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Aunque pasen los incendios la ecoansiedad sigue ahí

El futuro del planeta es incierto. La crisis climática tiene un impacto en nuestros estados anímicos, esa sensación de incertidumbre y angustia tiene nombre.

por

Oriana Vásquez


26.02.2024

Sí, vimos las montañas de Bogotá quemarse, y quienes no pudieron verlas desde su casa las vieron en historias, en Instagram, en Tiktok: personas llorando, teorías conspirativas de un nuevo fin del mundo, y un listado de emociones tratando de describir lo que estábamos sintiendo aparecieron en nuestro feed. Traté de entender lo que muchos llamaron “ansiedad ecológica” y esto fue lo que encontré. 

El origen del término “ecoansiedad” no es claro. El filósofo ambiental Glenn Albrecht utilizó en el año 2005 por primera vez el concepto de “solastalgia” refiriéndose a la aflicción psicológica que sentimos por cambios ambientales negativos en nuestro entorno. El término se refiere a una sensación de pérdida frente a una amenaza climática, a la desaparición de la biodiversidad o al cambio climático.  

“Solace” proviene del latín y significa consuelo o alivio en tiempos de dolor emocional, “-algia” se refiere al dolor. La solastalgia no es lo mismo que la nostalgia y tampoco es lo mismo que la ansiedad. Según Albrecht, “la solastalgia es el dolor experimentado cuando se reconoce que el lugar donde uno reside y lo que uno ama está bajo ataque inmediato.” Algo similar ocurre con la llamada ansiedad ecológica, expresión que se ha venido acuñando en los últimos años a raíz de la crisis climática en el mundo. 

Para nadie es un secreto que el calentamiento global produce angustia, pero la noción de ansiedad ecológica no se encuentra en los manuales clásicos de psicología ni psiquiatría. Aunque lo que llamamos “ecoansiedad” no sea una patología médica, podemos empezar a entenderla recurriendo a la definición convencional de ansiedad. Según la psiquiatra Lilian Morales, la ansiedad se manifiesta cuando los niveles de cortisol –la hormona que regula el estrés en el cuerpo– se elevan. “El cortisol me avisa que algo negativo está pasando en mi entorno, esto me hace sentir en riesgo y la ansiedad se dispara” dice Morales.

La Organización Mundial de la Salud determinó que aproximadamente 300 millones de habitantes a nivel mundial padecen un trastorno de ansiedad. ¿Qué implica entonces la crisis ecológica en un mundo ansioso? El planeta va a seguir calentándose, el problema es que aquellos futuros imaginarios y fatalistas que creamos en nuestras cabezas no están tan lejos de la realidad.

El término “ecoansiedad” aparece en un informe del 2017 de la American Psychological Association. El informe estadounidense,  hace un análisis de cómo el cambio climático tiene un impacto en la salud mental de las personas y cómo se puede manejar. “Observar lentamente los  impactos aparentemente irrevocables del cambio climático sumado a las preocupaciones por el futuro para uno mismo, para los hijos y futuras generaciones, puede ser una fuente adicional de estrés (Searle y Gow, 2010). Albrecht (2011), otros han denominado a esta ansiedad, ecoansiedad.”

La ansiedad ecológica es entonces una expresión que se ha utilizado de manera informal durante varios años a raíz de la crisis climática en el mundo.  Es un fenómeno que surge de una necesidad urgente de describir la experiencia emocional que sentimos en respuesta a las amenazas medioambientales. 

Vivimos en una época ansiosa y es inevitable que la crisis ecológica tenga un impacto en nuestra esfera mental. Según Valentina Güete, psicóloga sistémica y social, los humanos no podemos separarnos de los múltiples factores medioambientales –ecológicos, socioculturales, económicos, políticos, etc– que se dan fuera de nosotros: “habitamos esos factores medioambientales y por ende tiene repercusiones cognitivas, conductuales, sociales, y mucho, en nosotros.” Es decir que la ansiedad no responde únicamente a procesos químicos en el cerebro sino que también está vinculada a diversos factores ambientales, precisamente.

Más allá de las definiciones formales, sabemos que la ansiedad es algo que algunos vivimos y padecemos de maneras distintas: nos imaginamos mil escenarios fatalistas, sentimos miedo constante de que algo terrible vaya a pasar y sobre analizamos todo una y otra vez.

Patrones y pistas

El filósofo británico Mark Fisher afirmaba en su libro Realismo capitalista ¿no hay otra alternativa? : “Lo que entiendo por realismo capitalista: la idea muy difundida de que el capitalismo no solo es el único sistema económico viable, sino que es imposible incluso imaginarle una alternativa”. Fisher plantea que más allá de aceptar el capitalismo existe una percepción muy arraigada y generalizada en la sociedad de que el capitalismo es la única alternativa para organizar el mundo. 

