El bestiario del Congreso colombiano

Mico, conejo, elefante blanco, dinosaurio, burro, entre otros, son especies que no merecen el desprestigio que les asigna la conducta política nacional. La cultura antiética colombiana le otorga una mala reputación a los animales. Por eso, construimos un bestiario en defensa de su reino y en contra de la trampa.


Ilustra: Nefazta

«El animal de compañía está o esterilizado o sexualmente aislado, extremadamente limitado en sus ejercicios, privado del contacto con casi todos los demás animales y alimentado con alimentos artificiales. Este es el verdadero proceso material sobre el que se sustenta la extendida opinión popular de que los animales llegan a parecerse a sus dueños. Son hijos del modo de vida de sus amos».
John Berger

Alirio Barrera entró al Congreso con su caballo. Sucedió después de que el presidente del Senado, Roy Barreras, anunciara que el parlamento sería amigable con los animales (pet friendly) mientras sostenía tras el atril a Covid, un inocente perro negro. El senador Barrera, quien se hace llamar a sí mismo domador de caballos, llevó días más tarde de anunciarse esa medida a su mascota: Pasaporte, un caballo blanco de paso fino que suscitó lo que puede suscitar un caballo blanco —llamado Pasaporte— en el Congreso. 

No es la primera vez, sin embargo, que entran animales al recinto. El senador Carlos Moreno de Caro llevó gatos, alacranes y mariposas en distintas ocasiones y a congresistas del Centro Democrático les soltaron ratas, en otra oportunidad, para referirse a conductas antiéticas en la cultura política. 

Cuando sucedió lo de Pasaporte la senadora Andrea Padilla, animalista, advirtió que el acto se constituía como maltrato. Y Pasaporte murió. Pero no por eso, sino porque lo mordió una culebra. Así lo expresó hace cuatro días el senador Barrera cuando compartió una foto de la bestia arrojada en el suelo. Pasaporte, que tiene su propia cuenta de twitter, trinó tras fallecer: “Que no muera jamás la lucha por la Colombia que no ha sido visible para el país”. 

En 2019, el museo interactivo de ciencias en Medellín Parque Explora lanzó la campaña Los más bellos insultos con la que pretende, en sus palabras, exaltar la diversidad como el signo más rotundo de la vida. Con ella cuestionan: “¿A quién vas a insultar con animales? Son piropos. Y tal vez no los merezcan” y destacan virtudes de animales como la vaca, la zorra, la perra, el burro, la arpía, la mariquita, la gallina, entre otros, con los que coloquialmente se busca agraviar, herir, juzgar. Hacen una defensa de ese reino.

Atribuir virtudes de animales a los humanos tenía que ver, antiguamente, con la manifestación de cualidades de deidades. Y en cada región el mito es distinto. Uno de los ejemplos más conocidos al menos en el continente americano es el del náhuatl mexicano que refiere a alguien con el poder de adquirir la forma de un coyote, tecolote, jaguar, o águila. (A propósito, un “coyote” en la frontera mexicana es quien ayuda, irregularmente, a pasar personas por la frontera).

Luego, la relación entre el humano y el animal tomó matices científicos, al menos desde que en 1859 Charles Darwin publicó “El origen de las especies” donde buscaba  comprobar científicamente la teoría de la evolución y con ella, por ejemplo, la cercana relación entre primates y humanos. 

En 2019 la senadora animalista Andrea Padilla atendió una entrevista para Cartel Urbano sobre este tema en donde decía “Es útil al sistema capitalista el especismo. Considerar que otros seres sintientes animales (como nosotros) son moralmente distintos y en esa medida tenemos derecho a disponer de sus vidas y de sus cuerpos no es solo útil: es necesario”. 

En Cerosetenta, en defensa de los animales y en detrimento de las malas conductas políticas, reflexionamos sobre las definiciones que conducen al desprestigio de los animales. En esta oportunidad hablamos con Valeria Mira*, escritora y abogada, para construir un bestiario del Congreso colombiano.

* Lea el texto Nombrar(nos) animales de Valeria Mira que acompaña este bestiario.

Mico 

Saltar de rama en rama. Viveza. Astucia. ‖ “Meter un mico”.

En el proceso legislativo, “meter” o “colgar un mico” consiste en camuflar dentro de textos normativos un párrafo, una frase, un inciso, que pase sin debate. 

