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La generación del Paro Nacional: ¿el ocaso del miedo?

Ninguna otra movilización, en la historia reciente de Colombia, había logrado lo que este Paro Nacional: convocar tanta gente en todo el territorio durante tanto tiempo. Mucho de eso parece tener que ver con la desaparición del miedo en una generación más joven. ¿Tenemos menos miedo? ¿Por qué ahora y por qué esta generación?

por

Tania Tapia Jáuregui


20.06.2021


En el centro de la plazoleta del que dejó de ser el Portal de Las Américas para convertirse en el Portal de la Resistencia están Johan y John. Johan tiene 16 años y John 15. Cada uno sostiene un panel de madera que en la noche, cuando empiezan los enfrentamientos con el Esmad, les servirá de escudo. Por ahora es un soporte sobre el que recargan sus cuerpos delgados.

—¿Y ustedes se meten en la primera línea?

—Sí, señora— dicen al tiempo.

—¿Y cómo les ha ido?
—Bien, el 28 sí me fue mal. Me cogieron— dice John riéndose. —Me quedé solo y me cogió el Esmad. Pero me soltaron porque llegaron los de rojo, los de Bogotá Humana, no sé cómo se llaman.

—¿Y no te dio miedo?

—No, no me dio miedo, solo que me dolía cuando me estaban dando duro.
—Y ahorita que hay tanta gente a la que están matando, ¿no les da un poco de miedo?

—No, señora. La verdad no—, dice John.

—Es como lo mismo, desde siempre—, responde Johan.

—Antes, matan más gente, uno apoya más.

—Más se mete ahí, más adrenalina.

Estos 52 días de Paro Nacional han visto una movilización que, tal vez como ninguna otra en la historia reciente de Colombia, había logrado convocar tanta gente en todo el territorio durante tanto tiempo. Lo que empezó como una protesta contra la Reforma Tributaria, hoy es una gran suma de reclamos pendientes hace años.

También han sido 52 días de represión, de miles de detenidos, heridos y al menos 48 asesinados en enfrentamientos con la Policía. 

A pesar de eso, la gente, sobre todo joven, ha seguido saliendo incluso en los lugares que suman más muertos y heridos. Johan y Jhon son dos de los que lo han hecho en el sur de Bogotá, en lo que ya bien se conoce como la “primera línea”: una figura que en esencia, en medio de todas las maneras en que se ha descrito, es un puñado de jóvenes que se enfrenta a un cuerpo organizado y armado. 

Varios dicen que sí sienten miedo, pero todos aseguran que hoy hay cosas más grandes que el miedo: el desempleo, el hambre y la muerte que llegaron con la cuarentena, por ejemplo. Pero también es el ocaso de otro miedo, uno que han venido cargando generaciones antes y que el gobierno se esfuerza por mantener: que la protesta está asociada a la criminalidad. Que protestar es ser guerrillero o vándalo.

Hoy, el fin de las Farc como guerrilla, le ponen otro escenario a ese miedo heredado. También lo hacen las redes sociales, que han permitido que lo que se cuenta de la marcha, y lo que se cuenta como verdad, esté también en las manos de quien tiene un celular y una cámara.

El miedo se transforma.

Lo nuevo, lo de siempre

“Antes de hablar de novedades, hay que subrayar las continuidades”, dice Matthieu de Castelbajac, profesor de Sociología en la Universidad de los Andes. Este Paro Nacional no salió de la nada, asegura: “El repertorio de acción colectiva de la protesta en Colombia (marchas, bloqueos, batucadas, ollas comunitarias, etc.) se ha construido paulatinamente, más o menos desde la época de la República Liberal, a lo largo de múltiples luchas (política, sindical, estudiantil, etc.)”. 

Tampoco cree que en estas manifestaciones haya una generación con menos miedo: su presencia, dice, responde a sus condiciones. “Los jóvenes suelen ser los más activos en las luchas sociales, en Colombia como en el resto del mundo, simplemente porque son “biográficamente disponibles”, como decimos los sociólogos: no tienen las responsabilidades familiares y laborales que limitan la disponibilidad de sus mayores”. Así es ahora, y así ha sido antes: tienen menos qué perder. 

Cuando nosotros nos manifestábamos, salíamos a la calle con miedo, porque los pocos que lo hacíamos éramos considerados parte de la estrategia contrainsurgente de la guerrilla. Y la verdad es que estos muchachos, a los que he entrevistado, no tienen miedo

La periodista María Jimena Duzán lo ve distinto. Dice que después de ir a todos los puntos de resistencia en Cali y entrevistar a varias de las víctimas y sus familias, lo que ha visto, al menos en los centros urbanos, es la desaparición del miedo. 

