Cuando despertó, el militar todavía estaba allí

«La política de nombrar en la cúpula militar a funcionarios relacionados con investigaciones de “falsos positivos” entrega ahora firmes resultados: a más “falsos positivos” más “falsos positivos”; a los “falsos positivos” del pasado, se suman los del presente y los que mañana vendrán.»

por

Lucas Ospina


20.07.2022

El gran peligro del Gobierno Duque es que cumpla con lo prometido. En lo militar, lo que este mandato prometía iniciándose en 2018 se ha convertido en el regreso al paisaje de una cruel y cotidiana realidad. La política de nombrar en la cúpula militar a funcionarios relacionados con investigaciones de “falsos positivos” entrega ahora firmes resultados: a más “falsos positivos” más “falsos positivos”; a los “falsos positivos” del pasado, se suman los del presente y los que mañana vendrán.

“No me sorprendería que volvieran los ‘falsos positivos’”, dijo José Miguel Vivanco, director de la División de las Américas de Human Rights Watch, en mayo de 2019 a partir de una investigación sobre el ejército colombiano que publicó The New York Times. El periodista de ese medio informativo, Nick Casey, afirmaba que estábamos ante una nueva “encarnación” de los falsos positivos y cuestionaba al jefe del ejército colombiano de ese momento, Nicasio Martínez, por incentivar prácticas que llevan a la repetición de este macabro patrón mercantil de guerra. El corresponsal extranjero tuvo que abandonar el país luego de ser difamado en redes sociales por políticos del Centro Democrático con señalamientos que lo asociaban a bandas criminales y que pusieron su vida y la de sus fuentes en peligro.

Son pocos los periodistas y académicos que investigan a fondo a los militares, y cuando uno de ellos lo hace, como lo hizo el periodista Ricardo Calderón en 2013, recibió cinco disparos en un viaje de carretera y nunca se supo bien si los hombres armados erraron el blanco por desatino o con el tino de la mano entrenada para la guerra que solo quiere meter miedo con una advertencia.

En 2017, durante el Gobierno Santos, y en 2018, cuando el Gobierno Duque posicionó una nueva cúpula militar, Vivanco amplificó las críticas de varios sectores civiles que cuestionaban ascensos y nombramientos de oficiales libres pero encadenados por siempre y para siempre a las cadenas de mando que, por acción y por omisión, dieron la orden de ejecutar “falsos positivos”: ese negociado criminal donde cientos de funcionarios militares asesinan a decenas de cientos de civiles para trucar las bajas en combate por el lucro de una bonificación, unos días de descanso, un curso en el exterior, un ascenso o por hacerle un favor que luego habrán de cobrar a los funcionarios del gobierno de turno que buscan mejorar su imagen en la percepción de seguridad con el maquillaje del populismo bélico.

Bajo la modalidad de “falsos positivos”, la Justicia Especial para la Paz, un organismo independiente al Gobierno Duque, cifró una cantidad parcial para esta masacre de personas a cuenta gotas: 6402 ejecuciones comprobadas entre 2002 y 2008, casi mil operaciones por año a razón de tres asesinatos por día.

Hace unos años, en un seminario llamado “Serie Colombia 2013: hacia el posconflicto en Colombia”, hubo un rifirrafe entre el exguerrillero, politólogo y escritor León Valencia y José Felix Lafaurie, el eterno presidente de la Federación Nacional de Ganaderos. Valencia señaló que durante un congreso de esa organización bovina en Cartagena, unos ganaderos aceptaron que pagaron a los paramilitares para que los protegieran. Ante el inusual acto de sinceridad y autocrítica del gremio ganadero, Lafaurie se bancó de sus defectos, sufrió de un ataque de honestidad y botó a los militares al agua con la dignidad de una verdad que nunca ha tenido la valentía de repetir: “Qué culpa tienen los ganaderos del país si fueron los coroneles del ejército los que fueron a buscarlos para apoyar a las Auc [Autodefensas Unidas de Colombia]”. (El Espectador, https://www.elespectador.com/politica/alto-turmeque-article-461441/)

