Formas de ser una biblioteca pública: el caso de La Piloto en Medellín a sus 70 años

De las tres bibliotecas que prometió crear la UNESCO en el mundo, en 1952, la Biblioteca Pública Piloto de Medellín logró convertirse en referente de su especie. Hace las de museo, parque botánico, archivo idiosincrático y refugio de la memoria regional. Estas son algunas de sus singularidades a 70 años desde el día en que abrió sus puertas.


Imagen: niñas en fila para la distribución gratuita de libros organizada por la UNESCO en Medellín, Colombia, 1955. David Seymour / UNESCO

Una biblioteca en África. Otra en India. Y una más en América Latina. Hace 70 años, ese fue uno de los propósitos de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura —UNESCO—: construir tres bibliotecas para poblaciones de escasos recursos alrededor del mundo. Colombia llegó a un acuerdo y logró que la tercera biblioteca fuera levantada en Medellín, Antioquia, y juró convertirla en el gran proyecto de alfabetización de la región, así como en un gran centro de pensamiento para el continente. 

En 1992, tras conocer la nueva Constitución Política, la Biblioteca Pública Piloto se estableció como ente descentralizado del Ministerio de Educación. Por decreto, se propuso que este lugar debía estar a cargo de “proporcionar el libre acceso a la información; promover expresiones que generan respeto por nuestra cultura y otras; y también propiciar la formación de lectores críticos y creativos así como de los impedidos social y físicamente”. Todo esto para exaltar y preservar lo que ha singularizado y singulariza la vida creativa de la comarca antioqueña y de Colombia.

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La Piloto empezó a funcionar en 1952 en el edificio de Bellas Artes, en la Avenida La Playa, en el centro de la ciudad. A tres años de abrir sus puertas rodó por los alrededores con un bibliobús —un vehículo que con un sistema de perifoneo alquilaba libros y captaba a curiosos para ofrecerles carnet de lectura—.  

A una década de existencia, La Piloto se trasladó al sector de Otrabanda, hoy barrio Carlos E. Restrepo, donde tiene su sede actual. La escogencia de ese barrio fue clave, según cuenta Juan Diego Mejía, escritor y matemático y quien fuera secretario de Cultura de Medellín y director de la Fiesta del Libro. “En la época en que llega La Piloto, el sector de Otrabanda era todavía muy despoblado. Había un estadio, un par de colegios y de locales, pero no era habitado masivamente”. Mejía dice que la creación del barrio Carlos E. Restrepo tiene que ver con el aporte del Instituto del Crédito Territorial (ICT) para construir casas que, en esa época, compraron muchos profesores universitarios. El escritor explica que siempre existió en Planeación Municipal —en la Alcaldía de Medellín— un proyecto de Pedro Nel Gómez que consistía en crear un bulevar universitario a modo de circuito que iba desde la Universidad Pontifica Bolivariana, en Laureles, pasando por la Universidad Nacional y la Universidad de Antioquia, hasta llegar a La Piloto.

“El barrio fue habitado casi desde el principio por la clase media trabajadora, especialmente por docentes, y fue de los únicos barrios que, en la época de la violencia, no optó por enrejar el ingreso sino que permitió que la ciudad siguiera transitando por sus calles”. Así, cuenta el académico, se creó una comunidad que era tácitamente lectora y cultural alrededor de la biblioteca; y se creó una biblioteca entre una comunidad que tácitamente le abría sus puertas con agrado. “Si eso hubiera sido en un sector comercial, no hubiera tenido el mismo efecto”.

En la década de los años 70, La Piloto apoyó la consolidación de un proyecto bibliotecario con la Alcaldía de Medellín mediante una transición de bibliotecas escolares a bibliotecas público-escolares, es decir, bibliotecas que a pesar de estar en instituciones educativas tenían acceso al público general, lo que terminó en la construcción de una gran política pública para el fomento de la lectura a nivel municipal, que ha sido ejemplo para Colombia

Shirley Zuluaga, directora de La Piloto de 2016 a 2021, cuenta incluso cómo la historia de la biblioteca está ceñida a las biografías de una generación. “Muchas personas en Medellín que tienen 40, 50 o 60 años formaron sus intereses en la Biblioteca Pública Piloto porque pasaban por allí y encontraban, simplemente, el universo abierto”, dice. Zuluaga destaca que La Piloto nació en paralelo con la Escuela Interamericana de Bibliotecología —que se inauguró en 1956 en la Universidad de Antioquia—y, para los años 90, cuando la primera cohorte mostró lo que sabía, arribó a La Piloto gente importante como Adriana Betancur y Luis Bernardo Yepes quienes, como menciona la exdirectora, participaron en el levantamiento de las bibliotecas de Comfenalco y generaron un impacto en el mismo proyecto bibliotecario local y regional—. 

