Hasta el año 2005, el periodismo colombiano se enfocó en reportar los hechos de la barbarie del conflicto armado, dándole más voz al Estado y a los grupos al margen de la ley. Las víctimas, por el contrario, eran casi invisibles. Hoy, sus voces suenan en canciones, cuentos, documentales, crónicas y reportajes. El periodismo encontró una historia que no se había contado.
“Bajo tu cielo estrellado quería envejecer, un caso inesperado la vida cambia y se abandona el pueblo que nos vió nacer. Mientras viva seguiré cantando, todas mis canciones serán para ti. Grito con orgullo soy de El Salado un pueblito olvidado de mi país”.
Hay melodías como la de esta canción que encogen el pecho, cortan la respiración y arman nudos en la garganta. Y no solo melodías, también cuentos, pinturas, relatos y monumentos. La memoria sobre la guerra en Colombia se empezó a escuchar y a escribir en el año 2005, cuando, en el marco de la Ley de Justicia y Paz—Ley 975 de 2005— y posteriormente, la Ley de Víctimas –Ley 1448 de 2011–, los paramilitares empiezan a confesar sus crímenes en las versiones libres de la Fiscalía.
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“Él no fue el único asesinado, fueron muchos, fueron miles de asesinatos en la región. No solamente por parte de nosotros, por parte de la guerrilla también hubo mucho campesino muerto. Pero tienen que entender que en una guerra de casi 30 años, donde casi la mayoría de gente que he nombrado están muertos, campesinos fue lo que enterramos. Da tristeza y todo pero el destino nos llevo a ese lugar”, confiesa un paramilitar en la Unidad de Fiscalías para la Justicia y la Paz.
Este proceso abre la puerta para que Colombia comprenda qué pasó en los últimos 30 años del conflicto y por qué. Las víctimas reclamaban que antes de esta ley, de alguna manera, los que estábamos al otro lado de la televisión vivíamos en la normalidad de la guerra y eso evitó pensar en las víctimas. “Pasaban las noticias y eso como que no dejaba nada”, reflexiona Andrés Suárez asesor de la dirección general del Centro de Memoria Histórica y coordinador del observatorio nacional de memoria y conflicto.
Suárez agrega que este espacio sacudió a los medios de comunicación pues «los periodistas se vieron interpelados cuando fueron a cubrir las versiones de Justicia y Paz. Ahí se encontraron cara a cara con las víctimas y empezaron a ver que la noticia no sólo estaba en las confesiones, sino en lo que pasaba en la sala contigua con las reacciones de las víctimas.”
Entonces, los medios empiezan a recopilar la memoria y dan un giro a su forma tradicional de informar sobre el conflicto. Hasta el momento se habían limitado a reportar los hechos: las matanzas, las desapariciones, los secuestros, los abusos, las declaraciones. Pero con las confesiones de los paramilitares, y los relatos de las víctimas, los periodistas hicieron frente a una cantidad de información que nunca se había contado. Se corrió el telón de un país de víctimas invisibilizadas. “Ahí la dinámica eran versiones libres donde los victimarios se enfrentaban con las víctimas. Las víctimas podían hacer preguntas, también la Fiscalía, etc. Ahí salían muchas cosas de las que el país nunca había hablado”, recuerda Natan Jaccard —periodista de la revista Semana— sobre sus días de reportería en la Unidad de Fiscalías para la Justicia y la Paz.
Yineth Bedoya, periodista y víctima de los paramilitares, asegura en el documental Dossier Paramilitar, que la Ley de Víctimas significó un despertar al reconocer que en Colombia miles de personas fueron arrolladas por el fenómeno paramilitar, por la guerrilla, por el conflicto armado. Admitir y reconocer esa situación —según ella— fue un paso trascendental.
Crítica a los medios
Al periodismo se le reclama una responsabilidad en el conflicto. No por acción, sino por la manera como informaba y generaba opinión. Andrés Suárez dice, que las víctimas critican la manera cómo cubrieron el conflicto. Sobretodo en la época más dura, 1997-2004, porque le daban más voz a los actores armados que a las víctimas.