“El mico” también tiene que ver con el gesto de irse por las ramas para desviar la atención: poner un tema en discusión para derivar en unas consecuencias no previstas. Unos y otros micos pueden escabullirse utilizando sus extremidades para agarrarse y saltar de rama en rama, incluso sin tocar el suelo, con una habilidad que los hace  pasar desapercibidos y que solo detectan los que miran con atención el movimiento de los árboles. 

Elefante

Estatus. Magnificencia. ‖ “Un elefante blanco”.

Se emplea como un sustantivo. El elefante blanco es una expresión para describir una estructura física, un edificio, que no termina de construirse porque, detrás de su planeación, hubo corrupción. 

Véase Meritage, el edificio en Envigado, Antioquia, sobre el que la Fiscalía hizo extinción de dominio porque los dineros para hacerlo tenían orígenes ilícitos. Pero también ocurre en el sector público, cuando el financiamiento es legítimo pero las obras y los contratos de infraestructura están hechos para robar fácilmente. En otras palabras, cuando los contratos facilitan, literalmente, el levantamiento de una fachada para ocultar intereses privados. El elefante blanco o albino es una especie animal rara, en extinción, y tan gigante que no se puede esconder. 

Zorro

Astucia. Experiencia. Sabiduría. ‖ “Es un viejo zorro”

A los hombres astutos se les dice “viejos zorros”, personas hábiles con un olfato privilegiado, algo que les conviene para adelantarse a los hechos. Del viejo zorro se entiende, además, que está todo el tiempo en la jugada y que sabe cuál va a ser el próximo movimiento de lo que sea que esté observando antes de que suceda. Un viejo zorro huele las intenciones de los demás y se alista para sacar el mejor provecho para sí mismo y sus intereses. 

A las mujeres astutas no las llaman “viejas zorras”. Y ese es un punto en común entre todas estas descripciones: los apelativos de animales para hombres no significan lo mismo que para mujeres. Entonces, si dijéramos que alguien es una zorra, una gata o hasta una vieja loba de mar, no estaríamos haciendo alusión a su instinto político infalible y a su capacidad de caer parada siempre (como los gatos); estaríamos, por preceptos culturales, haciendo referencia a su sexualidad. A quien le digan que es un viejo zorro se sentiría halagado. Pero  las mismas denominaciones cuando adoptan sus versiones femeninas se usan para insultar, sancionar y hacernos recordar que a las mujeres se nos impone ante todo  nuestra condición sexual.

Delfín 

Comunicación. Cooperación. Inteligencia. ‖ “Es un delfín”. 

Esta expresión se usa para referirse a un heredero político. El término nació alrededor del siglo XIV para denominar a descendientes de la monarquía. En la actualidad, un delfín es el hijo de un hombre con poder que busca seguir los pasos de su padre y escalar sin más mérito que su apellido. Es una expresión que se aplica más a los hombres pese a que las senadoras Paloma Valencia, Paola Holguín o María José Pizarro califiquen para el apelativo. En la historia política de Colombia, sin embargo, son muchos más los hijos varones que esperan una gracia que les es concedida por su sangre y no por su trabajo o capacidad. 

Los delfines son tiernos, lúcidos y son una de las especies animales más inteligentes.  Paradójicamente, sus homónimos humanos destacan por no estar tan calificados. Los delfines son astutos, trabajan y cazan en equipo y tienen formas de comunicación impresionantes al punto de comunicarse con otras especies, como las ballenas, para, entre otras, salvar focas. Saben construir juguetes de agua y aire con sus hocicos. Ojalá muchos de los que llaman delfines en el Congreso tuvieran una extensa lista de méritos y habilidades como la de sus homónimos cetáceos.

Dinosaurio 

Fuerza. ‖ “Es un dinosaurio”

Es una especie extinta en el reino animal, más no en la política. Ni un meteorito podría acabar con los dinosaurios del Congreso, aunque estén bastante cerca de ser fósiles. Es una expresión para hablar de quien se niega a retirarse de la política para abrirle espacio a la juventud en posiciones de poder y así se renueven las conversaciones. 

Véase Roberto Gerlein, que en paz descanse, quien antes de ser dinosaurio fue además lagarto.

Burro

Paciencia. Fuerza. Intuición. ‖ “Es un burro”; “Ley del burro”.

