Lucha la que pinta: arte feminista callejero ante la violencia

Vandalizar no es lo que hacen las mujeres que expresan su digna rabia en la estación de Transmilenio donde la menor de edad Hilary Castro fue víctima de abuso sexual. Vandalizar son las pintadas de penes, mensajes antiderechos y expresiones como “sé sumisa” con las que desde 2021 personas no identificadas atacan la Galería Feminista Siempre Vivas, un espacio dedicado al arte y la juntanza en Bogotá.

por

Lina Vargas Fonseca


07.11.2022

Videos y fotos: Diego Forero

En noviembre de 2019 el cruce de la calle 26 con carrera 30 en Bogotá fue calificado por el Observatorio de Mujeres y Equidad de Género, de la Secretaría Distrital de la Mujer, como un punto muy inseguro. El lugar, donde hay un puente, unas escaleras, una plazoleta y un túnel peatonal, cumplía dos requisitos para ser calificado así: poca iluminación y poca limpieza. Allí robaban y violaban a las mujeres, recuerdan las transeúntes. Las vecinas de Teusaquillo lo sabían y, sin embargo, era un paso obligado. Por eso, tras reuniones con el distrito, se abrió una convocatoria para intervenirlo. La Colectiva de Mujeres Muralistas se creó entonces y sus integrantes pintaron los primeros murales, escribieron las primeras consignas, pegaron los primeros carteles y organizaron una toma con danza, fanzines, olla comunitaria y proyecciones audiovisuales en la que desde entonces se llamaría la Galería Feminista Siempre Vivas. 

En ese lugar lleno de cemento al que nadie solía mirar y por el que los carros pasan tan rápido como pueden, la colectiva hizo murales con los rostros de lideresas indígenas, sindicalistas y trans, diosas muiscas y criaturas mitológicas. Además, en su intervención, el grupo divulgó información sobre violencia basada en género: en las columnas pintó un violentómetro y un armoniómetro para medir la violencia o armonía de una relación, y frases como “Nunca más tendrás la comodidad de nuestro silencio”.  

Entre 2019 y 2021, a pesar de la pandemia, la galería permaneció activa e incluso hubo una renovación de las obras. Al tiempo, la Colectiva de Mujeres Muralistas se consolidó como un espacio de encuentro de feminismos, transfeminismos, ecofeminismos, feminismos decoloniales y antiespecistas para la discusión, investigación y construcción de un espacio público seguro para las mujeres y disidencias de género. Las cosas iban bien. 

Entonces, en mayo de 2021, la galería fue censurada y vandalizada. En fotos se ven las palabras “falo”, “patria” y “macho” escritas con aerosol en los murales. Un pene dibujado en el violentómetro y una mancha de pintura roja sobre la boca de Cristina Bautista, la indígena nasa y defensora de derechos humanos asesinada en 2019, cuyo retrato fue uno de los más violentados. A finales de mayo la colectiva convocó a una segunda toma en la que, además de recuperar las obras dañadas, pintó la consigna: “Fieras con los violadores”. 

Pero ya en la primera semana de junio de 2021 la galería volvió a ser vandalizada. Esta vez escribieron la frase “Arriba el patriarcado” en la imagen de la comandante Ramona del Ejército Zapatista; penes en la boca, senos y genitales de otras mujeres, al igual que esvásticas y cruces, y las expresiones “viril” y “sé sumisa”. 

A partir de ese momento los actos de violencia simbólica han aumentado. Así cuentan tres integrantes de la Colectiva de Mujeres Muralistas, a quienes llama la atención que las agresiones empezaran durante el Paro Nacional en un contexto de protesta en el que la censura al arte político callejero fue otra forma de represión. “El primer ataque vino de grupos fascistas”, asegura una de las integrantes. “Lo sabemos porque dejaron simbología fascista e hispanista en la galería. Además, cubrieron la boca de las personajas, les pusieron ojos morados, hicieron amenazas simbólicas de agresión sexual”. 

“Constantemente ponen un montón de penes”, la secunda una compañera. “Así operan estos grupos que no solo tienen ideas fascistas, sino que apelan a un constructo patriarcal de anulación de la mujer. Su manera para hacernos sentir inseguras es violentarnos simbólicamente a través de nuestra sexualidad”.  

Los ataques recrudecieron entre finales de agosto y comienzos de septiembre de este año cuando las obras fueron rayadas y rociadas con pintura. A su vez, en los últimos dos meses una mujer trans, compañera de la colectiva, fue hostigada y agredida físicamente en ese mismo lugar. También ocurrió el robo de un celular, una bicicleta y una planta eléctrica y se ha visto a hombres rondando la galería y tomando fotos. 

El pasado 9 de octubre alguien tapó los murales con pintura blanca y escribió: “Ningún crimen contra la iglesia”, “Mamá, no mates a tus hijos”, “Viva Cristo rey” y “Se nace hombre o mujer”. El 12 de octubre, en conmemoración de la diversidad étnica y cultural y junto a varias colectivas, Mujeres Muralistas emprendió una jornada de recuperación y todo volvió a quedar como antes, colorido y feminista. 

