¿Qué emociones causa en las mujeres una ciudad que no ofrece las condiciones mínimas para sentirnos en bienestar? ¿Por qué algunos lugares parecen más inseguros que otros? En el segundo capítulo del especial «Calles peligrosas», incluimos una cartografía con más de treinta casos de violencias contra las mujeres en el espacio público de Bogotá.
Existe otra forma, más sutil, de violencia contra las mujeres: vivir bajo amenaza, saber que quizás nada ha pasado, pero que hay una gran posibilidad de que pase.
Las redes sociales están llenas de mensajes como estos: “Solicité un servicio con la aplicación @didicolombia y el conductor intentó acosarme y abusarme”. “Urgente: Emily Acosta Angarita fue vista por última vez en el barrio Restrepo el viernes 27 de mayo de 2022”. “Le puse la mano a un taxi en medio de un aguacero. Paró, bajó el vidrio, hizo un gesto todo raro. Le pregunté si estaba libre, dijo que sí y me monté…”. “Comunidad de Usme denuncia la situación que se vive a la entrada de Las Violetas y Arrayanes. Una mujer fue víctima de hurto e intentaron violarla”.
“El miedo es una emoción que nos ayuda a protegernos ante la amenaza”, dice la psicóloga feminista Juliana Machado. “Creemos que nos relacionamos con el contexto desde lo racional, pero las emociones funcionan más rápido”. Sin embargo, dentro de un sistema patriarcal, el miedo no solo contribuye a crear estrategias de protección, sino que se convierte en una figura aleccionadora que impide a las mujeres salir al espacio público o salir solas. “Si sufro un hecho de violencia en la calle mi sistema de protección va a subir muchísimo y me puede llevar a querer quedarme encerrada”, explica Machado.
Los estados por los que transita alguien después de un hecho traumático, como haber sido víctima de violencia en el espacio público, incluyen insomnio, angustia, inseguridad, paranoia y culpa. María Paula Herrera, integrante de la corporación de psicólogas feministas Sanacción, añade que entre las consecuencias de la culpa están la frustración, el estrés, la vergüenza, la rabia y la ansiedad. “Todas las mujeres con las que hemos conversado tienen una relación con el espacio público en términos de prevención”, comenta Herrera.
Entonces Herrerra imagina este panorama: “Pensemos en lo que significa vivir prevenidas y con miedo constante. Estar en alerta todo el tiempo. Esto no es un asunto individual, sino que tiene profundas afectaciones a nivel social. ¿Qué implica que las mujeres, más de la mitad de la población, no podamos habitar el espacio público? ¿Qué pasa si la sociedad no nos ofrece las condiciones mínimas para sentirnos en bienestar?”.
Parte de ese bienestar consiste en ofrecer a las mujeres que han sufrido violencias en el espacio público la posibilidad de decantar los hechos, darles tiempo para que se asienten y poder reconstruir lo que les pasó. Ellas necesitan un apoyo de emergencia que continúe a largo plazo. De lo contrario las afectaciones aumentan. “El proceso que hacemos para volver a salir es permitirnos reconocer el miedo y encontrar maneras de a poquito para no privarnos de la vida”, explica la psicóloga Juliana Machado. Pero muchas veces, ante la imposibilidad de acceder a una atención en salud mental, “la gente va piloteándolo como puede”.
“Las afectaciones que deja la violencia perpetrada por una persona desconocida son muy altas. Se rompe toda posibilidad de generar lazos: alguien te violentó, te dejó y se fue. Quedas destrozada. Sanar es muy duro”, apunta la psicóloga María Paula Herrera.
Paula
Soy estudiante de Literatura. Es mi último año en la universidad y desde primer semestre mi sistema de movilidad es Transmilenio, vivo muy lejos. Nunca había pasado mayor cosa, aunque uno ve los videos que le manda la familia con ‘tal’ situación. Durante la pandemia perdí la práctica de andar en Transmilenio, de prepararme emocionalmente para estar en un entorno hostil… Ese día salí como a las 7 pm a encontrarme con una amiga. Iba por la Caracas entre la 39 y la 45, en uno de esos Transmilenio nuevos con sillas altas cerca de la ventana. Había tráfico. Yo generalmente no saco el celular, pero ese día empezó a sonar. Entonces lo saqué y cuando escribía el mensaje sentí que me golpearon la cabeza. ¡Bum! Y me robaron el celular. Todo pasó muy rápido. Alcanzaron a meter la mano por la ventana. Después me explicaron que se monta un hombre encima de otro, te golpean la cabeza y lo rapan. En el bus había una chica que tuvo empatía conmigo, el resto eran abuelos enojados. Uno me dijo: ‘¿Cómo se le ocurre sacar el celular con la ventana abierta? Yo no conectaba nada y luego reaccioné y quise avisar. La chica me prestó su celular, pero cuando me lo pasó le empezaron a temblar las manos. Cuando llegué donde mi amiga habrían pasado 20 minutos, hablé con mi mamá y ella empezó a bloquear todo. En eso le llegó un mensaje: habían sacado toda la plata de mi cuenta bancaria. No entiendo cómo pudieron desbloquear mi cuenta y sacar el dinero. El lunes siguiente volví a montarme en Transmilenio. Preferí irme parada. Me sentía supremamente fuera de lugar. Asustada. Creo que lo que más me sorprendió fue eso. El susto.
