La fantasía del gueto: una respuesta a la columna de Piedad Bonnet

La columna de Piedad Bonnett sobre la convocatoria de un laboratorio de escritura para personas afrodescendientes es el síntoma de una miopía estructural.

por

Giussepe Ramírez

Escritor y director del Laboratorio de escritura Letras de vanguardia


24.05.2024

Arte por Nefazta

En 2010, tras el lanzamiento de la Biblioteca de literatura Afrocolombiana por parte del Ministerio de Cultura, en ese momento en cabeza de Paula Moreno, Manuel Kalmanovitz publicó una columna en la desaparecida Revista Arcadia planteando una serie de preguntas alrededor del gasto de recursos públicos en la publicación de dicha colección. En su momento, la exministra Moreno respondió en términos contundentes al columnista sobre la necesidad de políticas de visibilización y el prejuicio que implicaba detenerse justo en ese gasto público y no en el concerniente al destinado a apoyar otras obras literarias por parte del Ministerio. Kalmanovitz tuvo que retractarse. 

Catorce años después, Piedad Bonnett acaba de publicar la columna O guetos o inclusión en el periódico El Espectador a propósito del lanzamiento del laboratorio de escritura Letras de vanguardia, del cual soy director, dirigido a escritores afrocolombianos residentes en Bogotá y cuyas inscripciones estarán abiertas hasta el próximo 28 de mayo. Éste se replicará en los próximos meses en las ciudades de Cartagena, Cali y Medellín. El laboratorio es el resultado de una alianza entre la Corporación Manos Visibles, el Fondo de Cultura Económica y el grupo Sura, en una apuesta por la equidad racial en el sector literario colombiano.  

Todo proyecto estético es un proyecto político. En el laboratorio se plantearán las encrucijadas entre identidad y creación como asunto crucial para superar los estereotipos y pensar en los tratamientos y los procedimientos literarios al escribir desde el lugar de enunciación de personas racializadas. No hay certezas en el abordaje de esta cuestión porque todo proceso creativo implica una confrontación radical con la propia identidad y con los valores sociales, mucho más cuando se escribe desde un lugar invisibilizado.  

El texto de Bonnett, más allá de su limitación argumentativa y pereza intelectual, pues no profundiza en las particularidades teóricas y metodológicas del laboratorio y solo se extiende alrededor de su prejuicio respecto a esta clase de iniciativas, es el síntoma de una neurosis colectiva que sostiene un relato de poder y hegemonía en la literatura. En todo caso, comprendo en cierta medida su único punto argumentativo, la idea de que la literatura hecha por personas racializadas existe únicamente en una especie de medio controlado, limitado y aislacionista: antologías, colecciones y rótulos decididos por la misma industria editorial en una especie de gabinete de curiosidades. 

Opacidad en el mundo literario: el escritor ante el contrato

Como ante un artefacto literario, el escritor debería estar en la capacidad de comprender los mecanismos de un contrato. Pero el escritor inédito transita a ciegas hacia la realidad contractual, hacia ese abanico de cláusulas.

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Los escritores afrodescendientes nos hemos hecho la pregunta: ¿por qué la única posibilidad de circulación ocurre en ese medio controlado? También hemos cuestionado el etiquetado editorial como otra forma de exclusión. ¿Por qué no catalogarnos simplemente como literatura colombiana? ¿Por qué el interés editorial se dirige tantas a veces a obras que se tejen alrededor de una sobreexplotación identitaria? Los valores estéticos dentro de la literatura siempre han estado atravesados por exaltaciones identitarias que relegan a otras identidades. De allí la importancia de un laboratorio de escritura que piense la creación desde ese lugar inestable y problemático. 

Sin embargo, la columna da vueltas de manera muy ligera sobre un punto que admitiría unos enfoques más novedosos. Bonnet se va internado y va proyectando la fantasmagoría del gueto sin mencionar el abordaje literario, teórico y metodológico del laboratorio. Dice: 

“Que no los encierre en una burbuja imaginada por mentes paternalistas, sino que los integre a una realidad que, como toda realidad, sea diversa y compleja… Este fenómeno de la segregación racial, bien intencionada en este caso, puede relacionarse con el problemático concepto de ‘apropiación cultural’, según el cual, por ejemplo, ni un escritor blanco debería escribir sobre un indígena, porque lo desconoce, ni un poeta colombiano tendría que hacer haikús”. 