“Cuando nosotros nos manifestábamos, salíamos a la calle con miedo, porque los pocos que lo hacíamos éramos considerados parte de la estrategia contrainsurgente de la guerrilla. Y la verdad es que estos muchachos, a los que he entrevistado, no tienen miedo. En Bogotá se ponen las capuchas, pero en Cali no. En Cali no hay capucha. Yo fui a todos los puntos de resistencia, todos jóvenes y ninguno con capucha. Eso me sorprendió muchísimo. No los veo con miedo”.

Duzán, de 60 años, es parte de una generación que en su juventud no fue cobijada por el principio de la protesta como un derecho. Eso llegó con la Constitución del 91, un logro de su generación en el que ella no pudo estar presente porque le tocó huir del peligro de muerte que ya había cobrado la vida de su hermana, la periodista Silvia Duzán. Entonces, el fantasma de las guerrillas no solo se usaba para estigmatizar la protesta, también era una opción para quienes se manifestaban: la lucha armada siempre era una opción.

“Cuando entré a la universidad, el M-19 era una alternativa, y estoy hablando de la Universidad de los Andes. Esta gente no. Yo les he preguntado a muchos de ellos y no consideran la lucha armada como una posibilidad. Es impresionante, creen realmente en la protesta social”, asegura la periodista.

Con el fin de la guerrilla de las Farc, el discurso de una represión necesaria hacia unas protestas infiltradas resulta cada vez menos sostenible. Pero eso, evidentemente, no ha evitado que el discurso se siga usando: que las marchas están infiltradas, que obedecen a planes del ELN, que los que están en las primeras líneas son vándalos. 

Esta generación está conjurando un poco el miedo de la generación de padres y abuelos fundamentalmente porque ha ayudado bastante la no existencia de la insurgencia como justificación de la represión

“Les funcionó en los setenta, ochenta, y en los noventa para aplacar la movilización, pero ahora no funciona porque las Farc no tienen el mismo peso político”, asegura el psicólogo e historiador Juan Pablo Aranguren. “El ELN es un movimiento fragmentario, que está haciendo sus luchas en otros lugares, y aún cuando puede infiltrar las marchas no tiene la capacidad de movilización que sí mostraron los jóvenes. Esta generación está conjurando un poco el miedo de la generación de padres y abuelos fundamentalmente porque ha ayudado bastante la no existencia de la insurgencia como justificación de la represión”, dice. 

La realidad cambió y nos cambió los miedos pero no la lectura del Gobierno sobre ella.

“Si no podemos desbaratar los monstruos y las huellas que nos dejó la guerra, si las cicatrices no sanan, pues vamos a seguir reproduciendo las narrativas de la guerra sobre fenómenos que ya son distintos”, dice la periodista María Jimena Duzán.

La fuerza de una herencia

Ángely Vivas, de 25 años, es una de las jóvenes que se ha unido a las movilizaciones del Paro Nacional en Cali. Vive en el barrio Julio Rincón, vecino de los barrios 12 de octubre y Calipso, una zona que ha visto varios de los despliegues de violencia más brutales desde que inició el paro, como mostramos en este video. También es una de las más de 1.300 personas heridas en las protestas: el 30 de abril, mientras veía cómo se acercaba una tanqueta del Esmad a la movilización, recibió un disparo que la dejó tumbada en el suelo. Ángely no estaba participando de la movilización, estaba parada en el andén frente a su casa cuando la alcanzó la bala. No pasaban de las 9 de la mañana. 

“La bala pasó por mi pierna derecha, salió y se alojó en la pierna izquierda. En eso me caigo sin saber que era una bala. Tuvieron que ayudarme a entrar a la casa porque no pude volver a pararme. Pensábamos que era un golpe, cuando empezaron a limpiarme la herida nos dimos cuenta de que era una bala”. 

Cuando la ayudaron a salir de su casa, para llevarla a un centro de salud, la gente del barrio se dio cuenta de lo que había pasado y la rabia y la indignación se volvieron colectivas. Los vecinos salieron de sus casas a reclamarle a los armados de la fuerza especial GOES, una fuerza antiterrorista que en este paro patrulla callecitas delgadas como las del barrio en el que vive Ángely. 

