En el caribe el silencio es como un insulto. Si tú te subes a un bus todo el mundo habla y habla. Duro. Pero una vez me subí a una guagua y estaba todo en silencio. Todo el mundo callado. Yo me preguntaba qué pasaba, todo era muy raro y decidí que solamente tenía que decir “Pues sí” y, como una chispa, todo el mundo comenzó a hablar. Luis Negrón tiene 47 años y es puertorriqueño. Nació en Guayama, un pueblo a una hora y cuarto al sur de San Juan. Es periodista, librero, escritor y queer. Escribe cuentos, musicales y crónicas. Luis está en el conversatorio Celebrando el Caribe, de la versión número 30 de la FilBo, presentando su novela Mundo cruel (2010).
Para entender a Luis hay que saber que en Puerto Rico a las naranjas les dicen Chinas, que cuando él dice Pato se refiere a gay, que cuando dice Bugarrón se refiere a esos hombres que dicen ser heterosexuales, pero a los que puedes seducir o pagarle para que tengan sexo contigo (y obviamente su sexualidad queda intocable. Siguen siendo bien machitos). Para entender a Luis hay que saber también que en Santurce, el barrio donde vive en San Juan, a las lesbianas masculinas les dicen buchas machúas. Buchas viene de butch [marimacho en inglés] y machúas es la forma femenina que, popularmente, se le ha dado a la palabra macho.
Yo siempre escribía, incluso cuando no tenía papel y lápiz. Y siempre leía incluso cuando no tenía libros. Yo vengo de una familia con muy pocos recursos. Un libro era raro en mi casa, era raro en mi pueblo y era raro en mi país, en el sentido que vengo de un lugar donde tener un libro era un peligro. Porque podrías ser un comunista, un homosexual o peor aún: tener un libro podía significar que tenías sueños. Y esto es lo que se trata de evitar con la gente pobre: soñar es caro. Yo vengo de una familia que no tenía una casa fija, a veces podíamos cambiar dos o tres veces en un mes. Por eso te decía que escribía sin papel o sin libreta porque las pertenencias eran cada vez más escasas. Yo no tenía una gaveta o una cajita. Todo estaba en la cabeza. Mi mamá después de un tiempo se fue a trabajar a San Juan a cuidar una señora y hacer la limpieza. Yo la iba a visitar una vez al mes y entre las cosas que hacía mi mami era me llevaba a una librería. Allí yo leía libros y se los contaba luego a ella. A mami no le gustaban las historias tristes y odiaba los finales que no fueran felices. Yo conocía el alma de mi mamá y sabía qué historias eran las que le gustaban. Mami, que nunca me leyó, fue la primera que supo que eso era lo mío.
Después de un tiempo entré a trabajar a una tienda de zapatos y allí y le vendía zapatos a una librera. Y siempre le hablaba de libros y ella me decía “¿tú deberías trabajar en una librería?”. Y me fui para una librería y el resto es historia. No publicaba porque yo me preguntaba: “¿Para qué otro libro?”. Yo pienso que en ese momento mi trabajo era vender libros y no creía que pudiera vender mi propio libro. Tenía mucha inseguridad. Pero cuando cumplo los 37 años publico un cuento en una antología. Este cuento gustó mucho, recibió buena crítica y mucha gente me dijo “oye yo no sabía que tú escribias”. Y pues me animé. Me volví un librero que escribe por las noches. Me gusta. La escritura es el oficio con el que más me siento seguro. La escritura es siempre angustia. A veces a mi me preguntan que si vivo de la literatura. Yo respondo que sí, pero que de la literatura de otros.
De la no ficción a la ficción y al revés
Cuando yo estudiaba periodismo yo decía: “pero esto se puede explicar de una mejor manera. Si uno le pone un pedacito de aquí y otro de allá”. Me parecía que el énfasis de la no ficción no bastaba. Me parecía que la ficción explicaba mejor la realidad. Pero yo no quería estudiar literatura, porque no me gusta cómo se lee ahí. Entiendo y respeto eso, a la academia, pero no me gusta la teoría y no quería leer con esos espejuelos puestos. Y me encantaban los talleres de escritura en periodismo, porque el periodismo te hace humilde y tú tienes otra relación con la escritura. Siempre tienes prisa, tienes que terminar la nota y el editor viene y te raya todo. Esto te obliga a tener una relación con lenguaje distinta. Que te entiendan, que sea conciso, que esté claro, que lo complejo sea fácil de entender. Estas reglas del periodismo benefician a la ficción, o pues, a mi ficción. Salí de un libro de cuentos, a un musical y ahora a un libro de crónicas.
