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En mi casa mando yo y en Barranca los obreros

La Batucada Guaricha lanza «La Putana», una canción sobre una trabajadora sexual que, según cuenta la leyenda, impulsó a los trabajadores petroleros de Barrancabermeja a pelear por sus derechos y crear la Unión Sindical Obrera. Pero de ella no hay registro. ¿Existió?

por

Lina Vargas Fonseca


18.02.2024

Ilustración: Nefazta

Podría ser una historia de misterio. 

Fecha: 10 de febrero de 1923. Lugar: quebrada La Putana, en la actual vía de Barrancabermeja a Bucaramanga. Hora: se desconoce, es de noche. Asistentes: un grupo de trabajadores de la Tropical Oil Company, una empresa del estadounidense John D. Rockefeller —el hombre más rico de su tiempo— fundada en 1916 como un enclave petrolero en pleno Magdalena Medio. Los acompaña el sindicalista Raúl Eduardo Mahecha, que viene de recorrer el país organizando a los obreros. Los que están acá, un puñado entre los 3.000 que tiene la Troco, están hartos de las condiciones laborales: jornadas de 14 horas diarias de lunes a sábado con una temperatura de 35 grados y un clima selvático que hace proliferar los zancudos. Ni agua ni buena comida ni atención médica para curar el paludismo o la gastroenteritis. Es lo contrario a la bonanza que les prometieron. Bonanza hay, campamentos, pozos, oleoductos y telégrafos, pero de ella solo se benefician los extranjeros que viven con comodidades sin mezclarse con nadie. Aunque agremiarse está prohibido, los hombres van a crear un sindicato esta noche. Ignoran que 100 años después la Unión Sindical Obrera (USO) será uno de los más fuertes del país. 

Pero no todos son hombres, entre ellos hay una mujer, una trabajadora sexual. 

De ahí el nombre de la quebrada, comentan hoy en Barrancabermeja. La afirmación no está del todo demostrada y es probable que el nombre de La Putana venga de la Colonia, escriben los historiadores Renán Cantor Vega y Luz Ángela Núñez, dedicados a reconstruir la historia del sindicalismo petrolero en Colombia, y que en 2023 publicaron el libro USO: 100 años de lucha y dignidad. Sin embargo, agregan que sí hubo mujeres en el enclave de la Troco, que cocinaban y lavaban, ejercían el trabajo sexual y participaban en las huelgas. 

En agosto de 2023, Dibeth Quintana, lideresa histórica de la USO, leyó ese libro y de inmediato se lo mostró a sus compañeras de la Batucada Guaricha, una colectiva feminista creada en el municipio santandereano de Piedecuesta. 

“Yo llegué maravillada porque es un libro hermosísimo con un capítulo sobre las mujeres en el sindicato. Habla de las lavanderas que se pararon cuando la Troco quiso enmallarles la quebrada donde iban a lavar la ropa de los obreros. Y mencionan a La Putana” dice Quintana al teléfono y acto seguido echa memoria. “Yo no soy de Barrancabermeja, pero llegué muy pequeña. Me vinculé a Ecopetrol y empecé a oír que el sindicato se había inaugurado en la quebrada La Putana y que ahí había un prostíbulo donde los trabajadores se reunían clandestinamente. Escuché sobre una señorita Ana o la puta Ana. Nunca se supo si era paisa, santandereana, del sur del César, de Bolívar. Tampoco si era alta o baja”, agrega. Quintana contó lo mismo en la batucada que por esos días buscaba ideas para una nueva canción.   

“Tuvimos un taller de composición y cuando nos preguntaron nuestras ideas Dibeth dijo: ‘Esta es la historia de una prostituta que ayudó a los obreros a armar un sindicato’. Ya, a todas nos encantó”, recuerda Adriana Lizcano, artista y fundadora de la Batucada Guaricha, desde su casa en Piedecuesta. 