Este es tal vez el término más conocido de la lista: se emplea para catalogar a una persona de quien se presume tiene un bajo nivel intelectual, que no puede procesar grandes cantidades de información sin confundirse o que difícilmente atiende instrucciones. Es una designación heredada de las representaciones anglosajonas de los niños «brutos», en una esquina, con orejas de burro. Tan solo el relato infantil clásico o la fábula del siglo XX que fue Winnie the Pooh (1926), mostró a Ígor, el burro, como poco astuto. ¿Por qué? Por pesimista. 

Pero los burros son animales atentos. Si uno quiere estar seguro en un recorrido a lomo no hay otro animal con la intuición de la mula y del burro: son pacientes y, si no quieren ir a un lugar, es porque hay algún peligro. 

En la figura del burro, y de la mula, también se puede leer un pedazo de historia nacional: al menos en la sociedad antioqueña el progreso ha tenido mucho que ver con estos animales sobre los que se ha cargado el peso de un pretendido progreso. No en vano también es popular la expresión de “trabajar como un burro”, una forma coloquial de aludir al sacrificio propio, a “romperse el lomo” para lograr lo que quieres. Una lectura que sirve solo a quienes tienen las capacidades productivas de “salir adelante” y que, por otro lado, somete a los que no tienen esas capacidades a ser leídos como personas que no han hecho méritos, que no se han sacrificado lo suficiente. El desarrollo industrial de Antioquia se fundamentó en la herrería y en la capacidad de carga que tenían las mulas en trocha y en los arrieros que las acompañaban en largos recorridos a pie por lugares hostiles y caminos difíciles. Entonces lo que consiguieron algunos lo mostraron a los otros diciendo: ¿no vieron todo lo que tuvimos que hacer para lograr esto? 

La “Ley del burro”, por otro lado, no es otra cosa distinta a la Ley del Talión. Consiste en aplicar el refrán popular: ojo por ojo y diente por diente. 

Rata

Rapidez. Inteligencia. Memoria. ‖ “Es una rata”.

Se emplea este apelativo para describir a una persona desleal, deshonesta o «amiga de lo ajeno», otro eufemismo popular para hablar de las personas que roban. Las ratas tienen una carga negativa entre los humanos por ser portadoras de enfermedades —que de hecho lo son y llevan en su sangre y en sus heces bacterias que causan leptospirosis y hasta pestes—. Y aunque hay algo de aprendizaje colectivo que como especie nos hace temer a las ratas, lo que estas hacen es deshacerse de nuestros desechos. Si producimos basura, porque estamos en una sociedad que produce toneladas, estamos produciendo alimento para las ratas. Así, donde haya seres humanos habrá ratas. Esa idea, entonces, de que las ratas están usurpando un lugar que no les corresponde es errado. Se asume que nadie busca como las ratas pero puede que haya competencia entre personas que habiten la calle con ellas y se estén alimentando de la misma fuente. 

Conejo  

Rapidez. Ingenio. Autonomía. ‖ “Hacer conejo”.

El concepto es sobre todo la acción: “hacer conejo”. Consiste en engañar, en irse sin pagar la cuenta, en “pasarse de listo”. La idea es emplear la astucia para sacar provecho particular de una situación.

Pero, ¿por qué un conejo? Este es un animal nervioso, que trata de huir de sus depredadores, zorros y aves de rapiña. 

Lagarto

Velocidad. Camuflaje. Vivacidad.  ‖ “Es un lagarto”.

Es una persona que se vale de sus conexiones para subir en la escala social. Como los reptiles, una persona a la que se llama “lagarto” espera pacientemente a que una presa se arrime lo suficiente para comérsela sin mucho esfuerzo físico. Los lagartos pueden pasar largos periodos de tiempo sin alimentarse porque tienen largos períodos de digestión de sus presas, las cuales consumen valiéndose de su posición privilegiada en el pantano y engullen y digieren en el agua o en el club. En el Congreso, el lagarto es ese personaje —que usualmente también es un hombre— que conoce gente que a su vez conoce a más gente, y en esa cadena va situando sobre sí capas de relacionamiento social que lo terminan ocultando lo suficiente para no ser visto, pero poder ver con ventaja lo que se mueve alrededor. Así, el lagarto puede, de manera muy oportunista, lanzarse sobre la presa que se acerque a beber de su estanque y permitirse trozos de cebras o de contratos, también de puestos por los que no tienen que trabajar mucho, sino más bien hacer lo que presumen saben: relacionamiento social. Van por la vida como los free riders del sistema.

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