Hace unas semanas, se hizo pública una conversación en privado que tuvo la compañera marital de Lafaurie, María Fernanda Cabal con un militar retirado. La retahíla de Cabal, la senadora recién reelegida con una de las mayores votaciones del país, mostraba la estabilidad del matrimonio de los partidarios del Centro Democrático con un amplio sector de las fuerzas militares. Cabal mostró como ella y tantos otros se arropan con la misma cobija cuando participan activamente de los juegos de tronos y “peleítas” de poder que se dan en la cama del complejo militar. Al comienzo de la conversación filtrada Cabal afirmó:

“…ocho años de todas las investigaciones del robo a la gasolina y de los repuestos de Aviación Ejército, con la juez penal bandida que ascendieron… Ahí está, yo le puedo contar a usted todo. Es más, yo fui la que me tiré el nombramiento de mayores en la Justicia Penal Militar, que era violatorio de la ley y ya lo tenía arreglado Mejía. No, es que a mí me han tocado unas peleítas.”

Mejía es el General Alberto José Mejía, comandante del Ejército Nacional y comandante General de las Fuerzas Militares durante el Gobierno Santos, un actor clave de apoyo al proceso de paz que se ejecutó durante ese periodo. Mejía parecía estar tan comprometido con ese mandato constitucional por la paz que, incluso, se atrevió a hacer algo inusual en esta época mezquina del tercer uribato en el poder: en abril de 2018 envió un mensaje en video a las madres de Soacha, que defienden la causa y la memoria de las víctimas de “Falsos positivos”, y expresó su apoyo y solidaridad. Carreras militares como la de Mejía, y las de tantos funcionarios que apoyaron el proceso de paz del Gobierno Santos, fueron hechas trizas bajo el Gobierno Duque que los bloqueó, los sometió a traslados y despidos y, al favorecer al ala guerrerista, se despidió del soñado Ministerio de Defensa del postconlicto y recobró la inercia belicista del Ministerio de Guerra, tan propio del pasado y presente autocrático en que vive el uribismo. Una actualidad armada que está de nuevo al alza en el mundo como consecuencia de la invasión del ejército ruso a Ucrania, una contingencia que promete con devolver a todos los países a una escalada en el gasto militar a costa de recortes en los gastos de índole social.

Hace unos años, el investigador José Fernando Isaza mostraba cómo en Colombia no solo somos los más felices del mundo, sino que también tenemos el noveno ejercito más grande del planeta:

“los 525.000 hombres que tienen las fuerzas armadas convierten a la tropa en la más grande de América Latina. Colombia supera incluso a Brasil, que tiene 327.000 soldados y cuya población es cinco veces mayor. Es tan grande el Ejército colombiano que se equipara a la suma de los uniformados que protegen a Venezuela, Perú y Ecuador. Isaza calcula que triplica a las fuerzas de Israel, se compara a las de Irán y es 43 veces mayor a las de Nicaragua. Respecto a Estados Unidos, que es la potencia más grande del mundo, es la tercera parte.”

El informe de Isaza no es muy fiable y un recorte a la midad de su estadítica puede ser un estimado más cercano al número real. Todas estas cifras se pueden actualizar a la luz de los 40.000 millones de pesos que alimentan al Ministerio de Defensa en el presupuesto del 2022 y prometen pocos cambios en la nómina de la empresa nacional que más empleados tiene, más contrata, más gasta, más hogares, sectores y municipios mantiene y que, para crecer y seguir creciendo, necesita de la guerra con un enemigo interno o externo (Venezuela o Nicaragua pueden ser funcionales para esta operación).

A nivel interno, los enemigos del ejército pueden ser cualquier hijo de vecino:

«Su hijastra, Flor Gaitán, dice que él ni siquiera cargaba un cuchillo, “ahora menos un fusil. Uno queda aterrado de las cosas que hacen ellos (el ejército)”.»

