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Maria del Rosario Escobar destapa el Museo de Antioquia

La directora abrió las puertas del cubo blanco que permanecían cerradas, permitió que quienes no sean artistas participen de las plataformas expositivas y otorga un lugar para la reflexión sobre ‘el peligro de estar juntos’. Lo hace posible desde una defensa del afecto.

En la médula del centro de Medellín, a pocos metros del ajedrezado Palacio Calibío que el belga Goovaerts construyó hace casi un siglo, está el Museo de Antioquia como un templo colosal y mina del maestro Fernando Botero. Mujeres en ejercicio de prostitución, venteras ambulantes y otras vinculadas a varios tipos de trabajo informal alrededor del edificio, participan hoy en procesos de curaduría y esto es justo una pizca de lo que busca María del Rosario Escobar Pareja, actual directora del Museo, que llegó con una clara intención de agrietar muros hasta desaparecerlos.

Con cinco patios, tres pisos, un sótano y un antiguo concejo municipal dentro, Escobar Pareja ha querido llenar de poros el escenario para entablar un diálogo con la comunidad que ocupa el territorio y configurar más que un proyecto museográfico, otro guión social.

Asumió la dirección con una mirada, como expresa, puesta en un cuerpo, en una biografía y en una sensibilidad —por supuesto— femenina. Lo hizo luego de ser Secretaria de Cultura Ciudadana de Medellín (2012 y 2015) y tras cinco años en los que estuvo a cargo otra mujer, Ana Piedad Jaramillo, al frente desde 2011 y hasta 2016 para desempeñarse más tarde como Ministra plenipotenciaria de la Embajada de Colombia en Francia. Como gestora cultural, Escobar Pareja es también periodista, magíster en Estudios Humanísticos, Especialista en Semiótica de la Interacción Comunicativa, en Periodismo Urbano y docente. Parte de su misión se puede entender desde tres importantes hitos que han traído consigo discusiones sobre la aplicación del arte en la sociedad.

En la Sala Colonial presentarán un relato donde el infierno, el cielo y el purgatorio es el encuentro con nosotros mismos

La primera conversación que sostuvo ante la Junta Directiva y de cara al Museo fue sobre los principios que rigen el quehacer del mismo, que en su mayoría habían sido vistos desde la colección y la historia, como expresa, pero que ella quería verlos también desde la variable del espacio: “No es posible trabajar en un museo si no está arraigado en el lugar geográfico que ocupa. Teníamos las calles convertidas, simbólicamente, en sanitarios públicos: y uno pone sus desechos en donde no está sumando nada”, como confiesa la directora.

Y como el espacio lo determina todo, en esa medida, propuso interpretar a la población circundante con la presunción de que las instituciones culturales no son pertinentes per se sino en la medida en que establezcan conexión con el paisaje plural del lugar en que se sitúan. Esto fue un primer eslabón para configurar el segundo hito. Escobar se propuso cambiar la perspectiva de caja blanca porque el Museo, con exactamente ochenta puertas cerradas, insinuaba una respuesta: abrirlas.

Instalaron una sala expositiva que sucede hacia la calle: La Consentida. Un proyecto que suscitó discusiones que todavía se siguen dando. Lo juzgaban como una forma de hacer banal la experiencia y Escobar Pareja sostuvo la idea con la premisa de despolitización de una palabra, también como un acto político mismo en defensa del afecto. “Una actitud de abrirse a la ciudad sin arriesgarse pero tomando una decisión arriesgada, fue la de La Consentida. Decían que era una actitud condescendiente pero creo que hay desarmarse en eso de poner bajo sospecha todo, como que del afecto habría que sospechar; creo que es una parte del desarme que el arte mismo tendría que hacer para generar espacios de mediación mucho más reales. Volverse a rearmar con razón y corazón”.

La Consentida, entonces, implicó un debate tremendo. En primer lugar por el nombre porque, para algunos, el término parecía problemático por lo que ha significado para la mujer esa noción de conducta sin embargo, lo que cree su directora, es que éste desde una búsqueda de equidad, igualdad, de alejarse de lo patriarcal y del lugar que han tenido las mujeres desde ese punto de vista, era necesario, si lo que se quería era darle un sentido de cercanía al museo con las comunidades rurales, desplazadas y que han sido marginales. En segundo lugar, porque las exposiciones estarían enfrentadas a la ciudad y no solo contenidas en un cubo impoluto.