Al final, la historia de la guerra la terminaba narrando y justificando los perpetradores de crímenes. Por ejemplo, explica Suárez, la entrevista de Claudia Gurisatti a Carlos Castaño y la entrevista de Dario Arizmendi en el Canal Caracol, en su programa Cara a Cara con el mismo jefe paramilitar fueron las más rechazadas por las víctimas.
La otra gran crítica, cuestionó el equilibrio en el cubrimiento del proceso de paz —entre la guerrilla de las FARC y el Gobierno Pastrana entre 1999 y 2002 — y la arremetida paramilitar. Se le dio más visibilidad al proceso de paz y las masacres se reportaban sin mayor eco. Al final –concluye Suárez– “lo que sí había de particular era que no había la posibilidad de escuchar a las víctimas. Lo que las víctimas no tienen en cuenta es que ellas tampoco le hablaban al medio porque estaban en un contexto de miedo”.
Reconstruyendo la Memoria
Andrés Suarez explica que el caso colombiano es muy particular, pues se hace memoria en medio de la guerra. Por eso, la memoria, además de dignificar, también es una forma de resistencia. En el documental No hubo tiempo para la tristeza , la memoria es “la denuncia de la barbarie, la resistencia al silencio, el rechazo al olvido, la exigencia de justicia. Es una expresión de rebeldía frente a la violencia y a la impunidad. Es el camino hacia una nueva conciencia del pasado”.
Colombia es diferente a países que han sufrido dictaduras como Argentina, Chile, Guatemala o España. Éstos, para hacer memoria tardaron 20 y hasta 50 años. En Colombia la gente hace expresiones porque la guerra no es homogénea, explica Suárez. Es decir hay guerra, pero sus actores y las justificaciones mutan. Por ejemplo, esta última explosión de relatos fue posible gracias a la desmovilización de los paramilitares, sin embargo, la otra mitad — la de las víctimas de la guerrilla —todavía son invisibles; pues ese grupo aún no se desmoviliza.
Uno elige sobre qué quiere escribir y elegir sobre qué se quiere escribir es elegir lo que uno no quiere olvidar
Expresiones propias de las víctimas
Hace 15 años, once personas fueron asesinadas en una masacre, perpetuada en la vereda Las Brisas de San Juan Nepomuceno, departamento de Bolivar. Las asesinaron en un árbol, en un Tamarindo. Uno de los familiares de esos once asesinados fue hasta el árbol para corroborar lo que decían en el pueblo. Después de tres años comenzó a dibujar lo que vió ese día. Hizo quince cuadros a lápiz. Dibujó los cuerpos masacrados, las mulas cargando los cuerpos, el Tamarindo lleno de sangre, las casas chamuscadas. “Cuando ese hombre compartió con sus familiares los dibujos, esa representación desató una catarsis colectiva y posibilitó que ellos pudieran procesar un dolor que tenían atragantado hacía muchos años”, cuenta Mauricio Builes editor de la revista Pacifista y exjefe de prensa del Centro Nacional de Memoria Histórica.
En El Carmen de Viboral –oriente Antioqueño– ocurrió una masacre y una desaparición forzada en el 1996. Allí, las víctimas también se expresaron y construyeron una suerte de muro con piedras. Lo pintaron y colocaron el nombre de sus familiares. Las víctimas, mucho antes de Justicia y Paz, habían empezado a construir memoria para honrar a sus seres queridos. “Sin que nadie los orientara, sin que hubiese políticas públicas para orientarlos. Ni siquiera con acompañamiento de organizaciones que dijera cómo se hace un memorial, un museo. No, lo hicieron ellos solos”, recalca Andrés Suárez.
Responsabilidad periodística
«Uno lo que hace es transformar una memoria individual en una memoria colectiva o social», asegura María Eugenia Ludueña, periodista de Infojus Noticias en Argentina. La divulgación de estas historias dignifica, reconoce y da visibilidad a las víctimas, por eso “si se va a hablar de reparación debo hacer memoria para hablar de esos daños. Hay unos temas de dignidad. A mi me mataron a alguien estigmatizándolo de ser guerrillero, ser paramilitar o de ser colaborador de la fuerza pública. Yo exijo que se reivindique mi buen nombre”, ejemplifica Suárez.
