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Editorial| El 8M no puede ser un día de miedo

El 8 de marzo es una fecha de conmemoración, de protesta y lucha. No puede ser que la respuesta de las autoridades sea provocar el miedo entre las mujeres que se movilizan. En Cerosetenta nos pronunciamos frente a lo que pasó en Bogotá.

por

cerosetenta


11.03.2024

Foto: María José Rojas Ilustración: Alejandra Yates

Una chica le escribe a otra: “Te vi pasar hace un rato. ¿Sigues por aquí? Estoy sola y me asusté”. 

El mensaje llega a las 7:16 de la noche del 8 de marzo de 2024. Ambas están en la Plaza de Bolívar, en Bogotá, donde culminó la movilización del 8M, Día Internacional de las Mujeres Trabajadoras, y les cuesta encontrarse porque, por algún motivo, la plaza está oscura. Incluso es difícil caminar sin tropezarse. Las manifestantes no paran de llegar. Sus caras son sombras y también son sombras los agentes del Esmad (ahora Unidad de Diálogo y Mantenimiento del Orden, UNDMO), ubicados en el Palacio de Justicia, al costado norte de la plaza. Basta fijarse para advertir que hay otro grupo del Esmad en la carrera octava, y otro en la calle 11, a lo largo del muro de la Catedral Primada, y otro en la carrera séptima. Hace unos minutos se escucharon detonaciones de gases lacrimógenos y armas aturdidoras. Luego, gritos, gente correr. La plaza, además, está vallada.

“No corran”, grita alguien. “No den la espalda”. Pero tampoco hay lugar a donde ir. Lo que hay es miedo. 

El miedo: una sensación cotidiana para las mujeres. Una forma de violencia que nos condiciona a vivir bajo amenaza, a saber que quizás no ha pasado nada, pero existe una gran posibilidad de que algo pase. Una estrategia de control que nos alecciona, por ejemplo, para no salir “solas”, no expresarnos, no habitar el espacio público.   

Lo sospechábamos. Ya desde el comienzo de la tarde, rumbo al Ministerio del Trabajo, donde empezó la marcha, vimos al Esmad en las puertas de la Personería de Bogotá, del teatro Jorge Eliécer Gaitán y del hotel Tequendama. Vimos a un grupo minúsculo de manifestantes bajar por la calle 19 seguido de un escuadrón de matrimonios, la dupla motorizada de un policía y un integrante del Esmad. Vimos más matrimonios avanzar por un costado de la carrera décima, en el apogeo de la marcha, mientras mujeres de todas las edades gritaban consignas premonitorias como: Les importa más una pared pintada que mi vida. Los vimos disparar gases allí. Los vimos aposentados al anochecer en las escaleras del edificio Murillo Toro y subir y bajar buscando quién sabe qué por la avenida Jiménez. Vimos su actitud. Porque el viernes 8 de marzo los agentes de la fuerza pública que circularon por el centro de Bogotá tenían la actitud del que grita más alto, del que golpea más fuerte, del que causa miedo. 

Pero en los últimos tres días no se ha hablado de eso, del miedo. No lo mencionaron el alcalde Galán ni las estaciones de radio que llaman a las mujeres que exigen una vida más digna “encapuchadas” y las acusan de “vandalismo”.  

Hoy, lunes 11 de marzo, la articulación feminista Somos un rostro colectivo publicó un comunicado en el que hace un recuento de “los distintos incumplimientos, fallos y violencias ejercidas por parte de las entidades del gobierno distrital de la Alcaldía de Carlos Fernando Galán y la UNDMO”. La cronología empieza el 4 de marzo. Allí se lee que las autoridades aseguraron que habría garantías para la protesta; que, sin embargo, desde el mediodía del 8 de marzo hubo acciones hostigantes y provocadoras por parte de la fuerza pública; que, en cambio, la marcha no contó con apoyo de movilidad; que en la estación San Diego de Transmilenio agentes de policía señalaron con sus armas teaser a defensoras de derechos humanos y cometieron actos de acoso sexual; que durante la movilización no hubo suficiente presencia de gestores de diálogo; que la distancia entre manifestantes y Esmad en la calle 11, junto a la Plaza de Bolívar, fue casi nula; que no había iluminación y las rutas de evacuación estaban cerradas. 

Y se lee esto: al entrar a la plaza, una defensora de derechos humanos fue empujada por un agente del Esmad. Una compañera suya se interpuso. Sin mediar diálogo, el agente lanzó una aturdidora a menos de un metro de distancia de las dos mujeres, lo que ocasionó que el pantalón de una se quemara y las esquirlas hirieran la pierna de la otra. 

El comunicado de Somos un rostro colectivo agrega que hubo dos detonaciones más, que una mujer sufrió una convulsión y otras ataques de pánico y ansiedad. 

Esa noche, la concejala de la UP, Heidy Sánchez, hizo algunas preguntas al alcalde Galán a través de su cuenta de X: “¿De quién fue la orden de dejar la plaza sin suficiente luz? ¿Quién ordenó que la única ruta de evacuación fuera la carrera séptima al norte? ¿Por qué había tan pocos gestores de diálogo? Esta última la respondo: porque, como en todas las entidades del distrito, la contratación aún no está completa”. 

Cuesta aceptar que el accionar de la fuerza pública fuera una reacción del momento o una respuesta proporcionada. O que unas paredes pintadas ameriten la represión. O que las manifestantes pusieran en peligro la integridad de la policía. O que solo haya una única y correcta forma de protestar: sin ruido, sin parar el tráfico y sin la presencia de niñas y niños, como sugirió la Secretaría de Seguridad. Como si ellxs no fueran personas con derecho a ser escuchadas, a expresarse y a reunirse. Además, ¿con quién van a dejar las mujeres que salen a marchar a sus hijxs? Pedirles que no lxs lleven es condenarlas a no salir. 

Luego de lo ocurrido el 8 de marzo, hacia las 8 de la noche, la chica que escribió el mensaje se suma a otras compañeras y todas emprenden el regreso por la carrera séptima. Ven al Esmad, más matrimonios en moto. Un rato después se despiden con la frase de siempre: Cuando estés en tu casa escríbeme para saber que llegaste bien. Allá, en la plaza, otras mujeres se quedan, cantan, gritan, insisten en que hay violencia patriarcal, racismo, transfobia, en que el trabajo es precarizado, en que en 2023 se contabilizaron 525 feminicidios en Colombia.

No puede ser que la respuesta del distrito por manifestarse en contra de eso sea provocar el miedo. 

Foto: María José Rojas.
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