¿Podrá nuestra heroína hacer del mundo un lugar más feminista?

En el tercer y último capítulo de nuestro especial Mi primer libro feminista: ¿Qué pasa cuando lxs niñxs leen libros feministas y de género? ¿Qué pasa cuando se encuentran con personajes poderosos como Matilda o como Juan, que se pinta las uñas de colores? ¿O con una familia conformada por dos madres? ¿O cuando leen que las niñas no tienen por qué estar siempre bien peinadas? ¿O cuando leen una biografía ilustrada de Virginia Woolf y se enteran de que no le permitieron entrar a una biblioteca por ser mujer?

por

Lina Vargas Fonseca


02.03.2023

Ilustración: Nefazta
niñas conversan entre sí

La señora y el señor Wormwood no querían a su hija.  Mezquinos y ordinarios, solían llamarla estúpida a pesar de que ella era brillante. Cuando tenía un año y medio hablaba a la perfección —sus padres entonces la regañaban diciéndole que las “niñas debían ser vistas, pero no oídas”— y a los tres años aprendió a leer sola. Pero como el único libro que había en su casa era un recetario, la niña fue a la biblioteca pública donde leyó entera la sección infantil y después novelas de Dickens, Austen y Steinbeck hasta que la bibliotecaria le dijo que también podía pedir libros prestados. En adelante ella “viajó por todo el mundo sin moverse de su pequeña habitación”. A los cinco años aceptó que sus padres no eran nobles ni amorosos y que no lo serían nunca. Un día su padre llegó enojado del trabajo, la vio leyendo y envidioso porque era incapaz de sentir un deleite similar por nada le quitó el libro y lo hizo pedazos. Entonces ella decidió vengarse. Así empieza Matilda, la novela que el escritor británico Roald Dahl publicó en 1988. 

En ¡Vivan las uñas de colores!, un libro-álbum de los españoles Alicia Acosta y Luis Amavisca, Juan se pinta las uñas por una sencilla razón: le gusta. Pero en el colegio se ríen de sus uñas coloridas y le dicen que es una niña. 

En ¿Qué hacen las niñas?, el escritor e ilustrador alemán Nikolaus Heidelbach retoma la idea del abecedario —una niña por letra— para construir tantos mundos como niñas hay. Entre lo cotidiano y la fantasía, las protagonistas toman la merienda o ven televisión y al tiempo inventan situaciones en las que hacen lo que les da la gana: “Dolores sueña con hacer carrera”, por ejemplo, y en seguida se la ve mirándose a un espejo con sombrero y capa, vestida como el Papa católico.  

En una entrevista para la revista de literatura infantil y juvenil Imaginaria, Heidelbach —uno de los más originales ilustradores de la actualidad— dice que lxs niñxs tienen derecho a leer historias serias. “Pueden ser divertidas, trágicas, dramáticas, pero tienen que ser serias”, afirma. “Y esto es distinto a lo que proponen un montón de escritores. Creen que tienen que ser simples, que tienen que ayudar a los niños cada vez que algo empieza a ponerse crítico”.

La idea de que a lxs niñxs no se les puede hablar de esto o aquello, de que su protección significa aislarlos de la realidad o, incluso, de que no son capaces de entenderla, está más que cuestionada en la literatura infantil. En los libros destinados a ellxs —no todos, pero sí muchos— hay abandono, guerra, padres malos, niños burlados, niñas solas, personas que practican la generosidad tanto como la crueldad. Hay también niñxs que rompen los moldes de género y que a veces reciben apoyo, pero otras veces discriminación. ¿Qué pasa con quienes leen esos libros? ¿Qué pasa cuando se encuentran con personajes poderosos como Matilda o como Juan con sus uñas de colores? ¿O con una familia conformada por dos madres? ¿O cuando leen una biografía ilustrada de Virginia Woolf y se enteran de que no le permitieron entrar a la biblioteca de Oxford por ser mujer? 

“La literatura infantil trata temas que se han llamado de muchas maneras: temas de conflicto o difíciles. Les han puesto todo tipo de adjetivos, pero verdaderamente se ocupa del mundo en el que viven las niñas y los niños”, comenta María Osorio, editora y librera de Babel Libros. Osorio insiste en que lxs niñxs no viven en burbujas, sino en la misma realidad que los adultos, y eso, sumado a que solo una minoría accede a libros, hace que la literatura no necesariamente tenga el poder de cambiar el estado de las cosas. “Las niñas van a ser mejores porque el mundo está cambiando, porque hay más consciencia, porque hay más gente pensando y hablando del asunto, porque hay más cuidado, porque las mujeres han cambiado muchísimo en pocos años”, opina Osorio. 

Es difícil que una escritora o un ilustrador de literatura infantil no sea sensible a una situación real cuando es muy evidente y entonces la vuelque al papel tal como ha ocurrido, por ejemplo, con el conflicto armado en Colombia. Y quizás al leer, un niño se interese por esa situación, pero también es probable que ya la conozca por el simple hecho de habitar el mundo. 

