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La anticipada: Blanca de Moncaleano, anarquía y feminismo a comienzos del siglo XX

De Blanca de Moncaleano no se sabe mucho —al menos no en términos biográficos—, pero sí lo suficiente para decir que fue una pionera del anarquismo y el feminismo en Colombia. Un libro, recién publicado por La Valija de Fuego Editorial, reúne por primera vez sus textos más incendiarios contra la autoridad eclesiástica, estatal y patriarcal.

por

Lina Vargas Fonseca


06.12.2022

Ilustración: Nefazta

Quién era esa mujer que en 1912 escribió esto: 

“No olvidéis que la mujer tiene sus derechos al igual que los hombres, que no habéis llegado al mundo tan solo para multiplicar la humanidad, soplar el fogón, lavar ropa, fregar platos, mantener y vestir al cura y aguantar los ultrajes que el inconsciente marido os hace en nombre de su mentida autoridad: ¡No!”. 

Y esto:

“El rico aprovechándose de su dinero y poderío no mira en el obrero al factor principal de sus enormes riquezas, sino al esclavo obligado a trabajar a cualquier precio”. 

Y esto: 

“Mujeres, unámonos como se unen los átomos para formar las miríadas de universos que flotan en las regiones celestes”.

Y esto: 

“Mi religión es la del trabajo, mi templo es el universo, mi sacerdote el proletario, mi Dios es el infinito, mi consejero la conciencia y mi redentor el anarquismo”. 

Se llamaba Blanca. Es posible que su apellido de nacimiento fuera Lawson, aunque ella firmaba como Blanca de Moncaleano, el apellido de su esposo. Es posible que naciera en Colombia —se desconoce en qué ciudad y cuándo— o que haya llegado al país siendo muy niña. No hay acta de nacimiento. Se sabe que vivió en Colombia, Cuba, México y Estados Unidos. Que al menos desde 1910 publicó textos en el periódico bogotano Ravachol, dirigido por su esposo Juan Francisco Moncaleano. Que ese periódico fue censurado y la pareja excomulgada. Que hacia 1912 y 1913 Blanca publicó en periódicos como ¡Tierra!, de Cuba, y Regeneración, de México. Que de esos países ella y Juan Francisco fueron expulsados. Que tenían cuatro hijos. Que Blanca se instaló en Los Ángeles donde fundó, dirigió y editó el periódico anarquista Pluma Roja. Que enviudó en 1916 y murió en 1928. 

No existe, por ahora, ninguna foto de ella. Ha sido descrita como anarquista, feminista y pedagoga. Como una pionera. Es también, un poco, un espectro. 

Eso dicen Amadeo Clavijo, Omar Ardila y Marco Sosa, investigadores y editores de Blanca de Moncaleano y el triunfo de la anarquía, el libro que acaba de publicar La Valija de Fuego Editorial como parte de su Colección Ramal dedicada a rescatar historias de los anarquismos en Colombia entre 1850 y 1942. Este —el segundo título de la colección— es la primera compilación de la obra de Blanca que, hasta el momento, había sido estudiada solo de manera fragmentada en otros países y nunca en Colombia. 

“Elévate, mujer, y desciende como el rayo a destruir cuanto a tu paso se oponga”

El equipo editorial comenzó a trabajar en mayo, aunque, a su manera, cada integrante lleva décadas investigando sobre anarquismos en el país. En la introducción al libro, Amadeo Clavijo, filósofo y profesor del departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Pedagógica Nacional, cuenta que descubrió el Ravachol hace 35 años en la biblioteca Luis Ángel Arango, pero que entonces no se percató de la figura de Blanca de Moncaleano porque los primeros textos escritos por ella salían sin firma. Blanca apareció casi por casualidad cuando los investigadores estaban tras la pista de su esposo, pero gracias al contacto que establecieron con Nicolás Kanellos, editor y profesor de Literatura Hispana en la Universidad de Houston, hallaron un texto que definió el rumbo: Manifiesto a la mujer

El Manifiesto a la mujer fue publicado en 1915 en la revista Fraternidad de Boston y firmado por Blanca de Moncaleano. Como otros textos de la autora, el manifiesto hace un llamado a la emancipación femenina y remarca el encono hacia la autoridad eclesiástica, estatal y patriarcal: “A ti, a quien los padres de la iglesia negaban el tener alma; a ti, fuente inagotable de la vida, clave de todo lo existente; a ti, esclava del fraile, del gobernante y el rico, van mis palabras”. 

