estatal. 

El resultado ha sido la perversión de los espacios de protesta por actos de violencia que, en respuesta, han generado más reacciones violentas por grupos de primeras líneas. Violencias que, en cualquier caso, según Laura Quintana, no son equiparables.

“Son violencias inconmensurables que son muy diferentes: una es una violencia agresiva respaldada por la fuerza de la legalidad y la autorización; la otra es una violencia reactiva que agrede pero que está reaccionando a gestos anteriores que se han acumulado en los cuerpos y en la memoria de la protesta”, asegura. 

No es fortuito que en los puntos del país donde han surgido con más fuerza grupos de primera línea sean barrios marginales, de comunidades precarizadas que históricamente han vivido relaciones de abuso por parte de fuerzas policiales.

Un ejemplo fue Puerto Resistencia en Cali, uno de los grandes escenarios del estallido social en Colombia. El 20 de julio primaron las tomas culturales y representaciones artísticas pero en la tarde el Esmad reprimió con fuerza. La confrontación continuó hasta la madrugada y fue tan violenta que, según una lideresa de la zona de Llano Verde, “difícilmente volveremos a salir”. “Nos tienen ya debilitados. Esto ha sido muy horrible, sobre todo desde que llegó el nuevo secretario de seguridad. Estamos cansados ya”.

Puerto Resistencia, Cali, 20 de julio. video: Cortesía.

El cansancio es innegable, además, porque ya no sólo hay represión sino persecución judicial a quienes hacen parte de las primeras líneas. Además de las capturas previas a las manifestaciones, el 20 de julio se hizo evidente la presencia de un actor: “en Fontibón y en otras localidades, había una línea de agentes de la Sijín detrás del ESMAD, agentes de inteligencia dispuestos a capturar al muchacho o a la muchacha que tuviera un casco o un escudo”, dice Juan Ángel Galeano, uno de los defensores de derechos humanos que acompañó las movilizaciones en la capital. 

Según la Campaña Defender la Libertad, solo el 20 de julio fueron detenidas 50 personas, la mayoría de manera arbitraria. Además resultaron heridas más de 60, 3 de ellas con lesiones oculares.

Los sectores alternativos en el Congreso aún no dan la talla

Mientras el paro nacional tenía lo que por ahora parece ser su última gran convocatoria, la instalación de la última legislatura del Congreso tampoco dio buenas señales a la movilización social en las calles. 

El Paro Nacional, en vísperas de las elecciones del 2022, es una oportunidad para los sectores políticos alternativos que desde que arrancó la movilización la han apoyado: “para que se articulen con las nuevas representaciones que puedan surgir entre los manifestantes y así capitalizar los reclamos que se han dado desde las calles, para realmente responderlos”, dice Felipe Botero, director de Congreso visible

Sin embargo, el 20 de julio, esa posibilidad se vio truncada por las peleas internas entre las bancadas de oposición al Gobierno de Iván Duque en el Congreso. Los partidos ‘alternativos’ no se pudieron poner de acuerdo para elegir al segundo vicepresidente del Senado (cargo que le corresponde a la oposición) y en cambio, como dice Laura Quintana, terminaron en “rencillas” que ignoran y traicionan las necesidades del momento por el que atraviesa el país.  

“Es realmente descorazonador. A mí me da vergüenza con los manifestantes. Que los sectores alternativos no logren llegar a acuerdos mínimos para proteger las condiciones básicas de la democracia muestra que están perdiendo de vista que, en este momento, el antagonismo fundamental tendría que ser democracia versus autoritarismo”, asegura. 

Primeras líneas en Portal de la Resistencia, en Bogotá. Foto: Tania Tapia

También, dice, muestra lo que en las calles se ha hecho evidente desde el inicio del Paro: una crisis de representación política. Si hay un común denominador de los reclamos en las calles, es que la gente no se siente representada por gobernantes ni políticos.

