Los retos de ser caficultor hoy

¿Quiénes serán los siguientes caficultores y dónde lo harán? Estas son dos de las principales incertidumbres que hoy tienen los cultivadores de café en Colombia. En medio de un sistema donde el mayor riesgo lo está asumiendo el caficultor, cada vez es más difícil mantenerse en el mercado.

por

Manuel L. Fonseca


31.08.2017

A unas dos horas de Bogotá, entre el municipio de Viotá y Mesitas del Colegio, en una casa colonial blanca de dos pisos, con barandas de madera pintadas de verde oscuro, pasillos entablados y orquídeas púrpuras que cuelgan en macetas de guadua, Eduardo Stasiukynas, administrador de la hacienda, se recuesta en una hamaca. Este hombre de un metro ochenta toma con una mano una bolsa de plástico resellable, con la otra selecciona pequeñas tiras que tienen un aroma dulce, fuerte e hipnotizante. Con la misma mano las coloca en su pipa, la enciende y succiona con paciencia un poco de aquél tabaco inglés. Me mira a través de sus lentes y dice: “Bueno empecemos, qué es lo que quiere saber del café”.

Con más de cien años de tradición de cultivar café de alta calidad, la Hacienda Misiones, cuyos fundadores fueron curas rosaristas, ha sido una de las extensiones de tierra más importantes del país. En la bonanza cafetera, entre 1976 y 1979, llegó a producir casi el 30 % de la producción nacional (dos millones de sacos al mes). Años después, con la llegada de grupos armados como el frente 42 de las desmovilizadas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), los propietarios y trabajadores de la hacienda se vieron obligados a dejar sus trabajos por más de diez años. Esa tierra permaneció vacía, por ahí no se volvió a ver a nadie.

“El ‘Negro Antonio’ llegó una vez a quemar todas las cabañas”, dice Eduardo. Al final no lo hicieron porque ellos ayudaban a la comunidad, como cuando construyeron la escuela del pueblo y nunca le pagaron ‘vacuna’ a ninguno de los grupos armados. A inicios de los años noventa pudieron volver y cultivar la tierra, aunque el café no volvió a ser el protagonista, ahora lo siembran por tradición y para tener un goodwill, que en otras palabras es un activo fijo de una empresa para mover caja. Se dieron cuenta que en el mercado el grano ya no es rentable como antes, y se vieron obligados a cambiar de estrategia para apostarle a un sistema mixto de ganadería y agricultura.

Los cultivos en la Hacienda Misiones hoy no son exclusivos de café, sino una mezcla que incluye frutas y ganadería. Foto: Manuel Fonseca.

¡O nos adaptamos, o nos adaptamos!

En la Hacienda Misiones, y en Colombia, la especie de café que se siembra es Coffea arabica, la cual sólo crece en zonas tropicales y de montaña. Al ser cultivada en tierras fértiles de los Andes y la Sierra Nevada de Santa Marta, limita la oxigenación de la planta provocando procesos fisiológicos que le brindan la acidez característica a la semilla. Existen distintas variedades de la planta conocidas como Típica, Borbón, Maragogipe, Caturra y Castillo que han sido creadas para evadir y contrarrestar los efectos de ‘la roya’, el cual es un hongo que infecta a las plantas en condiciones de alta humedad y calor. Esta es una de las razones por la que Colombia es uno de los países más vulnerables a los efectos del cambio climático.

El calentamiento global tiene seriamente amenazado al café. A medida que aumenta la temperatura los cultivos de café se ven desplazados cada vez más arriba en la montaña, pero al mismo tiempo la cantidad de tierra disponible se ve reducida. Por otro lado, el calentamiento global influye en un aumento de las precipitaciones, lo que implica que al combinarlo con el incremento de la temperatura, es el ambiente propicio para muchos patógenos y plagas que afectan la productividad del cultivo como el hongo de ‘la roya’ y muchos insectos como ‘la broca’.

Actualmente la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia tiene reportadas un poco más de 560.000 familias caficultoras, pero básicamente “el que hoy está sembrando a 800 ó 1.200 metros está jodido”, resalta Eduardo. Por condiciones climáticas es cada vez más difícil lograr sembrar café, los encargados de los cafetales aseguran que cuando hace mucho sol se seca el fruto y por el contrario cuando hay mucha lluvia lo llena y se cae más rápido, lo que tiende a atraer a ‘la broca’. Estos eventos generan gastos extras en los bolsillos de los caficultores porque hay que recolectar con mayor frecuencia el café. Eso sin tener en cuenta fenómenos como el de ‘El Niño’, que en 1992 provocó una gran sequía y le generó a la Hacienda Misiones pérdidas de al menos unos trescientos millones de pesos en café, para ellos eso significó el fin de todo lo que tenía que ver con el grano.