Ese barrio, justamente, fue fundado hace años por la abuela de Ángely, Regis Valois, una de las mujeres que junto a Doña Myriam y Doña Judith defendieron lo que el Estado calificaba como una invasión pero que ellas reconocían como su casa. “Así fue que el barrio empezó a unirse y empezó a meter servicios públicos, servicios primarios y poco a poco fueron ganando las escrituras”, cuenta la estudiante de trabajo social.

Para ella, ese legado de resistencia de su abuela no ha pasado en vano para lo que su familia es hoy y para la visión que tienen del Paro Nacional. Mientras Ángely sigue en su casa, inmovilizada por el disparo que recibió, sus hermanos siguen estando presentes en las movilizaciones en Cali, a pesar del miedo.

“Mirá que siento que lo que hizo mi abuela fue más combativo de lo que he hecho yo. Mi abuela es una persona que se vino de Bahía Solano (Chocó) buscando oportunidades, que apenas pudo llegar a quinto de primaria, que le ha tocado trabajar muy duro y que prácticamente crió a mi mamá sola”, cuenta. Sin contar que fundó un barrio.

La historia de Ángely Vivas y de su familia es una muestra de lo que el profesor Juan Pablo Aranguren reconoce como un encuentro intergeneracional que ha hecho posible la movilización. Uno que no es un puro ejercicio de recibir de los padres un asunto no resuelto y de encontrar un “punto de escape o expresión” sino también un legado de lucha y de movilización que ha nutrido lo que hoy se ve en las calles.

“Pese a todas las condiciones de represión, Colombia es un país que se ha movilizado bastante y que tiene una historia larga y significativa de movilización social de diferente tipo y a nivel regional. La movilización social ha estado en la historia de muchas familias y eso hace eco en este grupo poblacional de jóvenes que ven la movilización como parte del proceso”, afirma Aranguren.

“Hablamos de que a ellos les pasaban estas cosas, pero nunca hicieron nada. También de la sorpresa de ver cómo los jóvenes de ahora, aún teniendo conciencia de que los están matando y violentando, no dan marcha atrás».

En la casa que comparten Ángely, sus hermanos, su mamá y su abuela, es común hablar del Paro Nacional y de lo que significa. “Hablamos de que a ellos les pasaban estas cosas, pero nunca hicieron nada”, dice sobre los reclamos que ha elevado el paro. “También de la sorpresa de ver cómo los jóvenes de ahora, aún teniendo conciencia de que los están matando y violentando, no dan marcha atrás. Nosotros comentamos que es difícil no hacerlo cuando la gente está pasando tanta hambre, en especial con la pandemia”

Es difícil no hablar sobre el Paro, y no sentirlo como un tema transversal cuando los impactos de la represión se han sentido tan cerca: Ángely cuenta que en su barrio ella no ha sido la única víctima. Ha visto muertos, ha visto a la gente con la que creció llorar a la pérdida de sus familiares. Todo el barrio ha visto y sentido el dolor que queda después de la represión.

El catalizador: la pandemia

A pesar de todo lo que ha ganado y perdido el Paro, las movilizaciones siguen. La razón, para José Antequera Guzmán, director del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación en Bogotá e hijo de José Antequera, miembro de la Unión Patriótica asesinado en 1989 es fundamentalmente uno: “Cómo las violaciones a derechos humanos y el tratamiento militar terminan por generar una retroalimentación de unas demandas generacionales cuyo primer punto es el abuso de la brutalidad policial y del tratamiento militar al conflicto social”.

Para Aranguren, además, tienen mucho que ver las condiciones de confinamiento asociadas al COVID-19. “Porque el confinamiento produjo un hartazgo de estar encerrado, que era esperable en todos los jóvenes en todos los países. Pero ese hartazgo, que se emparenta en Colombia con las movilizaciones del 2019, se empieza a nutrir ahora con los jóvenes desempleados, confinados, jóvenes que perdieron lo poco que podían conseguir con pequeñas chambitas diarias”, dice. 

La pandemia no sólo trajo precariedades laborales, alimentarias y sanitarias, también introdujo nuevos miedos en el paisaje: miedo a estar afuera, miedo al otro, miedo al contacto, miedo a la muerte. Un miedo total que se instaló en la cuarentena y que ahora en las manifestaciones del Paro Nacional, asegura José Antequera, se empieza a tramitar.

“Esto es también una expresión frente a ese miedo. No es necesariamente protestar contra el miedo, sino una expresión humana en la cual mucha gente está descubriendo que puede encontrar en sus vecinos comida al aire libre. Que ya no tiene que aguantarse el argumento del miedo de no poder ver a nadie, de no poder tocar a nadie. Ahora resulta que la solidaridad es lo que descubres cuando te cierran todas las vías para el contacto social, para la vida. El paro es una expresión también de formas en que la gente está descubriendo que puede vivir a pesar del miedo que sigue existiendo en torno al contagio. Eso es muy valioso”.

