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La Universidad de los Andes contra la Universidad de los Andes (I)
1. Un proceso viciado “A usted le armaron un proceso de quinta”, le dijo un profesor a Carolina Sanín luego de que ella fuera a la universidad, este 2 de diciembre, por petición directa de la decana de la Facultad de Artes y Humanidades, a recoger en físico en el Edificio Monjas la “citación a […]
“A usted le armaron un proceso de quinta”, le dijo un profesor a Carolina Sanín luego de que ella fuera a la universidad, este 2 de diciembre, por petición directa de la decana de la Facultad de Artes y Humanidades, a recoger en físico en el Edificio Monjas la “citación a Diligencia de descargos”. La carta fue redactada por la Dirección de Gestión Humana y Desarrollo Organizacional de la Universidad de los Andes. El comité que llevaría el proceso constaba de un abogado que representaba a la universidad, una escribana que transcribía y el jefe de Relaciones Laborales. El encargo les llegaba de su superiora, la directora de Gestión Humana que, a su vez, había recibido una comunicación de su superior, el rector de la universidad, el día antes, para que procesara toda la información que le adjuntaba —cartas de un estudiante, dos egresados, tres profesores y un “Grupo de Profesores de la Facultad de Artes y Humanidades”—.
Puede suponerse que el jueves 1 de diciembre alguien tuvo que trabajar horas extras, no remuneradas, para producir, en menos de 24 horas, la carta, consultarla con quien fuera necesario y tenerla lista en la mañana. El trabajo, en apariencia, se hizo en el despacho de un funcionario —inferior en rango a la directora y al rector— quien cotejó los siete archivos adjuntos que daban cuenta del “comportamiento” de Sanín, los cruzó con todo el articulado establecido en tres volúmenes de ley —el Reglamento de Trabajo, el Estatuto Profesoral y el Código Sustantivo del Trabajo—, y logró producir con inusitada celeridad un documento de cinco páginas que le advertía a la profesora —o empleada— que sus faltas podrían ser consideradas como “gravísimas”.
En medio de la temporada de exámenes y entrega de notas le dieron a Sanín menos de tres días hábiles para analizar la información, redactar sus descargos y presentarse en una oficina del Edificio Monjas donde sería oída e interpelada y asistir acompañada de un par de observadores que no podían hacer ninguna observación. En unos días podía esperar el dictamen, una suerte de juicio sumario donde los funcionarios en los que recaía la decisión actuaban sobre un caso que era cosa juzgada por su superior. El rector, como autoridad máxima de la universidad, ya había dicho la última palabra sobre el “comportamiento” de Sanín.
El rector se pronunció tajantemente el 9 de noviembre, en una comunicación pública —dirigida en un comienzo a los estudiantes, luego copiada a los profesores y a los medios— en contra de “las agresiones a miembros de nuestra comunidad por medio de diferentes redes sociales”. Paso seguido dio su opinión sobre el “comportamiento” de Sanín: “debo también manifestarme en contra de las expresiones utilizadas por una docente de planta que se ha referido en términos peyorativos hacia la universidad, nuestros estudiantes y egresados, así como hacia programas como el de Ser Pilo Paga. Dichas desafortunadas expresiones lesionan el nombre que la universidad ha venido construyendo con el aporte y esfuerzo de cada uno de sus integrantes. Considero que las apreciaciones en referencia no tienen asidero en nuestra realidad, no reflejan los valores uniandinos, y no son representativas de la comunidad de profesores y estudiantes que tanto nos enorgullece”.
El rector había opinado, dado su versión de los hechos, y lo había hecho en público para enfrentar a una profesora que había cuestionado la gestión de su administración en esa misma arena. El mismo rector que hace unos meses había definido a los Andes como “la universidad más pública que hay en Colombia”, ponía la discusión donde debía estar, en lo público (y recibía críticas por esto, ver Los Andes: ¿La universidad más pública del país? de Daniel Alejandro Hernández). La libertad que usó Los Andes para fundarse como universidad es la misma que asiste a la crítica en su derecho a expresarse, además, esta institución recibe cuantiosos recursos públicos del programa estatal Ser Pilo Paga, un ingreso que compromete parte de su balance financiero anual a la continuidad de estas asignaciones y que le demanda a la institución privada el darle un carácter cada vez más abierto, transparente, plural y debatible a la toma de sus decisiones.
