Sentires y disputas del viche, el testigo sabroso de la historia afrocolombiana

La producción del viche está entrelazada con la historia de los pueblos negros y afrodescendientes en Colombia. Se usa como licor, como medicina, como puente para estrechar los vínculos humanos y ha encontrado un lugar en el discurso y el reconocimiento público desde el que también se habla de estigmatización.

por

Tatiana Bonilla Segura


29.09.2022

Ilustración: Nefazta
Imagen de mujer fabricando viche

Cuando nos bajaron de los barcos negreros en que nos trajeron secuestradxs desde el África lejana, no pasó mucho tiempo para que nos rebeláramos ante el amo blanco y conquistáramos el mar y la tierra. ¿Puede una bebida dar cuenta de la historia de nuestro pueblo? Es posible que en el Pacífico colombiano las comunidades ribereñas y costeras hayan descubierto el elixir de la vida y lo llaman viche. Ya hay una ley que busca regular su producción, pero se queda corta para contener su carácter de bebida ancestral.

La búsqueda por el elixir de la vida ha atravesado varias culturas y geografías, desde China hasta  Europa, pasando por Arabia, la India y Egipto, y en cada caso llevó a resultados diferentes. La búsqueda de la pócima mágica que cura todas las enfermedades y da juventud y vida eterna también se dio en Colombia, en el Pacífico. Si bien el viche no promete inmortalidad, quienes lo consumen dicen que sirve para el asma, la fertilidad, la virilidad, para calentar el cuerpo, mejorar la actividad cerebral, tratar el colesterol y las mordeduras de serpientes, aliviar los dolores menstruales, conectar con lxs ancestrxs e incluso atraer el amor o evitar que se vaya.

El primer trago de viche puro que se prueba entra al cuerpo quemando la garganta y va dejando una sensación umami de la que unx queda “cogidx”. Si se tiene la fortuna de probarlo en el Pacífico colombiano, la bebida puede llegar acompañada del sonido de una marimba y del embriagador encanto de personas que han aprendido a gozar sin tabú. El segundo y el tercer trago entran distinto porque el cuerpo ya ha agarrado una calentura que hace la vida más amable.

Esta bebida —que es usada como medicina, como puente para estrechar vínculos humanos y como licor— tiene cierta cadencia y una manera de llegar al cuerpo que lo hacen distinto a otros licores destilados como el aguardiente, el ñeque del Caribe o la tapetusa de Antioquia. También es único por ser la base de otros licores derivados, cada uno con narrativas y ritualidades propias:

La tomaseca, por ejemplo, es una preparación especial para las mujeres que “calienta” el vientre, alivia dolores menstruales y mejora la fertilidad.

El arrechón suele tener una textura más densa y lechosa. Algunxs productores coinciden en afirmar que incluye clavos, canela, miel de abejas, borojó, leche condensada y hierbas para incentivar el deseo sexual.

El pipilongo es hecho con plantas especiales y sirve para tratar problemas de próstata en los hombres.

El tumbacatre es una mezcla de viche, chontaduro, borojó y otros elementos “secretos” que funcionan como potenciadores sexuales.

En años recientes, el viche ha alcanzado el interés de un público más amplio por fuera de los contextos del Pacífico colombiano dónde se ha fabricado y consumido. Esa popularidad se debe en parte a que es el licor insignia del Festival de Música del Pacífico, Petronio Álvarez, organizado anualmente en Cali. Y a medida que más ojos se voltean a fijarse en el viche, la historia de esta bebida —entrelazada con la historia de los pueblos negros y afrodescendientes— empieza a encontrar un nuevo lugar en el discurso y reconocimiento público. A la par, también ha ido reclamando espacio un debate —hace rato pendiente— sobre el lugar del viche en la ley colombiana, sobre su persecución y estigmatización y la necesidad de protegerlo como patrimonio histórico y cultural.

El viche se destila con la historia afro del Pacífico Colombiano

El Pacífico colombiano lleva en su nombre su propia paradoja: ni es pacífico ni parece hacer parte del territorio nacional, porque la probabilidad de ser desplazadx siendo afrocolombianx es 84 % más alta que para la población mayoritaria mestiza, y el 14 % de los habitantes racializadxs del Pacífico colombiano suelen pasar por lo menos un día entero de sus vidas sin comer.

Las comunidades negras del pacífico, descendientes de las personas esclavizadas en la avanzada colonizadora que luego lucharon y lograron en alguna medida su libertad, han sido, además, testigxs de las disputas entre distintos actores por los territorios que habitan: si bien el Estado ha titulado tierras a los pueblos del Pacífico en virtud de la Ley 70 de 1993, la región se ha vuelto estratégica para el negocio del narcotráfico y, por tanto, lo ambicionan guerrillas, paramilitares y narcos rasos por igual. Hoy, además, los territorios del Pacífico son la frontera de expansión de los grandes monocultivos que alimentan la fiebre de los biocombustibles, como evidencia “El derecho a no ser discriminado: primer informe sobre discriminación racial y derechos de la población afrocolombianas”, texto publicado en 2008 por el Observatorio de Discriminación Racial, integrado por investigadores de la Universidad de los Andes, el Proceso de Comunidades Negras (PCN) y Dejusticia.