De hecho, la biblioteca acogió iniciativas que luego crecieron como la Red de Bibliotecas del Departamento y, para parte de este proceso, fueron claves los momentos en los que La Piloto empezó a abrir sus sedes descentralizadas en los corregimientos de Medellín o bien con la filial Tren de papel —adaptación de dos vagones del ferrocarril con libros— o bien con las bibliotecas satelitales de Campo Valdés. 

Con más de medio siglo en pie, La Piloto de Medellín logra su cometido y se sitúa en eslabones de prestigio y comparte sellos de calidad con las principales bibliotecas del país como la Luis Ángel Arango, la Virgilio Barco o la Biblioteca Nacional de Colombia. Asimismo, es conocida como referente de gestión y preservación cultural para el resto de la región con distintas cifras de impacto que lo demuestran. Aquí desenvolvemos las décadas de la Biblioteca Pública Piloto y resaltamos datos raros y hermosos de lo que han sido estos 70 años.

Fue planeta de bohemia 

Fue en la década de los 80 que La Piloto se consolidó como un centro activo de arte, cultura y literatura. Para entonces ya era más que una biblioteca. Según cuenta Shirley Zuluaga, su exdirectora, no había artista que en su arribo a Medellín no pasaran por La Piloto: era un tránsito obligado para todo quien buscaba en la literatura —y en el arte y en todas las expresiones que caben dentro de este— un proyecto de vida. “Es que la escena de ese momento transitaba por los pasillos de la Biblioteca. Era una dinámica de bastante proyección en la construcción de la vida de escritores y de todo el sector artístico y cultural, así como de la ciudad”, dice Zuluaga.

El taller del escritor Manuel Mejía Vallejo, entre 1979 y 1994, fue bastante definitivo para esto, cree el escritor y exsecretario de Cultura Juan Diego Mejía. “Ese fue, además, el primer taller de literatura que hubo en Colombia y eso significó el punto de encuentro de los personajes de la cultura”. Esa función, explica el escritor, la cumplen ahora las ferias del libro (FL) en cualquier ciudad pero, en ese entonces, Medellín no tenía una. “Hubo algunas apariciones de feria en algunos barrios tales como kioscos literarios que ponían en Junín o en el Parque Berrío, en los años cincuenta y sesenta, pero no una feria del libro como tal. Entonces, autores y artistas plásticos, pensadores e intelectuales no tenían dónde reunirse sino en la Biblioteca Pública Piloto y, Manuel Mejía Vallejo, resultaba conociéndolos a todos”, dice Mejía. Por su sede pasaron, en el recuento del escritor, Jorge Luis Borges, Juan Rulfo, Camilo José Cela, Érnesto Sabato, R.H. Moreno Durán, Darío Jaramillo Agudelo, Antonio Caballero, Ernesto Cardenal, Leonel Góngora, Oscar Jaramillo y también quienes integraban la Revista Aquarimántima, una revista colombiana de poesía que nació en 1974 y publicó 33 números hasta 1982. 

Fue también un bus  

Parte del mandato de la UNESCO tenía que ver con llevar la lectura a todos los barrios y vecindarios de la clase obrera en Medellín. Entonces, La Piloto adoptó un bibliobús, una van Ford con estanterías llenas de libros que cada 15 días recorría caminos y se estacionaba por una o dos horas en cerca de 30 barrios. “La gente podía no solo obtener un carnet, sino hacer los préstamos ahí mismo en la ventana del bus”, cuenta el escritor. “Cuando llegaban se anunciaban con megáfono tal como cuando anuncian los tamales de Santa Elena o la mazamorra, y decían: ‘Llegaron los libros, llegaron los libros’ y  la gente salía a hacer los préstamos hasta los 15 días siguientes”, dice Mejía. En sus recuerdos, el bibliobús fue un precedente muy útil para la posterior adaptación de unos vagones del ferrocarril de Antioquia que pasaron a ser pequeñas bibliotecas. “En el barrio Santander, en el occidente de la ciudad, crearon la filial ‘Tren de Papel Carlos Castro Saavedra’, basado en letras del autor antioqueño”. Según los anales de La Piloto, ‘Tren de papel’ alude a una frase que escribió Saavedra en un prólogo para el libro “Azul para llenar un círculo” (Editorial Antorcha, 1970), encomendado por La Piloto. 