Hoy, sobre uno de los muros más visibles se lee en letras azules, torcidas y apuradas el mensaje antiderechos: “Provida”. 

Aunque aún no hay certeza de quién es ese alguien que se empeña en vandalizar, las integrantes de Mujeres Muralistas saben que los ataques suceden a la madrugada gracias a lo que les han contado los habitantes de calle del sector. Desde los primeros hechos ocurridos en 2021 ellas han denunciado ante la Mesa de Seguridad Local de Teusaquillo y la Secretaría Distrital de la Mujer, pero tras los hurtos y la agresión a su compañera trans, la denuncia se extendió a la Fiscalía que acaba de notificarles la apertura de una investigación. La colectiva lamenta la falta de atención institucional.

“Hemos pedido acompañamiento para que las violencias simbólicas no escalen a violencias físicas, como efectivamente pasó, y la respuesta institucional ha sido precaria”, dice una de ellas.  

“Cuando empezaron los problemas de seguridad nos mandaron acompañamiento policial, pero lo que la policía hace es pedirnos los papeles y tomarnos fotos”, agrega otra. “También envían gestores de convivencia que se dan cuenta de todo, menos de factores de inseguridad como las personas que nos hacen seguimiento”. 

“Hemos pedido acompañamiento para que las violencias simbólicas no escalen a violencias físicas, como efectivamente pasó, y la respuesta institucional ha sido precaria” — Colectiva de Mujeres Muralistas

Además, la colectiva ha hecho gestiones para que la galería tenga suministro de luz eléctrica —recién consiguieron que el distrito iluminara la zona bajo el puente— y para que la Unidad Administrativa Especial de Servicios Públicos (UAESP) se encargue de la limpieza. “Hace poco la UAESP, a la que venimos interpelando desde 2019, nos respondió que ellos sí limpian y que lo hacen bien, lo cual no es cierto”.   

La suciedad —evidente en fotos donde hay escombros, trozos de madera, cartón y neumáticos arrumados— no solo incrementa la inseguridad del lugar, sino que es un obstáculo para habitar y trabajar allí. Desde septiembre, Mujeres Muralistas inició una intervención comisionada por la alcaldía de Teusaquillo que duró varios días y que fue interrumpida al menos en tres ocasiones debido a los actos de violencia simbólica. Ellas indican que aún les adeudan el pago de la obra. 

Incluso más que la pintada, lo que la galería representa está en el acto de juntarse y apropiarse del espacio público históricamente vetado para las mujeres. Una de ellas comenta: “Tengo la sensación de que es más complejo cada vez. La decisión de tomar ese espacio público y hacerlo nuestro nos pone en jaque y nos hace —paradójicamente— sentirnos inseguras porque somos visibles, un blanco. Estamos incomodando y eso le desagrada al patriarcado: ‘No quiero verlas, me fastidia lo que hacen, me fastidia que estén en el espacio que yo he habitado siempre’”. 

Una disrupción doble: hacer grafiti con mirada feminista

Aunque ya en los años noventa —una época nacional particularmente violenta— había mujeres que hacían arte en las calles bogotanas y cuya obra, quizás sin asumirse como feminista, intervenía el espacio público desde una subjetividad propia, la más reciente explosión gráfica del arte feminista ocurrió en el Paro Nacional de 2021. Entonces, en Bogotá y varias ciudades del país las calles fueron tomadas por las muchas manifestaciones de la movilización social. Hubo pintadas en el piso, cartelismo y murales, pero, más allá de las piezas, en esos días la frontera entre lo público y privado, y lo individual y colectivo, se difuminó. El arte permitió reunir a gente que había estado encerrada en la pandemia alrededor de un mensaje político. 

La colectiva Gallinas Furiosas fue creada durante el paro. Sus fundadoras pintaban en grupos mixtos donde propusieron denunciar la violencia basada en género que estaba sucediendo en medio de la protesta. Epecíficamente les impactó el abuso sexual cometido por agentes del Esmad en Popayán contra Alison Salazar, una menor de 17 años. Las chicas de Gallinas Furiosas recuerdan que sus compañeros no les prestaron atención. “Después”, fue su respuesta.  

“Nos tocó pararnos reduro y decir: ‘Hay que hablar de esto y tomarnos un espacio propio’. Entonces conseguimos la pintura y lo hicimos”, dice una de las integrantes.  

Su compañera añade que desde las primeras juntanzas, a las que asistieron más de cien mujeres, decidieron que “gallinas” iban a ser todas las que se sumaran y no solo las que supieran pintar. Sus intervenciones artísticas que incluyen retratos, letras, bordado y carteles, han estado en lugares de Bogotá como la Plaza de la Hoja, San Victorino y la Galería Feminista Siempre Vivas. Su primera obra fue el mensaje “No se viola, no se toca, no se mata” que pintaron en el piso del Parque de los Periodistas, y la más reciente un enorme “Aborteras” en un muro de la calle 26.

