El añorado regreso a la nada: reflexiones en torno a la pérdida de biodiversidad en el planeta

Colombia será anfitrión de la conferencia global más importante sobre biodiversidad del mundo. El científico Hugo Mantilla-Meluk, uno de los dos colombianos que hacen parte del selecto Panel de Expertos en Una Salud de Naciones Unidas, reflexiona sobre el desafío que nos aguarda.

por

Hugo Mantilla-Meluk

Profesor Investigador Universidad del Quindío. Miembro del One Health High Level Expert Panel. Alianza Cuadripartita UN


22.05.2024

Quien iba a pensar que la distancia entre la paz global y la guerra fuera de tan solo 0.125 micras, es decir, menos de una décima parte de uno de nuestros glóbulos rojos. Sí, esa es la dimensión de un coronavirus , algo que no podemos ver pero  paralizó la naturaleza trashumante del linaje humano por dos años, confinándolo en sus fabricadas cuevas con la única expectativa de la espera.

La pandemia del COVID-19, sin otra pedagogía distinta a la misma muerte, evidenció que la distancia entre un virus y la economía global es micrométrica; que los colores de la epidermis humana o los abismos profundos e insanjables de sus diferencias filosóficas, son barreras microscópicas al momento de las infecciones, y que, por más , inteligencias artificiales, cohetes y sondas espaciales, no hay escapatoria al momento en que el planeta recuerda que a donde vayamos, nos siguen las reglas de la biología.

Hoy sufrimos sin posibilidades de respuesta, la incertidumbre y desajustes climáticos, y si bien podemos comprar pequeños ventiladores para hacer más fresca la habitación o la oficina, e igual, podemos llenar baldes el día anterior para pasar un racionamiento de agua, o tapar la molesta gotera que resuena su tic tac sobre un balde viejo, no sabemos, desde lo cotidiano, como prevenir una pandemia viral. Es intuitivo pensar que la salud es un sinónimo de equilibrio y armonía, como también es intuitivo pensar que las monumentales demandas humanas por espacio, alimento, vestimenta y tecnología, son generadoras de múltiples desequilibrios para el planeta.

Postear como liturgia y adicción

Una defensa al silencio, el anonimato y a la experiencia como un acontecimiento privado que es trascendental no por mostrarlo, sino simplemente por vivirlo y ser consciente de él.

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Los humanos renunciamos a la biología como interés colectivo y le declaramos una guerra sin tregua al mundo natural. Las cifras no mienten y no somos conscientes de nuestro propio efecto. Imagine mientras ve su partido favorito, que, en una sola tribuna de un estadio de fútbol, cabrían todos los tigres de bengala, jaguares y leones que quedan en el mundo y sobraría mucha gradería. El mundo natural ha desaparecido ante nuestros ojos, y mientras los humanos y sus creaciones domésticas (gallinas, vacas, perros y gatos) sumamos el 98% de la biomasa de los vertebrados terrestres, el mundo natural que nos deleita en los documentales, no llega a ser el 2%. Con miopía hemos dado a llamar a esta transformación “progreso”. Pero el costo de esta situación es muy alto. Descubrimos hace apenas unos años que la naturaleza no solo regula el clima y la disponibilidad de agua, sino que también nos protege de la aparición de enfermedades novedosas que no sabemos manejar.

Incluso, los desequilibrios naturales han sido también silenciosos activadores de las otras formas humanas de la guerra; las que libramos entre nuestra misma especie. Y de la mano de la guerra hemos soldado nuestra fe en la tecnología. Desde Lucy, la famosa Australopithecus, hace 3.5 millones de años, hasta las puntas de pedernal propulsadas por las cuerdas de los arcos en las pinturas rupestres de Holmegaard hace 10.000 años, lanzar piedras acumuló mejoras por los asirios, persas, hunos, escitas, egipcios, y turcos. Más allá de la fuerza de un soplido en las cerbatanas esparcidas por la América, desde los incas a los mixtecas, el poder químico de la pólvora China, dio nuevos aires, distancia y fuerza a la letal primera bala disparada por un canuto en Ain Yalut; esto ocurrió un 3 de septiembre del 1260 en Galilea, hoy norte de Israel en una batalla entre mamelucos y mongoles, donde se usó, el así llamado “primer cañón de mano”.