En Mundo cruel (2010) hay algo que me llama mucho la atención que es la idea de las voces que construyen el libro. Son personajes de Santurce, un barrio marginal de San Juan. Pero son voces que no aparecen en muchos relatos queer, son como una especie de “Gais no mainstream”.
Sí, yo leo mucho y cuando leía literatura gay me parecía que llegó un momento en donde todo estaba muy limpio, todas eran unas voces demasiado heteronormativas. Parecía que la sentencia a la homosexualidad era ‘Para aceptarte te tienes que parecer a nosotros, te tienes que aparear como nosotros, tienes que vivir como nosotros’. Yo creo que en verdad hay de todo, debe haber locas de derecha e incluso debió haber locas nazis, desde el héroe hasta el antihéroe. Me parecía que faltaba en esa literatura, que se quedaban por fuera otras voces, gente que vivía su vida de otra forma. En congresos literarios y académicos siempre escuchaba muchas cosas, siempre hablaban de “estar en el margen”, que los gais siempre tenían una vida triste, que era estar condenado al sufrimiento y ya. Que la vida es dura. Y sí, el humano evolucionó acostumbrándose a lo difícil. Entonces pensaba que nosotros los gais somos más fuertes que como nos estamos retratando. El humor nos hace más fuertes, el sarcasmo, la malicia, la mentira. Esos recursos los gais los hemos usado constantemente, históricamente, para bregar a los otros cuando les da la gana de jodernos. Porque eso ha pasado históricamente. Y siempre me han interesado esas voces. Uno por ahí siempre escuchaba que los gais tienen plata y tienen dinero, pero yo me preguntaba quiénes, porque yo a los que conozco no son así. En Puerto Rico hay un chiste en el que un nene le dice a su padre:
– Papi tengo que decirte algo
– ¿Qué hijo?
– Soy gay.
– Gay no hijo, marica porque en esta casa no tenemos dinero.
Esos personajes son los que me llaman la atención. Y de hecho también ‘La loca’. La loca es nuestra punta de lanza. Es la que mandan a apagar la luz e inevitablemente brilla. Yo pienso que tenemos una deuda con las locas, con las buchas, la fuerte. Con lo evidente. Y más cuando tú bregas con una persona homosexual y pobre, son personas que no tienen nada que perder. Son unas existencias desafiantes y maravillosas, que sufrieron pero que fueron útiles y nos tienen acá hablando de mariconería como si na’.
En el libro también hay un elemento que es muy relevante. Me refiero a cómo a través del lenguaje se habla de la idiosincrasia. De la naturaleza misma del barrio, de sus costumbres y de lo cotidiano.
Santurce es un barrio donde vive gente porque la renta es barata. Las condiciones eran terribles. No te puede importar el ruido, si vives allí; no te puede importar la seguridad, si vives allí; no puedes esperar que el casero arregle las cosas y si te quejas que hay una ventana rota… pues no nos quejamos para que no nos suba la renta. Es un barrio barroco, porque allí el silencio es una falta de respeto. Allí todo se llena, no hay vacíos, hay adornos y colores por todo lado. Parece un bosque, un huerto de fruta, pero no hay árboles. Todo es cemento, murales y colores. Es kitsch y es cursi.
El lenguaje en Santurce es breve. Útil. Como una clave morse, que no haya que decir todo completo. Con que suene suficiente uno llega, es un español en clave morse. Y más nos tragamos las palabras entre más cansados estamos.
En los cuentos de Mundo cruel hay personajes que escriben cartas y nunca tienen respuesta, que pierden a sus seres queridos, que dejan vivir a otros con ellos porque no quieren estar solos, que parecen tener conversaciones pero nunca se escucha a nadie más, personajes que huyen, personajes que deberían huir. La soledad es un elemento transversal a todos los personajes, uno que hila, uno que une.