En el segundo semestre de 2015 el rector se había reunido con los profesores de la Facultad de Artes y Humanidades para tratar asuntos varios relacionados con la “crisis de las humanidades”, y un par de profesoras, entre las que estaba Sanín, había hecho críticas puntuales sobre algunos aspectos de la universidad. Entre las respuestas que aventuró el rector hubo un señalamiento: las personas que no estén de acuerdo con las políticas de la universidad, están en libertad de irse. Cabría preguntarse aquí si las “políticas de la universidad” son una “realidad” inamovible que refleja unos “valores uniandinos” inamovibles, “representativos de la comunidad de profesores y estudiantes que tanto nos enorgullece”, o si conviene recordar un consejo de alguien que apoyó a la Universidad de los Andes en sus comienzos, Albert Einstein, cuando definió bien lo que es una práctica insensata: “Insensatez: hacer lo mismo una y otra vez y esperar resultados diferentes.”
2. Pasado, presente y futuro del meme reaccionario
Semanas antes de su despido Sanín había dado declaraciones a la prensa y publicado textos en su página de Facebook en relación a la circulación por redes sociales de una imagen suya. Se trataba de un “meme” con un primer plano de su cara con un ojo morado, como si hubiera recibido un golpe. La imagen fue difundida por los foristas virtuales y anónimos del grupo de Facebook Cursos y Chompos Ásperos Uniandinos. El fotomontaje evitaba la distorsión propia de la caricatura para ser una representación realista, que pasaba de invitación humorística a provocación malhumorada, una amenaza gráfica que, como en tantos casos de agresiones a mujeres por parte de hombres alterados, podía incitar a ir de la crítica ácida de unos al ácido de otros.
Amenazas de este tipo ya se han visto en la universidad. Hace algo más de un año, los hermanos Sebastián y Alejandro Lanz, estudiantes de la Universidad de los Andes, habían sido amenazados, vía la red Grindr, por una persona que, entre otras cosas, decía: “les voy echar ácido en la cara para que sepa lo que es ser feo y estar en ese ambiente siendo gay”. Luego de las respectivas investigaciones se comprobó la sospecha inicial de los dos estudiantes y activistas fundadores de la ONG Parces: la persona que los amenazó era un miembro de la misma universidad donde ellos estudiaban. Esta situación, sumada a muchas otras, hizo que la Universidad de los Andes pasara de una actitud desatendida, como la percibieron los hermanos Lanz, a producir un “Protocolo para casos de maltrato, acoso, amenaza, discriminación y afines”, pues es claro que este tipo de casos son actos de maltrato que ocurren día a día, en mayor y en menor grado, en el campus (ver El Caso Lanz: la punta del iceberg de Ángela Rivera). El estudiante que amenazó a los Lanz se encuentra vinculado a un proceso judicial por estos actos.
El “meme” del ojo morado de Carolina Sanín activó de inmediato el protocolo institucional y generó una amplia reacción entre profesores de la universidad que tomaron la iniciativa y firmaron una carta pública para expresar su rechazo: “Consideramos que es necesario, como educadores que somos, comprometernos con una formación en la solidaridad, la empatía y la construcción de una cultura del cuidado del otro, que incluya a los estudiantes, profesores y las personas de apoyo de la Universidad de los Andes. Estas son habilidades fundamentales para una ciudadanía activa y responsable”.
El 29 de octubre, el documento contaba con más de 150 firmas de respaldo. De forma paralela, estudiantes que habían tomado clase con Carolina Sanín también se manifestaron y sumaron una carta propia con 197 firmas donde daban cuenta de su integridad como profesora y de haber aprendido en sus clases a “usar el pensamiento con rigor” (el promedio numérico que recibe Carolina Sanín en la evaluación de los estudiantes de sus cursos está casi siempre por encima de 3.5 sobre 4).