“¡O nos adaptamos, o nos adaptamos!”, exclama el biólogo Martín Ramírez, quien está terminando su maestría en gerencia ambiental en la Universidad de Duke y ha trabajado con comunidades caficultoras en el Cauca. Para él la economía del país depende fuertemente de sistemas agroambientales y existe una necesidad de cambiar la forma en que estamos interactuando con el ambiente. Eduardo también cree en este concepto ya que enfatiza en la diversidad como modelo para lograr que los terrenos vuelvan a ser productivos. Por eso manejan varios tipos de cultivos independientes de macadamia, café, pitaya, gulupa y están incursionando en el aguacate, los cuales van a parar a mercados extranjeros mucho más lucrativos.

Si un café en Juan Valdez cuesta $3.300 pesos, el productor sólo va a ver $132 pesos de esa venta

4 %

El café es un producto que logra grandes flujos de dinero a nivel mundial ( más de setenta y un mil millones de dólares al año) y eso tiene como consecuencia que su precio internacional esté sujeto al mercado global. Esta es una de la razones por la cual sembrar el grano ya no es rentable, ya que producir una carga de café en Brasil o Vietnam es 50 % más barato que acá en Colombia ($ 790.000), considerando que los costos del grano colombiano siguen creciendo y el precio mundial es otro. Para el caficultor sembrar el grano simple y llanamente se ha vuelto insostenible. Hay que pagarle y mantener a los recolectores, y en eso se van casi $ 400 por cada kilo de café que recojan, más los abonos, más el mantenimiento del cafetal y las mulas de carga.

El investigador de la ONG Conservación Internacional (CI), Alejandro Rosselli, comenta que estudios realizados por el IAASTD (International Assessment of Agricultural Knowledge, Science and Technology for Development) reportan que por cada venta de una taza de café, el caficultor al final sólo recibirá el 4 % de ese valor. Esto quiere decir que si un café en Juan Valdez cuesta $3.300 pesos, el productor sólo va a ver $132 pesos de esa venta. Esto en otras palabra demuestra que para los campesinos el café ha dejado de ser económicamente atractivo. Esta desigualdad se transforma en una especie de ciclo vicioso de pobreza para los agricultores y eso ha generado que la base de caficultores esté disminuyendo. Resaltando el problema del que nadie está hablando: ¡el campesino se encuentra en vía de extinción!

“De los recolectores que tenemos más de la mitad pasan de los cincuenta años, pero recolectores entre veinte y cuarenta ya no hay”, dice Eduardo. La verdad es que nos estamos enfrentando a que no hay un recambio generacional en el campo y eso va a ser crítico en unos años, en parte porque ese orgullo cafetero ya no existe. “Antes el productor de café era el dueño del pueblo, el que tenía plata. Hoy se le ve al campesino como un pobre pendejo desprestigiado”. Ahora los jóvenes no quieren trabajar la tierra y prefieren irse a la ciudad, tener un carro, un celular último modelo, un empleo estable. La gente ya no está tan interesada en seguir viviendo y sembrando en el campo.

Recolectores de café en la Hacienda Misiones. Foto: Manuel Fonseca.

Café transparente

Aunque en julio la producción de café se incrementó en un 25%, Cristian Soto, Coordinador de Comercio Sostenible de la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia, reconoce que la ausencia de jóvenes es uno de los problemas más grandes que tienen hoy en día. “No es fácil por las oportunidades económicas, seguimos buscando con los jóvenes esas motivaciones y que vean reactivar el campo como una oportunidad bonita de vida”. En los próximos meses se llevará a cabo un encuentro de jóvenes cafeteros con el fin de encontrar herramientas y estrategias para que vuelvan al campo y este no quede abandonado.