Toda la fama que tenemos de alegres y de frívolos, cuando salimos de esa institución tan violenta que se llama familia, ya salimos jodidos. Eso no es una sentencia ni algo por lo que nos tengamos que preocupar. Pero sí tenemos problemas, la psicología se nos jode. Estamos heridos. Puedes ser un genio, pero uno herido; puedes ser alegre, pero es una alegría con heridas. Y una cosa que se nos hace difícil aceptar es el amor. Desconfiamos de eso. Porque nos criamos creyendo que estamos excluidos del amor, del de casarse y eso, e incluso del amor propio. De todo tipo de amor. Por ejemplo, yo soy un hombre de 47 años y el otro día hablando con un amigo me decía, cabrón todos estamos solos, todos estamos solos. Y yo le decía que voy a ser ya mismo un maricón soltero ya, que voy a pasar a esa especie. Yo creo que la soledad responde a todas esas heridas. Y el que diga que no está herido miente. Todos tenemos heridas, así sean superficiales.
¿Y de alguna forma estas heridas o esta soledad se relacionan con el placer? Porque es otro elemento sobre el que quiero hablarle. El placer, el sexo, en el libro aparece de distintas formas. Como si fuera en sí mismo un manifiesto de resistencia, de la vida misma. Le hablo específicamente del cuento “El elegido” en el que un adolescente descubre su sexualidad y siempre usa el deseo y el placer como un escape a su vida.
Lo que pasa es que esa es la calle que siempre hemos podido caminar, o ha sido la que nos han permitido caminar, la del placer. Si hay algo ante lo cual todo se rinde y se rompe es el deseo. Nosotros los gais tuvimos siempre siempre una vida limitada a eso, el sexo se planteó de hecho como una acción liberadora. Porque es lo que más se niega. Y en Mundo cruel yo quería eso, el desafío. Por ejemplo en ese cuento que mencionas, “El elegido”, al chico entre más lo golpean más irresistible se convierte. Así que es una forma de decir: tú la naturaleza no la puedes matar. En otro cuento, “El jardín”, el placer también está en cuerpo enfermo, seco, inservible. Pero no importa esto, todavía este cuerpo da placer. Son metáforas. Los gais siempre hemos estado desde lo marginal. Yo digo que un polvo son las vacaciones del pobre. Por eso es que nos pasa lo mismo, no hay otra escapatoria. Ahí es donde la rutina se olvida. El sexo es nuestro escape, nuestro momento de ser.
Me importa esta mirada que incluye todo y no deja a nadie. No es un mar, hay mares; no hay un problema, son problemas
Cada cuento de Mundo cruel tiene un formato muy distinto. Hay llamadas, cartas, cuentos en primera persona, narradores omnipresentes, etc. ¿Cómo fue el proceso de selección de estos cuentos?
Es un barrio hablando. Y un barrio no es una sola voz. Nuestros espacios son caóticos, son breves, son desiguales. Es normal que ves una casa bien bonita, bien arregladita y al lado hay un prostíbulo, una iglesia o un terreno baldío. Esa fragmentación, esa variedad se ve en la estructura de los cuentos. Hay un retrato metafórico de ese barrio. El libro no sigue ninguna regla porque el barrio no sigue ninguna regla. Y los queer no deben seguir reglas, porque si no morimos. Por ahí va la cosa, a mí me encanta ver lo gay como un desafío. Tal vez por mi edad es, aún, algo así.
Leí una frase suya que habla precisamente de esto: «Mi escritura como una celebración de la mariconeria».
Lo es. Me encanta la loca. La loca es hermosa. Yo recuerdo cuando yo era chiquito en el barrio había un gay famoso que le decían China dulce. Y China dulce era gordo y caderón, era costurero. Cuando caminaba por el barrio él iba por el medio de la calle. Las mujeres salían a saludarla y los hombres se quedaban en la sombra, porque quién sabe cuántos habrán chupado de esa China dulce. Yo le tenía terror a China dulce porque tú sabes que ojo de loca no se equivoca. Y tenía miedo que me reconociera. Me mantenía lejitos, que no me fuera a señalar. Pero nunca voy a olvidarlo, era como ver ese desafío que me fascina. Es que el mundo es tan aburrido, todo es tan igual, el logro es ser igual a los demás. Me gusta es esa altura que puede resultar de una loca o de las buchas. Yo puedo estar horas observando a alguien así. Es una creación demasiado original que no deja de sorprenderme y que me alegra. En el desafío hay una alegría.