Dos guerras mundiales después, supimos de formas más letales, siniestramente probadas en Hiroshima y Nagasaki. Aún recuerdo, como con cierta duda, mi papá me enseñó ese pequeño libro, que en su pasta dura y roja decía en letras doradas Nagasaki; no era más grande que sus manos, y me dijo: de esto es capaz el ser humano. Después me mostró la carta que Sigmund Freud envío a Albert Einstein en respuesta a su pregunta sobre “el porqué de la guerra”. Lo cierto es que el ingenio humano dejó en segundo plano las curiosidades de los gabinetes de los naturalistas, y a las ideas de Darwin y su evolución, se sobrepuso la famosa ecuación de E=MC2. Desde ahí, hemos glorificado los viajes especiales y las promesas de la computación y olvidamos el mundo natural de nuestro propio planeta.

En octubre de este año, Cali, Colombia será sede de la Convención de las Partes del Convenio de Diversidad Biológica, la “COP-16”, y en esta cumbre, nuestro gobierno encabezado por el Presidente de la República y sus ministros, liderarán las negociaciones sobre el futuro planetario, que han incluido en su agenda, como uno de los diez puntos a tratar, el vínculo entre salud y biodiversidad bajo el esquema de “Una Salud”

La idea de “Una Salud” (One Health) es un concepto amplio de salud humana que incluye la buena salud del planeta. El objetivo de esta idea es que sobrevivamos a los desajustes que nosotros mismos creamos en el mundo natural. La idea viene de una alianza inédita de cuatro agencias de la ONU: la Organización de Mundial de la Salud (OMS), la Organización para la Salud Animal (OMSA), la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO), y al Programa Ambiental de las Naciones Unidas (PNUMA). Un grupo de 28 investigadores del planeta conforman el así llamado “Alto Panel de Expertos en Una Salud”, que tiene la finalidad de dar asesoramiento a los gobiernos en el tránsito por esta crisis ambiental global. En ese panel estamos dos colombianos, la Dra. Natalia Cediel y yo que llegué ahí, por mi terco compromiso de estudiar murciélagos por tres décadas. Con la pandemia, y propulsada por el arco tensado de las urgencias, la investigación que solo yo veía importante, resultó tras siete millones de muertes, ser un algo de interés global.

He asistido a otras cumbres, y recuerdo haber viajado a Kirguistán en el 2018 con un poster que casi no puedo pasar en el aeropuerto de Moscú vía a Bishkek por exceso de equipaje en la cabina. En él mostraba la importancia de hacer un seguimiento a los efectos del cambio climático sobre la distribución de las especies y como de moverlas forzadamente por la destrucción de su hábitat natural generaría nuevos escenarios de trasmisión de enfermedades entre especies que nunca antes coexistieron y, también, entre estas y los humanos. Nadie escuchó. 

Ese mismo año le fue rechazada la beca a mi estudiante de doctorado con quien propusimos estudiar virus y murciélagos, por no ser un tema prioritario. Aun seguimos tratando de encontrar recursos para desarrollar este estudio, porque en Colombia, con más de 220 especies que representan la mayor diversidad de murciélagos en el mundo, solo 14 han sido muy fragmentariamente analizadas en su potencial de trasmisión de enfermedades virales. 

Igual me pasó en Ginebra, Suiza, el 28 de octubre del 2019, en la reunión de cambio climático y alta montaña en la oficina central de la Organización Meteorológica Mundial. Mi intervención de tres minutos, fue bien recibida, pero no se hizo nada. En diciembre de ese año, China anunciaba la pandemia de COVID – 19 y en marzo el comercio en Bogotá cerraba sus puertas. La recesión económica derivada de la pandemia ha aumentado la tensión global y vemos como resurgen conflictos bélicos en todo el planeta. Mil años después siguen resonando los canutos rellenos de pólvora y en mis reflexiones al cerrar los ojos he visto dos futuros, uno de ellos está marcado por el añorado regreso a la nada.

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