Colombia tiene muchos daddy issues*

Tras las denuncias por corrupción del hijo mayor del presidente, este se libró de responsabilidad diciendo que él no lo había criado. Las declaraciones de Gustavo Petro muestran lo normalizada que está la figura del padre ausente en Colombia y cómo se legitima el abandono de los hijos por hombres que salen a cumplir un “mayor propósito”.

por

Juana Afanador

@Juanaafanador1

Socióloga y feminista


16.03.2023

Arte: Nefazta

Nicolás Petro, el hijo mayor de Gustavo Petro, se vio envuelto en un escándalo de corrupción en el que se le acusó de haber recibido dinero de procedencia ilícita. Ante las evidencias, la revista Cambio entrevistó al presidente y al confrontarlo sobre su situación familiar y las acciones de su hijo, éste contestó con una frase que se volvió titular: “Yo no lo crie”.  

Para analizar esa respuesta de Gustavo Petro primero hay que aceptar el problema psicoanalítico que tenemos como país: muchas veces se ha dicho que Colombia lo que necesita no es un presidente, sino un padre. El problema es que eso nos lleva a aceptar a uno autoritario como Uribe (de derecha extrema) y ahora a uno abandonador (de extrema izquierda), que se convirtió en héroe al irse a la guerra para salvar al país, aunque le costó dejar a los suyos. Esa paternidad refleja una masculinidad relacionada con la idea de mártir, de cuerpo sacrificable de guerrero de película, donde promover el combate y la victoria tiene sentido. 

En esa narrativa, Gustavo Petro resalta haberse sacrificado por la patria, reversando a una idea caduca de masculinidad, como si la idea de construir familia no tuviera nada que ver con construir país. Esa es una figura heroica que va totalmente en contra de lo que propone el feminismo en masculinidades, que tiene que ver con que la crianza —como mínimo y en la medida de lo posible— sea compartida y que, cuando no, ese trabajo de cuidado sea reconocido y pueda ser remunerado.

En cualquier contexto escuchamos relatos de cómo sobrevivió alguien gracias a una madre que lo entregó todo. Muy pocas veces, en cambio, escuchamos historias que reconozcan que fue gracias al padre héroe, que estuvo al frente de batalla, que se fue a luchar para liberarnos de las cadenas, y que gracias a eso tenemos lo que tenemos, ¿no? Es siempre la madre y mujer abnegada, dando la cara, buscando la plata para comer, para pagar el arriendo, para que el peladito y la peladita puedan ir al colegio, solucionando la vida diaria, el aquí, el ahora. 

Mientras que los hombres se pueden dar el permiso de perseguir sus sueños, así estos sean llegar a ser libertadores o incluso algún día presidentes. Y después se preguntan por qué Colombia no ha tenido mujeres en el poder. Pues porque nosotras, mientras tanto, hemos estado a cargo del cuidado, resolviendo, y ellos desconectados de las “responsabilidades mundanas” que son, en últimas, las que nos hacen andar y funcionar como individuos en sociedad.

Todos somos “el otro Nicolás” 

Petro mencionó en su discurso de posesión presidencial a cada uno de los miembros de su familia y dijo “el otro Nicolás” después de ya haber mencionado a un Nicolás. Lo que causó gracia, en realidad resultó ser la metáfora perfecta de un país de padres ausentes y de madres solteras.

Todos creemos saber quién es “el otro Nicolás” pero la tragedia es que cualquiera de los dos puede ser “el otro”. El uno es un hijo abandonado por su padre, quien dice con toda la tranquilidad a la opinión pública “Yo no lo crie”. En su frase, Petro es consciente de su ausencia, pero lo que preocupa es que la emplee como un pretexto para librarse de cualquier responsabilidad. Ahí es cuando recae todo el peso de la culpa en la madre que sí estuvo presente.

