En Brooklyn caminan los dioses

Cuatro artistas latinos en Nueva York acuden en 2020 al llamado de un tambor en Brooklyn, en medio de la cuarentena y las protestas de Black Lives Matter. Allí se gestó una colaboración única de queerness, cuerpo, música y política que replantea, desde el lugar más espiritual del arte, las relaciones de poder coloniales que continúan oprimiendo a las sociedades modernas.

por

César Vallejo

Escritor queer caleño radicado en Nueva York.


10.02.2023

Brooklyn no es el lugar que todos piensan cuando se habla de Nueva York. No es ese imaginario blanco, de sociedad suprema y aspiracional que nos han presentado la televisión y las películas de Hollywood.

Por el contrario, es aquí donde hace un par de décadas se están gestando los movimientos culturales, sociales y artísticos más grandes de la ciudad. Si Brooklyn fuera aún una ciudad independiente, sería la tercera más grande de Estados Unidos después de Los Ángeles y Chicago. La ciudad de Nueva York le debe mucho de su grandeza a este estado multicultural. 

Brooklyn es la tierra que hace contrapeso, desde el otro lado del río, a una gentrificación que no es solo demográfica sino también mental, permitiendo que se abran espacios transgresores y seguros que se apoyan en lazos comunitarios difíciles de encontrar en otras partes. Aquí nació la colaboración entre la haitiana y activista trans Qween Jean, la fotógrafa Camila Falquez, la intérprete de bullerengue Carolina Oliveros y el artista de performance político Luis Rincón Alba. Los frutos de ese encuentro los vimos por primera vez durante la exposición fotográfica “Gods that walk among us” (Dioses que caminan entre nosotros)  en la que los cuatro artistas colaboraron liderando discusiones y performances para la comunidad durante  el verano de 2022 en la galería de arte Hanna Traore.

Se trata de la primera exposición individual de la fotógrafa colombiana, un trabajo desarrollado a lo largo de cinco años en los que Falquez no solo recorrió las calles de la ciudad sino también islas en el Caribe, México y España en busca de líderes, artistas de la comunidad LGTBI+ y activistas que trabajan por sus respectivas comunidades y a los que la artista de Brooklyn considera los verdaderos dioses de la cotidianidad.

Todo es muy teatral 

Dos sillas rojas. Una frente a la otra descansan en silencio sobre un escenario pequeño dispuesto en la mitad de la sala. La galería recién comienza a llenarse. Los amigos van formando corrillos en las esquinas y aquellos que están ahí por primera vez se toman el tiempo de recorrer la exposición. El primer retrato está en la entrada de la galería, es la fotografía de una mujer pomposa sosteniendo un bastón de cintas rojas: la representación del Eleguá, el Orisha principal, el mensajero que abre la puerta al asistente desprevenido y le invita a atravesar una barrera, a sumergirse en una narración a través de los 28 retratos expuestos por Camila Falquez.

Foto por Camila Falquez, @camilafalquez.

“La exposición trajo la oportunidad de tener una galería a mi disposición, entonces se despertaron un montón de cosas que yo traía dormidas y que se parecen más a esa Camila bailarina cuando era una niña porque tuve el espacio para dejarla salir… Siempre he sido de estar en contacto con la vida, con las caras, con la belleza. Para mi hacer la foto es lo de menos, para mí es más la historia que vamos a contar, construir el set para esa historia, el vestuario, etc., y luego la cámara siempre es la misma, centrada en la mitad como el público frente a un escenario. Todo es muy teatral”, dice Falquez al explicar cómo su colección de retratos dejó de ser una simple exposición fotográfica para convertirse en un espacio de discusión, performance y celebración para la comunidad.

En el salón principal, los retratos enmarcados en sedas se abren como ventanas para dejar pasar las brisas saladas del caribe y los pregones del flamenco del sur de España. Sujetos libres de géneros binarios danzan sobre sus pedestales con los repiques de una marimba del pacífico colombiano, mientras el lamento de un tambor cimarrón retumba desde las plantaciones de algodón en Alabama y las de caña de azúcar en Cuba. 

