El Diablo que retó la homofobia en Riosucio

Cada dos años el Carnaval de Riosucio le rinde culto al Diablo. Este año, sin embargo, el diablo no gustó. Para muchos, el demonio se parecía a un travesti. Según su creador, el diablo puede ser cualquier cosa, incluso lo que alguien tiene adentro o evita.

“No vamos a llorar al Diablo —repetían indignados—; hay que llamar a los travestis del pueblo para que lo lloren”. Era ese el rumor popular que en tono burlón se oía después de la quema de su majestad. Corría el último día del Carnaval de Riosucio, municipio en Caldas, al pie del Cerro Ingrumá en zona del Eje Cafetero colombiano. Terminaban el ritual con el que le rinden culto al Diablo cada dos años, quien se lleva consigo la maldad del pueblo. Cada vez, un artista es comisionado por la Junta Directiva para crear la figura tan sacra como profana, purgante y fogosa, que habrá de pasearse por las angostas calles de la legendaria aldea.

El diablo apareció este año acicalado con escarcha roja y dorada en su cuerpo, con grandes pestañas del mismo color oro, orejas en forma de ala desplumada, ojos verde sábila y una sonrisa parecida a un tajo de fruta de pan. Superaba los dos metros y medio de altura, llevaba sujeto al cuello un amuleto que brillaba en su torso desnudo, con un tono también rubio, y que emulaba el primer diablo hecho por los indígenas de ésa, una de las regiones con más oro en el mundo. El Diablo, que costó 46 millones de pesos, desfiló por las pirotécnicas calles, sentado sobre una culebra para representar así el dominio sobre el mal y con una hoguera en la cima de su cabeza. Pero pasó algo en esta última edición del Carnaval: para propios y foráneos el Diablo no fue como los anteriores. A la gente le pareció que su mefistófeles flamante estaba “muy gay”, “un poco drag queen”,“travesti”,“homosexual” y, en casos más austeros,“muy femenino”.

“El Diablo que realizó el maestro Gonzalo Díaz cumplió con todas las exigencias que establecen los Estatutos del Carnaval por la Junta Directiva —explica Mario Fernando Palacio, su vicepresidente—. Se quería tratar de cambiar un poquito la intención o, mejor, la cara que le habían puesto en últimas ediciones porque había sido un diablo más católico, más demoníaco, más perverso, más maligno y ese no es el nuestro”. La obra siempre permanece en secreto y únicamente el Presidente de la Junta y el Alcalde o la Alcaldesa, tienen acceso a ella. Por tradición, nadie lo conocerá antes y, por lo mismo, todos habrán de juzgarlo después.

Ellos veneran a La Diabla, con grandes senos al aire: lujuriosa y lasciva. Tenía los atributos de una moral menos límpida

No estuvieron complacidos, pero no es la primera vez que pasa. Ya había salido el Diablo tocando flauta y fue rechazado porque, como explica la Alcaldesa Luz Mery Trejos Ramírez, se veía “muy amanerado”. Tampoco cuando salió sobre un toro, porque el animal era más grande que el jinete. En otra edición se exhibió agachado y tampoco los satisfizo; esa no era la posición que se esperaba del Mismísimo. De hecho recuerda el investigador Paolo Vignolo, profesor asociado del Departamento de Historia e investigador del Centro de Estudios Sociales de la Universidad Nacional —director del documental ‘Una cita con el Diablo’*—, aquella vez en que el clamor folclórico repetía: “Nos metieron gato por diablo”.  

El riosuceño no va a quedar nunca conforme, como también asegura Trejos. Por eso buscaron para esta ocasión, como advierte, algo jocoso y que no produjera temor: “Algunos dijeron que había salido monstruoso, porque les había parecido un poco femenino. La figura del diablo debe evolucionar como ha venido haciéndolo. Hemos visto diablos que no han dado la medida del pueblo, a pesar de que sea muy relativo decirlo porque, repito, al pueblo es muy difícil tenerlo contento”, justifica ella.

El dueño del hospedaje Las Margaritas, Oswaldo Aguirre Agudelo, un hombre cristiano y quien le hace el ágape cada dos años a La Barra ‘Los Treinta’—una cuadrilla que se fundó hace 40 años y de las más organizadas del pueblo—, reconoce que se murmuraba a voces sobre el diablo que “no gustaba por las facciones que tenía”. Y es que parecía homosexual, como repite, porque era lleno de escarcha.

‘Los Treinta’ es el nombre de una organización que empezó con el mismo número de personas que estuvieron dispuestas a hacer la antítesis del Carnaval. Ellos veneran es a La Diabla y el artista y uno de los fundadores, Beto Guerrero, es el encargado de hacerla de manera artesanal con materiales reciclados y con bajo presupuesto. Se alzó con grandes senos al aire: lujuriosa y lasciva. Tenía los atributos de una moral menos límpida. La estacionaron en la Plaza de La Candelaria, cerca a la iglesia, y en las últimas ediciones también la queman, como al Diablo en el último día, quizá buscando que ambos se quemen juntos.