El meme del ojo morado se materializó justo después de que la profesora escribera en su muro de Facebook: “La Universidad de los Andes es una institución a la que me unen el cariño y el respeto. Por eso deploro aquello en lo que se ha convertido. Por mera codicia, admite cada año más estudiantes, y, con la ganancia de las matrículas, apila cada año un nuevo edificio sobre otro, en la misma área. El hacinamiento en el que se vive en la universidad llega a ser grave. Si cada vez se parece más a una cárcel, ¿por qué nos extraña que cada vez críe a más delincuentes?”
La historia de la propagación del meme del ojo morado es importante, su origen es machista, con visos de acoso, maltrato y amenaza, pero también puede estar ligado a un grupo de personas, tal vez estudiantes asociados a la Universidad de los Andes, molestos ante una crítica que cuestiona el “valor” de su cartón universitario y matiza la “imagen” de su institución o de la empresa educativa que certifica su acreditación estudiantil para el enganche en otras empresas. «Hacer objeciones a la sátira es lo mismo que enfrentar los valores de la leña a la infalibilidad del fuego», decía el escritor Karl Kraus. Hacerle réplicas a un meme solo trae más memes.
Sin embargo, en muchas de las críticas que se hacen en ese universo amplio, nutrido y variado de los “chompos” subsiste un acento: el uso del chiste como excusa para ofender por sexo, credo o condición social. Un pensamiento solapado como expresión discrepante ante lo “políticamente correcto” y que, bajo el disfraz de lo antipolítico, invocando el “sentido común” y ejerciendo la fascinación del odio, esconde nuevas formas de fascismo que explican en parte los grandes triunfos que el populismo autoritario ha cosechado este año: “Tenemos que dejar de ser tan políticamente correctos en este país”, es uno de los mantras estelares que repitió una y otra vez Donald Trump para hacerse a la presidencia de Estados Unidos (ver Corrección política: como la derecha inventó un enemigo fantasma de Moira Weigel).
Al respecto, sobre este carácter reaccionario, es relevante recordar los mensajes de odio y amenazas veladas que recibieron algunos estudiantes que actuaban como representantes del Consejo Estudiantil Uniandino cuando, para el día el 16 de marzo de 2014 durante el evento “#Soycapaz”, lograron que la universidad bajara por unas horas los torniquetes que levantan un muro de seguridad que dificulta la entrada a la universidad. Al buzón personal de Facebook de algunos de los representantes llegó un mensaje enviado por un recién egresado que usaba como foto de perfil una imagen en la que lucía con orgullo el cartón de graduación de la universidad y que advertía sobre los supuestos peligros de la medida: “Solo espero que si capturan a un ladrón los guardias, los polis, los perros y los estudiantes cojan a ese ladrón como si fuese una piñata, le hagan una vasectomia con su herramienta de trabajo y donen su corazon, hígado, riñones y de mas a un banco de organos asi el mamerto del CEU chille (es que apuesto a que el mamer del CEU es de los que defiende a un ladran cuando la gente decente lo captura y le da una buena tunda ). Por cierto, espero que la proxima vez los miembros cuerdos del CEU cojan a esos mamers a coscorrones para ver si se les quita la bobada”. El egresado amparaba su diatriba en lo que le dictaba el “sentido común”, un dictado semejante al que emplea Donald Trump para erigir muros fronterizos y barreras de lenguaje que limitan la discusión política a un mínimo denominador argumental y que, más allá de lo verdadero o falso, se juegan todo su capital político en la fuerza del registro emocional.
En Chompos se hacen críticas a blancos vulnerables o fáciles, como lo puede ser una estudiante de escasos recursos, Sol Fonseca, que había dado unas declaraciones algo cándidas para intentar recibir una beca, o como lo puede ser la misma figura del rector de la Universidad de los Andes, una persona vinculada a las élites capitalinas, a quien le hacen montajes que pasan de lo satírico, donde uno ríe con el chiste, al sarcasmo, donde uno aprovecha el chiste para burlarse de alguien. A los “chompos” hay que mirarlos de cerca para comprender en su toda su magnitud un fenómeno comunicativo que, como en el huevo traslúcido de la serpiente, permite ver lo que se incuba a futuro (ver Infiltrada en ‘Chompos’: el grupo de Facebook más controvertido de Colombia de María Antonia Pardo, ¿Vale la pena declarar la guerra por un meme? de Sebastián Serrano y Carolina Sanín y chompos: silenciar es el camino del portal La hora doce)
Los “chompos” gozan de un sentido crítico que, como lo han expresado algunos de sus administradores, es capaz de invocar encumbradas citas de Foucault para justificar su proceder humorístico. Sin embargo, es diciente que esta vez algunos de sus miembros escogieran a un profesor y que su crítica arreciara contra esta persona justo cuando cuestionaba el hacinamiento en el campus y aventuraba una de sus consecuencias al establecer una relación entre “codicia” y “criminalidad”. Y tal vez más grave aún es que este matoneo directo, desde el anonimato de Chompos, se extendió luego a algunos de los estudiantes que sí pusieron la cara en redes y en lo público para salir en defensa de su profesora (y por el que tal vez se hayan abierto algunos procesos a los administradores de la página vinculados a la universidad).
