«Es como si estuviéramos en una isla desierta. Una isla en la que tal vez estemos solos años. Porque, sí, fuera de la celda están nuestros opresores, pero adentro no.»
«Es Valentín, el revolucionario, el de la postura ideológica maniqueísta, quien como resultado de su relación con Molina sufre una transformaci6n que permite liberar la “mujer” que lleva adentro. Si para Molina “hombre” y “mujer” son categorías inviolables, Valentín sugiere la posibilidad de un ser a la vez masculino y femenino. Es Valentín, el “macho revolucionario”, el que subvierte el discurso patriarcal judeocristiano y se convierte en el portavoz de la utopía —representada por la isla paradisíaca sofiada del último capítulo— de la resurrecci6n del impulso original de disfrutar del cuerpo en su totalidad y de concebir el goce sexual como un fin en sí mismo.»
«En cierto modo estamos perfectamente libres de actuar como queremos el uno respecto al otro, ¿me explico? Es como si estuviéramos en una isla desierta. Una isla en la que tal vez estemos solos años. Porque, sí, fuera de la celda están nuestros opresores, pero adentro no. Aquí nadie oprime a nadie. Lo único que hay, de perturbador, para mi mente… cansada, o condicionada o deformada… es que alguien me quiere tratar bien, sin pedir nada en cambio…»