Al final de la sala reposa el cuadro principal, una matrona voluptuosa y regia comparte una cena con los 12 miembros de su “familia elegida”, un festín de dioses desparramados en su belleza, de cuerpos desnudos celebrados sin ninguna reserva entre laureles y vino. La obra de dos piezas aguarda paciente en la pared del fondo, sabiendo ella que cuando el espectador llegue a su presencia habrá escuchado ya las historias de esos dioses que han sido excluidos de los paredones y para los que Camila trabaja, exaltando su belleza desde hace varios años.

Foto por Camila Falquez, @camilafalquez.

“Fue cuando llegué a Nueva York que mi condición de inmigrante latina se me celebraba por primera vez. Cuando viví en España era diferente”. Para Camila esta condición le ha permitido romper con esa barrera patriarcal y de privilegios blancos desde donde se abordan las historias de las minorías. “Yo siento que yo hago parte de lo que retrato, no a todos los niveles, pero mis sujetos no son los otros que observo detrás de una cámara, todos hacemos parte de lo mismo”.

En 2020, mientras la ciudad estaba sumergida en el caos por las manifestaciones de Black Lives Matter (BLM), Camila decidió romper con la cuarentena del COVID y, al igual que otros artistas y ciudadanos, desafiar el miedo a la muerte para lanzarse a la calle y exigir justicia por los crímenes sistemáticos contra los afroamericanos. Con rodillos y andamios, la artista junto a un grupo de amigos pegaron en las paredes del West Village una serie de retratos de sujetos de la comunidad LGTBI —parte de su colección fotográfica de 2020 denominada “Being in history”— que rendían homenaje a Marshal P. Johnson y Sylvia Rivera, las dos activistas trangénero (una afroamericana, la otra latina) agredidas por la policía en el bar de Stonewall el 28 de junio de 1969 y por quienes inició el movimiento mundial del orgullo gay (PRIDE).

“Somos la encarnación de una nueva historia, una historia renovada por recuperación y documentación. Somos historia. Al ser, manifestamos lo imposible”  

Manifiesto de Being in History, 2020

La musa de los dioses

Para ese mismo tiempo, el video del asesinato de George Floyd a manos de tres policías en Minnesota el 25 de Mayo de 2020 le daba la vuelta al mundo. Los organizadores del Black Lives Matter convocaban a los neoyorquinos a congregarse el 14 de junio de 2020 a las afueras del Museo de Brooklyn. Falquez y otras 15 mil personas acudieron al evento llamado “The brooklyn liberation march” (La marcha por la liberación de Brooklyn). En ese evento se encontraba también la mujer que se convertiría en el nuevo icono del activismo transgénero de la ciudad: Qween Jean, quien dos años más tarde sería la musa de la exposición “Gods that walk among us”.

Foto por Camila Falquez, @camilafalquez.

Antes de que Qween Jean salga a escena la noche de cierre de la exposición, el 21 de julio de 2022, los asistentes empiezan a ubicarse en las sillas dispuestas al final del recorrido por la galería. Tras bambalinas, Camila y dos invitadas se toman de las manos y piden a sus dioses por una noche mágica. El silencio se apodera de la sala. Los espectadores miran a todos lados esperando que algo ocurra. El misterio, el telón. Un cascabel de semillas espabila las orejas distraídas y rompe el silencio. Aparecen dos mujeres de pie al fondo de la galería. Turbantes de oro, lentejuelas escarlatas, trenzas de magdalena, pollera roja, pies descalzos. Una de ellas, Qween Jean despliega su voz. La otra mujer empuña un par de maracas que marcan el tempo.

