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El comodín del Paro en el póquer electoral

En Colombia nos acercamos al final de un Gobierno que acumula tres años consecutivos de protesta social, los mismos que Iván Duque lleva en el poder. Camino a las urnas, ¿cómo la baraja política pudo o podría sacar partido del más reciente paro nacional? Hablamos con Yann Basset, Luciana Cadahia, Laura Gil y Felipe Botero para entenderlo.


Ilustradora: Ana Sophia Ocampo

Estamos cada vez más cerca de las urnas en Colombia, pero la próxima jornada electoral la precede un tren de carga larga: tres años continuos de movilización social en un período presidencial de cuatro años que ahora desfila hacia su fin.

Cada vagón lleva a bordo un sinnúmero de demandas sociales, urgentes, que se arrastran sobre los rieles de una deuda histórica descarrilada en un gobierno que, para el doctor en Ciencia Política Yann Basset, aún es muy pronto para juzgar de manera resuelta, no todavía. Este paro nacional, para él, no dejó tan mal parado a Iván Duque quien, en últimas, ha hecho lo que ha prometido y lo que se esperaba. 

Antes de que viertan las protestas por un vacío de tiempo, nos preguntamos cómo se usaron y a quién le sirvieron en la baraja política. Si bien es cierto que una porción amplia de manifestantes se proclamaron antiuribistas, es decir, en contra del partido de gobierno, no fue esta la única facción que aprovechó para malversar las peticiones. Su orilla contraria sacó partido hasta el punto de traducir el volumen de manifestantes en votos, como lo hizo ligeramente Gustavo Bolívar en un hilo, veinte días antes del #28A: Marchen por los pueblos, por los barrios, por las casas llevando el mensaje del Pacto Histórico y saquemos 15 millones de votos. Elijamos un presidente sin ataduras y llenemos el Congreso de indignados decentes. Derrotar esa recua de ladrones asesinos, es la verdadera revolución.

En medio de tanto ruido, sin embargo, no se puede ignorar la evidencia de cómo se sirvieron distintas corrientes para instrumentalizar la lucha: para ganar adeptos, amplificar u oprimir agendas e, incluso, avivar el fuego de odios ideológicos que miden fuerzas frente a la toma de poder desde hace siglos. Según la filósofa argentina Luciana Cadahia la disputa clara, hoy, es por el futuro de Colombia, una que se da, en sus palabras, entre una juventud que encarnó las demandas democráticas de una sociedad más igualitaria y una fuerza política interesada en perpetuar la espiral de violencia y despojo oligárquico. 

Para la politóloga Laura Gil, en cambio, ese claro enfrentamiento se da entre el Uribismo y el Petrismo, un ciclo desgastado en este país. La radicalización que hubo les sirvió a ambos, dice, que tanto el Petrismo necesita del antiuribismo para crecer y el uribismo necesita del antipetrismo para crecer y, de ese modo, se alimentan mutuamente. Y según Felipe Botero, profesor asociado del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de los Andes, ese volumen de radicalización y polarización, en cualquier caso, fortaleció al centro.

El paro no dejó tan mal parado a Iván Duque: Yann Basset

Me cuesta encontrar a alguien a quien le hubiera “servido” este paro, porque lo que muestra es realmente una desconexión entre el mundo político y parte de la sociedad que protestó, fundamentalmente la juventud urbana.  

El Uribismo, por un lado, fue el primer blanco de la protesta pero ya venía declinando en la opinión pública, el paro solo aceleró su desprestigio. Del Petrismo, en cambio, no pensaría que Gustavo Petro haya podido capitalizar la manifestación por ser la principal figura de la oposición. Él estuvo en una posición bastante ambigua: al principio no salió a apoyarla, después sí y empezó a tener una posición vacilante tratando de apoyar a parte de sus bases en las calles pero sin parecer el instigador del asunto. Y al final tampoco le fue bien porque Petro ha retrocedido en las encuestas de opinión. 