La frase que acompañaba el meme del ojo morado: “When [cuando] el heteropatriarcado te pone en tu lugar” es un texto irónico que busca en la ironía un camuflaje retórico a la inmediatez violenta de la imagen, y es la predicción de un castigo. El castigo invocado por el meme difundido en Chompos llegó. El penúltimo día de actividad académica en la Universidad de los Andes, el jueves 15 diciembre, a 13 días de iniciado el proceso a Sanín, se dictó la sentencia que “te pone tu lugar”: por fuera de la universidad. La profesora —o empleada—, a la que irónicamente se le había renovado el contrato unos días antes, ahora era despedida por “causa justa”, en un proceso expedito donde el rector —con o sin la consulta del Comité Directivo, el Consejo Superior, el Consejo Académico, la Vicerrectoría Académica, la Decanatura de la Facultad de Artes y Humanidades, la Dirección del Departamento de Literatura y la Ombudsperson —, optó por un “proceso de quinta” para tratar un caso complejo.
3. La caída de la Facultad
La situación de Sanín trascendía las limitaciones administrativas y jerárquicas de unos funcionarios a los que les fue encargado un proceso ya viciado por la injerencia de su superior. Es claro que el caso trascendía el juicio de una sola instancia, bien sea administrativa, académica o rectoral, y requería de una mayor facultad de análisis y ponderación. Casos como este son los que han motivado a que varias y altas instancias académicas de la universidad —Vicerrectorías, Consejo Académico y Decanaturas— se unan para darle una respuesta integral a este tipo de situaciones y estén trabajando con dedicación para concretar la iniciativa. Sin embargo, estas buenas obras y el concurso de estos académicos y de tantos otros profesores destacados con que cuenta la universidad no fue considerado para analizar cómo proceder en la situación de Sanín. ¿Cuál habría sido la opinión, por ejemplo, de la nueva Decana de la Facultad de Derecho, Catalina Botero, que actuó durante cuatro años en la Relatoría Especial para la libertad de Expresión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos? ¿O del nuevo Decano de la Facultad de Economía, Juan Camilo Cárdenas, que ha sido capaz de poner en práctica muchas de las teorías y ejercicios de sus clases para mediar en conflictos entre comunidades vulnerables y proyectos donde se juegan grandes intereses económicos?
¿Por qué no se nombró, como es usual para estos casos, un Comité Ad Hoc? Un comité que, como se ha visto en los casos de tantos hombres que han pasado por ahí, tiene lugar en el Edificio Pedro Navas de la Rectoría, está liderado por el Vicerrector Académico, tiene lugar para un decano, un escriba con criterio académico y, tal vez lo más importante, cuenta con la presencia de un profesor deliberante, nombrado por el profesor cuestionado, que puede intervenir y ser garante de un proceso justo (ver Intelectual o burócrata de Carlos Castillo).
En este caso, en cambio, el rector antepuso una instancia administrativa a una académica, se acogió al guión que critica Benjamin Ginsberg en su libro The Fall of the Faculty: The Rise of the All-Administrative University and Why It Matters, donde muestra los problemas que conlleva el administrar las universidades como si fueran empresas. Esta arista se hace más aguda en una institución como la Universidad de los Andes que no está escriturada a unos dueños o accionistas, que no pertenece a una familia, que promulga su “carácter laico e independiente de los partidos políticos” y se muestra “ajena a defender los intereses de algún grupo social o económico”.
