Uniandinos de frente al #Paíz

Un día para hablar de paz. Un día para hablar del país. Un Día Paíz. El 9 de noviembre, La Universidad de los Andes canceló sus clases y unió sus esfuerzos para pensar en Colombia.


Fotos: Mateo Rueda

– La universidad va a cancelar sus clases por la paz.

– Uy, ¿cómo así? ¿Los Andes?

– Sí, los Andes.

La sorpresa no es gratuita. Es la octava mejor de Latinoamérica, una de las mejores del país  y la de más prestigiosa élite académica, pero es también una universidad de estudiantes apáticos: “de frente a Monserrate y de espaldas al país”. Una que perpetúa la desigualdad social y la concentración de privilegios en unos pocos, una que limita el acceso al conocimiento para quienes no tienen altos puntajes en la Prueba Saber o no pueden pagar una matrícula de 21 salarios mínimos. Una universidad de egresados que, sin que sea una regla, se dedican al sector privado de los altos estratos. Una que poco o nada se ha manifestado frente a la realidad del país y que por pocos motivos cancela clase.

Antes del plebiscito surgieron varias iniciativas de profesores y estudiantes -me incluyo- para hacer campaña por el Sí:  sesiones pedagógicas, foros, conferencias, paneles. La universidad se mantuvo al margen permitiéndonos estos espacios pero no fomentándolos o tomando alguna posición frente al tema. En varias ocasiones buscamos apoyo institucional. Un comunicado, una respuesta positiva a nuestras invitaciones. Nunca pasó. La decisión no sorprendió a nadie y resultó hasta prudente: cuando se hablaba de elecciones, se hablaba de política y los Andes no debía opinar.  De la misma manera actuaron muchos profesores que a título personal prefirieron quedarse callados, ni siquiera hablaron del proceso o de los acuerdos con sus estudiantes. Mantuvieron un rol pasivo y ajeno cuando en momentos como este es natural buscar referentes mayores: los papás, los abuelos, los pastores religiosos y, sin duda, los profesores. No era el momento para ser políticamente correcto, era el momento para sentar una posición clara, para desmentir temores y para aclarar dudas.

 

El 9 de noviembre fue el DíaPaíz en la Universidad de Los Andes.

 

El 2 de octubre la derrota del Sí nos sacudió a todos. A los que le hicimos campaña y muchos de esos profesores de los Andes que en su momento prefirieron no decir nada. Fue creciendo una urgencia imperante de actuar, de pensar más allá, de mitigar los riesgos que parecían amenazar al futuro y al pedacito de paz que alcanzamos a degustar. En una tertulia, informal y no institucional en vísperas del final de semestre, un grupo de profesores de varias facultades concluyeron que la universidad debía parar clases y dedicar un día a la paz. Paralelamente, los estudiantes se fueron organizando en asambleas y redes para unir iniciativas y canalizar esfuerzos, para mitigar la incertidumbre y concertar propuestas, para encaminar acciones tangibles y para hablar de paz.

Escépticos al aval del Consejo Académico, este grupo de profesores, aliado con algunos estudiantes líderes, pasaron su propuesta. A diferencia del 2 de octubre, el sí fue unánime: “se cancelan las clases por un día. Llénenlo de contenido”. Se atravesaban festivos, exámenes y calendarios propuestos con meses de antelación. Se frustraban propuestas de jornadas reflexivas, de paneles y mesas de trabajo. Irían los mismos de siempre, o no iría nadie. Finalmente, humo blanco. ¿Cuándo?: el miércoles 9 de noviembre. ¿Qué?: un día de paz, un día de país, un Día Paíz. ¿Cómo?: actividades lideradas por profesores y estudiantes que, desde cada facultad, buscarían la forma de construir nación. Al final, un cierre: palabras del rector, de los decanos, un concierto. Un minuto de silencio.

 

El plebiscito no era el momento para ser políticamente correctos, era el momento para sentar una posición clara, para desmentir temores y para aclarar dudas

 

El reto no sólo era lograr, en menos de una semana, planear una agenda con actividades para todas las facultades, era también combatir la apatía característica de los uninandinos. Inventarse un día atractivo, un plan imperdible, en un miércoles colado entre dos puentes, en la penúltima semana de clases. Abrimos convocatoria y recibimos propuestas. Trabajamos contra reloj. Cuadramos espacios, tiempos, materiales, presupuestos y quisimos garantizar un espectro suficientemente amplio de disciplinas e ideas que cubriera la mayor cantidad de intereses y posturas alrededor la paz. Quisimos también, que estuvieran los ingenieros, los matemáticos, los físicos, los científicos, los humanistas.

