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«Perras de reserva», ópera prima de Dahlia De La Cerda

La escritora mexicana Dahlia de la Cerda llegará a las librerías colombianas con su libro de literatura gótica Perras de reserva. En este, la autora presta su voz para narrar los testimonios de mujeres del crimen organizado, mujeres víctimas de feminicidio y mujeres transgénero que se enfrentan a la pestilencia de la misoginia en México. La autora habló en exclusiva con Cerosetenta sobre sus cuentos.


Arte: Nefazta

«Como dios no les da alas a los alacranes».

Una mujer que quiere abortar. Perejil en la vagina, lavativas vaginales de Coca-Cola con aspirina y zapote negro, té de ruda, té de orégano, té de anís estrella y picarse el útero con un gancho para la ropa. 

Una mujer salvaje, hija de un narcotraficante, que lidera una organización criminal mexicana que existe desde los 90. Me emocionaba imaginar la cabeza del vato que mató a mi amiga colgada en un puente o dentro de una hielera, o dársela de comer a los cocodrilos. 

Una mujer, hija de un diputado, que es víctima de un feminicidio, aunque todos se sienten más cómodos al decir que se suicidó. A Berenice la mató un grupo rival: la subieron a una camioneta afuera del cine, se la llevaron y su cuerpo torturado apareció en un basurero. Se dice que grabaron su asesinato y tortura y le mandaron el video a su novio, que está en prisión.

Una mujer que tiene que volverse malandra para ayudar a su familia. 

Otra que es la heredera de “la niña bruja de nieve”, una santa popular a la que le lamen los piececitos para que haga milagros y es rival de su vecina, quien puede engendrar una guerra a punta de competir con maleficios. 

Otro par de amigas darketas que salen de fiesta y que no saben, cuando se despiden, que esa será la última vez. 

Una víctima prieta que llega a Juárez a trabajar en la maquila con su tía y se despierta en el desierto de la frontera. Un monstruo, una fiera ansiosa de tragar. Y no tiene llenadera: se alimenta de trabajo, sexo, drogas y mujeres.

Así son las historias del libro Perras de reserva (2018) de Dahlia de la Cerda, una escritora gótica mexicana que pensaba hacer literatura fantástica de horror pero que, al conjugar ese oficio con su feminismo, encontró el terror en las estructuras sociales y lo decidió reflejar en su propuesta narrativa. 

Es un libro que suena al leerlo. Cada cuento sube el volumen a corridos mexicanos, pasando por el Vagón Chicano, Los Tigres del Norte y el Grupo Quinto Elemento hasta llegar a Trailera, Alicia Villareal, Ana Bárbara, Priscila y sus Balas de Plata y Selena Quintanilla. También se escucha cada región de México en los modismos con los que cada mujer cuenta su historia. 

Los trece cuentos que componen el libro contienen las voces imaginadas por Dahlia de la Cerda de mujeres reales que se vieron envueltas, en palabras de la autora, en la “violencia política mexicana”: víctimas y victimarias, patronas, sicarias, trabajadoras sexuales, mujeres trans, halconas (campaneras).  Desde el mundo de los muertos, estas mujeres reciben un aliento póstumo tras haber sido calladas.

Dahlia de la Cerda ganó en 2018 el Premio Nacional de Cuento Joven Comala y así vio la luz Perras de reserva ese mismo año, publicado por la editorial Tierra Adentro. Luego participó  con su texto “Feminismo sin cuarto propio” en el libro de ensayos Tsunami 2, una antología en la que las autoras reflexionan sobre las experiencias y limitaciones frente a sus derechos. La coordinadora de la publicación, Gabriela Jáuregui, la puso en contacto más tarde con la editorial Sexto Piso dado el éxito de su ensayo. Sexto Piso le pidió el manuscrito de Perras de reserva y publicó su reedición que pronto llegará a Colombia. 

La autora habló en exclusiva para Cerosetenta. Aquí compartimos la entrevista con apartes de su libro.

“Un jalón dentro del útero y unas ganas incontrolables de pujar me hicieron correr al baño. Pujé y una corriente de sangre y de coágulos tiñó de rojo la cerámica del escusado”.

Se ha retratado mucho el rol del hombre violento y hasta el de la mujer como víctima. Perras de reserva conserva al hombre en ese lugar, pero también enseña a la mujer como victimaria, ¿qué llamó especialmente su atención al no despojar a la mujer de la rabia y hasta de intenciones homicidas, mas cuando la literatura muestra a la mujer desde estereotipos hegemónicos (la madre, la cuidadora, la cenicienta)?