Cuando salí del clóset, a los 23, yo odiaba que me dijeran loca o nena, porque yo también tenía una existencia como hombre y decía que sólo era que me gustaban otros hombres. Pero después dije “No, ¡pal carajo! Está lindo ser loca”. Hay que hacerle un museo a las locas, no a la homofobia. Y lo digo con todo el respeto y como un homenaje a Lemebel que nunca nos llamó de otra forma.
En los cuentos de Mundo cruel aparecen muchas cosas aparte de lo queer: racismo, migrantes, maltrato, bullying, las mujeres, el desempleo. ¿Le interesa hablar deliberadamente de estos temas también? ¿Cree que usa lo queer como una excusa para hablar de temas más amplios? ¿Lo queer como un filtro para ver la realidad?
Lo que pasa es que la miseria nos ha hecho aliados. Por ejemplo los dominicanos en su país todavía tienen problemas como que en la parada gay, hace dos años, les cayó la policía a palo por maricas. Ahí hay un derecho a la homofobia, uno público y aceptado. Y pues ellos llegan a un país donde los maricones y los homosexuales hemos logrado muchas cosas y especialmente en un barrio como Santurce donde todo es más abierto y no nos escondemos tanto. Y lo que pasa es que Mundo cruel es un libro también sobre la carencia, la pobreza y la injusticia, y nada de eso es bonito. Y el que diga que la pobreza es linda es que no ha sido pobre, la pobreza no produce cosas buenas, siempre estamos tratando de combatirla. Estos son los temas que me importan, me importa esta mirada que incluye todo y no deja a nadie. No es un mar, hay mares; no hay un problema, son problemas. Y estos problemas que ocupan a los homosexuales pobres pues no son problemas de todos, a los otros homosexuales no les importa porque son clasistas y sólo quieren ser bonitos y tener el culo afeitado. Estos movimientos de activismo se han ocupado sólo de ciertas élites y de los demás se olvidaron. Yo creo que también influenció que vengo de una generación en la que los homosexuales estaban más metidos y eran solidarios con otras luchas. Luchando las de otros, no sólo son mis derechos, sino los derechos en general.
Me gustaría preguntarle por sus influencias, ¿quiénes fueron? Especialmente por dos autores latinoamericanos Manuel Puig y Pedro Lemebel.
Definitivamente ellos dos lo son. Pero también Copi [Raúl Damonte Botana] que tiene una obra de teatro sobre Evita que es una maravilla. Tiene también El baile de las locas, que eran como las locas lumpen, irreverentes, que no se comían las palabras, esplallás, locas esplallás. Me gustaba también la loquita burguesita de Puig, la maravilla de Molina en El beso de la mujer araña. Y la Lemebel, que él es su personaje. Esta loca medio embustera de la que todos se enamoraban. Me fascina esa cosa de hablar a veces femenino, a veces masculino. El desafío de Lemebel no solo era la mariconería, sino era el talento, que era innegable. Y él tenía otro talento: que los chilenos lo adoraban. Ese hombre superó todo en un país tan conservador, porque les hablaba al corazón y era familiar. Era cursi, qué delicia. Otro que me encanta es Tennessee Williams, en esa línea de Un tranvía llamado deseo, que dice “siempre he confiado en la bondad de los extraños”. Si tú miras esa obra hay mucha fragilidad y brutalidad que también te seduce, es algo que nos define tanto, que me influenció mucho. Y Almodóvar obviamente, que lo normalizó todo. Y un poeta catalán que se llama Jaime Gil de Biedma y su poema “Pandémica y celeste”. Y Luis Zapata y su Vampiro de la colonia Roma.
Bueno y sobre los contemporáneos, ¿a quién lee? ¿Quién le interesa?
Referente a lo queer me entusiasma mucho Justin Torres. A él lo conocí como me gusta conocer a los autores: en una librería. Me acerque y vi este título We the Animals y leo este “Justin Torres”, coño me llamó mucho la atención. También Rita indiana. De hecho somos amigos y queremos hacer un musical original. Ella fue a ver mi musical Jardín y salió llorando. “Mucho cabrón”, me dijo.
Hay otro autor, Junot Díaz, que no es queer, pero que termina construyendo relatos queer, o pues relatos que le dan espacio a lo queer. Él también me entusiasma.