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«Carcoma»: una novela de terror en clave feminista

Una abuela y su nieta son las protagonistas de esta historia atravesada por la violencia patriarcal, el ocultismo y la venganza. «Carcoma», la primera novela de la escritora española Layla Martínez, llegó a Colombia de la mano de Ediciones Vestigio y ha sido calificada como un acontecimiento literario.

por

Lina Vargas Fonseca


24.01.2024

Ilustración: Nefazta

Aunque solo tiene 118 páginas, Carcoma, la primera novela de la escritora española Layla Martínez (Madrid, 1987), se siente más larga, densa. Eso no es en absoluto negativo. Por el contrario, hay algo en el universo que recrea, en la historia que narra y en las voces de sus protagonistas que da la impresión de un tiempo cíclico, de un no ir a ninguna parte. La novela empieza en un punto intermedio cuando una chica vuelve a la casa a las afueras de un pueblo español donde vive con su abuela. El niño al que cuida desapareció y ella ha ido a declarar ante un juez. De inmediato, define la casa como “un montón de ladrillos y mugre que se lanza sobre cualquiera que atraviese la puerta” y “hace que se te caigan los dientes y se te sequen las entrañas”. La casa es una criatura viva —encantada suena muy leve— en la que aparecen pies y manos bajo la cama, sombras arremolinadas en la cocina y lamentos provenientes del armario. Todo convive con estampas de santas católicas que en vida fueron mutiladas, asesinadas y violadas y con un tono agrio que durará hasta el final. En Carcoma —una palabra que alude a un gusano, a la putrefacción y a un malestar inmutable— no hay espacio para nada que no sea árido o acechante: son 118 páginas de nada suave. De nada dulce. 

Flecha Roja, cortesía Ediciones Vestigio.

A la abuela la nieta la llama “vieja de mierda” y dice que de ella apenas ha heredado rencor. Abuela y nieta se turnan para narrar una misma historia que las involucra a ambas y que inicia con la construcción de la casa por parte de un hombre que se hizo poderoso gracias a la explotación sexual de mujeres. Ese hombre, un sembrador de odio y miedo, es el patriarca de la familia y el primero sobre el que recae una venganza que, a falta de otro vínculo, une a cuatro generaciones de mujeres. El hombre desaparece y solo ellas saben dónde está. Sin ser explícita —en Carcoma no hay referencias de tiempo ni lugar y, salvo alguna vecina, los personajes no tienen nombre— se alude a que ese origen empata con la Guerra Civil Española (1936-1939). Desde entonces y durante 40 años de posguerra “cuando todo se convirtió en hambre y polvo y era imposible distinguir a los muertos de los vivos”, la casa fue llenándose de apariciones a veces de muertos y a veces de santos, pero también de un odio puntual y dirigido a los Jarabo, los ricos del pueblo, para los que estas mujeres trabajan desde siempre. 

Han sido años en los que bisabuela, abuela, madre y nieta han estado bajo el régimen de servidumbre de los Jarabo y los han visto irse del pueblo, mientras ellas no; usar ropa fina, mientras ellas no; hablar en idiomas y en un español pulido, sin comerse letras, mientras ellas no, todo a costa de la explotación de gente a la que, sin embargo, los Jarabo miran con asco. 

En ocasiones es difícil distinguir si narra la nieta o la abuela. Ambas comparten un estilo que oscila entre frases secas y afiladas y un torrente en el que incluso la puntuación se rompe para dar lugar a una ira limpia y verdadera. Pero esa indistinción tiene un motivo: el de saberse encerradas porque allí donde la violencia exterior podría contrastar con una domesticidad aliviadora, Layla Martínez da una giro y hace que la vida adentro sea aún más asfixiante. “Las mujeres de esta familia solo salimos de aquí cuando se nos llevan, a mí cuando me encarcelaron y a mi madre cuando la desaparecieron”, dice la chica en alusión al posible feminicidio de su madre, una mujer muy bella con ansias de irse que tuvo la osadía de gustarle a uno de los Jarabo y que regresa cada tanto, convertida en una sombra que sube las escaleras de la casa.  

“Las mujeres de esta familia solo salimos de aquí cuando se nos llevan, a mí cuando me encarcelaron y a mi madre cuando la desaparecieron”

Si acaso hubiera un alivio en Carcoma, una liberación, está dada por la relación de la abuela y la nieta con el mundo de lo oculto. La abuela tiene el don de hablar con los santos, de ver sutilezas y aunque en el pueblo la desprecian por considerarla rara, la gente acude en busca de una cura, un rezo, una maldición o un atado para hacerle daño a alguien. Carcoma —que desde luego es una crítica a la sociedad patriarcal, clasista y sin memoria— se encausa en un feminismo que reivindica la figura de la bruja como una mujer libre y sabia y por eso perseguida. “Desde el siglo XIX el satanismo y el espiritismo han proporcionado espacios en los que las mujeres tenían poder e independencia y donde podían subvertir los mandatos de género”, se lee en la descripción de un curso sobre mujeres y espiritismo que Layla Martínez ofrece en su cuenta de Instagram.  

Ella, además, es editora, columnista y ensayista. En entrevistas cuenta que el sustrato de Carcoma es su propia abuela que nació en la región de La Mancha, en el centro de España, donde “la cultura de los aparecidos está muy arraigada”. Martínez ha dicho que, paradójicamente, las licencias que toma en su novela no están en lo sobrenatural, sino en el final. Ese final tiene que ver con un nuevo acto de venganza planeado por la abuela y la nieta que revierte el orden de las cosas y quizás las libera de aquello que las corroe. 

Carcoma es una novela de terror —terror feminista para ser más precisos—, un género que Martínez conoce. En entrevistas explica que, a pesar de que se le considera menor y que en España no tiene la misma tradición que en el mundo anglosajón y en Latinoamérica, a ella el terror le interesa por su poder alegórico para hablar “de traumas colectivos, de heridas sociales históricas”. En ese sentido, Martínez se incorpora a una generación de escritoras como Mariana Enriquez y Mónica Ojeda en cuya obra el terror no busca alterar la normalidad para luego volver a ella, sino instalar otra cosa, remover lo que está enterrado, estallar. Martínez lo llama: convivir con lo anormal. 

De su novela, Mariana Enriquez dijo que era “una lúcida y terrible pesadilla” y las también escritoras españolas Belén Gopegui y Alana Portero la calificaron como “un acontecimiento literario” y “el libro de las miserables y las desgraciadas diciendo basta”. Aunque fue publicada en 2021 por la editorial independiente española Amor de Madre y en dos meses no quedó un solo ejemplar en librerías españolas, a Colombia llegó el año pasado de la mano de Ediciones Vestigio, un proyecto inusual en el país que recupera lo que la literatura canónica deja de lado, lo extraño, bizarro y experimental, los residuos. A su edición se suman las ilustraciones de la artista colombiana Laura Rojas Sabogal, conocida como Flecha Roja, que son una interpretación personal de esa casa ruinosa y estancada.

Flecha Roja, cortesía Ediciones Vestigio.
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