Aun así, Juliana Capasso, autora e ilustradora, integrante del comité editorial de Señor Zorro Edita y profesora de Literatura Infantil y Juvenil, menciona una palabra: identificación. “Hay lectores que se identifican con un personaje, hay lectores que no se identifican del todo, pero admiran características del personaje, y hay lectores que no se identifican para nada, pero saben que leyeron algo bueno”. Capasso da un ejemplo: a una niña le hacen bullying en el colegio y lee Matilda. Puede ser que se identifique con esa niña a la que no cualquiera, sino su propia familia desprecia. Puede ser que la vida de una heroína tan distante de ser perfecta o rosa o sin adversidad la haga sentirse menos sola. Puede ser que admita, como Matilda —que al final no vive feliz con su familia, sino que se aleja de ella—, que las cosas no suelen resultar como se quiere. 

Pero —y Capasso hace énfasis aquí— eso no quiere decir que leer Matilda o cualquier otro libro le solucione la vida a nadie. Evidentemente Roald Dahl no escribió su novela con el propósito de que lxs niñxs aprendieran algo sobre el bullying. La literatura, se sabe, no tiene una funcionalidad práctica. No sirve para algo. No sucede con la que leen los adultos y tampoco con la infantil. Lo que la literatura sí hace, en cambio, es, como dice María Osorio, “abrir la cabeza y poner a pensar”. 

***

En las bibliotecas de Martín, Elena e Isabella, tres niñxs entre los 8 y 13 años, hay varios libros de no ficción: una declaración de derechos, uno con preguntas y respuestas para niñas y otro sobre las distintas formas que adopta la identidad de género. A este último se refiere Martín. 

“Ella es Ruth. Ella es una niña transgénero, eso significa que cuando nació todos pensaban que era un niño hasta que se volvió un poquito más vieja o lo suficientemente más vieja para decir que ella es una niña. Niña es la identidad de Ruthie”, Martín señala una ilustración del libro It Feels Good To Be Yourself [Se siente bien ser tú mismx], escrito por Theresa Thorn e ilustrado por Noah Grigni. Como varios de los libros dispuestos sobre la mesa del comedor, este fue publicado en Estados Unidos y aún no ha salido en español, así que Martín se encarga de traducirlo: “Este es el hermano de Ruthie, Javier. Javier es un niño cisgénero, eso significa que cuando Javier nació todos pensaban que era un niño y mientras envejecía resultó que sí era un niño. Niño es la identidad de Javier”.

Martín es un niñx trans no binarix y, junto a su madre y su padre, insiste para que en los eventos de su colegio lxs niñxs no estén organizados solo en dos filas: niños y niñas. “Hay muchas formas de ser un niño y muchas formas de ser una niña. ¡Demasiadas para caber en un libro!”, lee Martín. 

“Las niñas van a ser mejores porque el mundo está cambiando, porque hay más consciencia, porque hay más gente pensando y hablando del asunto, porque hay más cuidado, porque las mujeres han cambiado muchísimo en pocos años” — María Osorio

Entre la pila de sus libros feministas Elena selecciona La declaración de los derechos de las niñas y La declaración de los derechos de los niños, de Elisabeth Brami y Estelle Billon-Spagnol. Es un libro doble en el que por una cara de color rosa están los derechos de los niños y por otra, azul, los de las niñas. Elena lee: “Artículo 1: las niñas tienen derecho a andar fachosas, despeinadas, raspadas y a ser traviesas. Artículo 2: las niñas tienen derecho a jugar a las canicas, con carritos, cohetes espaciales y videojuegos. Artículo 3: las niñas tienen derecho a ser muy buenas en matemáticas y no tanto en español”. 

La opinión de Elena al respecto es irrebatible: “Creo que si una niña quiere estar despeinada, no es lo más aconsejable, pero está bien. Si un niño quiere estar despeinado, no es lo más aconsejable, pero está bien. Lo que no me parece bien es que los niños puedan andar despeinados, raspados o como quieran, y las niñas siempre tengan que estar peinaditas, así quietecitas”. 

Desde los 8 años Isabella hace activismo feminista influenciada por las mujeres de su familia. Incluso por su bisabuela, a quien no conoció, pero que según le han contado escribía poesía y fue una de las primeras mujeres en aparecer en la radio colombiana. Isabella considera que hay una conciencia feminista que se está manifestando y dice que eso es clave para que las próximas generaciones cambien: “Los niños están siendo más libres, ya no aguantan no llorar, y las niñas están siendo más aguerridas, más fuertes, no les da miedo alzar la voz o preguntar”, dice Isabella. 