Cerrar con un concierto era buena ancla. No podían ser artistas aleatorios, debían relacionarse con la jornada y con la universidad. La primera banda que surgió como alternativa fue Herencia de Timbiquí, ícono de la música pacífica y autóctona, pero vigente y con creciente popularidad. Embajadores de la paz en el territorio y herederos de la historia de uno de los departamentos más golpeados por el conflicto. Llamé al vocalista, Willian Angulo, le conté la propuesta y sin que acabara de explicarle me dijo que sí, que “qué satisfacción que una universidad de ricos se ponga en esas”. La segunda banda fue Morat. Tiene cuatro integrantes y son estudiantes de la universidad. A punta de verraquera y pasión lograron ser disco de oro en España y Colombia y están nominados como Mejor Artista Nuevo en los Grammy Latinos.

La universidad jamás se había enfrentado a un reto como ese. Conseguir que las diferentes facultades, vicerrectorías, departamentos y oficinas se comunicaran entre sí para gestionar trámites, se saltaran protocolos y aceleraran procesos que en eventos normales duran meses. Era una labor titánica. Lograr un diálogo horizontal entre estudiantes, profesores, vicerrectores y administrativos ya era una construcción de “paiz”. De trabajo en equipo por encima de estructuras jerarquizadas, un empoderamiento del estudiantado y los profesores, un tener la universidad a nuestra disposición.

 

Herencia de Timbiquí y un minuto de silencio cerraron la jornada.

 

Creamos páginas en cada red social, hicimos un video promocional, una campaña de expectativa, invitamos al evento, llamamos a los medios. Tres días antes del 9 de noviembre publicamos la agenda completa: más de 100 actividades que tendrían lugar por todo el campus entre las 8am a 2pm. Conferencias con decanos, con profesores, con eminencias en las diferentes disciplinas, con desmovilizados y con líderes de víctimas como Arismendy y Soraya Bayuelo. Obras de teatro, presentaciones musicales, bailes, cine. Actividades con las Tejedoras de Mampuján, que viajaron desde Montes de María para acompañarnos, con arquitectos, con ingenieros, con diseñadores, con artistas. Acciones de creación, de reflexión, de confrontación y de debate. Acciones puramente académicas, teórica, prácticas. Desde visiones penalistas de análisis a la jurisdicción especial para la paz, hasta ejercicios de escritura para los actores del conflicto y una “chiva por la paz” alrededor de la universidad.

Hubo errores, malos entendidos, varios días sin sueño, frustraciones y mucha angustia. Complejidad logística y miedo al fracaso. Hubo oposición, fuerte oposición de algunos profesores que no entendían ni compartían la necesidad de cancelar clase o de modificar su inmodificable programa para perder un día en actividades banales sobre la paz. También, hubo obstáculos por parte de directivos que, tratando de ayudar, entorpecían nuestro trabajo. Pero eso, también, fue construcción de “paiz”. Fue un ejercicio para validar al otro, para trascender los límites logísticos con una meta en común: concientizar a la comunidad uniandina sobre su rol y su responsabilidad en el país que habitamos.

A pesar del alto porcentaje de abstención -de la misma apatía que tuvo el plebiscito- la mayoría de las actividades estuvieron a reventar. Estudiantes de pie, sentados en el piso, egresados, personas de servicios generales, estudiantes de otras universidades, administrativos, invitados. Fue un éxito rotundo. Cerramos con un concierto lleno de sabor y goce en el que primero vimos a Morat cantando para su casa y, después de varios percances con su vuelo desde Cali, disfrutamos de la música pacífica que nos trajo la humildad genuina de Herencia de Timbiquí. Sentamos un precedente. El país merece que su mejor universidad privada detenga sus clases y se dedique un día entero a pensar en él, en su gente, en su futuro. Los Andes está de frente al país, comprometido y con las mangas arremangadas para lo que viene.

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