Esta voz es de una víctima reciente de la guerra. Sobre ella y otros tantos escribió el periodista Jose Guarnizo en el informe que publicó en Vorágine sobre Las contradicciones y vacíos en la versión del Ejército sobre operativo en Putumayo. La masacre visible que ocurrió el 28 de marzo, en la vereda Alto Remanso, de abril, que dejó inmensas dudas sobre la operación militar que resultó en 9 y hasta 11 personas asesinadas y que, aun después de este y otros informes periodísticos, no ha logrado mover un ápice de su silla a la cúpula del ejército, ni al Ministro de Defensa. Al contrario, mientras más grandes son las inconsistencias, más parece escalar el tono altanero, morrongo y astuto del Presidente Duque que, cuando fue cuestionado en una entrevista sobre este operativo ejecutado y avalado bajo su comando, respondió:

“El ministro Molano siempre le ha dado la cara al país, como se la han dado todos los comandantes de la Fuerza Pública. Entonces, frente a esto, no hay nada que ocultar. Iremos una vez más a mostrar cómo nuestra Fuerza Pública actúa con profesionalismo y actúa con el compromiso de proteger la vida, honra bienes, derechos y libertades de los ciudadanos.”

Unas décadas atrás, el General Rito Alejo del Río, condenado luego por violaciones a los derechos humanos, había sido exaltado por Álvaro Uribe Vélez como “ejemplo para los soldados y policías de Colombia”. Y otro poquito más atrás, en otros tiempos, lo que dio de qué hablar de los militares fue lo que hicieron mi General Camacho Leyva, o Rojas o Reyes o Uribe Uribe o Obando y Mosquera o Bolívar y Santander…

Pero, volviendo a lo que dicen Lafaurie y Cabal, como símbolo de Colombia y su eterno matrimonio belicista, los militares siempre vuelven, nos vienen a buscar, o somos los que acudimos a las fuerzas armadas del Estado para garantizar nuestra seguridad privada; o los buscamos para que hagan el trabajo sucio por la fuerza, poco importa que sea bajo una política del «estatuto de seguridad», de la «seguridad democrática», de la “paz con legalidad”, o de la cogobernalidad política, militar y paramilitar que cambia de camuflado según el mejor postor y ataca, por ejemplo, a una de las estructuras de un cartel de narcotráfico para favorecer los cultivos, rutas y envíos de otro cartel.

«La guerra es la continuación de la política por otros medios», dijo un militar y, para muchos en la sociedad civil, todo vale para calmar el miedo trepador de perder o tener que compartir algo de lo que se ha conseguido a punta del arribista tradición, familia y propiedad.

Lo militar es la fuerza que siempre regresa, es un rito de machos (y de marimachos) llenos de violencia testiculada. No es problema si lo militar llega en formato de prócer de la Patria o de Ministro de Guerra, perdón, de Defensa, o de carrusel multimillonario de contratos que genera una institucionalidad castrense cuya función es la autoperpetuación de sus jerarquías a toda costa; aun a costa de matar de hambre, de tedio, o a tiros, a pelotones enteros de soldados rasos reclutados a la fuerza o cuasi obligados para obtener la bendita libreta militar (los niños bien vamos a la universidad y luego compramos la libreta, o vamos al multiparque militar en Girardot del Tolemaida Resort, al Palacio de Nariño y luego de tour bilingüe al Sinai).

La gran mayoría de los más de 200.000 cuerpos que tiene el ejército son pura carne de cañón, gente en su mayoría que optó por esa opción como una ocupación laboral digna de servicio, bajo la promesa de una pensión temprana pero donde la corrupción ha secuestrado el bien común y embrutecido la causa de las fuerzas armadas. Todo sea por el espíritu de cuerpo.

Nos vamos a dormir, sí, a un paraíso de mermelada civilista, de garantías constitucionales, de solemnes tradiciones democráticas de presidentes, políticos y politiqueros que son elegidos para que manejen el país, nos apacigua la manzanilla soporifera de la ilusión electoral, pero a mitad del sueño, inquietos por una presencia ominosa, atrapados en un microrelato, abrimos los ojos y cuando despertamos, el militar todavía está allí.