El resultado fue la canción «La Putana» que se estrenó el pasado 27 de enero. El video suma 39.000 vistas en YouTube, lo dirigió el músico Edson Velandia y en él aparecen las 31 integrantes de la batucada. Dibeth Quintana jamás había tocado un tambor antes de entrar. Pero por sugerencia de Velandia y aprobación colectiva, fue escogida para interpretar a la protagonista de la historia, Ana, La Putana. Ahí está ella en el video: los labios rojos, párpados con sombras azules, medias de malla y el humo del cigarrillo, entre mujeres ataviadas de encajes, brillos y perlas y hombres con sombreros de paja y camisas sucias. Primero en una casa llena de velas y terciopelo y luego a orillas de una quebrada de agua clara, en enagua y corpiño, rodeada de vegetación. Entonces Quintana mira a la cámara con algo que puede ser rabia, desafío o coraje, mientras se escucha la voz de Lizcano que canta: Como soy puta no tengo foto en los libros y en la historia si apenas tengo una página, pero mi cara es tu cara, la cara de la artesana, la guaricha, la gaitana, la enfermera, la partera, la ingeniera, la nana, la anciana, la que barre y la que canta.   

“Empezamos con ejercicios de composición con palabras claves”, recuerda Lizcano. “Y nos preguntamos cómo iba a ser la canción, la historia. Uno de los temas fue el exterminio de los yariguíes [el pueblo indígena que pobló el Magdalena Medio y resistió cuanto pudo a los españoles]. Otro, la indagación sobre las luchas de las trabajadoras sexuales y al final pusimos al personaje a hablar: ‘Soy la putana y a mucho honor’”. 

¿Y quién es La Putana? ¿Existió? 

Puede que sí o puede que no. En Barranca es un rumor que circula, sobre todo, entre gente vieja, antiguos trabajadores de la Troco que dicen que hubo una Ana que trabajaba cerca de la quebrada. Eso no le interesó demasiado a la Batucada Guaricha porque para ellas la putana es un personaje imaginado, pero también posible. 

“La canción fue hecha con nuestra imaginación y nuestro sentir”, dice Quintana. “Nos trasladamos a 1920 al lugar de una prostituta en medio de un caserío donde los gringos explotaban la tierra y el recurso humano. Una puta que reunió a los trabajadores y les dijo: ‘Organícense, por acá hay un abogado Mahecha que está peleando por las 8 horas de trabajo, las 8 de descanso y las 8 de sueño, diciéndole a la gente que tiene una vaina que se llama derechos. Lo vamos a llamar y ustedes pueden venir y lo escuchan”. 

Al final de los jornales mal pagao se venía pa mi casa el pobre obrero (…) Yo le dije: compañero, pare el burro. Yo necesito que usted tenga luca, yo necesito que usted tenga salud. ¡Vamos a hacer un sindicato!, canta Lizcano y de fondo se escucha el tronar de los tambores que la batucada ha aprendido a tocar, inspirada en la percusión bahiana en Brasil. 

*

Como toda historia de misterio, esta tiene pistas que a su vez son los retazos con los que la Batucada Guaricha construyó la figura de La Putana o ecos de lo que pudo haber sido.   

Una es una carta firmada por Ana María Ocampo de Isaza, una mujer residente en Barrancabermeja a comienzos del siglo XX, en la que le responde a un médico que la acusa de ser una “mujer pública”. Se equivoca, manifiesta Ana, ella se dedica a lavar y le exige que deje de acosarla. 

Otra es un hecho real, pero revestido de cierto pudor: que el origen de varias familias barranqueñas sea la unión de un obrero y una trabajadora sexual. “Esa es una cosa de la que nadie habla aquí porque da pena. Pero a mí no me da pena decir que conocí a mi esposa en el trabajo de la prostitución y que llevo ochenta y pico de años con ella”, le dijo hace años a Quintana un antiguo trabajador de la Troco.  