A ella le gusta la política —un campo construido sobre necesidades masculinas, apunta— y por eso leyó Feminizar la política, de Ángela María Robledo. Pero ahora menciona El libro secreto de las niñas, de la periodista colombiana Mariángela Urbina, a quien Isabella admira. Publicado por Planeta en 2021, es una fantasía distópica en la que una chica muda crea, con ayuda de inteligencia artificial, una red social que responde a preguntas sobre asuntos que incluyen sexualidad, roles de género y cambios corporales: “Hay capítulos muy chistosos y, como tiene un formato de red social, entonces te muestra la ilustración del celular y a la chica escribiendo sobre la entrada a la adolescencia que es, justamente, el proceso más difícil de la vida”. 

***

Lxs niñxs parecen tener claro aquello de que la literatura abre la cabeza y pone a pensar. Sus madres y padres, en cambio, no siempre. Como librera, María Osorio comenta que hay adultos que llegan a Babel Libros en busca de “un libro para que mi niño no se haga pipí en la cama” o “para que no sea agresivo en el colegio” o “porque a mi niña la veo mucho con otras niñas y me da miedo”. “La literatura infantil toca todos los temas y uno trata de ofrecer cosas de manera seria, pero a los hijos e hijas también hay que enseñarles, compartir y conversar con ellos”, dice Osorio.  

Esa labor además la realizan maestras, libreras y bibliotecarios. Mauricio Espinosa es licenciado en Ciencias Sociales, especialista en Estudios de Feminismo y Género y mediador de lectura en la Biblioteca Pública El Parque, ubicada en la parte alta del Parque Nacional en Bogotá. Para él, al leer con niñxs libros sobre feminismo y género es importante saber quiénes son lxs lectorxs y cuál es su contexto. En una ocasión, por ejemplo, fue convocado a un taller sobre violencia de género para niñas migrantes habitantes del barrio Santa Fe. Espinosa se planteó: ¿Cómo voy a hablar de violencias con estas niñas? ¿Qué voy a enseñarles? Entonces resolvió leer con ellas Un puñado de semillas, un hermoso libro de la escritora canadiense Monica Hughes y el ilustrador nicaragüense Luis Garay sobre una niña que podría vivir en cualquier país latinoamericano y que junto a su abuela se ve forzada a desplazarse del campo a la periferia de una gran ciudad. “A partir de ese libro hablamos sobre qué entendían ellas por violencia de género y lo tenían súper identificado porque para ellas la violencia de género pasa por su proceso migratorio y por marcaciones étnico-raciales: ‘Me tratan mal por ser venezolana, por tener mi pelo de tal manera’”, recuerda Espinosa. 

Otro de los libros favoritos en la Biblioteca El Parque es Niña bonita, el cuento de la escritora brasileña Ana Maria Machado publicado en 1986 que empieza así: “Había una vez una niña bonita, bien bonita. Tenía los ojos como dos aceitunas negras, lisas y muy brillantes. Su cabello era rizado y negro, como hecho de finas hebras de la noche. Su piel era oscura y lustrosa, más suave que la piel de la pantera cuando juega en la lluvia”. Espinosa cuenta que el narrador es un conejo que ve a la niña y quiere ser como ella. Con esa historia él ha hablado con niñas racializadas sobre roles de género y estándares de belleza. “Una vez le pasé el libro a una niña que lo leyó y decidió: “¡Mamá, soy hermosa!”. 

Los libros sirven para hablar, asegura Espinosa que como mediador de lectura ha visto a niños de cinco años entender sin el menor atisbo de tabú que dos hombres son pareja o a niñas alegrarse porque leen sobre princesas que usan botas y se tiran pedos como ellas. Al tiempo, Espinosa ha visto a adultos llegar a la biblioteca, a cuya entrada solían estar izadas las banderas LGBTI y trans, gritando que quienes trabajan allí son “enfermos” y “pedófilos” y que “con sus hijos no se metan”. Por eso, para él, el ruido de la “ideología de género”, esa concepción que lleva al extremo la idea de que un libro tiene un mensaje único y equívoco con el poder de corromper la mente de quien lo lee, continúa. Sin embargo, Espinosa opina que el debate sobre los temas difíciles en la literatura infantil no consiste en hablar o no de ellos, sino en cómo hacerlo bien, escuchando a lxs niñxs y sin instrumentalizar los libros reduciéndolos a un mensaje obvio. 

Espinosa señala algo que ha llamado su atención en talleres con niñxs: al preguntar por sus heroínas —ficcionales o reales, antiguas o contemporáneas, de reinos distantes o ciudades enormes— siempre terminan hablando de sus propias madres, tías y abuelas. “En un ejercicio una niña dibujó a su mamá y dijo: ‘Mi superheroína es mi mamá porque tiene poderes. Una vez yo me caí, lloré y ella me curó’”. Ojalá, aunque suene cursi, en un futuro no muy lejano, lxs niñxs que leen digan también: “la heroína soy yo”.  

*Todas las entrevistas realizadas a niñxs para este especial contaron con la autorización expresa de sus madres, padres o cuidadoras.

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