Reparar a las víctimas no es tarea fácil. Los juicios y las condenas a los agresores son necesarias y escriben el relato de la justicia, pero al final no hay cómo repararlas, no hay nada que retorne a la vida la persona querida, reflexiona Ludueña. La justicia es —en sus palabras —un paliativo. Por eso hay que escribir el relato de la memoria y ahí la responsabilidad del periodista es grande. Porque él puede escribir la historia de las víctimas y tiene los medios para divulgarla. “El medio contribuye a ello porque tiene una forma de comunicar que le llega al grueso de la opinión pública y ofrece conocimiento de lo que pasó, a través de la crónica y el estilo narrativo que usa”, agrega Andrés Suárez.
Al final el periodista elige qué escribir. En el caso de Argentina, cuenta María Eugenia, hubo condenas por La Cacha —un centro clandestino de detención— y los periodistas siguen haciendo memoria por las víctimas detenidas en ese lugar. Todo el tiempo buscan la oportunidad de escribir sobre La Cacha, de hacer notas sobre La Cacha, porque no quieren que se olvide La Cacha. “Uno elige sobre qué quiere escribir y elegir sobre qué se quiere escribir es elegir lo que uno no quiere olvidar”, concluyó.
Las iniciativas periodísticas en Colombia para hacer memoria
La revista Semana le apostó a la memoria histórica con Verdad Abierta, un portal digital que se dedica al periodismo de investigación sobre el conflicto armado colombiano. El material que sale de ahí permite comprender el conflicto y muchos académicos y periodistas lo utilizan como fuente de información. “Fue muy interesante reconstruir y armar conexiones. Preguntarse ¿Por qué esa masacre, por qué en esa región, por qué esa región era interesante, tenía alguna importancia estratégica, política?”, comenta Natan Jaccard, quien fue reportero durante dos años para Verdad Abierta.
La posibilidad de reconstruir el conflicto entregó más herramientas para entender y generar debate sobre los últimos 30 años en Colombia. “Uno ve la película con más distancia. Uno empieza a ver patrones de una violencia sistemática, una violencia planificada, hacia ciertos objetivos de apropiación de tierras. De contra-reforma agraria como se le llamó. Toma de la clase política, robo de dinero público, ya no como un episodio aislado de la guerra, sino como una cadena de episodios que tenían una lógica, una planificación y una estrategia. Poder hacer eso fue algo muy importante”, dice Jaccard.
La revista digital Pacifista de Vice Colombia. Su apuesta es recopilar las historias de personas que buscan un mejor país. Agrupa la experiencia de pacifistas en Colombia y busca generar conciencia sobre el conflicto para la no repetición. “Pacifista cree que hay muchas personas en las grandes ciudades, en el campo, en el sur, en el el oriente, en el Caribe, en Antioquia, en Chocó que están trabajando por otro tipo de país y entonces queremos visibiliarlos”, cuenta Mauricio Builes editor de la revista.
Por su parte, El Centro de Memoria Histórica ha utilizado diferentes formas de socializar sus informes y de recopilar la memoria de las víctimas; documentales, música, fotografías, foros, materiales didácticos como la caja de herramientas para enseñar la memoria histórica hacen parte de sus iniciativas. Se alió con Verdad Abierta para crear la aplicación Rutas del Conflicto y con ella visualizar los resultados de su informe ¡Basta ya! Una aplicación que muestra las cifras del conflicto y las masacres cometidas desde 1982. “El periodismo es nuestro mayor aliado”, recalca Andrés Suárez.
Otras iniciativas utilizan la animación. Sabogal la serie animada del Canal Capital, también se presenta como una apuesta a reconstruir la memoria y contar a través de comics una parte de la guerra en Colombia; y también está Los Once, una novela gráfica que cuenta la historia de la toma del Palacio de Justicia a través de personajes de ficción, representados por ratones.
Al final todas las apuestas para generar memoria en Colombia nos invita a no olvidar, a la no repetición y como diría, Susan Sontag –guionista, escritora, novelista estadounidense– en su ensayo Ante el dolor de los demás: tener presente de lo que somos capaces de hacer, los seres humanos, convencidos de estar haciendo lo justo.