En 1999 Mike Godwin, autor de Cyber Rights: Defending Free speech in the Digital Age, aventuró una teoría sobre la participación de los usuarios en los foros de internet. Su ley, llamada la Ley de Godwin de las analogías nazis, afirma que en la medida en que una conversación avanza en internet, aumenta la posibilidad de que alguno de los participantes utilice una comparación hitleriana como argumento. Si uno se ha puesto en la tormentosa dolorosa tortuosa interesante tarea de leer los foros de comentarios de cualquier rincón de la red, seguro recordará alguna discusión que llegó a ese momento en el que, luego de un debate acalorado, alguien remata con el ya conocido «eso mismo pensaba Hitler». Alguien habla de la prohibición del cigarrillo en lugares públicos, y 30 comentarios después: «eso es lo que hicieron los nazis». Si un video de Youtube propone un debate sobre la delgadez de las modelos en la pasarela de Cibeles, en algún momento aparecerá alguien que dice que pensar que hay un tipo de mujer ideal está mal, porque eso es lo que hizo Hitler. Godwin asegura que esto tiene el peligroso efecto de trivializar el holocausto, pero además marca el ritmo de las discusiones de los usuarios en internet, que a falta de mejores argumentos, recurren al más fácil de todos.
O no. Hoy es común leer entrevistas en que los periodistas dicen con gran seguridad que jamás leen los comentarios que hacen los lectores de sus artículos. Y tienen algo de razón: una gran cantidad de esas ciber-intervenciones son insultos, amenazas y, si le creemos a Godwin, referencias a Hitler. Pero rechazar de tajo todos los comentarios de los usuarios puede ser peligroso, y puede estar en contravía de una de las tendencias más claras del Periodismo 2.0: el Crowdsourcing.
Los teóricos más benévolos afirman que el periodismo debe prestar más atención al público. Dicen que en esa masa de comentaristas se encuentran, por ejemplo, los temas que se deben cubrir. En efecto, una revisión de los Trend Topics de Tiwtter es una buena manera de nutrir un consejo de redacción. De hecho, no revisarlos puede ser peligroso.
Los que defienden el Crowdsourcing insisten que dentro de los gritos de los comentaristas se encuentra una fuente de información en bruto: fotos, testimonios de primera mano, video y audios. Dicen que el trabajo de los nuevos periodistas es captar esa información y filtrarla. Curaduría, le llaman algunos. Como si los periodistas fueran artistas.
El problema es que eso es todo lo que se le reconoce al publico: producen información en bruto y temas de moda. Punto. Eso y puteadas y analogías nazis. Pero esto parece injusto y, además, irreal. El profesor español Millán Berzosa cita un texto de Ryzard Kapuscinski en el que el autor polaco decía que los periodistas tenían la responsabilidad de cuidar lo que decían porque su público era vulnerable, listo para caer en cualquier engaño. Falta le hizo a Kapuscinski pasarse por los foros de un portal como La Silla Vacía, donde los debates de la zona de usuarios han hecho que los editores de la revista tengan que corregir sus artículos.
El hecho es que los lectores de internet ya no son una masa muda que cree de manera ciega en los periodistas. Hoy el Cuarto Poder es también fiscalizado. Y no sólo eso, el activismo de los cibernautas ha logrado algo que en tiempos de la prensa habría sido impensable, y es que los medios han perdido el monopolio de las noticias. Hoy, como lo deja claro la maravillosa declaración de intenciones de The Guardian, el público dinamiza las noticias. El público hoy hace parte de la editorialización de un evento, del debate de las ideas, de las confirmaciones.
Los medios nacionales poco entienden del Crowdsourcing. Las cuentas de Facebook y Twitter de los periódicos no son más que plataformas de autopromoción. Y esto es claro si se ve los HashTags que utilizan. Lo que sucede cuando una noticia empieza a rodar por las redes no es una extensión de un producto de un periódico, sino la democratización de ese evento, puesto a la deriva de las opiniones del ciberespacio.
Pensar en el público como una masa torpe y débil parece tonto. Y más aun lo es pensar a los periodistas como un grupo selecto y superior que debe gobernar la información. Una especie superior por encima de otra que debe ser controlada. En últimas, eso fue lo que hizo Hitler.