Hay un corto circuito entre el periodismo y la ciencia que produce reportajes disparatados, titulares sensacionalistas y una epidemia de desinformación. Este blog se encargará de poner esos disparates bajo el microscopio.
La tempestad causada por los cuestionamientos de Rodrigo Bernal sobre la figura de Raúl Cuero ha vuelto rápidamente a la calma. Voces a favor y en contra de ambos personajes se hicieron oír rápidamente en todos los medios, pero hoy, tan solo dos semanas después del escándalo, la controversia ya ha caído en el olvido. Y aunque es mucho lo que se ha dicho al respecto, hay elementos de la disputa que no han sido tratados aún y que evidencian otros síntomas de nuestra sociedad, de nuestros científicos y de la manera en que estos dos se relacionan.
Dado que la sociedad colombiana desconoce la ciencia que se hace en el país, pero imagina la dificultad que esta labor implica, se tiende a convertir en héroes a los pocos científicos criollos que se han esforzado por construir una imagen pública. Los colombianos hemos ungido a figuras como Raúl Cuero, Manuel Elkin Patarroyo y Rodolfo Llinás con una inteligencia desbordante que les otorga autoridad absoluta para opinar sobre cualquier materia, sea política, economía, paz, amor o ciencias por fuera de su especialidad. Independientemente de si la fama de estos personajes es mal o bien habida, es claro que su decisión de trascender los muros de sus laboratorios e instituciones para dar a conocer su trabajo les ha permitido conseguir recursos, patrocinio y movilizar apoyo e influencias: en últimas, para hacer política. Esto no tiene nada de malo. Todo lo contrario: los científicos, como cualquier otro miembro de la sociedad, deben ser hábiles políticamente si quieren dar a entender la relevancia de su trabajo, conseguir colaboradores y atraer recursos. Es más, la comunidad científica del país ya debería haber entendido la importancia que tiene el abanderamiento público y concertado de la causa científica si se quiere reivindicar el rol de Colciencias y obtener mayor apoyo estatal.
Los medios de comunicación y la sociedad en general miran con recelo cualquier avanzada política. Es parte de su función, si se quiere decir así, examinar qué tan legítima es la campaña de quienes demandan el beneplácito público y buscan encauzar recursos y apoyo hacia sus intereses. Sin embargo, nuestro imaginario colectivo sobre la ciencia es tan ajeno a la realidad, que la sociedad no la mira con suspicacia, asume la superioridad moral de los científicos y confía en que la comunidad científica se encarga de garantizar el comportamiento ético de sus miembros. No obstante, el caso de Raúl Cuero nos deja ver que los científicos no son seres inmaculados y que echar a un miembro de la comunidad científica al agua demanda mucha valentía, cosa que no va a ocurrir a menudo. Por ello, es importante resaltar que la superioridad con la que la sociedad ha investido históricamente a los científicos les ha conferido, a la vez, una mayor dosis de responsabilidad frente a sus actos.
Si los colombianos tuviéramos nuestros ojos bien puestos sobre la ciencia nacional, tal vez los medios serían mucho más rigurosos a la hora de publicar sobre ciencia, los científicos se decidirían a asumir mayor responsabilidad social y moral por los recursos públicos que reciben, y se molestarían en comunicar amplia y transparentemente el trabajo que hacen. Si ellos ganaran de esta forma un mayor espacio político, el gobierno se vería forzado a prestarles mayor atención, hacer ciencia en Colombia dejaría de ser una tarea heroica, y la sociedad ponderaría a la ciencia y a sus protagonistas en sus justas proporciones.