Otra son las lecturas que la batucada hizo: el libro de Cantor Vega y Núñez sobre los cien años de la USO. La novia oscura, una novela de Laura Restrepo cuya protagonista es una trabajadora sexual en una región petrolera. Puta feminista, el ensayo autobiográfico de la argentina Georgina Orellano que nutrió su reclamo de que la prostitución es un trabajo: ¿Le da lástima la puta y no la obrera mal paga?, se escucha en “La Putana”. 

Otra es la vida de Dibeth Quintana. Ella tiene 47 años, estudió Tecnología en Procesos Químicos en el Sena y desde 1999 trabaja en Ecopetrol. Fue una de las primeras operadoras en una refinería en la que el machismo imperaba: “Me tocó hablar mal, hablar duro”, cuenta. Cuando entró a la USO, luego de haber sufrido maltrato laboral, apenas sabía que las y los trabajadores tenían derecho a la salud o al pago de horas extras. Aprendió que las mujeres también podían estar en un sindicato. Entonces se postuló tres veces para cargos directivos hasta que obtuvo los votos para ser, entre otros, secretaria de la mujer. 

En 101 años de historia la USO no ha elegido a una sola mujer para su junta nacional y, tal como hace un siglo, muchas veces ellas asumen asuntos organizativos: que la olla con la comida esté lista en una marcha, cuidar a los niños para que los hombres puedan tomarse una foto. Las mujeres en la USO representan el 2% de los 25.000 afiliados. “Pero ahí vamos”, dice Quintana que participó en una tutela para que las trabajadoras de Ecopetrol pudieran afiliar a sus maridos a salud y servicios de educación. La tutela fue favorable, pero esa y otras victorias le han valido persecución, golpizas, exilio y amenazas contra su vida. Hoy Quintana tiene un esquema de seguridad. Su contención, sin embargo, son las compañeras de la Batucada Guaricha.    

“Además ama a Barranca, tiene el calor barranqueño y es el rostro de una mujer madura, con liderazgo y una voz que suena y que sí o sí tiene que ser escuchada”, dice de ella Lizcano. 

*

Entonces, ¿es posible que haya habido una trabajadora sexual, Ana o no, que impulsó a los obreros de la Troco a sindicalizarse? 

“No sabemos si las trabajadoras sexuales fueron un disparador, pero sí que estuvieron presentes y acompañando”, confirma la profesora y doctora en Historia Luz Ángela Núñez. “No sabemos si alguna tuvo el papel de un líder como Mahecha o como su hermana, María Claudina Mahecha, aunque tenemos documentación que nos permite respaldar que ellas acompañaron a los trabajadores y les ayudaron en las labores de organización política clandestina y de cuidado hasta la década del 60 y 70”. Porque, añade: “A ellas les servía que los trabajadores tuvieran mejores condiciones de vida. Lo dice la canción: si el obrero estaba bien, a ellas les iba bien”. 

“No sabemos si las trabajadoras sexuales fueron un disparador, pero sí que estuvieron presentes y acompañando a los trabajadores»

Núñez insiste en que como historiadora no puede darle un nombre a una mujer como Ana, de quien no tiene pruebas, más allá de lo que de ella se diga en Barrancabermeja. Sin embargo, explica: “Al hacer la investigación de archivo, si bien no encontramos ningún dato que nos permitiera aseverar que el nombre de La Putana se refería específicamente a una mujer, sí tenemos documentación y fotografías para construir un perfil social de las mujeres de las primeras generaciones en el enclave petrolero que corresponden a lo que plantea la canción. Y creo que ese es el mensaje que deja: que Ana puede ser cualquiera, puede ser la jornalera, la trabajadora, la prostituta”. 

Quizás un historiador no pueda hacerlo, continúa Núñez, pero es perfectamente válido que los movimientos sociales reactualicen su pasado y reconstruyan la memoria colectiva para incluir a sujetos dejados por fuera del relato oficial, a las lavanderas, trabajadoras domésticas y trabajadoras sexuales al margen de la historia. Mujeres que parece que nunca hubieran existido, aun cuando el verdadero misterio es por qué fueron olvidadas.

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