En cada momento de esa agitada historia, el viche ha sido testigo de la vida nuestros pueblos, de sus discriminaciones y emancipaciones. 

“El viche habla del tiempo en que las personas esclavizadas pudieron ejercer la libertad por los ríos, más allá de los asentamientos mineros. Ese proceso de poblamiento agrícola y fluvial, conocido como la colonización del plátano, fue una dinámica de transformación del territorio que logró la gente negra desde la segunda mitad del siglo XIX”, explica Carlos Andrés Meza, el antropólogo e investigador que recreó ‘La ruta del viche’.

Desde entonces, y hasta ahora, la permanencia del viche como expresión cultural da cuenta de su importancia para la vida comunitaria de los pueblos afrodescendientes en el Pacífico colombiano. No es sólo una bebida, es un elemento presente en la cotidianidad cuya fabricación es en sí misma una tradición ancestral que pervive. Por lo general, el proceso inicia con una mayora que se levanta en la madrugada, coje el machete y sale a la manigua a cortar los palos de caña que luego va metiendo en el alambique, un aparato de madera que seguramente ella misma fabricó y en el que se mezclan los líquidos y vapores que, luego de dejarse en reposo, aumentan el carácter alcohólico del viche y lo convierten en una bebida espirituosa.

Quienes nos reconocemos como hijxs de la diáspora africana, sabemos que ¡quien no tome viche se queda senta’o!, como corea el Grupo Niche, y aún hoy, cuando es un producto al que se puede acceder en más puntos de la geografía colombiana, sus raíces pacíficas y negras se siguen sintiendo con fuerza en cada trago. Así lo cree Omar Rincón, periodista y académico en temas de cultura mediática, entretenimiento y comunicación política. “El viche es distinto cuando se consume en el territorio. Como la cultura, como la comida, como el sexo. Como la vida. En Bogotá todo se consume como con condón, de manera lejana. Pero lo importante de lo cultural es lo ritual. El viche nos mete rituales, nos mete colectivo y nos mete comunidad, por eso es importante, por eso significa tanto”, dice.

Un vacío legal y un lugar propio

Sin embargo, según Carlos Andrés Meza, el viche no siempre fue popular ni siempre fue el protagonista en los festivales musicales y culturales del Pacífico colombiano. “De hecho, ha sido despreciado por décadas, en parte por la legislación respecto a los registros sanitarios que no contemplaban el componente cultural y étnico, también por el monopolio de licores que llevaba a perseguir a quienes eran defraudadores de esa renta. Fue un licor proscrito por mucho tiempo y ser identificado como vicherx era objeto de bochorno, pues se trataba de alguien presa de un vicio reprochable”, comenta. 

Al igual que la chicha y muchas otras bebidas cuyo proceso de fabricación hace parte de conocimientos ancestrales de los pueblos, la manufactura artesanal del viche fue declarada ilegal por la ley antialcohólica de 1923, según la cual quien no pagara impuestos por producir bebidas alcohólicas podía ser privado de la libertad. Así, la historia del viche es también una de persecución, incautaciones y estigmatización que refleja cómo los modos de ser y estar de los pueblos negros también se han estigmatizado por siglos, aminorando nuestra humanidad y diferencias.

Onésimo Gonzáles Biojó, maestro vichero oriundo de la vereda Soledad Curay —ensenada de Tumaco, Nariño, zona 4 Consejo comunitario «ACAPA»—, cuenta por ejemplo cómo siendo niño evitó que se llevaran preso a su padre, que producía viche. La policía había llegado a su finca familiar después de que alguien hubiera alertado sobre el supuesto robo de unas cabezas de ganado. En el camino, los oficiales encontraron un alambique, el cual es necesario para la destilación del viche, y detuvieron a su padre. Onésimo, presente en la escena, le dijo a los policías que le urgía ir al baño y se adelantó a su casa para informarle a su madre lo sucedido y esconder las botellas de viche que tenían. Cuando las autoridades llegaron a la casa, ya no había rastro de las botellas, por lo que tuvieron que liberar al padre de Onésimo que, hoy día, es un referente con su viche “Mano de Buey”.

