El Espacio fue un periódico colombiano que se fundó en 1965, publicó 14.456 ediciones y vivió 48 años, informa Wikipedia. La noticia informa que desaparece por tres motivos: “inconvenientes financieros, los cambios tecnológicos ocurridos en las últimas décadas y la competencia fuerte de diarios gratuitos y de menor precio”. Fin de la emisión. Todo dicho. Todo claro. Todo bien. Nada más qué decir.
¿Será tan simple? No. Tal vez, también, hay que añadir que cambió el país, cambiaron el periodismo y el pueblo, y los medios y los miedos. Y esto es tal vez sea lo fundamental.
Decir que desaparece por problemas financieros es obvio. Decir que se vio afectado por las tecnologías es casi mentiroso porque los lectores de El Espacio no son los que se informan o morbosean por internet. Decir que fue por la competencia de los medios gratuitos (ADN y Publimetro) es verdad en cuanto al bolsillo, pero no si se refiere al periodismo que se hace en esos diarios: los gratuitos ni son sensacionalistas, ni intentan la crónica, mucho menos la sangre.
En todo caso, El Espacio, el diario del pueblo, desapareció. Y tal vez tenga que ver con que Colombia cambió: ya no hay periodismo, no hay pueblo, no hay crónica roja.
El sensacionalismo de antes
Mientras que en Perú hay 30 diarios y El Trome vende más de 2 millones de ejemplares al día, aquí solo teníamos uno de crónica roja. Y es que en Colombia somos monoteístas hasta para la sangre, la magia y el sexo. La virtud de El Espacio era que hacía un periodismo diverso y sugestivo, lleno de color, historias y emoción: a los hombres se les mostraba como cuerpos de muerte, a las mujeres como cuerpo de sexo, a la magia como la salvación, la farándula y el futbol para conversar y una chica rubia para calmar el ojo.
El Espacio era un diario donde “las partes del cuerpo descuartizado figuran en secciones diferentes, de esta forma, el músculo puede corresponder a la sección deportiva, los senos a la sección Juan sin miedo y un hígado, un pulmón o un corazón, según su contexto, a la sección judicial o a la sección salud”, escribe Héctor Gabriel Navarrete en su tesis de la Maestría en Antropología de la Universidad de los Andes denominada “Descuartizamiento visual: Representación del cuerpo en el diario El Espacio (1984-2004)”. Destaca, así mismo, que este diario usa “el doble sentido” como “humor, y posibilidad”. Y es que el cuerpo, la carne, el sexo, el humor, el doble sentido, el morbo, lo grotesco son marcas del placer popular y de crítica a las formas embusteras de los burgueses y poderosos.
Canales más eficaces
Navarrete agrega que en El Espacio los anuncios recrean un contenido moral extraño porque mientras en el mensaje oficial se valoraba “un cuerpo basado en la salud, la belleza, la juventud, la higiene, el deporte y la sexualidad sana” para construir “el cuerpo máquina, el cuerpo musculoso, el cuerpo máquina sexual”, los anuncios optan por un ideal más posible, en cuanto alcanzable, del “sexo como la cura para prácticamente todos los males tanto físico como emocionales a partir de 1998” y es que “en El Espacio, prácticamente, toda actividad es considerada en relación con el sexo”. Lo mismo sería posible de encontrar en el análisis del discurso actual de la farándula, lo light, las telenovelas o los realities. Entonces, lo que pasó fue que El Espacio perdió la autonomía de campo temático, ya que sus sexos y fluidos migraron a la televisión.
El periodismo de El Espacio, ese de crónicas exuberantes, chismes de alcoba, menjurjes para el amor y el aborto, rubiecitas… siguió idéntico en el siglo XXI. Y aunque llegaban competidores, siguieron haciendo más de lo mismo: repitiendo la misma fórmula. Y no se daban cuenta que los lectores se sensacionalizaban vía televisión. Y que por eso la pantalla chica sacó sus cámaras a la noche y comenzó a mostrar al despertar el crimen, la sangre, la maldad humana. Y así El Espacio dejó de ser necesario, la sangre y el sexo habían emigrado a Caracol y RCN.
