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El banano, la multinacional y dos libros sobre una historia que no termina de contarse

La Masacre de las Bananeras y la expansión paramilitar en Colombia: dos episodios sombríos de la historia nacional con casi un siglo de distancia. Orbitando sobre ambos está la multinacional bananera que desde el pasado 10 de junio enfrenta un juicio. Un fotolibro y una novela gráfica recién publicados fijan su mirada ahí.

por

Lina Vargas Fonseca


12.07.2024

Ilustración: Nefazta

Lo primero es el banano, esa fruta. 

Ahí está, en la portada de dos libros recientemente publicados, colgando de un racimo voluptuoso bajo las hojas de la planta, brillantes como abanicos reales. Con razón se le asocia con el trópico, con la belleza inusual. Ahí está, en los títulos: Hoja bandera —como se llama a la hoja que recibe más luz y agua y mantiene sanas a las demás— y La buena sombra, una referencia a la cualidad vegetal de dar refugio. Sin conocerse y sin haberse leído, pero con una fascinación compartida, la autora y el autor de cada uno de esos libros habla también, al comienzo de su respectiva entrevista, del banano. El banano es originario del sur de Asia y los españoles lo trajeron a América, dice Ana Núñez Rodríguez, autora de Hoja bandera. Hoy es la fruta más consumida en todo el mundo. A su vez, Mario Garzón (Rey Migas), autor de La buena sombra, dice que a finales del siglo XIX el banano fue exportado del centro al norte de América y vendido en farmacias porque se creía que era una medicina vigorizante. Entonces inició una campaña para enseñarles a los estadounidenses cómo comerlo: frito, en ensaladas, sin refrigerar. Eso les aconsejaba un dibujo animado con falda, pulseras, pestañas postizas y una canasta de frutas en la cabeza en un comercial que hizo parte de la cotidianidad gringa hasta mitad del siglo XX. Al dibujo lo llamaban Chiquita Banana. 

Hoja bandera y La buena sombra no son libros parecidos, pero tienen algunas cosas en común. Por ejemplo, fueron publicados en 2023 con apoyo público. El primero obtuvo la beca para Proyectos Editoriales Independientes en Artes Plásticas y Visuales, en la categoría de fotolibro, que entrega el Instituto Distrital de las Artes. El segundo fue ganador de la beca para la Publicación de Libro Inédito ilustrado: álbum, cómic o novela gráfica, del Programa Nacional de Estímulos del Ministerio de Cultura. Sin embargo, lo que de verdad los une es que en los dos aparece una multinacional bananera —la United Fruit Company y posterior Chiquita Brands— que se vincula con la violencia sufrida en Colombia a lo largo de casi un siglo. 

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Hoja bandera es un fotolibro y quizás por eso la experiencia con él se parece más a la de estar frente a una pieza artística que a la lectura tradicional. Del libro se imprimieron 200 ejemplares con el sello de Simulacro Ediciones y ya desde la portada hay una atención por lo visual, explica su autora, la fotógrafa Ana Núñez, que nació en la ciudad española de Lugo, en Galicia, y desde hace nueve años vive entre Europa y Latinoamérica. “Queríamos que el libro tuviera lo orgánico de la planta. La portada es una serigrafía impresa sobre tela y la elección de colores [rojo, fucsia, rosa] obedece a que asociamos al banano con el amarillo y el verde, pero la flor y el fruto tienen otras tonalidades que nos parecieron un guiño a las partes de la historia que no se conocen”, agrega Núñez. 

La entrevista con ella sucede en lo más alto de la Universidad de Los Andes, tanto que al mediodía las campanas de Monserrate irrumpen. Núñez abre el libro cuyas hojas se despliegan hacia arriba y están divididas en dos partes precedidas por dos sellos. El primer sello son tres números 8 que se refieren a la consigna del movimiento obrero que reclama 8 horas de trabajo, 8 horas de sueño y 8 horas de ocio. El segundo sello es el logo de la United Fruit Company en el que está manuscrita la palabra Bananas y unida a ella un fusil de asalto. 

