En una entrevista de comienzos de este año, el actual presidente de Colombia no dudó en mostrarle a la periodista la carátula del libro que estaba leyendo: Traidor a su clase (Traitor to his class), una biografía de Franklin Delano Roosevelt. “Cuando termine el gobierno van a llamarme así”, habrían sido las palabras que Juan […]
En una entrevista de comienzos de este año, el actual presidente de Colombia no dudó en mostrarle a la periodista la carátula del libro que estaba leyendo: Traidor a su clase (Traitor to his class), una biografía de Franklin Delano Roosevelt. “Cuando termine el gobierno van a llamarme así”, habrían sido las palabras que Juan Manuel Santos lanzara al viento (hay que recordar que la entrevista fue hecha en el avión presidencial, tal vez la intención de lo dicho, como tantas cosas, no era aterrizarlo).
El deseo de Santos de hacerse merecedor de la conjugación de “traidor a su clase” llamó la atención en su momento y fueron varios los columnistas que sopesaron su inspirada declaración. Por ejemplo, Martha Ruiz escribió: “tiendo a estar más de acuerdo con los comentaristas de derecha que acusan a Santos, no de traicionar a su clase sino de alejarse cada vez más del legado de Uribe (y los de su clase). Porque la clase de Uribe, por supuesto, no es la misma de Santos.” Y concluía: “Porque no es Santos quien traiciona a Uribe, sino la clase de Santos la que encuentra ahora incómodo, antiético y hasta antiestético a Uribe. Puede que al final de su gobierno Santos no sea invitado a domar potros a ninguna finca, pero tengo la convicción de que seguirá jugando golf como siempre, con sus amigos. A lo sumo eso se llama traicionar con clase.”
Y si se trata traicionar con clase, o de traicionar a una clase, hace pocos días, en la Universidad de Harvard, en la clase Principios de la economía, un grupo de 70 estudiantes, de 700 inscritos, decidió retirarse en bloque del salón durante la clase de Gregory Mankiw, un economista de gran recorrido y cuyo libro éxito en ventas, que tiene el mismo título de la clase, lo ha puesto en la treintena de economistas más citados a nivel mundial. Mankiw, fue jefe de juntas del consejo de asesores económicos del Presidente George W. Bush del 2003 al 2005, tal vez por eso mismo, el grupo de estudiantes escogió esta asignatura y a este profesor para pararse de la sesión, interrumpir su dictadura de clase, y en su retirada actuar de coro griego:
“hoy estamos abandonando su clase, con el fin de expresar nuestro descontento con el sesgo inherente a este curso. Estamos profundamente preocupados por la forma en que este sesgo afecta a los estudiantes, a la Universidad, y nuestra sociedad en general (…) Un estudio académico legítimo de la economía debe incluir una discusión crítica de las ventajas y los defectos de los diferentes modelos económicos. A medida que su clase no incluye las fuentes primarias y rara vez se cuenta con artículos de revistas académicas, tenemos muy poco acceso a aproximaciones económicas alternativas. (…) Los graduados de Harvard juegan un papel importante en las instituciones financieras y en la conformación de las políticas públicas en todo el mundo. Si falla la Universidad de Harvard a la hora de equipar a sus estudiantes con una comprensión amplia y crítica de la economía, sus acciones serán susceptibles de perjudicar el sistema financiero mundial. Los últimos cinco años de crisis económica han sido prueba suficiente de ello (…) Nos estamos retirando de su clase este día, tanto para protestar por la falta de discusión de la teoría económica básica y como para dar nuestro apoyo a un movimiento que está cambiando el discurso estadounidense sobre la injusticia económica (Occupy wall street). Profesor Mankiw, le pedimos que se tome nuestras inquietudes y nuestro retiro de su clase en serio”.
Tan “en serio” se tomó Mankiw el gesto que replicó escuetamente en su blog: “irónicamente, el tema de la lectura para hoy es la distribución del ingreso, que incluye el desfase creciente entre el 1% que está en la cima y el 99% restante que está en el fondo. Lamento que los que protestan se pierdan esto”. Y sumó a la brevedad de su respuesta algunos enlaces: uno incluía una carta a un estudiante que salió en su defensa y otro enlazaba al editorial de The Harvard Crinsom, un diario de gran tradición y estirpe en esa universidad.