Por otro lado está muy desdibujada la Coalición de la Esperanza, con el agravante de que este sector progresista no ha sido tal. Si uno compara el paro del 2019 con este, en el primero eran la alternativa que había ganado las elecciones al menos de alcaldías en grandes ciudades del país. Ahora estaban entre el martillo y el yunque y la protesta no supieron atenderla, eso jugó en su contra. 

Si hay alguien que sale bien librado es Iván Duque, paradójicamente, porque con esto terminó de abandonar cualquier tentativa de tener un rumbo político propio. Al principio Duque quería imponer un perfil tecnocrático, alejado de los partidos, que hasta el uribismo mostraba su molestia. Él abandonó esa idea y terminó dándole puestos políticos al partido de gobierno, alineándose con el discurso radical de seguridad y orden de su partido. Ahora tiene el respaldo del Congreso que fue muy complicado al principio de su mandato y eso, de cierto modo, le asegura un final más seguro y sencillo de lo que fue al principio de su gobierno. Eso no arregla su mala popularidad, pero no ha perdido tanto.

Francia Márquez aprovechó el escenario del paro porque tenía cierta visibilidad, pero va a ser muy difícil para ella salir de este público y despegar. 

Lo mismo para Maria Fernanda Cabal, una candidatura que se oficializó en este contexto y que muestra la debilidad del uribismo. Estos ganaron en 2018 con un desconocido, Duque, que pasaba por moderado, una figura simpática, sin discursos concretos. Cabal es todo lo contrario, es radical, una muestra de que el Centro Democrático se está radicalizando aún más. Sin embargo, la apuesta de Uribe también ha sido buscar un candidato de coalición que vaya más allá del propio uribismo. Eso es dejar la presidencia para conservar el poder. Desde ese punto de vista, los que quieren el poder podrían ser candidatos de derecha alternativos como Peñalosa, Char o Federico Gutiérrez o candidatos más clásicos de la derecha tradicional.

El paro, pese a todo, no fue un escenario favorable para que el centro existiera con aspiraciones a encarnar la crispación política y social. Hay un desgaste que se ve venir desde las movilizaciones de 2019 hasta ahora, pasando por las jornadas de septiembre que terminaron con varios jóvenes baleados por la policía en Bogotá. 

En Colombia hay un problema claro con la policía, hay una conciencia grande sobre eso y es hoy un tema delicado. La derecha lo ignora y no va a hacer nada más allá de cambiar el uniforme, no hay voluntad política de grandes cambios. Y la izquierda tiene una posición de denuncia con poca capacidad de propuesta y acción. Lo mismo en la coalición de centro, no se ven muchas capacidades. La fuerza pública es un tema que inmediatamente genera peleas políticas y veo muy difícil que se avance sobre posibles propuestas de reformas para las presidenciales de 2022. Las encuestas muestran que la policía perdió credibilidad, se ha “partidizado” su imagen y eso es extremadamente grave: es una crisis de credibilidad institucional. 

Para cualquier candidato será un tema complejo el de la Justicia Penal Militar y el de la Reforma policial. Tendremos propuestas sobre actividades de control, sobre el mismo Congreso y reformas en esos sentidos, pero sobre lo demás habrá que retomar con más calma fuera de las campañas y una vez esté electo el Congreso y el nuevo presidente o presidenta de la República. 

El paro rechazó la posdemocracia neoliberal: Luciana Cadahia

Me parece que es muy pronto para determinar a quién le sirvió el paro nacional. Creo más importante pensar qué están haciendo las protestas sociales –que van más allá del paro– en la sensibilidad del pueblo colombiano. Es decir, qué se hace con este malestar social.

