Una de las características más interesantes de Artbo, la feria de arte comercial más grande del país, fue el alto contenido político en la exhibición Artecámara, el espacio reservado para artistas jóvenes.
Narcoviolencia, narcocomercio, narcomercancía, narcoinstitución, narcopresidente. Las palabras titilan, proyectadas, en una pared del cubo blanco de Artecámara, el capítulo de la Feria internacional de Arte de Bogotá ARTBO que impulsa el trabajo de jóvenes promesas en el arte del país. La obra, llamada Entrevista al sicario más famoso de las redes socialesde la artista visual Nadia Granados es, para la curadora de Artecámara, Carolina Ponce de León la voz más contundente de este espacio en la feria que acaba de terminar. Ponce de León, quien fue directora de artes plásticas del Banco de la República (1984 a 1994) y una de las curadoras más reconocidas tanto a nivel nacional como internacional, cree que estas Narcopalabras revelan la herencia omnipresente del narco en casi todos los aspectos de la cultura colombiana. Y es una muestra —en esta selección de 34 artistas— de cómo una generación joven está observando el contexto social para transformarlo en arte.
Desde hace algunos años, octubre se convirtió en el mes del arte en Bogotá. Todo empezó con ARTBO, la feria creada por la Cámara de Comercio de Bogotá y que en el último tiempo ha tenido un crecimiento sin precedentes. Junto a ella, está también Odeón —el espacio de arte independiente más grande de la ciudad que este año dejó atrás del formato de feria y armó una gran muestra de artistas nacionales e internacionales—, la Feria del Millón —un formato novedoso que sólo vende obras que no superan el millón de pesos— y Barcu —la feria de arte y cultura con sede en el barrio histórico La Candelaria.
Dentro del circuito de las ferias mencionadas, sin embargo, ARTBO sigue siendo el evento mainstream donde las grandes galerías (nacionales e internacionales) se encuentran con los grandes compradores. Y es justo ahí, en medio de la que es la feria más institucional, que aparece Artecámara cuya curaduría cambia de año a año.
“Creé la posibilidad de que momentáneamente, al menos por cuatro días, se pudiera ver un paisaje del arte invertido en Colombia” asegura Ponce de León, “Cuando uno ve el arte, de hecho, no lo ve realmente en términos de identidades de género; lo que está viendo es una propuesta generacional por categorías de género. La experiencia de visitar la exposición no hace tan consciente una mayoría de voces femeninas”, explica la curadora encargada para esta ocasión.
Si bien hay referencias de cuestiones crueles, que tienen que ver con la violencia política, está intermediado por medios digitales, lo que otorga la posibilidad de subjetivizar esa relación con lo que está siendo observado.
La muestra es un respiro dentro del arte esencialmente pictórico de ARTBO. Hay performance, video y arte sonoro. Y hay, también, una apuesta por darle vitrina a artistas que ya están llegando a los 40 años. Algunos, como el Colectivo Zunga (Karla Moreno, Lorena Morris, Ana María Villate y María Natalia Ávila) llevan más de doce años trabajando estereotipos femeninos propuestos por medios de comunicación, con un enfoque satírico y crítico, que solo rotaban por espacios artísticos alternativos. Los incluyó en un intento por darles legitimidad. Su tercera decisión, que ella reconoce como ‘fuerte’ pero sobre todo ‘simbólica’, fue invertir el volumen de artistas hombres (30 %) y mujeres ( 70 %) cuando históricamente había sido a la inversa.
Para ella, hay cuestiones generacionales en toda la exposición y, quizá lo más notable, sea una intimidad en la mirada y el reflejo de un yo con un carácter más social y político. La obra de Nadia Granados, que hizo parte de una trilogía de videos acerca de la sobreexposición que tienen personajes que vienen de la ilegalidad —como alias ‘Popeye’— y que han conseguido tener presencia en el país por medio de las redes sociales, es un ejemplo de esas miradas cruzadas por la política. Una muestra que, según Ponce de León, ronda sobre la imagen de la “celebridad”, la ilegalidad y sobre unos códigos de masculinidad cuestionablesque construyen un discurso político.
En Artecámara está también el trabajo de cuatro artistas que cree están contando algo importante en torno a la violencia política, ecológica, social, de género, corporal, territorial, etc., en la que estamos sumidos. A la lista agrega a Daniel Jiménez Riveros, Zoitsa Noriega, Antonio Bermúdez y Mauricio Ramírez.