El concepto de “realismo capitalista” parte de la afirmación del teórico estadounidense Frederic Jameson y del crítico cultural esloveno Slavoj Zizek, “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. Según Fisher, la imposibilidad de pensar en nuevas alternativas afecta la política, la creatividad y la salud mental. Hoy en día, argumentan Fisher y compañía, estamos llegando a un momento donde las narrativas del fin del mundo son más fáciles de imaginar –y generan más ansiedad– que las narrativas del cambio. Esto puede estar relacionado con la cantidad de información que recibimos a través de redes sociales, en las noticias o hasta en películas.

Salomé Beltran, socióloga y ambientalista, ha sentido lo que ella llama “angustia ecológica” desde pequeña. “La ecoansiedad es una experiencia emocional compuesta por diferentes emociones mayoritariamente tristeza, frustración y angustia. Mi plan de vida está muy relacionado con la ansiedad ecológica. Decisiones como tener hijos, por quién voy a votar, qué medios de transporte utilizo o a qué tipos de trabajos decido aplicar, vienen de esa misma preocupación por el futuro del planeta”.

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Un campo de la psicología que busca entender la relación que tenemos los seres humanos con la naturaleza es la ecopsicología. Esta corriente de pensamiento se enfoca, entre muchas cosas, en cómo la desconexión de las personas con la naturaleza puede ser uno de los grandes causantes de la crisis climática actual. Como la ansiedad ecológica y la crisis ambiental no van a detenerse, no está de más buscar soluciones a pequeña escala para mitigar el deterioro climático. 

María Fernanda Cerón –psicóloga e internacionalista– trabaja para Climalab, una ONG que se dedica a crear iniciativas y proyectos socioambientales en el país. En un trabajo de campo realizado con mujeres campesinas cultivadoras de papa en el municipio de Siachoque, Boyacá, se dieron cuenta de que la ansiedad ecológica es más frecuente en mujeres que en hombres. 

En estas poblaciones existe una relación de dependencia económica asociadas al cultivo de la tierra. El cambio climático afecta los ciclos de los cultivos y los niveles de producción. No tener un sustento implica altos niveles de ansiedad, frustraciones económicas y una exposición mayor a violencias intrafamiliares. 

Es distinto tener ansiedad ecológica en la ciudad que en el campo, es distinto para poblaciones que viven cerca de rellenos sanitarios o cerca a los cerros orientales. En otras palabras, la ansiedad ecológica no se manifiesta de la misma forma en todos los grupos poblacionales. 

De acuerdo con la psicóloga Laura Fajardo, especialista en psicología holística y transpersonal, la “ecoansiedad” se debe a la carga de responsabilidad ecológica que asumimos. “Entender que dada la escala de la problemática climática hay cosas que se salen de nuestras manos”. Limitar el uso de redes sociales, tomarse unos minutos al día para meditar, exponerse a espacios naturales y crear espacios de conversación con el entorno cercano, son alternativas que menciona para enfrentar los síntomas. 

“El exceso de información que recibimos por redes sociales no ayuda a mejorar cualquier síntoma de ansiedad. Vivir en el momento presente y saber lo que uno puede controlar nos ayuda a crear hábitos saludables del día a día que tengan un impacto positivo en el medio ambiente y en nuestra salud mental. Así sea en una escala pequeña” dice Fajardo.

Para Camilo Quintero, abogado, ambientalista y gestor ambiental, la ansiedad ecológica puede ser un fenómeno que logre movilizar a las personas. Hay unos grandes causantes de la crisis climática y es importante entender en qué podemos ayudar en tanto ciudadanos. Para Quintero, cuestionar la manera en la cual nos transportamos y nos movilizamos todos los días debe ser una prioridad. “En el cambio climático cada uno tiene una responsabilidad diferenciada, no se le puede exigir todo a todo el mundo. En el tema de la ecoansiedad se trata de buscar cómo esas tristezas se pueden transformar en acción”. 

A pesar de no haber vivido episodios de ansiedad ecológica, Quintero afirma que en momentos de angustia ver otra realidad le ha servido. “Estar en lugares arborizados, que traen paz y tranquilidad o crear grupos de conversación para acompañarnos y no dejar que esa tristeza o rabia nos agobie puede funcionar”, dice. 

La ansiedad ecológica no es un término médico pero es válido y es importante para entender cómo abordamos nuestras emociones frente a futuros –y presentes– desastres ambientales. Más allá de que reciclemos o no, de que usemos pitillos de metal o dejemos de comprar ropa en industrias de fast fashion, un llamado a informarse acerca de lo que está pasando con el calentamiento global ayuda a afrontar la “ecoansiedad”. Como afirmó la abogada y ambientalista Sabina Rodriguez “no puede ser que tengamos que estar en llamas para que podamos dimensionar lo que estamos viviendo”.

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Oriana Vásquez


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