Lo que se ha denunciado es algo que viene sucediendo hace mucho tiempo en Colombia: la instrumentalización de la guerra por parte de las élites. Esa es solo una cara de la moneda. Por otro lado, estas protestas están siendo afirmativas, están articulando al pueblo a través de demandas democráticas y formas simbólicas para imaginar un futuro alternativo. No suele prestarse mucha atención a este punto. Cuando un pueblo empieza a construir símbolos –como el de Puerto Resistencia, que oscilan entre lo artístico y lo religioso–, es cuando empiezan procesos de apropiación de sus muertos y devienen “ídolos populares”. Algo muy profundo, muy viejo y muy poderoso se está empezando a gestar. A veces, la derecha es más consciente de esto que los liberales, por eso la necesidad de destruir el mismo monumento de Puerto Resistencia, de borrar los grafitis, de reprimir los eventos culturales, eliminar las bibliotecas ambulantes o perseguir a los artistas. 

Por otra parte, lo interesante es que todo esto, lejos de pasar desapercibido, despertó la atención de la comunidad internacional. Y cuando algo así pasa, ya no es posible seguir actuando con la misma impunidad de antes. De ahí el nombramiento desesperado de Marta Lucía Ramírez como Canciller, en un intento de lavado de cara de lo que ya no se puede disimular. Por más cartas que envíe, la verdad de que hace parte de un narco-estado está en boca de toda la comunidad internacional. Al punto de que Biden está siendo muy cauteloso con el niño mimado llamado Colombia. 

Lo segundo a tener en cuenta es que se cristalizó una tensión muy clara entre un gobierno que trata de impulsar un proyecto posdemocrático neoliberal y una sociedad que rechaza este nuevo horizonte. Hay una disputa, entonces, por el futuro de Colombia. Una disputa entre una juventud que encarnó las demandas democráticas de una sociedad más igualitaria y una fuerza política interesada en perpetuar la espiral de violencia y despojo oligárquico. 

Esto que sucede en Colombia es la disputa más profunda que se está atravesando en nuestro continente. Pensemos en Chile, en Perú y demás países de la región. Por algo Uribe estaba tan desesperado por el triunfo de Keiko Fujimori. 

Colombia está ante una encrucijada, o bien se suma a la ola de progresismo regional o encarna y lidera el proyecto reactivo del futuro autoritarismo neoliberal. El uribismo anhela ser ese protagonista. Los liberales de élite, como Humberto de la Calle o Sergio Fajardo, están completamente desorientados, repiten fórmulas del 2018, simulan comprender a un pueblo que desprecian en lo más profundo de sus entrañas y quieren ensayar una fórmula imposible: perpetuar el despojo y la desigualdad estructural pero por una vía superadora de la guerra. 

Creo, sinceramente, que solo el campo popular colombiano puede salvar a Colombia de sus estructuras gamonales de poder. Me parece que hay un trabajo de responsabilidad histórica en líderes como Gustavo Petro, Francia Márquez, Aída Avella, María José Pizarro, Isabel Cristina Zuleta, Susana Boreal. También en fuerzas del liberalismo, de cierta disidencia del Partido Verde y de otras fuerzas de izquierda que están siendo muy sensibles a las demandas populares y a lo que se juega en Colombia, en la región y, por qué no, en el mundo. 

Si pudiera decirlo de manera simplificada: el paro y las protestas sociales le sirven, sin lugar a dudas, a Colombia.

El paro le sirvió al uribismo y al petrismo: Laura Gil

Tanto el Uribismo como el Petrismo le sacaron jugo al paro nacional. Estoy convencida de que la radicalización les sirve a ambos. El Petrismo necesita del antiuribismo para crecer y el uribismo necesita del antipetrismo para crecer, se alimentan mutuamente. 

Quizá hacia el principio este paro le haya servido más al Petrismo, porque lo que pasó con la reforma tributaria hizo que la gente le perdiera el miedo a su política. ¿Qué teme la gente, en general? Lo que dice la narrativa de Petro, que va a llegar a expropiar, subir impuestos y todo será un desorden, pero resulta que con la reforma propuesta por Iván Duque mucha gente de derecha se dio cuenta de dónde estamos. 