Hace las de Museo 

Con el tiempo se hizo evidente que La Piloto era un espacio para algo más que los libros y que podía albergar otras manifestaciones que no estaban exclusivamente asociadas con el fomento y la difusión de la lectura. Las obras de artistas como Dora Ramírez, del colectivo Taller 4 Rojo (conformado por Diego Arango, Jorge Mora, Umberto Giangrandi, Nirma Zárate, Carlos Granada y Fabio Rodríguez), Ethel Gilmour, Débora Arango, Antonio Caro, Beatriz González, entre muchos más, encontraron en La Piloto una sala de exposiciones —también un espacio para que su arte fuera conservado en buenas condiciones—.

Para entonces, en la década de los setenta, Medellín no contaba con un museo de arte moderno. “Eso hizo que la biblioteca se asumiera como un espacio natural para suplir ese lugar, lo que, a su vez, terminó dejando una serie de obras hasta construir una colección importante”, cuenta Mejía. A la fecha, esa colección cuenta con 348 obras de arte y, según Mejía, hubo dos eventos que estimularon esta vocación de museo de La Piloto: el taller de Manuel Mejía Vallejo, insiste, porque la biblioteca se convirtió en un salón de reunión de la bohemia y, en sus palabras, Mejía Vallejo era el comandante de esa bohemia. El segundo evento tiene que ver con alojar las bienales de arte de Medellín. “Esa no es la función de una biblioteca pero en ninguna parte dice que no lo puede hacer y eso lo que demuestra es que la biblioteca siempre ha estado resolviendo urgencias culturales y espirituales de la ciudad”, agrega el escritor. Además y según los anales, la colección de información sobre arte de La Piloto recoge más de 7.000 catálogos, reseñas, bibliografías, recortes y manuscritos.

En el ejercicio de pensar en la conservación de la memoria, no solo para especialistas, investigadores o escritores, La Piloto decidió abrir oficialmente un museo en 2020: el Museo Cámara de Maravillas. “Eso partió de pensar que todo lo que estaba en Torre de la Memoria, la nueva construcción, tenía que tener un lugar para la dinamización del ciudadano de a pie. Y fue el resultado de lo que pensamos sobre cómo poner a circular experiencias y contenidos”, dice Zuluaga.

El concepto de la Cámara de Maravillas, también llamado gabinete de curiosidades, se refiere a la tradición europea entre los siglos XVI a XVIII de un mueble o cuarto que alberga objetos exóticos, raros y hermosos. La Piloto guarda y exhibe archivos, fotografías, documentos, relatos  sonoros, mapas y elementos que, tras una curaduría que se planeó por dos años, logran mostrar un guión no cronológico —dice Zuluaga— que conecta con la cotidianidad de la gente y motiva a auscultar el repositorio. “Ese museo es otro hito para la ciudad, uno porque acercó eso que era para un segmento de públicos a todos y todas, y dos porque le dio valor y sentido a todo lo que protege una biblioteca pública. Fuimos la primera biblioteca pública del país con un museo de estas características, lo que significó que la Cámara de Maravillas fuera integrada a la Red Nacional de Museos”, cuenta la exdirectora.

Con una arquitectura a la medida 

El edificio de Otrabanda, luego barrio Carlos E. Restrepo, tuvo una virtud: fue construido con la vocación de biblioteca. Cuenta Juan Diego Mejía que es tal vez la primera construcción en Antioquia hecha especialmente para libros. “Cuando La Piloto funcionó en Bellas Artes, arrumaban los libros en un salón y había una mesa para que la gente se sentara a leer. Pero no tenía un diseño arquitectónico dedicado a la vida de los libros y a la vida de la cultura”. Según el escritor, en las bibliotecas lo que ocurre es que a medida que van subiendo de nivel físico, va subiendo el nivel de especialización de los libros. En la parte de abajo siempre estará la sala general y en la parte de arriba los libros más de nicho. “Eso solo ocurre cuando la arquitectura de una biblioteca obedece a su propósito y La Piloto fue la primera biblioteca de Antioquia que lo enseñó”