Porque estaba harta de leer sobre las mujeres como seres unidimensionales: buenas víctimas o malas malísimas. Quería darle vida a mujeres más cercanas a las mujeres de la vida real: mujeres que pueden ser al mismo tiempo víctimas y victimarias. Además las narrativas desde la trama de la dominación me parecen peligrosas porque nos restan potencial emancipador pero además porque retratar a las mujeres como víctimas perfectas, incapaces de ejercer violencia, nos coloca en situaciones de vulnerabilidad en la vida real. Estas narrativas tienen impacto en cómo se nos trata en lo cotidiano y en que se nos exija sufrir y jamás reponernos de la violencia a fin de que se nos tome como víctimas reales o dignas de tener acceso a la justicia.

“Hallé anécdotas de mujeres que habían abortado y que hablaban de hemorragias, coágulos del tamaño del mundo, 11 legrados dolorosos, choques hipovolémicos, entrañas podridas y comidas por gusanos”.

Con Perras de reserva, usted decidió prestar su voz y escritura a mujeres que ya no están —tal como lo hace ‘La Huesera’, un personaje que describe como portador de historias de los muertos—. ¿Por qué? 

Decidí prestar mi voz después de que mi familia fue atravesada por la violencia feminicida. Al buscar respuestas al dolor que estaba sintiendo me encontré con la violencia sistemática que se vive en México, tanto en su forma de feminicidio como en las masacres, desapariciones y ejecuciones por parte de las organizaciones multicrimen y los brazos armados del Estado. Fue un impulso por

visibilizar una tragedia que aunque era personal, también era política. Fue meramente escribir desde la herida.

“Una no puede ser la primera dama más amada de México siendo rubia en un país de prietos”. 

Durante décadas se ha hablado de México y Colombia como países peligrosos para ser mujer. ¿Cree que literatura de este tipo puede contribuir a mitigar esa situación, además de dejar memoria? 

Creo que la literatura puede sí contribuir a visibilizar las violencias que vivimos las mujeres y las dificultades a las que sobrevivimos. Dejar constancia de cómo éramos tratadas y cómo es que hacíamos lo que podíamos con lo que teníamos en esta época. En realidad, a la hora de escribir Perras de Reserva nunca tuve la intención de adoctrinar, pero sí de visibilizar. Y estoy francamente impactada de la cantidad de hombres que me han escrito para decirme que, luego de leerme, entendieron lo difícil que es ser mujer en un contexto como el México actual. Me parece loquísimo que haya varones que se enteran de la violencia que vive la mitad de la población por un libro y no por la realidad inmediata, pero también es una muestra clara de que la literatura sí puede ser usada como herramienta política.

“Entre plata y plomo, elegí los dos porque soy una avara”.

En un cuento escribe: “¿Dónde estábamos nosotras mientras cada tres horas una mujer era matada a golpes, descuartizada y violada?”. Usted es feminista y activista, ¿cree que podríamos hacer algo distinto de lo que estamos haciendo?

Sí, creo que podemos hacer un montón de cosas. La primera, sin duda, es pasar de la indignación colectiva y la rabia a la acción, apostar por políticas públicas que sean preventivas y no punitivas y apostar también por una sanación colectiva que involucre a quienes tienen el monopolio de la violencia machista en contra de nosotras: los hombres. No podemos apostar por un cambio sin voltear a ver las violencias que viven los hombres y que los hacen ejecutores y reproductores de otras violencias.

“La putería nunca se me dio; yo ya andaría triunfando si en vez de mochar cabezas me hubiera sentado en ellas”.

El libro pone en evidencia el deseo de justicia por mano propia ante una impunidad desproporcionada. La connivencia con la violencia machista es cada vez más visible. ¿Cuál es su reflexión frente a la venganza?

Mi activismo está más enfocado en la justicia restaurativa y la sanación colectiva, tengo una postura antipunitiva y anticarcelaria, pero al enfrentarse todos los días con la impunidad y la falta de empatía de los agresores para reparar el daño, a veces una sí cae en la tentación de la venganza. La venganza a veces es la única herramienta. Sé que no es la mejor opción si queremos construir un mundo más habitable y sé también que las víctimas no siempre tenemos la razón respecto a qué es justo y qué no, porque hablamos y deseamos desde la rabia, pero al menos en la ficción se siente bien salir del lugar de víctima y hacer justicia al margen del Estado y contra el Estado y sus mecanismos obsoletos.