«Hoja bandera», de Ana Núñez Rodríguez.

La historia que cuentan las dos partes de Hoja bandera —que pueden leerse/verse por separado o en simultáneo— es la del episodio aún borroso que la Comisión de la Verdad incluyó en su relato sobre el origen del conflicto armado en Colombia: la Masacre de las Bananeras. 

Ocurrió entre el 5 y el 6 de diciembre de 1928 en el municipio de Ciénaga, Magdalena. Pero, como se lee en el Informe Final de la Comisión, se remonta a comienzos del siglo XX cuando el gobierno de Estados Unidos declaró que quería aumentar su dominio político y comercial en el continente. Para ello se valió de la estrategia insigne del capitalismo de la época, la economía de enclave, que suponía explotar materias primas en territorios extranjeros donde las empresas instalaban una infraestructura de bienes y servicios de la que las y los trabajadores locales quedaban excluidos. El modelo funcionaba como un apartheid rural, señala el informe. Eso fue lo que pasó con la United Fruit Company, la multinacional bananera fundada en Cincinnati en 1899 que llegó a tener el monopolio mundial del banano y, solo en Colombia, un millón de hectáreas y una flota de 90 barcos. En noviembre de 1928 estalló una huelga en la zona bananera del Magdalena. Alrededor de 25.000 personas se negaron a cortar fruta hasta que la empresa mejorara las condiciones. Entonces a un solo trabajador se le exigía cortar hasta 400 racimos diarios en jornadas de 16 horas. La United no solo no mejoró nada, sino que se alió con el gobierno nacional y ese 5 de diciembre, mientras unos 4.000 trabajadores esperaban la llegada de un representante de la empresa en la plaza de Ciénaga, militares colombianos bajo el mando del general Carlos Cortés Vargas, dispararon contra la multitud. 

En Hoja bandera, entonces, hay una parte —la del sello de las 8 horas— conformada por eslóganes y testimonios sindicalistas y de sobrevivientes e investigadores de la masacre. “La burguesía se asustó”, “La plaza se llenó”, “¡Fuego!”, “La masa humana cayó como un solo hombre”, “Los cadáveres fueron arrojados al mar”. La última frase es elocuente: “Archivos con miles de fotos, pero ninguna de la huelga” porque en la otra parte del libro —la del sello de la United Fruit Company— sí hay fotos. 

Al respecto, Ana Núñez dice: “Me di cuenta de que no había una sola imagen de los trabajadores, investigué y la ausencia empezó a ser más visible”. Hoja bandera surgió de esa ausencia, violenta y para nada gratuita. “Me parece interesante entender cómo la fotografía ha estado en manos de un poder hegemónico y cómo se ha instrumentalizado para contar una versión de la historia. Fontcuberta [el artista español] dijo: ¿Por qué tomar más imágenes fotográficas y no dar sentido a las que ya existen? Yo creo que este libro busca dar sentido a las imágenes que existen para entender que hay otras que nunca fueron tomadas”. 

«¿Por qué tomar más imágenes fotográficas y no dar sentido a las que ya existen? Yo creo que este libro busca dar sentido a las imágenes que existen para entender que hay otras que nunca fueron tomadas». 

Las fotos de la United Fruit Company que Núñez seleccionó están en la Biblioteca Baker de la Escuela de Negocios de Harvard, lo que para ella no deja de ser curioso porque aún hoy se asume como un caso de éxito empresarial. Fueron tomadas entre 1924 y 1929 y en su mayoría integran una serie titulada welfare, es decir “bienestar”. Podrían ser escenas alegres de la costa colombiana. Hombres con sombreros Panamá junto a racimos que les llegan a la cintura. Niños y niñas rubios que celebran el Día de Acción de Gracias disfrazados de peregrinos y nativos americanos. Un picnic de funcionarios de la United bajo la sombra de un árbol. Un juego de golf. Un equipo de béisbol. Casas enrejadas sobre un césped bien cortado. Una tacky party —algo así como una fiesta de mal gusto— ofrecida en broma por una tal señora Doswell en el Club Santa Marta en la que se ve a una mujer con la cara pintada de negro. 