Si antes de la expulsión algunos cuestionaban a Sanín por caricaturizar a la Universidad de los Andes comparándola con un “centro comercial de títulos” o con una “cárcel”, la sanción caricaturesca que se le impuso parece graduar a nivel de verdad las medias verdades o verdades y media propias de su pulsión crítica: la Universidad de los Andes actúo en este caso bajo una lógica empresarial y el castigo que le impuso la institución educativa está lejos de ser educativo, a no ser que se entienda el juicio sumario, el aislamiento y la expulsión como parte fundamental de la economía pedagógica de estos tiempos (Nota al margen: ¿no es válido, al menos desde el aspecto arquitectónico, comparar a las universidades con centros comerciales o con cárceles? Por ejemplo, el Edificio ML de la Universidad de los Andes desde que fue construido hace unos pocos años recibe el apodo de «MALL» —centro comercial en inglés— dado su parecido con este tipo de construcciones, o el Bloque B antes de ser sumado al campus fue la sede de la Cárcel Buen Pastor y mantuvo su estructura básica por varias décadas; o el Colegio del Rosario, donde hoy funciona la universidad que lleva ese mismo nombre, fue cerrado por el General Pablo Morillo en 1816 y convertido en cárcel pues sus instalaciones –salones, corredores, plazas, observatorios— se prestaban para ese propósito).
La administración universitaria no todas las veces es tan severa con sus sanciones y privilegia lo educativo sobre lo punitivo. En el caso Colmenares, varios estudiantes de la Universidad de los Andes están involucrados en la investigación por la muerte de otro estudiante de la universidad, y la institución educativa no ha interferido en el plan de estudios de estos alumnos, no ha prejuzgado y ha respetado sus derechos plenos a pesar de los vaivenes de una situación probatoria y jurídica compleja, del juicio mediático de algunos sectores de la opinión y de la moralina pública que les endilga una participación directa en el crimen y los gradúa de criminales. Estos estudiantes, sin un fallo justo y pleno en lo legal, pudieron continuar siendo estudiantes, con los mismos derechos y deberes que los otros.
El prestigio de la marca Universidad de los Andes sirve para que otros se colinchen en su lustre. A cualquier medio noticioso le basta con privilegiar el cruce del nombre de esta institución con cualquier término amarillista o delictivo para generar titulares que llaman la atención del público y suben los indicadores de audiencia tan apreciados por los anunciantes. Parece haber un antes y un después del Caso Colmenares para la imagen de la Universidad de los Andes, al menos así lo determina la revista Dinero, en su artículo “Golpes a la reputación de las marcas: casos emblemáticos en Colombia” en que usa este ejemplo como guía para hablar de “reputación corporativa”.
La Universidad de los Andes es una institución que sufre una crisis de identidad que se expresa en el manejo errático que le da a algunos casos álgidos y que agudiza sus contradicciones cuando, en momentos de vértigo comunicativo, se resquebraja lo común, se diferencia la composición de su comunidad y sale a la luz la naturaleza del material humano que le da forma. El escenario no es exclusivo a esta universidad, bien podría ser un modelo para analizar el estado del arte en otras universidades, y de paso en el país, el campus universitario es un importante caldo de cultivo.
Algunas de estas pugnas identitarias ya habían sido planteadas por Rafael Toro en el último discurso que dio como vicerrector académico saliente en la ceremonia de grado del segundo semestre de 2014. A partir de una fábula autoficcional tipo Jonathan Swift, el vicerrector ponía a un “ofuscado y pomposo” rector a recitar una moraleja, la respuesta tímida del administrador universitario a grupo de profesores y estudiantes que pedían un giro radical en las políticas de la universidad: “La pasión por el orden y algunas tradiciones, produce triunfos modestos y fracasos modestos. En cambio la libertad camina por las cumbres más altas, pero siempre de cara a los abismos más profundos”. Con esas palabras el vicerrector de la Universidad de los Andes le dio cierre a su parodia y concluía: “Esta no es la historia de Uniandes, pero en cierta forma tiene parte de la historia de todas las universidades y los pulsos extenuantes entre la subsistencia y los ideales académicos. Es de esto de lo que aprendí en todos estos años”.