Frente al hambre y la prohibición del encuentro con el otro, el Paro Nacional sigue respondiendo con ollas comunitarias.

Las redes sociales: contar la historia en los propios términos

Las nuevas tecnologías de la información han ayudado a cerrar la brecha entre la realidad que se vivía en las manifestaciones y lo que se contaba de ellas. Los celulares, las cámaras y las redes sociales le han arrebatado al oficialismo el monopolio sobre el relato. Ahora también se cuenta desde la calle, en vivo, y se vuelve evidencia que se recoge en cada instante. Y entonces, dice el psicólogo Aranguren, cambia el estilo de la movilización, se transforma el miedo.

Ese cambio ha permitido, para Aranguren, “el paso de la esquizofrenia social a la movilización colectiva”: antes de las redes sociales le resultaba más sencillo al Gobierno contar su propia versión de la realidad. Los jóvenes detenidos y desaparecidos terminaban siendo los guerrilleros infiltrados dados de baja. La “mentira institucionalizada”.

“Eso generaba un sentimiento de esquizofrenia social porque la realidad que los jóvenes vivían no coincidía con lo que veían en los medios de comunicación. No coincidía tampoco la versión de la mamá que decía que a su hijo lo había matado la policía y luego le decían que fue dado de baja en combate como guerrillero, como pasó en el caso de los falsos positivos”.

“En este momento el sistema está fallando, es insostenible”, agrega la periodista María Jimena Duzán. “La única manera como pueden sostenerlo es a través de la represión y de un recrudecimiento de las formas de fuerza —llámese como se llame porque en Colombia hemos tenido dictadura pero nunca la hemos podido llamar con ese nombre porque seguimos siendo una democracia—. Pero la represión hoy es muy distinta de cuando nos tocó a nosotros, porque no había redes sociales, no había prensa extranjera. Ahora con un tuit, con un celular, mueves el mundo. Les queda muy difícil sostenerlo”.

El fondo y el futuro

No es fácil buscar la esencia de este paro, el común denominador que se mueve en su núcleo, cuando los reclamos en la calle son tan variados. Pero en el fondo lo que parece ser común es la inconformidad con la representatividad política, con un sistema democrático fallido.

“Todas estas consignas reflejan un síntoma, particularmente de los jóvenes, de algo que no logra ser claramente expresado o tramitado en el ámbito de la política representativa”, afirma Juan Pablo Aranguren. “Si en las movilizaciones están todas esas causas significa justamente que la política o la democracia representativa no está sabiendo atender las demandas sociales, sino que está haciéndose de oídos sordos al país”.

Y ese síntoma, si no se atiende ni escucha, dice Aranguren, cae en la compulsión de repetirse. Y entonces el país sigue en el vaivén que ya es costumbre: la protesta, el estallido, la esperanza; luego las ausencias, la aminoración, el pesimismo. Primero la unión y luego la violencia. Primero la resistencia y la fuerza mancomunada, luego la represión, la dispersión y, si se quiere, la atomización. Y así por los siglos de los siglos.

Salir del ciclo, para José Antequera, tiene que ver con la capacidad de transformar la movilización en procesos más pequeños, barriales y locales, que sean capaces de sostener en el tiempo los esfuerzos que nacen en las manifestaciones pero que son imposibles de sostener en una protesta perpetua.

“Es clave que haya una decisión de fraternidad para que lo que hasta hace un tiempo era imposible de unir, porque todos los sectores sociales tienen reivindicaciones propias, puedan fraternalmente dialogar entre ellas y hermanarse. Así se pueden construir cosas”.

Es cierto que este Paro Nacional ha sido único en su fuerza, en su potencia y tal vez incluso en sus logros. Es cierto también que ha encendido una chispa que tal vez se esperaba desde hace años en el país y que ha arrojado luz sobre violencias y demandas que le han facilitado las condiciones propias del tiempo en el que nació y de los cuerpos que lo acompasaron. Y mucho de eso parece estar ligado con una pérdida del miedo, un miedo que se sostenía sobre un discurso cada vez más insostenible. El estallido, y el ocaso del miedo, sacude y ese sacudón sirve para mirar el sistema con nuevos ojos. Pero ahí no acaba la tarea, luego sigue imaginar otro orden y cultivarlo.

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