“La Diabla la hemos hecho hace 28 años y esta vez la gente estuvo muy receptiva con Ella porque era más grande que el Diablo. Para elaborarla, colectivamente, nos tomamos un mes, justo antes del Carnaval y pasamos un día de chorro, amistad y música. Es una antesala. Pero, eso sí, el máximo artista que ha dado Riosucio es Gonzalo Díaz, sin duda, y de pronto tuvo un traspié haciendo el Diablo esta vez, no lo sé. Simplemente me dedico a observar y a escuchar. De todas maneras es una obra de arte, pero pecó en el tamaño y en los rasgos, que sí fueron femeninos y, por eso, la gente tuvo el capricho”, como confiesa el mismo Beto.

Para el Vicepresidente de la Junta hay mucha gente que no conoce los Estatutos y prefieren otro diablo. Sin ser unos feos o mal hechos, como argumenta, algunos no cumplen con el significado y por eso se determinó volver un poco a la tradición: “Un diablo sonriente, bonachón, que no representara maldad o agresividad, que no tuviera dientes ni colmillos grandes y que incluyera a toda la comunidad que integra el Carnaval”. Entonces, ¿a quiénes se excluyen de la verbena?

Gonzalo Díaz no es por primera vez el responsable de hacer el Diablo. La Junta Directiva hizo una convocatoria libre para que artistas presentaran sus proyectos y, en este caso, se solicitó que cada proponente hiciera un proyecto con presentación y, entre siete u ocho artistas, cifra que el Vicepresidente considera alta, hubo una idea que cumplía con los cánones estéticos establecidos en los Estatutos del Carnaval: la del maestro Díaz, un riosuceño que vive en Bogotá y que tardó cerca de seis meses construyendo el Diablo junto a sus cuatro nietos y sus dos hijos.

Parte de Riosucio es también capaz de ver en el diablo un amigo, no lo contrario

El artista considera que es muy difícil interpretar el Diablo del Carnaval de Riosucio porque es un sentimiento y ese sentimiento es tan difícil de representar como el amor. Cree que se ha vuelto una tendencia y una imitación a lo satánico y no, este Diablo no es eso: “Lo han tratado de volver una gárgola, lo han vuelto como el Iron Man criollo y no, no es el diablo católico ni es el diablo americano. Bajar uno de Internet es la cosa más fácil, y así uno construye un diablo bebiendo sangre de una calavera, con dos mujeres arrodilladas a cada costado, dándole fuete con una culebra, pero no es lo nuestro”, como argumenta.

Jonathan Jaramillo, un hombre de 36 años, operador de turismo y oriundo de Riosucio, asegura que todos quieren ver al diablo distinto a como se aparece siempre y cree, sin embargo, que la mejor explicación respecto al de este año la dio alguien del mismo pueblo: “Eres tan diablo que siempre sales como se te da la gana”. Para él, contrario a lo que decían prejuiciosamente del amansado Lucifer, que no gustó ‘porque les parecía travesti’, de todas formas “sigue siendo el símbolo de la fiesta, porque, llegue como llegue, eso lo hace más diablo”.

Díaz reivindica que el Diablo tiene una característica real y es que no se parece ni a sí mismo. Es sentado, sí, porque los primeros indígenas lo hicieron de ese modo, con su tridente, sus alas y su expresión casi felina. Pero puede ser cualquier cosa, como dice. “Es la interpretación que cada quien le da según como juzga a otros. Estamos en un mundo polarizado, de exclusión, donde se critica a la persona por lo que no es y por lo que no siente. Si el Diablo de este Carnaval fue juzgado como travesti, sí, está bien: uno ve lo que quiere ver y ve también las cosas según sea lo que tiene adentro. Dejan la homofobia o el deseo al descubierto. Parte de Riosucio es también capaz de ver en el diablo un amigo y no lo contrario”.

Este no fue el diablo limosnero que no llevaba ningún mensaje, salvo la mano estirada. En uno de los pueblos más conservadores del país, este fue un demonio disfrazado de lujos y de detalles para su creador, “sí, aparentando lo que no es, porque nosotros somos así, aparentando lo que no tenemos”. Las pestañas, las cejas y la escarcha centelleando, eran para que, como el sol, el Diablo compartiera ese calor a los demás. ¡Vaya si lo hizo! Que no fuera opaco ni terrorífico, que tuviera personalidad por dentro. Hacer el Diablo fue como ponerle forma a la fe”.

*Autor del artículo Via Crucis and the Passion of a Diabla. Public Space, Historical Memory and Cultural Rights in the Carnival of Riosucio (Colombia) del volumen colectivo Festive Devils of the Americas.

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