Shirley Zuluaga coincide. Asegura que la construcción de ese edificio fue muy importante porque fue una decisión por tener un lugar donde preservar la memoria y consolidar lo que se venía construyendo desde la década de los ochenta: fortalecer una biblioteca de carácter patrimonial. “No tener ese espacio, llamado La Torre de la Memoria, significaba dejar un material invaluable en unas condiciones cuestionables”. La Piloto tiene un archivo institucional importante que va desde una correspondencia entre poetas hasta fotografías de Antioquia y su transformación. El archivo también incluye una parte fonográfica (discos) y otra de archivo visual que incluye desde fotógrafos ampliamente reseñados como Melitón Rodríguez o Benjamín de la Calle hasta el trabajo de otros más contemporáneos como lo es Juan Fernando Ospina, director de Universo Centro.

La Biblioteca Pública Piloto ha escrito la historia de Medellín en imágenes. Muestra la bohemia, la consolidación urbanística, formas populares y el carácter de una región. Todas las obras están en la Torre de la Memoria. “En lo funcional —según Zuluaga— es un edificio con las condiciones para la preservación. Pero, en lo simbólico, es una decisión de tener dentro de una actividad pública la disposición del cuidado de la memoria”. El archivo de La Piloto cuenta con 1 millón 700 mil imágenes en distintos formatos que recopilan la historia de Colombia desde 1848 hasta 2005. 

Ha sido biblioteca espejo

La mera existencia de La Piloto sirvió de ejemplo para el sistema de Bibliotecas Públicas de Medellín en los años siguientes. “Su participación en el diseño, la reflexión y la implementación del proyecto de los Parques Biblioteca y lo que eso significó en la consolidación de una política pública aprobada, es relevante porque incluso fue referente para Latinoamérica”, dice Shirley Zuluaga. De hecho, la construcción del proyecto bibliotecario en Medellín ha ido en paralelo con el avance de La Piloto, pero esta siempre ha sido central y ha cumplido un rol protagónico en el acompañamiento, la reflexión y la disección del fomento a la lectura.

Cuando Juan Diego Mejía fue nombrado Secretario de Cultura, Gloria Inés Palomino le dijo: “Ve, hace tiempo Jorge Orlando Melo tiene la idea de crear una una biblioteca en algún barrio popular de la ciudad”. A lo que Mejía respondió: “Lo que creo que podemos hacer es unas cuatro o cinco bibliotecas que rodeen todo el Valle de Aburrá: en la comuna noroccidental una; otra en la comuna nororiental; otra más en la comuna 13 y otra en el sur de Medellín, de tal manera que atraviesan las montañas”. La propuesta que le hizo Mejía al entonces alcalde, Sergio Fajardo, fue crear unas bibliotecas apoyadas en el ejemplo de La Piloto. “Fajardo propuso que no fueran solo bibliotecas para que no se pensaran solo como depósitos de libros, sino que fueran parques biblioteca, donde hubiera esa conjugación de templo y circo, es decir, el silencio para los investigadores y el circo para disfrutar. Un lugar con espacio para todas y todos”, cuenta el escritor.

Con anaqueles digitales 

En el año de la pandemia, 2020, se reunió un grupo de personas interdisciplinarias para pensar en una biblioteca digital y mirar cómo trasladar la mayor cantidad de los contenidos físicos al espacio virtual. Esto se hizo, según Shirley Zuluaga, primero porque La Piloto es una biblioteca pertinente a los movimientos y cambios sociales y, segundo y no menos importante, porque no ha dejado de tener desde sus inicios el compromiso de llegar adonde sea necesario. “La alfabetización digital, sin embargo, tiene otras exigencias distintas a las del siglo pasado. Aun con eso, fue maravilloso: por ejemplo el taller de Jaime Jaramillo Escobar X504. Como él era un hombre que no era cercano a la tecnología, lo que hicimos fue grabar su taller en audio. Y una mujer que lo escuchaba nos dijo que lo agradecía porque se sentía escuchando una voz de calma en medio de una guerra”.

—La Biblioteca Pública Piloto siempre ha estado resolviendo urgencias culturales y espirituales de la ciudad—: Juan Diego Mejía

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