“Fue durante la marcha de la liberación de Brooklyn que yo dejé de ser solo una manifestante y me convertí en una luchadora por la liberación de mi gente, esa manifestación desbloqueó algo superior en mí, me cambió y cambió a muchas personas en Nueva York que pudimos ver las atrocidades del sistema. En ese momento sentimos que realmente no importamos en este país… They really don’t care about us. Los hechos del 2020 confirmaron que para ellos no tenemos ningún valor, confirmaron que pueden simplemente venir a matarnos y salirse con la suya. !¿Por qué?!”, se pregunta Qween mientras cuenta cómo inició su camino en el activismo. “¿Por qué? ¿Por qué tenemos que estar constantemente luchando por existir? ¿Es porque soy negra? ¿Es porque soy gorda? ¿Es porque crecí siendo femenina?”.

Foto por Camila Falquez, @camilafalquez.

Qween asegura que en aquel evento en Brooklyn tomó conciencia del patrón continuo de violencia transfóbica en Estados Unidos, de la gran cantidad de asesinatos impunes. De las interminables historias de brutalidad policiaca, de los crímenes de odio que siempre han ocurrido y no reciben la cobertura de los medios. De los 54 crímenes sin resolver de personas trans ocurridos tan sólo ese año en Estados Unidos. “Nadie los investiga, porque a nadie le importa”.

Las maracas continúan vibrando en la galería y las dos mujeres emprenden una procesión entre los asistentes. Qween entona un cántico simulando las marchas de su movimiento “Black trans liberation” (la liberación de los trans negros) que por un año entero se tomó todos los jueves las calles de Nueva York.

“I’ve been marching for my life
marching for human rights
rain, shine, or snow
until the people take control”

“Vengo marchando por mi vida, 
marchando por los derechos humanos, 
así llueva, nieve o brille el sol, 
marcharé hasta que el pueblo tome el control”

Cuando Carolina canta…

Una segunda voz irrumpe: Carolina Oliveros, la mujer de las trenzas y pollera roja, alebresta sus maracas y se une con su canto:

“Yo conozco el miedo del valiente… ¡pero tu valentía yo la quiero!
Yo quiero el corazón que te sostiene… yo, te quiero
Eres como la luna que embelesa por la noche 
como la brisa que corre por mi melena
como el canto del pájaro de monte
como el agua del Río Magdalena”

“Yo canto por el impulso de una necesidad de liberarme, porque venimos de mucho trauma. Mi voz es mi arma de guerrera, mi transporte. Yo no me considero cantante, cantante puede ser mucha gente, pero yo interpreto. Yo quizás a veces desafine, pero la voz que yo saco, que no sé de dónde sale, la comencé a descubrir a través del tambor, poco a poco a través de los años. Y esa voz que todo el tiempo se transforma ha sido un redescubrimiento constante de quién soy yo a través de mi voz”.

Foto por Camila Falquez, @camilafalquez

No hay forma de contener las emociones cuando Carolina canta. Ya sea entonando un bullerengue con su colectivo “Bulla en el barrio” en las calles de Brooklyn, poniendo voz a las fusiones psicodélicas de “Combo Chimbita” o cantando los boleros desgarrados de su abuelo Julio Mario, esta intérprete músical, nacida en Barranquilla hechiza al que se cruce con su voz. Con lágrimas en los ojos, Carolina habla de la herencia que le dejó su abuelo, de una memoria sensorial que le transmitió en su niñez cuando la sentaba en sus piernas para mostrarle lo que es cantar desde ese lugar donde nacen las emociones.

Esa herencia le abrió los caminos en Nueva York, a donde llegó en 2014 con el bullerengue  del caribe colombiano en la maleta. Carolina Oliveros junto con su compañero musical de Bulla en el Barrio y Combo Chimbita, Camilo Rodriguez, son los responsables de traer por primera vez este ritmo colombiano a Estados Unidos y de abrir el camino para que maestros precursores de esta tradición colombiana, como Emilsen Pacheco y Darlina Saenz, los acompañen en las giras que “Bulla en el Barrio” ha hecho en este país. 

Dos años antes, cuando Qween y Camila asistían a la marcha de la liberación de Brooklyn, a pocos metros —en la plaza de armas de Prospect Park— Carolina, en medio de un alboroto de tambores, creaba una alianza entre el bullerengue y otra tradición musical caribeña que se ha convertido desde los años 50 en un espacio de resistencia y celebración para los inmigrantes del caribe en Nueva York: la rumba cubana. 