El rasgo anticlerical está presente en casi toda su obra. Blanca no escatima oprobios contra los clérigos: los califica como “reptiles”, “zánganos” y “farsantes”; dice que el arzobispo primado de Colombia es un “marrano”; los acusa de encerrar a las mujeres en la oscuridad.

El Manifiesto a la mujer empieza con una apelación —a ti— que probablemente imprima a quien lo lea o escuche —puesto que hay una intención de ser leído en voz alta— una sensación de cercanía. Al referirse a su estilo, Kanellos habla de “arenga política”, “invocación apasionada”, “tono declamatorio” y “diatriba”. De Moncaleano emplea frases largas, colmadas de adjetivos y metáforas. Anuncia que repasará la historia del cautiverio al que las mujeres han sido sometidas: “El Estado remedó a la iglesia y hoy ambos te venden cual oveja”, escribe, y recorre los preceptos de “odio y muerte” lanzados desde distintos púlpitos que han servido para oprimir y explotar a la humanidad. Al final, convoca a las lectoras: “Ayúdame a destruir palacios y tiranos, cárceles, cuarteles, iglesias y conventos”. 

Cuando descubrieron ese texto, los editores de Blanca de Moncaleano y el triunfo de la anarquía pensaron publicarlo solo, pero después Kanellos les envió ejemplares del periódico Pluma Roja y eso, más el material que habían logrado recuperar de los periódicos Ravachol, ¡Tierra!, Regeneración y Aurora Social, de Costa Rica, los llevó a ampliar el libro. Allí están artículos como “La religión del porvenir”, “Atrás farsante”, “Mujeres avanzando” y “Hacia los tiranos”, en los que De Moncaleano insiste en ciertos asuntos: la confianza en la ciencia y el conocimiento; el sinsentido de la jerarquía y la inutilidad de los curas católicos; la convicción de que mejores tiempos se avecinan; el llamado a la acción directa (“Elévate, mujer, y desciende como el rayo a destruir cuanto a tu paso se oponga”); la importancia de la educación racional de niñas y niños (“Enseñadles que la hoja del árbol se mueve por ley natural y no por la voluntad de un ser invisible”). 

Romper todo: el papel de la acción directa en la protesta

En la pasada movilización del 8M, algunas manifestantes atacaron varios lugares del centro de Bogotá. Su gesto, en gran parte calificado de vandalismo, dice mucho más sobre las necesidades de la movilización ante un Estado que no entiende el papel de la protesta.

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A pesar de la falta de más datos biográficos, los editores tienen varias certezas: que Blanca, además de ser una pensadora, fue una mujer de acción; que parte de esa acción se encausó en la vía de las publicaciones, aunque también daba conferencias y asistía a mítines; que su vocación fue pedagógica; que fue una mujer instruida, probablemente de clase media-alta; que escribió con vehemencia; que la idea libertaria marcó su obra y que esa idea, en el contexto en el que ella escribió, se alinea con el pensamiento anarquista.  

“No hay nada en el mundo más bello y que mejor pueda llenar toda la aspiración libertaria que la anarquía”

En 1915 Blanca escribió esto en un texto llamado “Luchas del anarquismo”: 

“No hay nada en el mundo más bello y que mejor pueda llenar toda la aspiración libertaria que la anarquía”. Allí hace una distinción entre socialistas, sindicalistas, liberales y anarquistas. Para ella los tres primeros “no entrañan el ideal de la libertad humana” como sí lo hacen las y los anarquistas, que luchan contra toda autoridad impuesta y buscan abolir las que consideran causas de la esclavitud: religión, gobierno y capital. El texto fue importante para los editores del libro porque les permitió deducir que para la época en Colombia sí había cierta claridad sobre las ideas anarquistas e incluso grupos conformados bajo ese concepto. En su investigación encontraron menciones en periódicos nacionales a postulados y figuras anarquistas desde fines del siglo XIX, aunque a veces con el rótulo de “liberales” y con frecuencia para censurarlos. 

