Chet Faker
Me lo presentó mi mejor amigo. Lo posteó en Facebook hace como un año y no me lo he podido despegar desde entonces. Lo “stalkié” y supe que se llamaba Nicholas James Murphy (punto a favor por ser tocayo de James Murphy de LCD Soundsystem), pero que su nombre artístico era Chet Faker. Supe que era australiano, que acababa de lanzar su primer disco Build On Glass (2014) y que él no iba a ser un one hit wonder. Al menos no en mi cabeza. “Talk Is Cheap” se convirtió rápidamente en un himno de mi 2014, en una de esa canciones que no puede no ponerse en loop eterno. Esos soniditos mínimos maravillosos me recuerdan a cuando descubrí a Björk y al trip-hop a mediados de los noventa; esa voz por alguna razón me hace pensar en el sentimiento de Frank Ocean y la versatilidad de Jack Peñate, o al revés también funciona. Y sí, la llegué a odiar un poco, pero al final uno las odia es de tanto que las quiere (a las canciones claramente). Y se me incrustó en la cabeza con “1998” y “Gold”. Y no me lo voy a perder por nada. Y que me perdonen los de Rudimental, que voy a llegarles tarde por ver a este señor.
SBTRKT
En 2012 –por allá en abril cuando pasó Coachella– me quedé idiotizado con la voz de Yukimi Nagano, la vocalista de la banda sueca Little Dragon. La canción era bien extraña para ser de esta banda, a pesar que ellos siempre han sido muy experimentales. Era muy electrónica y comenzaba con un sonido como de percusión, que poco a poco se deshacía en ruidos y tonos difusos, como cuando cae tinta de colores en agua. Mi confusión duró poco, porque tratando de buscar la canción me di cuenta que existía una banda que se llamaba SBTRKT y que la canción en realidad era de ellos. Una banda que no tenía idea qué más tocaba, de dónde era o cómo se pronunciaba su nombre. Y pues resultó que tampoco era una banda, mejor dicho, era solamente él, Aaron Jerome, un señor inglés que siempre usaba una máscara para tocar porque no quiere mostrar quién es. A él le interesa es que la música hable por sí sola. Y sí. La música de SBTRKT habla sola y está un par de años adelante del resto del mundo, es de esos artistas vanguardistas que terminan proponiendo tendencias. SBTRKT es dubstep, house y soul al mismo tiempo; es fiesta, es melancolía y evolución. Creo que irá muy bien con el gris de la ciudad y será el acto que sorprenderá al público bogotano. No me lo pierdo por nada.
Aterciopelados
El primer disco que compré en la vida fue el Con el corazón en la mano (1993). Todavía lo tengo, lo escucho y me sé todas las canciones. Lo tenía grabado en un cassette antes de comprarlo en CD y mi mamá me regañaba por gritar –a los 8 ó 9 años– «¿Quién mató, quién mató, quien mató a la gomela? Su cuerpo desnudo en las afueras…20 puñaladas, tor-tu-ra-da-a». Al final, terminamos con mi mamá en un concierto de Aterciopelados en la feria del libro de 1996 ó 1997 (donde también compré el disco).
Aterciopelados cambió mi vida, cambió el sonido de Bogotá, la música de Colombia y refrescó a Latinoamérica. Es la banda más grande del rock colombiano de lejos. Es nuestra banda cachaca, de sumercé, de buena onda, de la experimentación. No les ha dado miedo reinventarse disco tras disco; no quieren agarrarse de fórmulas ni a las disqueras. Podría escribir mil anécdotas que hacen que ame a esta banda (la vez que Andrea me firmó un autógrafo en Compensar antes de entrar a la piscina; la vez que Andrea lanzó un «Palo de agua» hecho por ella en un concierto y cayó mágicamente en mis manos; cuando vi a Conector por primera vez y rockearon más que todo Rock al Parque junto; la vez que me mostraron su taller de cerámica en Teusaquillo y me presentaron a Milagros con un té…), pero en fin, soy un groupie de la banda y no me los pierdo.
Alt-J
A veces me da rabia escucharlos. Me da rabia porque nunca he podido aprenderme las letras de todas sus canciones, por más que las escuche atento, siempre termino perdido en los juegos vocales y en todo menos en aprender la letra. Pero prometo que cantaré el viernes a las 6:45pm cuando estos monstruos se suban al escenario. Prometo que cantaré «Breezeblocks» y «Matilda» a todo pulmón. Prometo que brincaré lo más que pueda en «Left Hand Free».
Si no los conoce, Jon, Thom y Gus son un trio –antes cuarteto pero Gwil, el bajista, no aguantó el ritmo– que se llama Alt-j. Alt-j es el shortcut del teclado para la letra griega Delta (Δ), que se usa en ciencia para las diferencias de magnitud. Y el delta entre Alt-j y el resto del festival es gigante. Esta es la banda que NADIE (en mayúscula) se puede perder. Están en todos los festivales, tienen dos increíbles discos encima y se ganaron un Mercury Prize con su debut An Awesome Wave (2012).
Astro
«Me incendié. Revolución, explosión…». No se necesita nada más para tener un gran comienzo en una canción. Astro no necesitó nada más para que me quedara escuchando su música una noche en la que divagaba en Youtube buscando videos de Gepe, Javiera Mena y Anita Tijoux. Caí redondo, me dejé llevar por las letras y la música psicodélica, por la experimentación y lo ecléctico de una banda que apenas se conocía por fuera de su natal Santiago de Chile. «Son los MGMT latinos», leí varias veces; «son la nueva promesa de Chile». Sí y no. No me gustan esos encasillamientos a las bandas jóvenes y en su momento preferí no pararles bolas. Lo que me importaba era que Le disc de astro (2011) era una joya del pop en castellano, que disfruté casi en secreto. Unos meses después los trajeron a Rock al Parque, a la tarima Bio, tempranísimo. Los vimos no más de 100 personas. Y fue increíble.
Cuando hice mis apuestas del Estéreo Picnic 2015, la única banda latina que se me ocurrió podía estar en la lista fue Astro. Este año regresan a Colombia con dos discos encima y el anuncio de un tercero ya casi listo; regresan después de girar por buena parte de Latinoamérica y Estados Unidos; regresan tras tocar en grandes festivales. Es la oportunidad perfecta para ver lo que hacen en nuestro continente, para ver una banda que no se parece a nada, que tiene sus propias búsquedas. Lo siento por The Kooks, pero Astro mata The Kooks