Reseña de Pepe, la película del director dominicano Nelson Carlo de los Santos Arias, una mezcla improbable de fantasía y documental basada —apenas— en la historia de los hipopótamos que Pablo Escobar mandó a traer.
La película se llama Pepe (2024) como el hipopótamo del que hace más de cuarenta años Pablo Escobar se apropió. Como Los Pepes, el grupo paramilitar acrónimo de Perseguidos por Pablo Escobar. Como Pepe Pótamo, la caricatura de un hipopótamo violeta que viaja en globo por el mundo.
Lo primero que pasa, más que una imagen —la pantalla se torna blanca al inicio, difusa— es un sonido. El sonido de cientos de balas disparadas que se mezclan con las voces de militares colombianos que anuncian por radiotransmisor la muerte del narcotraficante. Eso se queda ahí porque a continuación la historia se traslada a otro lugar, a otro momento y a otro sonido. Ahora es la ribera del río Okavango, en Namibia, al suroeste de África. El sonido es algo muy hondo, forjado en lo profundo de las aguas, que se sincroniza con el ritmo vital de quien escucha: es la voz de un hipopótamo que resopla onomatopeyas graves y secas como pisadas y que luego se pregunta en idioma mbukushu qué es lo que sale de él, esas palabras. Su desconcierto da confianza. La misma que generan los animales que hablan en las fábulas y un poco en los dibujos animados. Lo que sea que vaya a contar es verdad.
La historia que cuenta es la del viaje que él y otros de su especie fueron forzados a hacer desde aquel río de márgenes verdes a quién sabe dónde. Es decir, uno sí sabe a dónde. Uno —espectadora colombiana— sabe que en 1981 Escobar mandó a traer animales exóticos desde distintos puntos del planeta hasta la Hacienda Nápoles, ubicada en Puerto Triunfo, en el Magdalena Medio. Que una década después los animales quedaron a su suerte. Que los hipopótamos se reprodujeron y subieron por el río Magdalena 400 kilómetros al norte. Que hoy son una especie invasora. Nada de eso le interesó demasiado al escritor y director de Pepe, el dominicano Nelson Carlo de los Santos Arias. Porque Pepe, aunque inspirada, no es sobre el suceso real. Es, como indica su subtítulo, un ejercicio de la imaginación.
Entonces el narrador y su parentela son puestos en cajas y llevados —mientras en la pantalla se escuchan cuatro helicópteros de los que penden las cajas cuyas sombras atraviesan la tierra africana para no volver y después el vaivén del océano azul y espumoso sobre el que flota un pequeño barco con la inscripción Caribbean Tug— hasta Colombia.
El punto exacto de arribo es incierto: una carretera destapada donde los ocupantes humanos de dos vehículos se encuentran y se dicen unos a otros que deben llevar las cajas hasta la hacienda del patrón, que no se les ocurra abrirlas ni ponerse a mirar, que si la policía los para digan que cargan marranos bravos. Y de nuevo, el sonido, esa subtrama que Pepe va hilando a punta de ríos, selvas, mares, idiomas y acentos, porque quienes hablan en esta escena son paisas, y con ellos la película se inserta, como un documental o un reality, en la cotidianidad de la gente de la ribera del río Magdalena que tuvo que vérselas con los hipopótamos. Pero al tiempo con la irrupción de esa criatura extraña —maligna como se verá— Pepe también termina siendo una película de fantasía, incluso de terror.
En entrevistas, De los Santos Arias, un cineasta formado en Buenos Aires, Edimburgo y Los Ángeles cuyas tres películas anteriores han sido elogiadas, dice que la historia real de un hipopótamo que es desterrado de la manada y se va río arriba con una hembra le resultó perfecta para abordar un género con el que quería trabajar: “Lo fantástico y la fábula, que siempre han sido colonizados por los grandes cines como si, de alguna manera, la imaginación les perteneciera a ellos”, mencionó a LatAm Cinema. En Pepe lo fantástico se distancia de los cánones que moldean la imaginación desde la infancia a punta de Disney y Cartoon Network para lanzarse desde una periferia que se atreve a narrar el mundo, a ponerle un sonido y una imagen.
En ese sentido, la mirada —y el oído— del director dominicano da un vuelco a la historia de los hipopótamos de Escobar, muchas veces documentada, que aquí parece contada por primera vez. Quizás la clave de su propuesta esté en la mezcla, un concepto bien latinoamericano. A lo fantástico, a la voz del animal y de la naturaleza entera, a las imágenes de dos ríos separados por 11.000 kilómetros que terminan hermanados en cierta continuidad fantasmal, se unen las vidas de las y los habitantes del corregimiento Estación Cocorná en Puerto Triunfo. Entonces, en medio de la tragedia con ecos bíblicos de la pareja de hipopótamos desterrados, uno sigue medio hipnotizada los sucesos domésticos del pescador Candelario y su esposa Betania —magníficamente interpretados— en ese corregimiento enclavado en el río, rico en bares y discotecas y cruzado por una vía donde ya no pasa el tren.
En una jornada de pesca, la criatura se le aparece a Candelario y desde entonces él insistirá en contar cómo esa cosa que salió del río y flotaba como un tronco con la fuerza de un caimán, se le enredó en la atarraya y la destrozó. La película hace preguntas sencillas y quizás inéditas: ¿Quiénes fueron los primeros que vieron a los hipopótamos fuera de Nápoles vagando a sus anchas? ¿Les habrán creído? ¿Los habrán tomado por embusteros y borrachos?
A lo largo de dos horas en la historia conviven muchas cosas. El director artístico del Festival de Cine de Berlín, en cuya última edición De los Santos Arias obtuvo el Oso de Plata a Mejor Director, dijo que la película iba más allá de los territorios narrativos tradicionales. La crítica ha subrayado que es un drama costumbrista más cine de acción más dibujos animados más terror más leyenda. En Pepe hay humor y gravedad, lentitud y tensión, misterio, persecución y un reinado de belleza en honor al río donde las candidatas denuncian el abandono del territorio. Entre todo, Pepe se alza sobre la premisa de que algo es robado y trasladado a otro lugar: la esencia misma del colonialismo. Al comienzo hay una escena recreada en los años 70 en la que la cámara se ubica en un bus de turistas alemanes en Namibia —el mismo país donde Alemania cometió el que se conoce como el primer genocidio del siglo XX— donde el guía, un colono blanco heredero del apartheid, le ordena al conductor, un hombre negro, que hable sobre los hipopótamos que pronto van a conocer. El conductor dice sí, patrón, y se dispone a contar que los hipopótamos han habitado el río desde siempre, que nadie allí se imaginaría vivir sin ellos, que son apacibles, pero que pueden desarrollar una fuerza arrasadora, que a veces su aparición presagia algo malo. El guía mira al conductor y le grita: ¿Cómo les vas a decir eso? ¡Cállate, estúpido!
Pepe, premiada en Berlín y hecha entre República Dominicana, Namibia, Francia y Alemania, termina con la muerte de Pepe a manos de un grupo de militares dirigidos por un alemán. El acontecimiento ocurrió de verdad en 2009. Entonces uno sabe que quien habla es, en realidad, un fantasma, un muerto, un desarraigado, una voz que señala lo extraño que es venir a dar a un lugar donde los hombres matan sin saber por qué.