Y el otro Nicolás —hijo del anterior matrimonio de Verónica Alcócer— es también abandonado por su padre que, al no ser biológico, le puede dar un trato distinto. Pero los dos se volvieron un chiste: al fin y al cabo resulta graciosísimo en Colombia ser hijos de madres solteras y crecer con la no presencia de hombres que abandonan su paternidad para dejar la responsabilidad en las mujeres.

Petro dijo en la misma entrevista para Cambio que el ejemplo que él le ha dado a sus hijos ha consistido en que lo vean leer, porque los hijos que ven leer a un padre —en sus palabras— también cogen un libro. Eso sugiere implícitamente: ‘a mí Nicolás nunca me vio leer, por eso, en lugar de volverse un gran intelectual, se volvió un corrupto’. Eso es absurdo. El presidente podría aceptar que su ausencia o presencia aleatoria simplemente no convino. Y ahí aparece otro delirio, además del falso heroísmo, el del padre salvador: si es “bueno”, es mi hijo. Si no lo es, no lo reconozco. 

En Colombia está prohibido rebelarse al padre

Lo que empieza a ser paradójico es que dentro de la Colombia Humana y el Pacto Histórico —ya una amalgama de izquierda-centro— contradicen su propio discurso cuando defienden a Petro ante las críticas que esta situación familiar ha desatado. En la opinión pública se leen cuestionamientos a la prensa por “meterse al rancho”, por no respetar la intimidad o por hacer una vigilancia al poder desde lo personal. 

Pero el feminismo nos enseñó que eso es justamente lo político. Es cuestionable la permisividad y la complicidad hacia conductas anti feministas que no solo se toleran, sino hasta se justifican. 

María José Pizarro, por ejemplo, salió a decir que no deberíamos juzgar el drama familiar del presidente porque es del ámbito de lo privado. “Eso no tiene nada qué ver”, dijo la senadora. Pero sí: no ver en este caso que se está banalizando completamente la paternidad es preocupante porque alimenta una estructura patriarcal de padres abandonadores.

Pero entiendo, sin embargo y por experiencia propia, que las consecuencias de rebelarse contra el padre son costosas políticamente aunque valga la pena. En este gobierno, como en otros, tendrá un costo muy alto cuestionar al poder. Las feministas que lo hemos hecho, que nos hemos sublevado ante esa autoridad, hemos sentido los efectos. Y es legítimo desde el feminismo rebelarse contra el padre, más si es uno ausente o que no quiere replantearse su masculinidad tóxica. 

Hacía el chiste en estos días: en Colombia tenemos muchos daddy issues. Y no vamos a resolverlos mientras no matemos ese complejo. Asumo que Pizarro protege esa imagen del padre abandonador porque ella también es hija de uno. Pero entonces, en vez de hablar de eso, del hombre que prefiere ser comandante a padre, ¿no es además seguir romantizando una paternidad ausente?

Es legítimo desde el feminismo defender que esas masculinidades no puedan jugar a lo público y a lo privado como dos vidas paralelas que nunca se cruzan. Cuando un hombre golpea a una mujer, ejerce violencia psicológica, maltrata a sus hijos o no cumple con sus responsabilidades éticas, tiene que asumir consecuencias públicas que van desde la operancia de la justicia hasta un rechazo social surgido de la denuncia —cosa que hace el escrache—. Porque no, el feminicidio, por ejemplo, no es un problema solamente de la casa, es un problema de salud pública. 

Se sigue instrumentalizando el feminismo

Las madres solteras fueron clave en los discursos de campaña presidencial de Gustavo Petro. Al menos en Pereira dijo: “La mitad de los hogares son mamás solas criando hijos, entonces viene una pregunta: ¿y los hombres de Pereira?”. Y fue un juego de palabras recurrente en distintas regiones del país antes de llegar a la Casa de Nariño. Con esto, la pregunta no es si Petro, como un padre ausente, tiene autoridad para juzgar a otros. La pregunta es si el presidente ha instrumentalizado el feminismo y la respuesta es sí.