Hay que aclarar que el laboratorio no surge de esta especie de compartimentación y guetificación temática de la literatura que expone la autora donde a cada quien le correspondería su parcelita identitaria con sus amenities de temas y tratamientos. Por el contrario, cada participante atenderá a sus propias sensibilidades para la creación de los proyectos literarios. Asimismo, leeremos autoras con obras muy heterogéneas. 

Con esta columna, Bonnett se inscribe dentro de un pobre marco de análisis (miope y acogido por un intelectualismo en ruinas) y en una triada específica: Bonnett, Reyes, Sanín, una triada que desconoce los grandes impactos de las acciones afirmativas y pretende dictar las maneras correctas de influir sobre un grupo discriminado históricamente. Repiten la idea más que conocida, y ahora sí en un tono paternalista ¿maternal?, de que la literatura es universal, y que las Mil y una noches también le pertenece hasta al pueblo más apartado de Colombia. Ya lo sabemos. La cuestión es que la gente se apropia de la literatura a la que accede y crea a partir de esa misma apropiación. 

A decir verdad, plantear la discusión en esos términos es un enfoque trasnochado. Nada más impuro que la tradición literaria: José Eustasio Rivera se alimenta del registro oral de los caucheros, Gabriel García Márquez se alimenta de William Faulkner, Jorge Luis Borges se alimenta Stevenson, Mariana Enríquez se alimenta de Stephen King, Candelario Obeso se alimenta de los bogas del Magdalena, Juan Rulfo se alimenta de los campesinos mexicanos. La impureza define cualquier ejercicio literario, mucho más en Latinoamérica. Ese es el espíritu del laboratorio Letras de vanguardia: la impureza y la antropofagia. Nos interesa el análisis de Silvia Molloy acerca de La vorágine,  en el cual señala que la novela de Rivera: “registra en su letra la enfermedad, la lesión, el contagio”. No rehuimos a estos rasgos textuales como procedimientos que dan cuenta del mundo. 

Bonnett solo menciona uno de los términos de la convocatoria, el “que me interesa”: el que va sobre la identidad y el autoreconocimiento de los participantes del laboratorio. No menciona en el resto de su columna una sola referencia a los abordajes teóricos, a las temáticas de cada sesión o a los autores y las autoras que se discutirán con perspectiva crítica en él: Helcías Martán Góngora, Johanna Barraza Tafur, Velia Vidal, Jhon Anderson Hurtado, Dayana Zapata, Cristina Rivera Garza, Sergio Chejfec, Adelaida Fernández, José Antonio Figueroa, Maryse Condé, Rómulo Bustos, etcétera. Como diría Mbembe al hablar sobre racismo, Bonnett se queda en un simulacro de la superficie. Y una conversación generada a partir de ahí sería estéril. Nada de lo que dice la escritora gira en torno a lo literario y a sus problematizaciones. 

¿Qué hay de los premios dirigidos exclusivamente a mujeres? Por ejemplo, el Elisa Mujica (IDARTES) y el Sor Juana Inés de la Cruz instaurado desde 1993 por la FIL Guadalajara. ¿Ese ‘gueto’ femenil atenta contra la universalidad de su literatura? ¿Piedad Bonnett ha escrito alguna vez criticando alguno de estos premios? En Bogotá existe una librería que vende exclusivamente obras escritas por mujeres. ¿Ha escrito sobre la librería Woolf indicando el fantasma del ‘gueto’ que recorre a la literatura ante semejante iniciativa? ¿Podría reconocer que las acciones afirmativas a favor de las escritoras han estimulado la circulación y la publicación de sus obras? ¿No podrían operar de igual forma para lxs escritorxs afrodescendientes?

¿Por qué menciona, hacia el final de la columna, que “en el corto plazo a los escritores afro les convendrían becas para ingresar a talleres de escritura de ‘alta calidad’ en otras ciudades”? ¿A qué ciudades se refiere? Si dentro de sus argumentos jamás analiza la propuesta teórica y creativa del laboratorio, ¿por qué éste no sería de buena calidad, o por qué asumir que los de fuera sí son de buena calidad? 

En Letras de vanguardia no hay “gueto” temático. Los participantes pueden inscribirse con un fragmento literario de tema libre. La Escuela de escritura es apenas una acción concreta en una apuesta amplia por la conformación de un ecosistema literario diverso donde instancias como la editorial y la cultural deben interrogarse sobre sus prácticas de exclusión.

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Giussepe Ramírez

Escritor y director del Laboratorio de escritura Letras de vanguardia


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