Todo eso y la frustración acumulada durante tanto tiempo le sirvió al Petrismo, pero con el crecimiento del vandalismo también tuvo el uribismo para seguir apostando a su discurso de seguridad. Insisto, entonces, que lo que necesitan ambos es radicalizar. Por eso mucha gente dice que la violencia puede venir de grupos de extrema derecha con intención de incriminar a los manifestantes, pero también de extrema izquierda con intención de camuflarse en las marchas. 

Ahora, ¿quién creo que ganó más? Sin duda el país, porque a pesar de que es evidente que hubo excesos delictivos y destrucción de bienes públicos, este despertar fue una advertencia después de una pandemia instrumentalizada para callar a la gente. Y ganaron los estudiantes porque se volvieron un actor político de peso que no se puede seguir ignorando. Es impresionante cómo un discurso tan político no está cooptado de manera partidaria. Muchos de ellos no saben dónde se ubican políticamente, eso es interesante.

El centro, por otro lado, es la amenaza más grande tanto para el Uribismo como para el Petrismo, por eso ambos lo atacan y les funciona. A veces, por ejemplo, los enemigos de Gustavo Petro parecen más los políticos del Partido Verde que el mismo Uribismo. Y lo que necesitan unos y otros es pasar a segunda vuelta, el Uribismo porque quiere repetir lo del 2018 y el Petrismo quiere apostarle a que la reflexión “todo mejor que Petro” no funcione, apoyados en el estallido social. 

El centro, además, se volvió el enemigo de ambos y eso explica los trinos contra Alejandro Gaviria, por ejemplo, el asunto aquí es que Trump, en Estados Unidos, demostró que con bases muy pequeñas sí se pueden ganar presidencias, y que la política del miedo y del odio puede funcionar. El Uribismo tiene claro que si el centro pasa con la extrema izquierda, donde no veo a Petro, ellos arrastran el rechazo.

El momento de Fajardo, hablando de la Coalición de la Esperanza, fue hace tres años y medio y no pudo. Lo veo muy desdibujado y no encuentro al hombre audaz que pueda tomar las decisiones drásticas que se necesitan. 

La gente se está expresando, pero no la están escuchando. Eso no pasa con diálogos regionales, pasa con figuras nuevas en la política que incorporen nuevas formas de verse a sí mismos y de leer la política. 

Todo lo que veo es un anacronismo de los que ya fueron y no quieren dejar de ser y eso afecta a toda la izquierda, a la derecha y al centro. Hay una lucha a muerte por sacar una mafia enquistada en el poder que se está dando, pero lamentablemente se está perdiendo. Va a llegar el 2022 y vamos a estar en el mismo cuento: el miedo a Petro y el miedo a Uribe. Es una gran sorpresa y me cuesta creer que estamos donde estamos otra vez. 

La polarización del paro fortaleció al centro: Felipe Botero 

Políticamente el paro no produjo ningún ganador, aunque los movimientos sociales, los sindicatos y el Comité del Paro, en la medida en que el objetivo principal de la movilización fue tumbar la reforma tributaria, lograron ser protagonistas rápidamente. Pero, más allá de eso, no hubo mucha ganancia política. Mantener un paro por tres meses, por otro lado, es otra cosa que habría que reconocerle a los sindicatos y a las organizaciones sociales pero, la pregunta sería: ¿cómo podrían capitalizarlo para elecciones? 

Hay un reconocimiento de que el paro es solo un paso y hay que dar el siguiente, el de la política. Es decir, está bien protestar, pero las organizaciones no pueden dejar en eso su incidencia. Ahora mismo, por ejemplo, el Comité presentó ante el Congreso un pliego de emergencia con 10 exigencias puntuales al Gobierno, habría que esperar qué logran. Los resultados de Chile muestran que un número importante de las listas que ganaron salieron de las movilizaciones de octubre de 2019. Así, las organizaciones pasaron de ser movimientos espontáneos en las calles a tener representación en la Asamblea Constituyente. 