* * *

El periodista Cesar García Garzón, hila en Twitter un recuento surgido de sus diálogos con militares vinculados a investigaciones de “falsos positivos”. Transcrita se lee así:

Difícilmente pueda olvidar la historia más dolorosa que he oído en entrevistas a militares que han aceptado el asesinato de civiles presentados como falsos positivos. La vida de dos jóvenes inocentes que les arrebataron la vida. Y un mes después el asesinato de sus padres.

Contexto: dentro del ejército perfilaron a los militares que tenían mejores habilidades para asesinar, falsificar evidencias, conseguir armas y reclutar jóvenes humildes inocentes. Uno de esos grupos se llamaba Buitres.

Era un grupo de 9 militares, con funciones específicas dentro del andamiaje criminal: uno reclutaba, otro conseguía las armas con los paramilitares, otro buscaba la ropa, otro daba el tiro, otro quemaba los documentos y otro inventaba el informe.

Este grupo dentro de los asesinatos que cometieron hubo uno que me dejó perplejo. Un reclutador, que usualmente utilizaba personas conocidas, engañó a dos jóvenes de 17 años ofreciéndoles un trabajo cuidando una parcela lejos del lugar donde vivían.

Al llegar al sitio los tuvieron un día entero dándole vueltas en una camioneta, les cortaron el cabello y les compraron ropa. Esperaron que fuera la madrugada, les dieron un cigarrillo a cada uno y los silenciaron con dos tiros en el pecho a cada uno. Quemaron sus documentos.

1 mes después, el reclutador volvió al pueblo donde vivían los muchachos. Se encontró con el papá y la mamá de los jóvenes y le preguntaron que por qué sus dos hijos no contestaban el teléfono desde hace tiempo. El les dijo que ellos estaban en una finca donde no había señal.

Les dijo que si querían él podía llevarlos a donde ellos estaban trabajando para que pudieran verlos. Ellos aceptaron y se montaron en una flota. Ya el reclutador había planeado con los otros militares un retén en medio de la carretera para frenar el bus donde venían y raptarlos.

Cuando los militares bajaron a todos los pasajeros, fueron directo a donde lxs dos señorxs y les preguntaron qué hacían. Ellxs dijeron que iban a buscar a sus hijos que hacía un mes no veían. Los militares lxs capturaron y lxs montaron en un camión.

Lxs tuvieron dando vueltas todo el día sin decirles nada. En la madrugada, a la misma hora que asesinaron a sus hijos, lxs bajaron del camión y lxs pusieron de rodillas en una carretera abandonada. El señor les lloró, les rogó que no lxs mataran. Otra vez dos tiros en el pecho.

Lxs hicieron pasar por guerrilleros del ELN. A sus hijos también. Una familia entera fue desaparecida por un reconocimiento militar, por dinero, por unas medallas, por un viaje a Estados Unidos al líder del grupo para hacer un curso profesional militar.

Así hicieron una y otra vez. Víctimas y más víctimas. El sistema no permitía fallas. Nadie se cuestionaba nada. El militar que relata el testimonio admite que durante más de un año jamás tuvieron un enfrentamiento en verdad. Jamás dispararon un arma para proteger al pueblo.

Ojalá algún día esta historia no se vuelva a repetir. Solo que uno pierde la esperanza al ver lo que ocurrió en Putumayo y decenas de casos más que siguen ocurriendo en el silencio del monte, por el afán de mostrar que esta guerra se está ganando. La propaganda de la muerte.

* **

Posdata de inquietud electoral: antes de ser presidente, Juan Manuel Santos jugó de Ministro de Defensa y esto le permitió tener un conocimiento al detalle de los mecanismos internos del aparato militar y conquistar a un importante grupo de aliados para ejecutar su política de paz. Ante el gobierno del Pacto Histórico que se inaugura a partir del 7 de agosto, ¿qué saben y que incidencia tendrá Petro y su partido sobre los militares? ¿qué persona será nombrada a cargo del Ministerio de Defensa? ¿Importa? Tal vez no hay problema porque con lo militar no hay solución y el invento del Estado y de los estados como detente al impulso belicista es una quimera. “La política es la división de entretenimiento del complejo industrial militar”, dijo el artista Frank Zappa.

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