Los bolillos de policía del artista Daniel Jiménez, que fueron tallados en forma de juguetes sexuales, son para ella piezas que remiten al abuso de poder, que hacen referencia al caso de la Comunidad del anillo, uno de los casos de corrupción más graves la Policía Nacional de Colombia que inlcuía la explotación sexual de militares de rangos bajos. Son objetos casi preciosos, asegura, parecidas a esculturas de del rumano Brâncuși, pero cargados de toda la violencia política de una sociedad enfrentada de narices con la corrupción.
Por otro lado está Dafne, el performance y la instalación de Zoitsa Noriega, que enfrenta la dificultad para que el feminicidio se reconozca como delito, es para Ponce de León una obra muy sugestiva armada de una sutileza muy poderosa a pesar de explorar un tema tremendo: la brutal violación, tortura y asesinato de Rosa Elvira Cely.
Está también la obra de Antonio Bermúdez, un gran collage de imágenes fotográficas creadas a partir de un programa de informática parecido a Google Earth, donde sobrevoló digitalmente el territorio nacional en zonas que están bajo dominios de paramilitares. Lo que alcanza a hacer el programa es leer los nombres de los lugares. “Hay unos tremendos”, asegura, porque son puestos por los mismos paramilitares, como por ejemplo Dios te salve. “Hay una contradicción en la experiencia con esta obra porque, con estas vistas aéreas que son como grandes planos de verde, donde se puede ver un paisaje idílico, se debe reconocer que simultáneamente debajo de esas tierras y esos árboles está sucediendo la guerra: hay paramilitares, guerrilla, laboratorios, enfrentamientos, masacres, víctimas. Me interesó esa relación entre ver el territorio muy directamente, porque al fin y al cabo es fotografía, pero muy insensiblemente por medio de una digitalidad”, comenta Ponce de León.
Bermúdez cita el reciente debate por la colonización ilegal de tierras en los Llanos Orientales que tiene que ver con la deforestación o el ejemplo de Inés, una mujer que trabaja en los Montes de María que le contó la anécdota de un hombre muy viejo que en materia de restitución de tierra, para devolverle la suya, le pedían nombrarla y le puso Ya pa qué. Con sus 92 años, ese bautizo es para el artista una prueba de que la gente entiende lo que está proponiendo a partir del lenguaje con su obra.
La obra de Mauricio Ramírez, por último, parte de un encuentro que tuvo en un potrero al norte de Bogotá al hallar una cantidad exorbitante de ropa enterrada. “Como vives en un país como el nuestro no puedes dejar de ver esa ropa sin pensar en los falsos positivos, fosas comunes, muertes anónimas”, asegura. Para la curadora, la imaginación está totalmente filtrada por la experiencia de guerra y lo que Ramírez hace al crear un espacio así es permitir la construcción de la memoria personal a partir de un conocimiento común de un evento atroz. La instalación se apoyó en un performance en vivo de la artista Rocío Delgado con animaciones, que son más interpretaciones personales de ella sobre los mismos materiales.
Estas cinco obras son además un trabajo que le interesan mucho a Ponce de León porque siente que ubican en un lugar donde, si bien hay referencias de cuestiones crueles que tienen que ver con la violencia política, está intermediado por medios digitales, lo que otorga la posibilidad de subjetivizar esa relación con lo que está siendo observado y crear las propias narrativas respecto a ellas.
¿Emergente o frecuente?
Para la crítica, curadora e investigadora Ximena Gama, el tipo de propuestas artísticas con un tono político han estado y estarán siempre en Colombia porque es un país que está en permanente crisis. Para ella esta generación está trabajando en torno a temas como la violencia paramilitar, la crisis de dinero o lo que está pasando en Venezuela —como lo hace Ana María Montenegro en el intensivo de Espacio Odeón—: “En la historia del arte contemporáneo colombiano estos temas siempre han estado presentes e, incluso, la generaciones anteriores que han trabajado temas de violencia política como Doris Salcedo, Clemencia Echeverri, Miguel Ángel Rojas, Wilson Díaz u Oscar Muñoz han marcado la narrativa del relato artístico y de violencia política en Colombia”, asegura Gama.