A su vez, intercalados con las fotos, aparecen facsímiles de la correspondencia entre la embajada de Estados Unidos en Bogotá y el Departamento de Estado en Washington, incluido uno del 16 de enero de 1929 en el que se informa que “el número total de huelguistas asesinados por militares colombianos superó los mil”. Hoy se sabe que la cifra puede ser mayor. Casi todos los telegramas están firmados por un mismo funcionario que suele despedirse con la frase en inglés “Su obediente servidor”. La idea de Hoja bandera, dice Núñez, es que las y los espectadores/lectores hagan conexiones entre esos elementos —eslóganes, fotos, telegramas— y recreen las imágenes que, simplemente, no están. 

*

En 1990 la multinacional pasó a llamarse Chiquita Brands. Dos décadas antes se había fusionado con su principal competidor bajo el nombre de United Brands y luego agregó el Chiquita, mucho más simpático, que era como se le conocía y como etiquetaba la fruta. 

El banano colombiano seguía exportándose, también desde el Urabá antioqueño bajo condiciones laborales indignas. Como se ha documentado, en la década del noventa Chiquita financió a grupos paramilitares, primero a través de las cooperativas de vigilancia y seguridad privada, Convivir —declaradas inexequibles por la Corte Constitucional en 1997— y luego a las Autodefensas Unidas de Colombia cuya expansión es de esa época. Diez años después, en 2007, el Departamento de Justicia de Estados Unidos impuso a la empresa una multa de 25 millones de dólares tras reconocer que había hecho pagos a las AUC por 1,7 millones de dólares.  

1997. En ese año se sitúa La buena sombra, la novela gráfica del escritor e ilustrador bogotano Rey Migas, cuyo nombre de pila es Mario Garzón, publicada por Tyto Alba Editores. Ya de entrada se advierte que la historia está inspirada en hechos reales, aunque es una ficción. Una calcomanía parecida a la que la empresa pega en cada banano vendido, pero con el nombre de Paquita, se ve en la primera página. Más arriba hay un epígrafe del escritor estadounidense Barry Hannah que habla de seres que caen del espacio eyaculando esperma, de jóvenes sacrificados al mal. No es menor porque mucho de eso está en La buena sombra que traza, de manera alternada, los trayectos de dos personajes. Uno es un funcionario de Paquita, la bananera, que viaja a Bogotá a tratar el asunto de “los grupos de vigilantes a los que estamos pagando por seguridad”. El otro, Éver, es un muchacho de Tierralta, Córdoba, que es reclutado por el grupo que sería el bloque —real— Élmer Cárdenas de las AUC. 

«La buena sombra», de Rey Migas.

“Cuando empecé a investigar el tema, el caso de Chiquita estaba un poco muerto. Había un fallo y una multa y eso parecía que daba una especie de cierre, a pesar de que no se había hecho nada con las víctimas”, recuerda Garzón en el jardín de la librería El cuarto plegable, donde sucede la entrevista. 

Enseguida menciona la influencia de un cómic del historietista francés Moebius. Se llama Ktulu —una referencia a la criatura creada por Lovecraft— y cuenta la vida de un funcionario gris que accede a otra realidad en la que se dedica a perseguir a un ser fantástico. Garzón estudió Cine y Televisión en la Universidad Nacional y como Rey Migas ha publicado una serie de cómics sobre películas que no terminaron de realizarse y Emús en la zona, una novela gráfica de ciencia ficción sobre la primera película colombiana. La buena sombra está colmada de guiños a obras literarias y audiovisuales que a primera vista no tienen mucho que ver con una bananera que financia a grupos paramilitares. Sin embargo, todo —westerns, Hellboy, Goodfellas, el vampirismo, la canción de La mula rucia y otra de Bertolt Brecht— no solo se conjuga bien, sino que hace que la trama sea verosímil.