El problema, así, no era detener un millón de personas que caminaban alrededor de la Plaza Botero pero indiferentes al Museo en un porcentaje altísimo, como dice Escobar Pareja, sino dejar la experiencia clara sobre la Plaza, la Calle Calibío y la Carrera Carabobo y descuidados dos de cuatro costados del rectángulo, hacia la Avenida de Greiff y el paso por Cundinamarca. Es cuando surge, y como tercer hito, el programa de Residencias Cundinamarca que consistió en la disposición de cinco vitrinas en la parte posterior del edificio, especial para exposiciones de arte contemporáneo y experimental.

Pero en La Consentida lo novedoso no era instalar obras que daban hacia la calle. Lo trascendente era que en la plataforma expositiva intervinieran otras manos. La primera fue curada por Las Guerreras del Centro, un grupo de mujeres de oficios informales que escogieron la obra La Huída de Rafael Sáenz, una pintura de 1956 que retrata un desplazamiento campesino. Con textos de propia voz “las mujeres ponían la razón de su llegada alrededor del Museo también como un desplazamiento, tal como lo que está contenido en el cuadro de Sáenz, un ataque persistente hasta ahora”.

Otra instalación en La Consentida fue una reinterpretación de Horizontes, obra de Francisco Antonio Cano, que Escobar Pareja define como la piedra rosetta del Museo de Antioquia y una de las obras que más le habla al público antioqueño. “Esa sala desmontó ese ideal de progreso y el asunto de haberse ido a hacer Antioquia o patria en otra zona, porque empezó a problematizar el color de esa familia, el hacha, el daño ambiental y se cruzó con ‘otros horizontes’ para que conversaran entre sí críticamente”.

Ahora hay una que es La Casita de Arroz del artista Rosemberg Sandoval que da un paso más allá. Para Escobar Pareja, esta obra subvierte su propia consentida y presenta una con visiones muy problemáticas de la ciudad frente a todos: “el peligro de estar juntos, por ejemplo”, como dice.  

Aunque no han tenido un solo problema con la gran apertura, la actitud de mostrar el Museo a quienes se contienen para verlo ha sido “muy sanadora para sentirnos entre sí” y no implica ningún proceso de gentrificación, sino de apropiación del espacio público para el bien común.

¿Por qué somos así en Medellín y en Antioquia y cómo continuar con un camino de cambio porque no nos podemos sentir a gusto con la sociedad en que participamos?

La directora también identificó una pregunta por la búsqueda que nunca encuentra respuesta en las salas de larga duración del Museo: las de los siglos XIX y XX. Cuenta que en la Sala historias para repensar se preguntaban por qué la colección del Museo de Antioquia está concentrada en hombres blancos y ricos y no en las mujeres, ni en los niños, en los afros y/o en los indígenas. “Es la nostalgia de un progreso que se le escapa entre las manos a Antioquia, porque sucede en la equidad y no la tenemos”, determina ella.

En la Sala Promesas de la Modernidad habían visto una sociedad buscando ser industrial y eso se le escapa a Antioquia, como explica, en el estallido del narcoterrorismo y del narcotráfico. Por esto, crearán una nueva sala sobre el siglo XXI y, para octubre, abrirán la nueva Sala Colonial. Presentarán en esta última un relato en donde el infierno, el cielo y el purgatorio es el encuentro con nosotros mismos. “¿Cómo esa mentalidad colonial nos persigue aún y es el otro el que nos lleva a ese oscurantismo y a esa incapacidad de relacionarnos? Queremos contarlo porque queremos hacer problemático y crítico ese asunto del porqué somos así en Medellín y en Antioquia, y cómo continuar con un camino de cambio porque no nos podemos sentir a gusto con la sociedad en que participamos”, declara.

A finales de 2018 terminaron con la restauración a las obras de Botero que están en la Plaza, a las que debían hacerle mantenimiento como suele pasar periódicamente y, en el marco de lo mismo, Escobar Pareja y el maestro Botero solicitaron a la Alcaldía de Medellín que se reubicaran algunas obras (dos torsos y una Venus) y también la posibilidad de ocupar un nicho significativo en el Parque San Antonio, también en el centro de la ciudad, que al pasar por un proceso de renovación como tiene proyectada la Administración Pública, permitiría hacer un monumento a la memoria con las dos obras de El Pájaro de Botero, una de ellas vestigio del atentado del 10 de junio de 1995 donde estalló una bomba presuntamente a cargo del Cartel de Cali.

La institución vale casi 4 millones de dólares al año, custodia seis mil piezas y representa una joya arquitectónica que el municipio entrega en comodato y que pertenece al Patrimonio Nacional. El de Antioquia, siendo el museo más antiguo de Colombia, para Escobar Pareja debe ser una cantera de arte con 140 años de historia que no puede quedarse como un niño por dentro. “Seguir haciendo las cosas igual tendrá los mismos resultados, pero como no hay tiempo para ello, es necesario hacerlas de manera distinta”.

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