Memoria, la frecuencia sonora que llevamos dentro

Apichatpong Weerasethakul, director de cine tailandés, rodó por primera vez fuera de su país y lo hizo en Colombia. Con Memoria presenta una historia reposada y sensorial que invita a una actitud de silencio interior. ¿A qué suena lo que somos?


Intérprete: Catalina Calle

Memoria, película del director tailandés Apichatpong Weerasethakul, filmada en Colombia, y el libro La sombra de Orión escrito por Pablo Montoya, comparten entre sí una energía. Ambas obras indagan por una huella sónica en ese extenso y profundo paisaje de las emociones que se anida en los huesos y bajo tierra.

Montoya introduce en su ficción a un hombre que registra los sonidos de La Escombrera, el lugar de la Comuna 13 de Medellín al que arrojaron cerca de 300 cuerpos (o más) luego de la Operación Orión, perpetrada por el Ejército y los paramilitares en 2002. 

Después de ese crimen de Estado, los habitantes vieron a las aves de rapiña merodeando y hubo quienes aseguraron que entre las ruinas sobresalía una acústica de suplicio. En su novela, Montoya describe precisamente a un hombre que confiesa “no saber si es más dispendioso auscultar fosas comunes en diferentes momentos del día, o editar sonidos que tuvieran un perfil más o menos nítido para el oído humano”. 

— Este es el micrófono más sofisticado —dijo Piedrahita sumergiéndolo en la tierra—. Capta lo que hay abajo.
— ¿A cuántos metros de profundidad? —preguntó Pedro.
— De quince a veinte. Pero si solo hay tierra, y no piedras, ladrillos o trozos de basura industrial, puede ir hasta más abajo. 
— ¿Cómo son esos sonidos?— Imagina susurros resquebrajados. Gritos contenidos. Resuellos agrietados. Un pedazo de palabra entrecortada por el peso de los escombros. — ¿Sílabas quieres decir?
— Ni siquiera. Menos que sílabas. Por instantes se oye un ¡ay! Pero este se destroza a la mitad de camino. De hecho, a partir de esas astillas audibles estoy componiendo algo. Una obra hecha de fragmentos sonoros que anhelan ser lenguaje.

La Escombrera es conocida como la fosa común más grande de Latinoamérica y Montoya habla de ésta y otras diez adicionales en la misma Zona Centro Occidental de la ciudad y de todo esto, escribe sobre “una tentativa hecha de grabaciones azarosas y efímeras que conducen a un acopio fragmentario de sonidos espectrales”. 

Y aunque Weerasethakul en Memoria no habla solo de nuestro conflicto, hay en su reparto una arqueóloga que estudia restos humanos descubiertos dentro de un túnel en construcción. Su obra, que invita a una actitud de silencio interior, sólo cabe en la categoría de su creador. “Se trata de escuchar, ¿verdad?”, dice.

"Podría llegar a ser un experimento sobre el aullido concreto de nuestra guerra, pero él cree que todos hemos vivido la misma forma de sufrimiento, felicidad y esperanza".

“Tilda Swinton [la protagonista] es un medio y también lo es la película para tener a la audiencia caminando mientras escucha”, explica. “Y aún cuando esta película propone un sonido, cada persona lo puede interpretar diferente”.

Su idea es que cada espectador y espectadora experimente a su manera lo que percibe y, por eso, cree, se trata de algo más que cine sensorial. “Me gusta la idea de cine abierto”, declara. Y Memoria puede obrar con la contundencia de la gravitación de la vida para quienes conecten con el relato. 

Nominada entre las mejores producciones extranjeras en los Oscar 2022, después de recibir el Premio del jurado en Cannes, este trabajo enseña un tiempo fílmico muchísimo menos atropellado al habitual ritmo nuestro y muy cercana a la cadencia del director de cine independiente. Como en muchos de sus trabajos no solo es precisa la contemplación paciente, también el asombro y la sensibilidad auditiva. Volver a escuchar todo como si por primera vez se emitiera sonido alguno. Ser estetoscopios del universo. 

Weerasethakul decidió hacer esta película en Colombia, con la productora nacional Burning, cuando vino al Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias – FICCI en 2017 y quedó antojado, en sus palabras, al darse cuenta de una condición sonora que repentinamente estaba en su cabeza mientras conocía este país.

“Me impresionó que las personas, además, fueran tan abiertas y compartieran con tanta confianza su vida, sus historias. Pensé que en vez de basarse solo en mis recuerdos o en mi pasado en Tailandia, esta película se trataría de los recuerdos de los demás, de expandirse, y así fue como sucedió todo…”. 

En pantalla vemos a una mujer capaz de percibir la frecuencia contenida dentro de sí y de todo cuanto la rodea, mujer antena, así como alguien guiada por su silencio buscando el origen de una honda y repercutida sensación sonora, esa que todos llevamos dentro, hasta la raíz, y evitamos con tanto ruido. Guadañando el viento.

“Esa es la premisa de la película”, dice, “y siento que quiero que sea posible, porque así nos damos cuenta de que estamos más conectados de lo que creemos y que lo que hacemos ahora afectará no solo nuestras vidas o de todo cuanto hay a nuestro alrededor; también yéndonos más lejos, afectará el futuro. Se requiere empatía”.

No se siente del todo cómodo cuando la película parece cercada por nuestra frontera histórica de conflicto. Podría llegar a ser un experimento sobre el aullido concreto de nuestra guerra, pero él cree que todos hemos vivido la misma forma de sufrimiento, felicidad y esperanza. Así que siente que operó bajo esta consigna, “y espero poder representar esa entidad en el filme, como si fuese una persona, sin nacionalidad, raza, sexo, etc”. 

"Por la pandemia y por la idea del aislamiento se ha sentido ese querer acercarse a cierta energía de la tierra y de los otros".

Está seguro de no poder testificar o representar el profundo problema de violencia nuestro. “Yo no estuve aquí y no es justo, creo, para las víctimas o el territorio”, dice. El screening de Memoria en Tailandia frente a miles de personas fue estupendo. La recepción superó las expectativas del director, como cuenta, para quien fue una experiencia muy conmovedora. “Resonó y también creo que por la pandemia y por la idea del aislamiento se ha sentido ese querer acercarse a cierta energía de la tierra y de los otros”.

Por eso menciona el cine abierto. Defiende que es sólo su impresión del lugar y de algunas historias. “Es realmente muy subjetivo, es ‘salirse de la habitación’ y venir a detectar el retumbar y tratar de conectar con eso. El acto de intentar conectar lo describe todo”.

Se queda con el sonido de la cima de una montaña. “Uno que puede ser tomado de manera equivocada como si fuera el silencio, pero es este retumbar de aire en que cuando estás sobre la cima eres consciente de la conexión de los Andes. Y, por eso, al final de la película presentamos esta vista gigante del cañón de la montaña antes de la llegada de la lluvia. Ese es mi sonido favorito de Colombia”.

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