«Cuando empecé a investigar el tema, el caso de Chiquita estaba un poco muerto. No se había hecho nada con las víctimas».

Aunque hay una intención documental, La buena sombra no es un reportaje, sino una novela y en ese sentido se apoya, sobre todo, en sus protagonistas. Para construirlos Garzón leyó investigaciones periodísticas, informes y sentencias. Se fijó, por ejemplo, en el habla de la gente de Córdoba e hizo que Éver tuviera ese acento. Contactó al fotógrafo Julián Lineros que le compartió fotos inéditas de un entrenamiento paramilitar. “Hay una imagen inspirada en una foto de Julián de un muchacho completamente tapado de barro porque el bautismo era arrastrarse por caños y tú ves las fotos y son escuadras de 20 pelados, todos untados de barro, con el sol de Córdoba cayéndoles. Parecen muñequitos de oro”, dice Garzón.

Para él, el color es crucial y en el libro guarda una relación estrecha con el carácter de Éver y del funcionario. “El personaje del funcionario está descrito a través de los espacios que recorre. Es un cara de palo, todo el tiempo con una sola expresión. La noche es su terreno, la Bogotá de los años 90, nocturna o casi gris como el barro, como cuando va a llover”, explica Garzón. El funcionario se mueve en una paleta de tonalidades oscuras y trazos gruesos, tanto que a veces es difícil entender sus acciones, esquivas, ocultas. Piensa o habla con una especie de mentor que está en su cabeza y al que le dice cuestiones que evidencian una mentalidad colonialista como “En el trópico todo se pudre” y “Solo el régimen de fuerza en estos países evitaría que se destruyeran a sí mismos”. En contraste, Éver, aparece en escenarios luminosos, verdes y amarillos, que, sin embargo, terminan por ensombrecerse, por teñirse de un violeta fúnebre, cuando el muchacho ingresa al bloque paramilitar. Entonces se le ve en una imagen, tomada de una escena real, con el cuello muy tenso cantando “Guerrillero tú sangre beberemos de tus ojos haremos llaveros”. 

La buena sombra habla de colonialismo, de la explotación de una planta tropical por parte de una multinacional gringa, pero sobre todo, de la explotación de la gente joven, ese sacrificio de los jóvenes al mal que se cita al comienzo y que acaba siendo representado en un cuerpo roto que alguien entierra en una noche muy oscura.        

Los trayectos de Éver y el funcionario convergen en una serie de encuentros sexuales que ocurren en Bogotá en 1997. Esas escenas, también recreadas en tonos violeta, con frecuencia están atravesadas por la violencia. 

*   

El 10 de junio de 2024, la Corte Federal del Distrito Sur de la Florida determinó que Chiquita Brands financió y dio otras formas de apoyo a las Autodefensas Unidas de Colombia que condujeron al asesinato de ocho personas en la zona bananera del país. El jurado otorgó a las familias de las víctimas un total de 38,5 millones de dólares. Existen otras 4.500 víctimas que han demandado a Chiquita Brands para las que el veredicto marca un camino de justicia. Un próximo juicio contra la multinacional comenzará este 15 de julio. 

Sin ánimo de forzar comparaciones, Hoja Bandera y La buena sombra presentan dos personajes, dos versiones, que se cruzan y contrastan. Ambos libros se detienen en la fotografía y proponen un trabajo de mirada e imaginación. No los motiva la necesidad imperante de explicar todo, de documentar todo, sino más bien de marcar vacíos, inconsistencias e injusticias en una historia de la que aún no hay suficiente memoria. 

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