Un parlante y cuatro ruedas

‘Tuning’, en la mayoría del mundo, puede entenderse como sintonizar o afinar. En Bogotá, en cambio, es sinónimo de estridencia. Estuvimos en la caravana de Tuning Colombia, un evento en el que lo sutil está fuera de lugar.

por

Laura Linero


11.11.2011

De día las calles del barrio 7 de Agosto de Bogotá parecen un taller a cielo abierto. Este antiguo barrio de casas fue colonizado por  talleres de carros, montallantas, latonerías y ventas de repuestos. Los andenes son vitrinas para pedazos usados de carros, exhostos viejos, correas de transmisión, farolas.  En las calles, mécanicos en overoles engrasados aparecen y desaparecen debajo de los carros que esperan con el capó abierto a ser reparados. Pero en las noches, como la de un jueves de agosto pasado, el barrio cambia de cara.  En noches como esa, una vez al mes, se reunen acá los amantes del  «tuning», un pasatiempo que consiste en modificar los carros para convertirlos en objetos de culto para el público y orgullo para sus dueños.

Un carro «tuning» es un vehículo transformado. Un carro al que se le instaló un motor más poderoso que el original, al que se le incrustaron más del doble del número de parlantes con los que salió de la fábrica y que se ‘personalizó’ pintando, por ejemplo, unas llamas azules a los costados o instalando luces de neon en la carrocería. Estos vehículos, más que automóviles, parecen parlantes motorizados, más que transportar, parecen desfilar por las calles.

Esta noche hay caravana por la ciudad. Aunque desde las siete de la noche hay varios carros se unen a las serenatas simultaneas de diferentes géneros –electrónica, salsa, reggeatón, ranchera y una que otra balada–, sólo hasta las nueve llegan la limosina blanca y la negra que marcan el inicio oficial de la caravana. Brillan las ombligueras de las dos modelos de jeans ajustados, brillan los flashes de las cámaras que se debaten entre fotografiarlas a ellas o a los carros. Las luces de neon iluminan los motores que rugen como tigres y las llantas rechinantes de las motos.

Ya reunidos los carros, las motos y los taxis ‘enchulados’, aceleran detrás de las limosinas que guían a la caravana por la autopista norte hasta el MegaOutlet en la calle 197.

La caravana es una mezcla de modelos, de acrobacias en moto, de carros ‘con todos los juguetes’ que dan trompos. Pero los grandes protagonistas de la noche son los equipos de sonido que llenan los baules de todos los carros. Sus dueños, orgullosos, suben al máximo el volumen de la música, haciendo que el piso retumbe en sinfonía con los bajos y sus decibeles.

Además del ‘bum’ ‘bum’ de la música y el placer de mostrar el carrito, este evento busca algo más: «lo que quiere hacer Tuning Colombia es evitar tantos piques clandestinos», dice Jason Correa, uno de los organizadores del evento. «Que la gente tenga un espacio dónde mostrar su carro, done pueda mostrar su taxi.»

Estas caravanas no sólo hacen parte de una Bogotá nocturna y una Bogotá motorizada, sino una Bogotá estridente que puede llevar un beat por todas sus calles.

*Laura Linero es antropóloga de la Universidad de los Andes y estudiante de primer semestre de la Maestría en Periodismo del CEPER

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