“Me convertí en una ramera, en una mujer demoníaca, en la gran puta del Apocalipsis encarnada”.

Hay un interés por recuperar la tradición oral en su libro y, por eso, la decisión de escribirlo en primera persona. Cada personaje tiene una voz absolutamente idiosincrática de su contexto. ¿Qué busca poner en evidencia y por qué?

La decisión de hacerlo en primera persona obedece a un montón de motivos, unos estéticos y otros políticos. El estético es que trabajando mucho en la escritura me di cuenta de que no tengo oficio para escribir en narrador omnipresente pero que sí soy muy hábil para escribir en primera persona. Y decidí apostar por mi habilidad. Y luego está la propuesta que aunque es política también es estética. Creo que somos mejores narradoras hablando que escribiendo y es una lástima que el habla y la oralidad estén infravaloradas cuando, lingüísticamente hablando, son riquísimas. 

Por eso, mi interés era sobre todo rescatar el habla popular tanto por su riqueza estética como por una intención política de descolonizar la literatura y quitarme blanquitud, pero también desde el primer momento tuve claro que quería escribir una literatura que fuera accesible para todo el mundo, tanto para una persona que apenas sabe leer y escribir y no es lectora frecuente, como para mis colegas. 

Otra de las razones para escribir en primera persona es apostar por que las mujeres recuperemos nuestra voz y seamos nosotras mismas las que contemos nuestras historias. Y una razón de oficio literario fue que no quería que mi libro fuera panfletario, pero sin duda soy una persona con posturas políticas y si en mi libro mi narradora omnipresente hiciera juicios de valor o diera discursos políticos, creo que sí habría caído en el panfleto. Lo hacen, pero son mis personajes hablando sobre sí mismos —que es en últimas otro acto político— que, si es recibido por una lectura con naturalidad, esa primera persona logra generar empatía.

“La frontera es un monstruo, una fiera ansiosa de tragar. Y no tiene llenadera: se alimenta de trabajo, sexo, drogas y mujeres, pero eso yo no lo sabía. A mí nomás me dijeron que en Juárez había trabajo”.

Escribir sobre feminicidios tiene una carga, más para una mujer. Entiendo que leyó a escritoras que ya lo habían hecho como Selva Almada, con Chicas muertas (no-ficción), o Mariana Enriquez. ¿Qué sensaciones tuvo en el camino?

Siempre supe que estaba en el camino correcto, fue duro porque los feminicidios son un tema muy doloroso, porque el racismo y el clasismo son temas dolorosos. Pero también estuvo lleno de satisfacciones cuando releía los textos y caía en cuenta que estaba logrando no replicar las narrativas que me parecían problemáticas, revictimizantes y amarillistas. Creo que lo más difícil fue toparme con tanta gente diciéndome que escribiera de otra cosa, que no confiaban en mi habilidad,

que me hacían menos o ninguneaban mi capacidad. O peor aún, que decían que las experiencias que vivimos las mujeres no son universales ni relevantes ni material para la escritura.

“Mala suerte la mía, yo que vine buscando bailes me encontré con un desierto cabrón que se devora a las mujeres, que las hace pedazos, que las desaparece, que se las traga”.

En el caso de los transfeminicidios también hay una alta impunidad y, como escribe, “la policía está más interesada en saber la vida personal de la víctima que en dar con el sospechoso del homicidio”. Son crímenes donde la misoginia es evidente desde la autoría “intelectual” hasta el proceso judicial. ¿Cree que dejarlo por escrito contribuye a reivindicar un lugar que la sociedad quiere negar?

Yo quería dejar por escrito que las mujeres trans son mujeres y que desde niñas viven un montón de violencias que culminan muchas veces en un transfeminicidio. Y que después de muertas todavía son revictimizadas, criminalizadas y estigmatizadas. Me pareció importante sobre todo en un contexto donde incluso desde el mismo feminismo se minimizan estos crímenes por algo tan insignificante como los genitales. A las mujeres trans y a las mujeres cis nos matan por las mismas razones: misoginia y machismo. Y muchas veces, la mayoría, atravesado por el racismo y el clasismo. Pero me interesa mucho sobre todo visibilizar que aunque sean atravesadas por la violencia las mujeres trans, solo por el hecho de existir, ya son resistencia pura.

“Miré de un lado a otro y di tremendo grito al ver mi cuerpo tirado en medio de un montón de basura. Me acerqué lentamente y confirmé mis sospechas: estaba muerta. Esos pinches mayates me mataron. Tomé mi mano ensangrentada y me lloré un ratito”.

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