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Petro es bastante hábil discursivamente y no lo es tanto en la práctica. El 8M de este año, por ejemplo, escribió en su twitter: “Feliz dia a todas las mujeres de la matria”. Sabemos que la idea fundacional de la patria, erigida desde una visión patriarcal, debe caducar. El uso del concepto de la matria propone reconocer el lugar de las mujeres y exaltar un proyecto político feminista. 

Pero, ese fue otro de tantos métodos retóricos del presidente en el que los símbolos y el poder del lenguaje sobresalen pero llegan hasta ahí. Ese es un problema reiterativo con Petro: no pasa del reconocimiento a la acción. 

En Colombia tenemos que hacer instancias paritarias, y mientras eso patina Petro saca a dos ministras mujeres de su gabinete, aparentemente sin ninguna justificación o causa de despido. Lo mismo pasó con la vicecanciller Laura Gil, una de las pocas mujeres del Gobierno que promovió una política exterior feminista y diversa, a quien también despidieron. Con su salida queda una lista de embajadas y cargos diplomáticos designados a hombres que no sabemos si tienen cómo impulsar el mismo discurso.

Además, dentro de las listas al Senado y a la Cámara, ¿quiénes son las mujeres que han dado luchas feministas contundentes enfrentando a sus copartidarios, más allá de ponerse el pañuelo verde o morado? Lo pregunto porque cuando pasó lo que pasó con Álex Flores —un senador que es un agresor comprobado, que busca a una víctima de explotación sexual en Cartagena—, algunas mujeres del Pacto Histórico salieron a decir: “Hay que rodearlo y protegerlo”. Esto crea una contradicción performativa en el feminismo. 

A diferentes escalas, las denuncias de acoso y de violencia basada en género siguen siendo enormes dentro del movimiento. El mismo Petro quería mandar a Currea de Lugo a los Emiratos y celebró públicamente que la esposa de Hollman Morris retirara la demanda en su contra, asegurando que se confirmaba su inocencia y que lo felicitaba. Si las víctimas no tienen la fuerza y no se convencen de que es importante denunciar, este tipo sería embajador y Morris estaría de ministro. 

Pero así como el partido instrumentaliza el feminismo, muchas feministas han utilizado también esa idea del padre político o el padrino político para estar en el poder, y eso también es problemático. No solo porque estamos reproduciendo la misma política tradicional patriarcal, hecha por hombres, a la medida de los hombres, sino porque estamos promoviendo su antifeminismo al tratarlos de pobrecitos o al no rebelarnos ante sus injusticias. 

Ponernos el pañuelo y alzar el puño para la foto está bien, ¿pero es suficientemente representativo? Ciertas organizaciones que se dicen feministas están muy institucionalizadas con este Gobierno, trabajando más con el poder que con las mujeres. Reconozco que hay un trabajo de lobby político y en eso tiene que haber transparencia: es trabajo con el poder para el poder. Se necesitan mutuamente. Hay organizaciones feministas que les cuesta enfrentarse al Estado y al poder porque necesitan de éste. Son organizaciones institucionales y las mujeres que estamos fuera de esto no podemos más que hacer contrapoder. 

Cada vez me siento más claustrofóbica como feminista porque siento que progresivamente nos encierran en una habitación. La pregunta que me hago es, ¿de qué feminismo estamos hablando? Está esa idea de que como somos mujeres, nos tenemos que apoyar contra viento y marea, personalmente estoy en contra. El feminismo es un espacio de discusión constante y confrontarnos entre mujeres no puede costarnos tanto o hacernos merecedoras del apelativo de “malas feministas”. 

Resulta que si ahora criticamos a Gustavo Petro y su paternidad, somos unas malas mujeres de izquierda que no queremos el cambio. ¿Eso tiene sentido?


* Relación traumática con el padre. Para más info: petro.presidencia.gov.co

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Juana Afanador

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