El editorial, además de calificar el acto de los disidentes como “inmaduro” y “falto de conciencia”, le recalcaba a los estudiantes la imposibilidad de incluir en este curso introductorio otras “escuelas aceptadas de pensamiento económico —como el marxismo—” pues “ese tipo de interrogaciones caen en el terreno de la teoría social y no de la teoría económica”. Extrañamente el editorial no le daba siquiera una línea a un artículo aparecido en esa misma publicación titulado Una historia de dos cursos de economía donde se hablaba de la clase Análisis social dictada por Stephen A. Marglin, una propuesta que surgió como enfoque alternativo y más crítico al de Principios de la economía y al tratamiento de Mankiw, pero que en una votación abrumadora hecha por la planta profesoral del Departamento de Economía fue relegada a ser una materia opcional y no optativa como prerrequisito de otras materias. Al respecto, Margling comentó: “Para mis colegas solo hay dos tipos de economía —una buena economía y una mala economía. Si yo no hago su tipo de economía, entonces yo no puedo estar haciendo buena economía porque eso es lo que ellos están haciendo”.
Entre los foristas de los sitios donde han aparecido noticias relacionadas con los “indignados de Harvard” se han planteado intensos debates, tanto que bien podrían servir para cualquier clase de Principios de la economía dado que plantean asuntos de fondo en relación a la economía como disciplina en tensión entre el modelo científico y la teoría social, entre la razón de la cifra y la sinrazón del deseo, entre la ciencia y la seudociencia, entre el bien común y la arrogancia mercantil y/o académica (en este punto no sobra recordar Inside Job, el documental sobre la corrupción en Wall Street, y el retrato que hace de dos profesores de la Universidad de Columbia que recibieron jugosos pagos de la banca para darle aval académico a la codicia).
Son muchos los foristas de la parroquia de Harvard que han minimizado el acto de los estudiantes y lo ven más como una ronda impuber tipo hallowen que un acto con altura intelectual que merezca generar eco alguno en lo académico. A esto se han sumado muchos medios que han despachado el caso como algo meramente anecdótico y local, incluso, basta ver el cabezote de FOX News, en una entrevista a Mankiw sobre este asunto, para encontrar un resumen magistral de lo que muchos piensan: “Estudiantes deciden que aprender no es importante”.
La banda de primiparos de Harvard ha sido vista por muchos como un grupo de traidores, que no solo traicionó a la clase de economía sino a la clase social a la que pertenecen al formar parte de una universidad de élite que los hará acreedores a futuro de un redituable abolengo académico. Para muchos estudiantes el problema no está en la diferencia abismal entre las clases sociales, simplemente está en pasar la clase y graduarse. Es claro que el gesto estudiantil de los rebeldes fue mínimo y que incluso la respuesta obtenida sobrepasó la espectativa de los participantes; seguro el grupo de ovejas descarriadas volverá al redil, tarde o temprano tendrán que ponerse al día en la asignatura, sobre todo en aquella parte de la “distribución del ingreso”, más cuando muchos tengan que pagar por sus créditos educativos (en Estados Unidos la deuda por créditos educativos supera el monto de lo que se debe por tarjetas de crédito). Sin embargo, tras la alharaca mediática, algo ha quedado de este acto, si acaso un poco de literatura, una historia.
Lo mismo, pero menos publicitado, podría decirse de un ejemplo local, en la Universidad de los Andes, en Bogotá, donde una inmensa minoría de estudiantes de la institución privada, se unió a las marchas estudiantiles encabezadas mayoritariamente por estudiantes de universidades públicas. Los marchantes de la Universidad de los Andes aprovecharon los días de las marchas para hacer una especie de pre-marcha al interior de su apacible campus.
Pude ser testigo de uno de esos actos y a su paso por el edificio de la Facultad de Economía me asombró como un estudiante ajeno al inusitado desfile, pero enajenado por lo que veía, le relataba a otro vía celular lo que estaba pasando: “Están marchando. Son unos payasos. Qué hipócritas. Si no les gusta acá, es mejor que se vayan a otra universidad. Seguro que son de los becados”. Después del caso de Harvard, no pude dejar de pensar en la importancia de este tipo de actos, porque así sean mínimos de alguna manera abren una pequeña grieta en la rutinaria cotidianidad de lo institucional y confrontan posiciones que se asumen, perpetúan y autoperpetúan dentro de la universidad, en apariencia uno de los lugares más abiertos para el ejercicio del disenso pero en realidad uno de los espacios sociales más refractarios a los cambios estructurales.
En una entrevista le preguntaban a Antonio Caballero sobre el poder, y sobre el hecho de heredar el poder a través de un apellido, la respuesta del caricaturista se puede extender al “apellido” profesional que se adquiere luego de pasar por una educación de élite (no confundir con una “educación elitista”, aunque el equívoco es comprensible). Caballero respondía: “Lo que pasa es que yo he puesto mis privilegios heredados no al servicio egoísta mío, para hacerme más y más rico y más poderoso, sino al contrario. He usado mis privilegios para intentar acabar con los privilegios, no para fortalecer los míos.”