La crónica roja es la chica mala del periodismo y se la mira mal y se la trata con sigilo y al oscurito. En Colombia solo había una chica mala: El Espacio. Pero pronto los empresarios comenzaron a ver que sus chicas buenas (los diarios serios llamados El Tiempo, El Colombiano, Vanguardia, El Heraldo, El País) no gozaban de popularidad y aburrían y estaban dañando el negocio. Y ahí fue cuando mirando para otro lado y comenzaron a publicar los diarios del lado sensacionalista de la sociedad, y así la chica mala fue reivindicada como la salvación de la familia. Y ahora está Q´hubo y otros diarios en varias ciudades contando el crimen y el sexo a bajo precio. Y la chica mala viejita llamada El Espacio se le vio ajada, ultrajada y desabrida: los años le habían caído encima, ya no seducía.
El periodismo y los medios cambiaron, los gustos de los lectores mutaron, la televisión se rebajó a la calle y el sexo y El Espacio siguió haciendo lo mismo. Así se produjo una crónica roja sobre el diario del pueblo: “Muerto de propia mano”.
El país de El Espacio
También la Colombia del siglo XXI es otra: se llenó de pasión, perdió la compostura ética y ganó la actitud del narco y del corrupto. Y por lo tanto, el periodismo sensacionalista colombiano emigró en masa a la farándula de silicona, al narco de fiesta al estilo de alias “Fritanga” (Camilo Torres Martínez) y a la vida social de los políticos al estilo del procurador. Ante tanta silicona y político estilizado en exhibición pública, ante tanto narco exhibicionista, ante tanto corrupto mediático… el periodismo sobre la vida social de los pobres, de los de abajo, del pueblo, ya no importa, ni interesa. Ahora la crónica roja se cuenta en forma de elite nacional: está en Jet Set.
El Espacio fue el diario del pueblo y reinó cuando en Colombia todavía quedaba pueblo. Pero el pueblo desapareció en el siglo XXI: ahora somos un país donde solo hay pobres y el pueblo está rezando, “narquiando” o en el “uribismo”. Ya no tenemos pueblo sino feligreses; ya no contamos con historias de crimen, sexo, pasión y magia sino corrupción, peleas de lenguaje soez, farándula siliconada y narco-gusto socializado. Así, todos dejamos de ser pueblo para ser elevados a consumidores de arribismo.
Y el dueño del “diario del pueblo” se hizo millonario con el pueblo y llevó el gusto popular a la mansión más exhibicionista de Bogotá, una llena de cabezas de animales disecadas, y se metió de político, y terminó en la cárcel. Su historia no se puede contar en El Espacio sino en Jet Set. Y es que el país cambió: ahora la crónica sensacionalista se publica en las revistas y diarios de la elite.
Y el otro pueblo, el que sufre, o sea la mayoría, también dejó de existir y ahora lo llaman víctimas. Y de esos tampoco queremos saber. Y ese pueblo tampoco se sabe contar: llora, grita, vocifera y defiende derechos… humanos. Y así ni a El Espacio se puede aspirar. Son muchos, demasiados, y la crónica roja necesita es de individuos y no de masas…
El pueblo ha sido destituido hasta de su mayor valor: amar y morir en público. Ya ni de eso es dueño. El Espacio era la página social del pueblo, y por eso ya no interesa. No hay pueblo: tenemos pobres, desplazados, desechables, marginales y terroristas.
La muerte de un modo de país y periodismo
Con la desaparición de El Espacio y del pueblo también desparece el periodismo rojo de cuerpo, muerte, sexo y magia, y pierden las oralidades como modo de narrar prioritario y las estéticas populares.
Pero no muere el sensacionalismo: el periodismo sensacionalista muta. Y es que no debemos olvidar que el sensacionalismo es una lógica cultural del pueblo que es valorada como de mal gusto y poca moral por las clases autodenominadas cultas, ilustradas y de clase alta… pero efectiva como comunicación y modo de estar en público. Y por eso es que no se puede dividir entre medios sensacionalistas y otros que no, sino que el sensacionalismo es un modo de comunicar de los medios, la estrategia de interpelación estética y narrativa más potente que tiene el periodismo para conectarse con las audiencias.
Ahora todo el periodismo y todos los medios son sensacionalistas. El Espacio vive. Vive en los modos de informar de todos los medios.
*Omar Rincón es el director del Centro de Estudios en Periodismo CEPER de la Universidad de los Andes. Este texto se publicó en el portal Razón Pública.