De cualquier forma, pareciera que muchas de esas figuras fueron borradas de los archivos, documentos y debates de la historia nacional.  

Cuando el libro estaba en marcha, el equipo sumó a otra integrante, la historiadora y doctora en Estudios Interdisciplinarios de Género, Sonia Torres. Para Torres, aunque en sus textos Blanca no se asume estrictamente como feminista —recién en las décadas del 40 y 50 las discusiones de la primera ola del feminismo europeo como la reivindicación por el sufragio de las mujeres llegaron a Colombia— su postura antipatriarcal la ubica como un cimiento de los feminismos populares en América Latina. Con esto Torres se refiere a aspectos que han sido desestimados desde una mirada hegemónica, pero que vistos desde otro enfoque adquieren un carácter político: en particular la maternidad.  

“[Muchos hombres] hablan de los derechos de la mujer en todas partes menos en su casa”

“La palabra maternidad ha sido tan profanada como la palabra libertad”, escribió De Moncaleano, y Torres explica: “Para los feminismos populares y latinoamericanos la maternidad no es una condición de opresión, sino que les permite a las mujeres ser reconocidas como sujetos políticos, interactuar con el Estado y organizarse para exigir derechos”. Allí están como ejemplo las Madres de Soacha. Blanca también reivindica la maternidad como una forma de emancipación. “Ella está diciendo que nuestros hijos son los hijos de la revolución. Está diciendo: ‘Madres hay que educarlos, liberarlos del yugo confesional y del capitalismo’”. Torres encuentra eso revolucionario, dice que Blanca es “una mujer de otro momento”.  

En su gesta antipatriarcal, De Moncaleano lanza otro dardo, aún más insólito, esta vez hacia sus propios compañeros. 

En 1914 escribió esto: 

“Muchos hombres llamándose conscientes se creen emancipados por el hecho de haber leído tal o cual libro de sociología o ayudar con algunas pesetas al sostenimiento de algún periódico ácrata (…) pero si penetramos en las interioridades de su vida, vemos que el libro y el periódico son leídos por él sin preocuparse de invitar a su compañera a tomar parte en la lectura. Habla de los derechos de la mujer en todas partes menos en su casa”.

Y esto:

“Es así como oímos a muchos decir ‘somos libres’ cuando en realidad no son más que esclavos de sus vicios y victimarios libertinos de su compañera y sus hijos”.

Y esto: 

“Este modo de proceder insano de algunos hombres que se llaman a sí mismos defensores de la libertad, causa con su mal ejemplo en nuestras filas más estragos que los mismos frailes y burgueses”.

En opinión de Torres, Blanca se anticipa al lema feminista de que lo personal es político. Aún hoy, dice, hay una deuda histórica de las corrientes revolucionarias con las mujeres, al haber situado durante años el discurso de la emancipación en el ámbito público, olvidando el privado. De Moncaleano cuestiona eso: la transformación ocurre también de puertas para adentro, proclama. Y, aunque a comienzos del siglo XX hubo mujeres anarquistas y feministas como la activista y escritora rusa Emma Goldman, la dirigente obrera estadounidense Lucy Parsons, o las combatientes de la Guerra Civil Española, Torres lamenta que recién ahora la historiografía anarquista se preocupe por reconocer a las mujeres como sujetas históricas y no solo como escuderas del heroísmo masculino

Quizás también haya habido otras como Blanca en Colombia. 

El texto que cierra el libro se titula “Solidaridad”. Su autora no es De Moncaleano. Fue publicado en octubre de 1916 en el periódico Cultura Obrera, de Nueva York, y en él se cuenta que Blanca, recientemente viuda, pasa por una situación amarga. Dice que hay planes para “hacerla claudicar de sus firmes ideales, intimidándola con amenazas y cárcel”, que está en Los Ángeles con sus cuatro hijos, que está enferma. 

Hasta su muerte, 12 años después, es lo último que se sabe de ella.

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