Soto resalta que actualmente hay una oferta mayor a la que se está produciendo, por lo cual es muy necesario mantener el programa de café orgánico, pero que a la vez es necesario ajustarse a lo que exigen los clientes y el mercado. Esto puede ser preocupante ya que en Colombia la producción de café sostenible es simplemente un código voluntario de buenas prácticas que deben cumplir con unos estándares de calidad que propone el mismo mercado. Y cuando se tiene en cuenta la vulnerabilidad del café al cambio climático, la Federación responde que ellos brindan un equipo técnico que acompaña y recomienda gratuitamente prácticas que le permita a los caficultores tolerar esos cambios ambientales.

Compañías como la multimillonaria Starbucks, ha logrado que 70.000 familias caficultoras (12.4 % del total de caficultores)  se vinculen al proyecto The Coffee Sustainibility Challenge – El reto del café sostenible –que busca contribuir de manera sustentable en la producción, distribución y consumo del grano en el mundo. Pero para Rosselli aún queda un gran vacío entre cómo conciben la sostenibilidad los caficultores y los empresarios, ya que “es muy distinta la sostenibilidad de una tienda de Starbucks en Nueva York y una tienda aquí en el Cauca”.

Recientemente la Federación Nacional de Cafeteros celebró con orgullo sus ‘90 años viviendo café, sembrando futuro’. Pero todo parece indicar que este es un futuro muy incierto y sombrío para los caficultores colombianos, más lleno de tormentas y peligros que de una gran calidad de vida. Eduardo cree que si la Federación sigue así es posible que llegue a desaparecer, especialmente porque se sostienen de las familias caficultoras que a fin de cuentas son las más vulnerables.

El café de la Hacienda Misiones. Foto: Manuel Fonseca.

Mayor reconocimiento

Para empezar a resolver todo este nudo en el que el campesino se está viendo estrujado, Rosselli sostiene que existe una necesidad de un diálogo más directo entre grandes vendedores y productores de café, ya que la falta de exigencia de los consumidores a los vendedores por productos sostenibles y el poco apoyo técnico en una era tecnológica refleja que en Colombia no se invierte lo suficiente en el caficultor. Para poder lograrlo hay que entender que un café orgánico no es necesariamente sostenible como se nos hace creer, ya que aunque sea un producto ‘amigable con el ambiente’, también es esencial que sea “transparente en su historia”.

Y al ser transparente significa que se sepa de dónde viene, quién y cómo lo produjo, quién y cómo lo procesó, a quién se lo vendió, quién lo distribuyó, a dónde llegó y al final, quién lo consume y por qué motivo. Simplemente porque cada actor dentro de la cadena tiene unas responsabilidades muy específicas, en especial para que la actividad de producirlo sea atractiva en el largo plazo. Este concepto sencillo de entender parece bastante complejo de ejecutar, pero puede ser la diferencia en la calidad de vida que se le puede dar al caficultor actual y a los que se necesitan a futuro.

La Federación no ha entendido que la receta del café sostenible no sirve por igual a todo el mundo. “En el suroeste de Antioquia hay grandes problemas de agua y de suelos, principalmente porque fue donde empezó la caficultura, pero tengo la sensación que si no se realiza una intervención vivirá la realidad de muchas zonas donde reforestar va a costar tanto dinero que explotarán hasta el último recurso posible y dirán que ahí se acabó el café, que ya no dio más”, dice Alejando Rosselli levantando los hombros y las cejas.

“Es el colmo todavía estar subsidiando café porque las ganancias no son balanceadas entre productores y empresarios”, dice Rosselli. Hay que brindarle un mayor respeto y reconocimiento al arduo trabajo de producir café. Por ello muchas empresas creen que es suficiente con unirse a una ONG para incentivar un café sostenible, y de paso incrementar sus ventas ya que este es más costoso. Pero esta moda no contempla entender la producción desde la base, y los consumidores desconocen que tiene el poder para cerrar esa brecha y aumentar las ganancias de los caficultores. Aunque si el caficultor, el empresario y el comprador no comparten y crean una visión de sostenibilidad unificada eso jamás se va a dar.

“Uno se da cuenta los caficultores son comunidades terriblemente necesitadas de transferencia de conocimiento, que no son irracionales y no es que no quieran darle un valor agregado a su café”, dice el biólogo Martín Ramírez, pero para una persona que se levanta a las cinco de la mañana todos los días a recoger café todo el día, pedirle que haga algo extra o diferente no es fácil. En tiempos de cambio climático, este es un trabajo sujeto a muchas variables medioambientales y agrícolas, pero que pensado sosteniblemente a largo plazo puede llegar a funcionar.

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