Con el propósito de darle un lugar de reconocimiento al viche en la legislación colombiana, surgió la Ley 2158 de 2021, conocida como Ley del Viche, que busca ser un motor de reactivación económica y una estrategia para hacer frente a las prácticas que han sido ilegalizadas. La ley también busca reconocer, impulsar, promover y proteger el viche y sus derivados como bebidas ancestrales, artesanales, tradicionales y de patrimonio colectivo. La norma nació un par de años después de que un empresario intentara registrar la marca “Viche del Pacífico” ante la Superintendencia de Industria y Comercio (SIC). Su argumento para hacerlo era que había una supuesta falta de vigilancia de las autoridades competentes al permitir la comercialización de bebidas alcohólicas sin los permisos sanitarios necesarios. Argumentaba, además, que si bien la expresión “viche” es genérica, la marca Viche del Pacífico lograba identificar un origen empresarial determinado.

Audrey Mena fue la abogada que le solicitó a la Superintendencia de Industria y Comercio la revocatoria de la marca Viche del Pacífico S.A.S., reclamando la aplicación del mandato constitucional de proteger los bienes colectivos intangibles de las comunidades denominadas como étnicas, «las cuales son titulares de derechos fundamentales específicos, entre los que se encuentra la preservación de su conocimiento tradicional». Mena también logró que la Corte Constitucional emitiera la sentencia C-480 de 2019, que les permite a las comunidades negras la producción de bebidas ancestrales en sus territorios sin pagar impuestos. 

La sentencia de la Corte le puso freno a la posibilidad de que alguien externo a los pueblos negros y afrodescendientes que habitan el Pacífico colombiano, y producen el Viche desde los territorios, pudiera apropiarse de esos saberes con una marca de uso comercial. Sin embargo, ni la Ley del Viche ni la sentencia de la Corte lograron que se detuvieran las incautaciones ni la persecución al viche y a sus productores.

Por esa razón, el 13 de agosto de 2022, la ministra de Cultura Patricia Ariza anunció a los medios de comunicación un acuerdo con el general Henry Sanabria, director de la Policía Nacional, para suspender la incautación y decomiso del viche a los productores artesanales que se venía haciendo desde que la bebida empezó a circular entre la gente que no pertenece a las comunidades negras ni afrocolombianas.

A pesar del avance en la protección del viche y de las familias vicheras ante la ley, algunos sectores de la población afro siguen haciéndose preguntas sobre el papel y la eficacia de esas medidas. Onésimo Gonzáles hace énfasis en que “la ley no crea realidades por sí sola y aún no deja claros elementos fundamentales para lxs productores del viche. De hecho, hay puntos en que la ley misma estigmatiza a lxs productores al exigirles procesos y formas de hacer que no se corresponden con sus necesidades territoriales y de recursos.” 

Por su parte, Raúl Delgado, antropólogo social e investigador del Pacífico nariñense, comenta que la Ley del Viche ha hecho que los productores se centren en la reglamentación que la norma propone como único camino de desarrollo del viche. “Lo máximo que hace [la ley] es dar vía a unos trámites burocráticos que no necesariamente garantizan ni la protección del viche como patrimonio cultural, ni la promoción de este como alternativa económica para territorios excluidos”, asegura Delgado. Para la abogada Audrey Mena, la expedición de la Ley del Viche ha hecho que las comunidades negras se vean forzadas a utilizar los instrumentos “homogeneizadores” del derecho occidental como el de la propiedad intelectual.

Y aunque parece haber una inconformidad generalizada en sectores de población negra y afro con las vías que propone la ley para la protección del viche —vías que, según los expertos, no consideran las formas cómo se ha producido el viche históricamente— aún no hay un consenso claro de qué es lo que falla en la norma. Lo que se resalta es una disonancia entre las figuras “occidentales” de lo que se considera legal o no y cómo se regula, y las formas propias, culturales y tradicionales, en las que se ha inscrito el viche. Sin embargo, las ideas concretas de qué es lo que no funciona y cuál podría ser la mejor vía para poner a dialogar dos mundos que hablan lenguajes distintos aún es tema de discusión entre expertxs vicherxs y legisladorxs.

Frente a la discusión, Onésimo González insiste en que el carácter artesanal del viche es su mayor atractivo y que la tarea debería ser la de fortalecer a los artesanos que lo producen y transforman, asegurando que toda la cadena de producción se origine en el Pacífico.

Mientras tanto, ajeno a toda la discusión legislativa, el viche en el Pacífico sigue siendo parte clave de la red en la que se tejen lazos afectivos con toda la comunidad. Con leyes que lo protejan o no, compartir un trago de viche continúa siendo un motivo de celebración y un componente ritual que se eterniza en la memoria. Son los buenos momentos que propicia este elixir alquímico, extraños a las Cortes y Congresos y a sus decisiones, los que siguen curando enfermedades y espantando los malos presagios.

¡Beban mucho ron… tomen mucho viche,

tóquenme un cununo… que suene grupo niche…!

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Tatiana Bonilla Segura


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