Aunque aclaran que en la mayoría de los casos la comunidad las apoya, recuerdan que en el Parque de los Periodistas la policía las rodeó y les dijo que no podían pintar ahí. Luego, cuando ellas prendieron unas velas, un policía las acusó de querer provocar un incendio. “Ay, señor, no sea exagerado. Nosotras le decíamos: ‘¿Usted cree que se va a incendiar todo esto con una vela?’”, pregunta una de ellas. 

Para Gallinas Furiosas su feminismo reside en la unión. Una de las obras en las que han colaborado es la Cuquería Gigante: calzones y brasieres en gran formato sobre los que bordaron las cifras de feminicidios en el país y que colgaron de uno de los puentes de la 26, frente al Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario. La Cuquería Gigante se hizo en conjunto con la colectiva Ardidas para quienes el arte feminista está en todos lados, no solo en un formato convencional, sino en cualquier tipo de expresión cotidiana en la calle como los pañuelos morados y verdes que las chicas llevan atados en sus mochilas.

En marzo de 2017, para conmemorar el Día Intencional de la Mujer, Ardidas lanzó el Manifiesto del Brasier y Solo Cuco, una obra en torno a dos asuntos típicamente femeninos y relegados a lo privado, incluso desde la práctica artística: el bordado y la ropa interior, cuya exposición pública constituye una afrenta. Desde ese año ellas convocan a un multipicnic de bordado en el que, a la vez que bordan, las participantes conversan sobre género. El evento se ha hecho en simultáneo en 18 localidades de Bogotá y la exposición de los cucos —bordados y puestos sobre un tendedero— se ha presentado en la carrera séptima, San Victorino, La Candelaria y otras ciudades. 

“Para mí la idea del manifiesto es cuestionar el discurso de que los trapitos sucios se lavan en casa, que las personas que van caminando vean los cucos y brasieres ahí colgados y digan: “uy, qué es esto”. Que se acerquen y vean las consignas, las historias, el mensaje político. A veces los hombres se ríen porque se sienten incómodos, pero nuestra apuesta es generar esa incomodidad”, dice una de las integrantes de Ardidas y cuenta que, aunque la obra no ha sido censurada o atacada, en San Victorino un hombre se acercó a las cuerdas, tomó unos cucos con ambas manos y los olió largamente. 

Para ellas, ese tipo de gestos se relaciona con las violencias simbólicas cometidas contra la Galería Feminista Siempre Vivas: “La agresión es contra la intimidad, las partes íntimas, los senos, la vulva y es una forma de anular esa libertad que estamos buscando”, dicen. “Tienen miedo de que nos apropiemos de nuestros cuerpos y de los espacios que nos quitaron”. 

La filósofa y profesora Luciana Cadahia concuerda en eso: “El mensaje es, por un lado, transmitir miedo y generar una sensación de amenaza para quien lo recibe y, por otro, afirmar una fuerza hegemónica”. Cadahia agrega que —tal como sucedió en el Paro Nacional— la censura sistemática a los murales, pero también a los grafiteros y a cualquier intervención callejera, funciona como un mecanismo de control del relato social. “Exigir justicia social o activar consignas feministas en la calle es un modo de intervención pública y popular para contrarrestar las narrativas inmunitarias que han construido el Estado oligárquico colombiano y las corporaciones mediáticas afines”. Advierte que la situación de violencia en la Galería Feminista debe pensarse en un contexto en el que se “han agudizado las fuerzas fascistas a escala global” y que, aun con el triunfo del progresismo del nuevo gobierno en Colombia, “ese triunfo no se expresa automáticamente en la sociedad”.

“El mensaje es, por un lado, transmitir miedo y generar una sensación de amenaza para quien lo recibe y, por otro, afirmar una fuerza hegemónica” — Luciana Cadahia

Quizás eso explique por qué los ataques contra la Galería Feminista, incluso a diferencia de otros casos de agresión y censura a intervenciones artísticas, no han recibido la atención institucional ni la condena social que merecen. 

Entre tanto, la Colectiva de Mujeres Muralistas debatió cómo responder a los agresores. Pensaron, por ejemplo, pintar tijeras junto a los penes en los murales. Su decisión fue otra: no vamos a interpelarlos, no vamos a ponernos en su misma posición, no vamos a discutir con ellos, no vamos a ser una plataforma política para sus ideas, no vamos a disputarles el espacio, no vamos a nombrarlos.

Ellas, en cambio, preparan una nueva toma feminista en la galería en la que, como siempre, habrá música, talleres, comida y arte. Será una jornada dedicada a la memoria de las víctimas de feminicidio y empezará este 11 de noviembre. 

*Omitimos los nombres de las entrevistadas a petición de algunas de ellas y para proteger su identidad.

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