El paro que vivimos, además, fue una continuación de la movilización de 2019 que resalta unas deficiencias e incapacidades del Estado de proveer a la ciudadanía bienes y servicios importantes y de cerrar una brecha de pobreza y desigualdad. Y ni el Gobierno ni los partidos que tienen asiento en el Congreso han dado garantías. Salen y apoyan la protesta social con el fin de tener réditos políticos, pero deberían cuestionarse qué han hecho sobre las demandas de la gente y qué le han aportado al país para mitigar las razones que lo llevaron al paro. 

Ningún partido sobresalió y ninguna política o político salió bien parado, ni de la izquierda ni de la derecha, porque en el fondo no hay un esfuerzo por mejorar las condiciones. La derecha quiere dinamizar la economía y la productividad, pero ni el Centro Democrático ni el Partido Conservador abanderan el empleo. Y la izquierda quiere garantizar bienes y servicios y se olvidó de aumentar educación o salud. 

Por otro lado, sin duda la polarización fue otra de las grandes protagonistas del paro: de un lado lo satanizaron y de otro lo utilizaron para volver más extremo el extremo. De ese juego no se salva ninguno y es una reflexión que tienen que hacer las clases privilegiadas del país: ¿por qué no reconocen nada en los reclamos de quienes salen a protestar? ¿Por qué hay gente que tiene una rabia tan profunda? 

No es un tema de que la gente esté en la calle porque sí, realmente preocupa por qué hay tantos dispuestos a enfrentarse a la policía y sufrir los vejámenes de la fuerza pública. 

Ante la falta de una respuesta para mitigar lo que pasa se necesita encontrar un punto medio, porque de lo contrario hay un señalamiento y un interés fácil por capitalizar la protesta en dos orillas, y entretanto pasa la corrupción o el autoritarismo. En ambos extremos se puede tener razón, pero no en sus perversiones extremas: las protestas produjeron desabastecimientos y la respuesta del Gobierno fue problemática. ¿Qué vamos a hacer al respecto?

En esa discusión resurgió, de carambola, la Coalición de la Esperanza. No lo hicieron por sus propios esfuerzos, sino porque en la lectura del paro y de la percepción de polarización tanto de izquierda y derecha, vieron la oportunidad para presentarse como alternativa para sectores inclinados a ambos lados o no tan polarizados. Pero están muy debilitados y si bien hicieron una coalición, no se alcanza a percibir hacia dónde van, son candidatos relativamente débiles. Sergio Fajardo quizá es el que más posibilidades tenga al lado de Juan Fernando Cristo, Jorge Robledo y Humberto De la Calle. 

Por otro lado, hay un temor injustificado por Gustavo Petro, porque hay más paranoia que pruebas. Creo que su caso va a seguir siendo como el de la profecía cumplida, es decir, que el país se vuelva ingobernable o catastrófico solo depende de que estemos convencidos de ello. Un ejemplo fue lo que pasó cuando fue alcalde de Bogotá, que no lo dejaron gobernar por el temor a su forma de gobernar y la ciudad terminó ingobernada. 

El Centro Democrático, por su parte, tiene muy poco para mostrar de la gestión de Iván Duque como presidente, y si bien tuvo una pandemia en la mitad sin precedentes, antes de la pandemia ya era terrible. Los líderes del Centro Democrático, así mismo, están marcando distancia con Duque porque es un lastre político. 

De este modo, hay resquemores en el ámbito político y está el terreno abonado para que emerja una candidatura de centro, que no tiene candidato aún y están más bien lentos. Aunque la gente en las calles quiere una novedad política en el país, no sé si seamos capaces de inventarnos algo en Colombia. Los organizadores del paro, que no tenían un norte político y que convocaron a una manifestación que se extendió sin calcularlo, están buscando un escenario político que podría abrirles una opción de centro que se levante. Tiene que haber un puente entre organizaciones sociales, feministas, afro, indígenas y sindicales y hasta el Comité del Paro con una propuesta de centro para que puedan tener réditos políticos, pero el Comité pasará quizá al Congreso no a la Presidencia. 

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