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Entre dioses de la cancha, demonios mediáticos y mercaderes de deseos

Omar Rincón, crítico y ensayista, se puso en modo mundialista y escribió sobre los dioses de la cancha, los periodistas no periodistas que dirán lo mismo de miles de maneras y las mafias del fútbol.

por

Omar Rincón


13.06.2018

El mundial de fútbol es una belleza para la vida. Los seres humanos entramos en modo mundial que significa crear un breve paréntesis ante las rutinas, estreses y mezquindades humanas. Por un mes entramos en un perder el tiempo con sentido de goce. Dejamos salir las emociones sin justificaciones, vivimos en rutina de amigos. “Creo que ganar el Mundial es mucho mejor que el sexo. No digo que el sexo no sea genial. Pero el Mundial se juega sólo una vez cada cuatro años”, dijo Ronaldo tras ganar el Mundial de 2002.  Ver el mundial es una alegría casi sexual de cada cuatro años, ese es su milagro en este mundo descreído.

De dioses

El mundial tiene los dioses que se van a jugar sus destinos en un cielo lleno de canchas, un infierno colmado de medios, narradores y comentaristas, y unos mercaderes que van a hacer dinero con nuestros consumos. Y todo lo vamos a ver por televisión: el templo del fútbol mundial. La mejor promoción la de Pep Guardiola para Directv. Y dioses, demonios y mercaderes juegan el mundial en televisión para nosotros, los normales, los anti-héroes. Dioses, héroes y la tele quieren complacernos a nosotros sus súbditos: los que vemos, gozamos y consumimos porque sin pueblo no reinarán.

Los aspirantes a dioses son pocos, el único es imperfecto y se llama Messi, un genio en todas las canchas menos en las de la patria, una tragedia con la selección. Lejos está Ronaldo: un casi dios hecho en el oficio, el entreno y el mercadeo. Perdido en sus diabluras está Neymar. Alá, por su parte, pone a Salah. Nosotros queremos decir que James podría ser: queremos creerlo. Y son dioses porque son celebrities, seres que con su aura emocionan, venden imágenes, nos proponen habitar el ritual del consumo y vivir la fe del descreído. No necesitan hablar, ellos son las imágenes de nuestro capitalismo gestual y de las apariencias.

Y se dice tanto lo mismo porque al mundial no van periodistas, abundan los narradores de emociones inventadas, los comentaristas de táctica y adjetivo rápido, los analistas de escándalos.

De demonios

Los medios hacen su mundial. Este es el evento con más participantes llamados así mismos periodistas. No hay otra fiesta mundial con tantos medios y periodistas. Cada medio envía tropas humanas para “cubrir” el evento. Y eso hacen: cubrir, no narrarlo o contarlo. Millones de periodistas de todas las lenguas y estilos van al Mundial para cubrir y decir y describir lo mismo, hacer lo mismo.

Una paradoja mundial: tantos van para decir lo mismo. Van muchos de cada medio, y todos van al mismo centro de prensa, ven los mismos televisores, hacen las mismas entrevistas. Nunca ha habido tan pocos modos de decir: millones modos de repetir lo mismo.

Y se dice tanto lo mismo porque al mundial no van periodistas, abundan los narradores de emociones inventadas, los comentaristas de táctica y adjetivo rápido, los analistas de escándalos. Sus parloteos de radio, tv, prensa y redes son la expresión de pasiones en explosión: su valor no es la verdad, sino decir lo que los normales sentimos ante la pelota. No van periodistas, solo hinchas.

Y no está mal. Es más, no importa. Y como el fútbol no es lo que se juega sino lo que se conversa, no importa. Los hinchas sabemos que no importa ya que el partido se juega en la cancha y se conversa en los medios y las redes. Qué no importa el partido jugado sino el conversado. Y medios y redes conversan al infinito.

Y con esto nos basta.

La belleza del “periodismo” del fútbol es que no es periodismo: no hay verdad, se vende emociones, por eso gana el que más miente (como en la política). Y no importa que no hagan periodismo porque cada día, en cada partido, en cada juego habrá alegrías, amores, tragedias, comedias e historietas para contar. Algunos se quedaran en el adjetivo impune, y no importa, así somos los hinchas; otros buscaran lo sublime en una historia, y con sus relatos viviremos cuatro años más; los más serán súbditos de redes: leerán lo que digan facebook, twiter e instragram: y dirán que es el hincha al poder.

Una jugada salva el alma, un gol nos lleva al cielo.

De mercaderes

Los mercaderes de deseos juegan con los dioses, los alejan de los mortales y los ponen a vender marcas. Que toman Pepsi, hablan por Claro, juegan con Nike, sueñan Coca-Cola. Los dioses del fútbol se venden por dinero y prestan su nombre para vender feligreses: juegan con nuestra fe. Bueno, si lo hacen los evangélicos, los católicos, los musulmanes, los políticos, los onegeros, los hippies… por qué no lo van a hacer estos dioses, los nuestros, esos que con los pies crean el milagro y con el gol nos llevan a una experiencia religiosa.

Y todo esto es posible en la religión de la FIFA, o la mayor mafia mundial, donde solo juegan un juego: todo por la plata. Su único dios es el dinero. Y lo peor, es que no nos importa a los devotos del fútbol: sabemos que roban con nuestros deseos, hacen dinero con nuestras pasiones, corrompen y manchan la pelota, y no nos importa: una jugada salva el alma, un gol nos lleva al cielo.

La salvación

Y al final de todo, solo queda una noticia: Maradona. No juega, pero lo que diga será lo más sonado, alabado, celebrado y gozado del mundial. Y es que el fútbol es una iglesia marodoniana, donde pecar contra lo coherente, lo cuerdo, lo correcto. El fútbol es donde triunfa el disparate emocional.

¡Qué alegría cuando entramos en modo mundial! Llegó el tiempo de los dioses en la tierra, y nosotros, los creyentes, entramos en modo religioso. Y que venga el gol.

 

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