“Es muy difícil que un artista no trabaje con el contexto de manera crítica y más los de esta generación. Sin embargo, es una sensibilidad que sí está arrojada a revisarse a sí misma en tanto estamos sumidos en una crisis política, en una crisis ecológica, en una crisis, en términos grandes, neoliberal”. Gama cree que la apuesta de Carolina Ponce de León, con Artecámara, fue pronunciar esa nueva sensibilidad y en ese sentido, el fuerte tono no es semejante al de generaciones anteriores en torno al trauma y al duelo.
A diferencia de otras épocas del arte colombiano, dice Ponce de León, donde los artistas han tenido una relación mucho más reactiva sobre relación arte-violencia o sobre arte-política, esta generación está en la incertidumbre de si sería posible la paz o será la continuidad de la guerra. “Antes del Acuerdo pensábamos que íbamos dirección a la paz y abonando terreno de posconflicto. Ahora hay incertidumbre acerca de cómo este gobierno lo va a manejar y con todas las muertes de líderes comunitarios, uno siente que por un lado hay logros, pero por otro hay un campo enorme que son estas matanzas, realmente grandes crímenes en contra de un tejido. Al menos en esta selección me parece que reflejan un poco ese punto de incertidumbre de dónde está lo prometido”, explica.
Sustrato
Uno de los ejes transversales de esta muestra fue, según su curadora, la presencia de las redes sociales en la generación actual y cómo impactan su percepción del mundo, sus comportamientos y relaciones afectivas. “Pienso en las obras de Sofía Reyes, que es este bello relato íntimo, autobiográfico, contando una historia de amor y desamor a través de imágenes robadas del Internet, por ejemplo. O la de Bermúdez como una visión alienante del conflicto armado, porque tu única manera o la más directa de percibirlo es a través de medios digitales abordando el territorio del conflicto de manera intangible. Otra es la obra de Juan Pablo García Sosa donde te reflejas pero tu imagen queda borrada por una mancha blanca”, explica ella.
Para Bermúdez, más allá de hablar el conflicto, la curaduría hizo visible el lugar de donde viene el arte que se expone. No únicamente hablando del conflicto sino hablando de género, de ecología, de lo íntimo.
“Por eso mis conexiones con estas cosas son herramientas tecnológicas”, asegura Bermúdez, “Con mi trabajo anterior —Alias, un proyecto de recolección de cinco años en donde está todo tipo de sobrenombres de delincuentes y que se volvió un libro—, hice una edición que yo llamo hiperrealista porque sale el recorte a escala de medios de comunicación, uno a uno, y es también el juego del humor, el sadismo y realmente el conflicto del país, pero desde el periódico, porque no lo vivo de cerca”.
En el caso de Daniel Jiménez es evidente que su obra alude al cuerpo como primer territorio y, mediante los bolillos, objetos sujetos al cuerpo de autoridad así como los juguetes sexuales, encontró un símbolo: “Con la Comunidad del anillo y con mi investigación quise unir la filosofía del sadomasoquismo combinando justamente el sadismo del Marqués de Sade (obtener placer dominando a otros o sometiéndolos, no necesariamente de una manera sexual) y la herramienta de mando de las fuerzas policiales. La corrupción es una forma de violencia política y me comprometí con mi obra a denunciarla”.
Para Bermúdez, más allá de hablar el conflicto, la curaduría hizo visible el lugar de donde viene el arte que se expone. No únicamente hablando del conflicto sino hablando de género, de ecología, de lo íntimo. Para el artista, Artecámara exhibió un material hecho aquí en Colombia, no sacado de un libro, ni de una galería de arte europea, ni de lo que la moda propone: “Me pareció una curaduría muy idiosincrática: definitivamente hay un tema recurrente que es el tema que más trabajo: el territorio. Territorio tanto en temas de conflicto, ecología, turismo (en el trabajo de Santiago Moreno), un poco de cartografía, el cuerpo como primer territorio también puede funcionar (en Sofía Reyes) y un tema entre intimidad y poder e intimidad y desastre. Poner una posición de una forma del cuerpo abrumadora y universal, como la geografía”.
Para la curadora Carolina Ponce de León, todo lo que es más relevante de esta situación del arte en Colombia es el punto de vista con el que el público se aproxima y el conocimiento que tiene de la realidad y subjetividad de la violencia política que vivimos en Colombia.