Para Felipe Botero, sin embargo, eso no significa que el Paro haya fracasado. Dice que aún es necesario que los distintos sectores que lo componen se articulen de una manera más clara para así conseguir rescatar sus peticiones. 

Para él, que surjan liderazgos desde la primera línea es importante, aunque aún sea un actor político inmaduro: “es necesario ver qué ocurrirá con la siguiente oleada de protestas, que seguramente llegará porque los problemas persisten. Es necesario en este momento ver si esa articulación política sí se da, o si pueden aliarse ahora sí con esos sectores alternativos para darles representatividad política”, dice. 

Medellín, 20 de julio. Foto: Manuela Saldarriaga

Paralelamente, la primera línea sigue siendo un movimiento que, a diferencia de como lo ha pintado el gobierno, no es homogéneo: por un lado, anuncia la creación de un movimiento político y por otro parece descreer de los modelos tradicionales de participación política.

“Cuando estábamos en Cali, invitamos a los muchachos que componían las primeras líneas a conocer las necesidades de sus territorios y las oportunidades de acción: los consejos locales de juventud, las juntas de acción comunal. Pero no lo quieren hacer. Debemos dar un paso adelante y llevar este conflicto de piedras y molochas a otros escenarios de lucha en los que podamos generar un cambio”, asegura el defensor Juan Galeano.

Falta darle espacio a la creatividad

Para Amok, la desconfianza en los mecanismos de participación tiene que ver con un Gobierno frente al que sienten que no hay oportunidad de tener una interlocución real. Dice que los cambios hay que hacerlos “sin tener que pasar por un Congreso corrupto y sin tener que convencer a un presidente y a un gobierno paramilitar”.

Pero, como Galeano, Amok coincide en que la movilización hay que llevarla por varios frentes: con asambleas nacionales y distritales, con mecanismos de participación popular, con performance e intervenciones artísticas, todas acciones en las que los Escudos Azules han venido participando desde su formación en 2019.

Para Víctor Barrera, investigador del Cinep, todas esas son acciones que han estado sucediendo en las movilizaciones y que quedan ocultas debajo del discurso de violencia que ha privilegiado el gobierno. 

“Hay un discurso político que explota los antagonismos y que lo ha hecho en función de desconocer las cosas que han tenido algún nivel de éxito. Yo creo que nos estamos privando de identificar buenas prácticas, cosas positivas que se han opacado en medio de la crítica que hay a la situación [de violencia] que se vive en algunos lugares”, asegura el investigador.

Loma de la Dignidad, Cali. 20 de julio. Foto: Anthony Dest

Según Laura Quintana, esas acciones hacen parte del potencial creativo que tiene la protesta y que bajo lógicas poco democráticas y violentas, en las que no se reconoce la productividad de la protesta, terminan no teniendo espacio.

“La protesta no es netamente reactiva, también es creativa y produce cosas, como por ejemplo pensar de otra manera el espacio público con la tumbada de estatuas, pensar la noción de vida digna y lo que implica, ser críticos de ciertas formas de intervención económica”.

Y eso, de nuevo, es algo que ha estado pasando debajo del discurso violento. Amok asegura que el proceso de primera línea al que pertenece tiene eso claro: que no se trata solo de la confrontación de los cuerpos, sino de explorar todas las formas de lucha.

“Si no hay abuso policial, pues lo que hacemos [como primera línea] es generar pedagogía a través del amor: escribimos y leemos poemas, vamos a velatones en memoria de nuestros muertos, teñimos de sangre falsa las fuentes de Semana, de Caracol Radio y las sedes del Centro Democrático. No es solo marchas y estalles, la movilización también tiene que ver con despertar conciencias y proponer soluciones. Es pensar la realidad diferente a como nos la está obligando a vivir el Estado”.

Miembro de la Primera Línea en Usme, Bogotá, 20 de julio. Foto: Natalia Arenas
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