“En la pandemia yo estaba destruida, tenía que tomarme un descanso del bullerengue y fue ahí cuando encontré la rumba cubana. Yo me refugié en ese tambor”. Carolina cuenta que a raíz de eso conoció maestros que le permitieron expandirse musical y espiritualmente y sentir la emoción que sintió cuando escuchó por primera vez al maestro Emilsen en el festival de Maria La Baja en el caribe de Colombia.

Foto por Camila Falquez, @camilafalquez.

Carolina también cuenta de los lazos espirituales que se han gestado alrededor del tambor: “Yo comencé a conectar una cosa con la otra y me doy cuenta que todos estos círculos de tambores, que están en el caribe y por fuera de Colombia y que la gente denota como folclor, en realidad es música que habla de unas tradiciones espirituales. Y pareciera que están todas conectadas unas con las otras, en las letras, en los bailes, en las odas a unos dioses y yo me comencé a preguntar: ¿por qué en Colombia no hablamos de esto? A veces la gente no entiende el significado del desarrollo espiritual, que es lo que nos da el tambor. Cuando tú te sientes sin aliento, cuando te preguntas de dónde viene ese gozo, eso viene de una liberación. Por eso cuando yo canto, cuando yo me paro ahí… es que la gente dice que llora. ¿Acaso el tambor de dónde viene? El tambor viene del dolor, a ti te tiene que doler para liberarte.”

Cuando se tiene música, todo cambia

Fue precisamente esa búsqueda de contención espiritual la que llevó a Carolina a aceptar la invitación de unirse a las protestas con su música. Quien la invitó fue Luis Rincón Alba, performer de la rumba cubana y profesor en la Escuela de Artes Tisch de NYU. Luis vivía en Crown Heights (barrio afrocaribeño en Brooklyn) cuando estallaron las manifestaciones en junio de 2020 y al ver por su ventana los carros de la policía quemados, supo que estaba ante “un campo fértil infinito” para cambiar la forma de resistir. Convocó a Carolina y a sus amigos rumberos para que salieran con sus tambores e hicieran su propio llamado. “Ahí fue que se dieron cuenta de que cuando las protestas tienen música, funcionan muy diferente”, dice Rincón Alba, quien además es teórico del performance y del potencial político y artístico de la fiesta en las sociedades alrededor del mundo. 

“En los colectivos de narración oral la música era ese pegante que ponía todo junto. Ahí donde hubo plantaciones de esclavos se desarrollaron estructuras musicales de círculo, de rueda, donde existía una vigilancia continua de 360 grados, todos están mirando hacia dentro, pero al mismo tiempo cuidando la espalda de quien está parado en frente. Músicas que permitieron a comunidades que no hablaban ni siquiera el mismo idioma, reunirse y planear La Revolución Haitiana (1791 -1804) la cual tuvo origen entre fiestas y carnavales ”. 

Foto por Camila Falquez, @camilafalquez.

Fue así como la estructura musical de la rumba y el bullerengue comenzó a pasar dos veces por semana en las ruinas del Vale of Cashmere en la mitad del bosque de Prospect Park (Brooklyn). Fue solo cuestión de días para que ese llamado llegara a los oídos inquietos de Camila Falquez, quien se aproximó a este círculo no como fotógrafa sino con la necesidad de liberar la bailarina que lleva adentro. Su sangre caleña y barranquillera respondió a los ritmos tántricos de su reencuentro con una raíz que necesitaba ser celebrada. En la rumba y el bullerengue encontró el alimento que su espíritu necesitaba para continuar expandiendo su obra. En esa expansión nació su colaboración con los tres artistas: Qween Jean, Carolina Oliveros y Luis Rincón Alba.

“Existen infinitas conexiones en los ritmos, en la música, incluso en los colores que conectan nuestras luchas. Tú no necesitas saber exactamente qué ritmo trae ese tambor que suena desde el otro lado del mundo para reconocer que ahí hay un grito de batalla”, dice Qween sobre su encuentro con la rumba y el bullerengue.

Ya no estábamos solos

En la galería, el maestro Jacob Plasse, creador de la productora músical de Brooklyn Chulo Records, dirigía a los músicos, incluyendo a una trompeta que se escurría sensual entre los estándares del jazz que venía cantando Qween y los boleros conmovidos que entonaba Carolina: 

“Hola Soledad
No me extraña tu presencia
Casi siempre estás conmigo
Te saluda un viejo amigo
Este encuentro es uno más”

“Lo que pasó allí no fue un espectáculo normal. Lo que se creó en el cierre [de la exposición] fue un dispositivo impecable de condiciones teatrales alrededor de la música y abierto para toda la comunidad. Es lo que se llama clash en composición escénica, choque. Ese momento en que dos cosas aparentemente diferentes, el jazz y los boleros, mediados de fondo con las marchas de 2020 y el bullerengue, se encuentran en un espacio (la exposición) que provee las condiciones de igualdad necesarias para que estas cosas hablen, dialoguen, se encuentren y hagan evidentes un montón de conexiones que a la gente se le ha olvidado que están ahí”, dice Luis Rincón Alba.

Foto por Camila Falquez, @camilafalquez.

—¡Ay soledad, soledad soledad! —, canta Carolina.

Y Qween azotando el aire con su abanico le responde:  

—¡Soledad!

El llanto de los asistentes que ya no puede ser contenido se vuelve euforia y el público entero entre aplausos responde también:

—¡Soledad!

—Ay soledad, soledad soledad…

En ese momento ya nadie está solo. Lo sabemos todos al ver nuestras lágrimas en los ojos de los demás. En ese momento de elevación en el que los espíritus despiertan, se abren las puertas a una liberación que parece posible, así sea por unos instantes, y se alivia un dolor que hasta ese momento nadie sabía que era colectivo.

“Ahora todos repitan conmigo”, dice Qween alzando sus brazos:

“It is our duty to fight for our freedom
It is our duty to win…
We must love and support one another
We have nothing to lose but our chance”

“Es nuestro deber luchar por nuestra libertad
Es nuestro deber ganar
Debemos amarnos y apoyarnos los unos a los otros
No tenemos nada que perder más que una oportunidad”

Esto apenas comienza

Camila: “Eso que todos creen que fue el cierre, para mí es solo un comienzo. Ahora que vuelvo a mi estudio de arte (Delicia Estudio) y vuelvo a estar ahí, me doy cuenta de que yo lo que quiero hacer es estar programando experiencias, discusiones, conversaciones sobre todo, más dispositivos como este”.

Qween: “Hay momentos en que crees que estás sola en esta lucha y entonces te encuentras a otres líderes radicales como Carolina, Camila y Luis trabajando también en la libertad de los demás y ahí sabes que has encontrado a una familia, una tribu llamada Amor”.

Carolina: “Tenemos todo para crear un gran acto, pero de los duros. Tenemos músicos, escenógrafos, escritores, bailarines, vestuaristas, fotografía, los tambores. ¿Te imaginas? ¡Imagínatelo! La gente no está preparada”.

Qween: “Esa es una obra en la que yo quiero tener un papel. Ese momento cuando finalmente podamos soltar nuestra lucha y podamos abrazarnos y llorar juntes, ya sabes, ese momento en el que nunca más podrán negarnos. En el que estemos todes juntes en lugar de luchando entre nosotres. ¡Oh sí!”.

Kandinsky decía que toda creación de arte es gestada por su tiempo y que toda etapa de la cultura produce un arte específico que no podrá ser reproducido. Este es el resultado de la exploración de un puñado de artistas de Brooklyn dispuestos a crear un canal, un dispositivo donde el espíritu de un tiempo encontró una salida para expresarse a través de una colaboración que apenas comienza.

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César Vallejo

Escritor queer caleño radicado en Nueva York.


César Vallejo

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