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Las mujeres pueden ser violentadas en cualquier parte. “¿Por qué?”, pregunta la socióloga Natalia Giraldo: “Porque los hombres pueden hacerlo y en un sistema como el nuestro muchas veces con impunidad”. Sin embargo, existen factores que hacen que un lugar sea o parezca más inseguro: la oscuridad, que haya basura, andenes estrechos en avenidas largas, vías en obra o con polisombra. “Hay localidades como Teusaquillo, hermosas de día, que a las seis de la tarde se quedan solas”, dice Giraldo. Y la experta en seguridad Diana Rodríguez advierte: “Encuentras localidades con manzanas muy cuidadas, bien iluminadas, pero a las dos cuadras la realidad cambia por completo”.
Y hay ciertos escenarios, enumerados por la arquitecta Laura Sáenz en su tesis de maestría, que generan percepción de inseguridad: callejones, canales de agua, potreros, paraderos, puentes, rondas de río, alrededores de plazas, vías férreas, parques y ciclorrutas. La iluminación, el estado de la vía, la cercanía al transporte público, la cantidad de personas y la diversidad de género son variables que miden la seguridad.
Muchos de los lugares de riesgo en Bogotá han sido mapeados por las mismas ciudadanas para protegerse. Las chicas de la Asamblea Popular de Mujeres Xuacha, creada tras el estallido social de 2019, mencionan una zona en el municipio, cerca de la montaña y conocida como “el bosque”, en la que funciona un comercio ilegal y donde han ocurrido feminicidios y abusos sexuales. Según las integrantes de “Buscarlas hasta Encontrarlas”, una colectiva que acompaña a familiares de mujeres desaparecidas y difunde información en carteles y redes sociales, las localidades que más casos de desaparición registran son Ciudad Bolívar, Usme y Kennedy y sectores como Lourdes, Chapinero, y los barrios San Bernardo y Santa Fe. En Kennedy, la avenida Ciudad de Cali con 38, el puente peatonal de la Biblioteca El Tintal y el vehicular bajando el matadero de la 13, los alrededores del parque Timiza, la salida al parque Cayetano Cañizales por el barrio El amparo y la oscura ciclorruta de la Alameda son algunos de los lugares que enlista Tatiana Fernández, integrante del colectivo Biciterritorializando, al que pertenece y que, entre sus proyectos, realiza cartografías de los espacios de riesgo para personas, en particular mujeres, que se movilizan en bicicleta.
Ella vive hace diez años en el barrio Patio Bonito de la localidad de Kennedy. “La construcción territorial en Patio Bonito se ha hecho en torno a la bicicleta. Hay comerciantes, gente que la usa como herramienta de trabajo, bicitaxismo, competencias. Es una manifestación cultural y patrimonial importante”, dice Fernández. Con una población de 550.000 personas antes de la migración venezolana, Patio Bonito tiene la menor cantidad de espacio público por habitante de Bogotá: un metro cuadrado. Y sobre el barrio pesa un enorme estigma respecto a su inseguridad.
Pero Tatiana hace una precisión: “Hay unas condiciones estructurales que hacen que esas zonas empobrecidas sean inseguras y eso no quiere decir que la gente que las habita las perciba como inseguras”. Porque a pesar de la hostilidad en ciertos espacios, en Patio Bonito -y en todos los barrios de Bogotá- miles de personas llevan una vida cotidiana y encuentran maneras de apropiarse y resignificar el territorio. Entonces Tatiana cuenta que cerca de Corabastos queda La virgen, una manzana álgida en términos de robo, empobrecimiento y marginación, por la que aun así a las 5 am y 6 pm circulan cientos de mujeres en sus bicicletas, la mayoría con un sillín adicional para llevar a sus hijxs, y canasta o parrilla donde cargan tinto, aromática, flores y comida que venden en el mercado.
[Lxs invitamos a consultar el mapa: «En las calles libres, no valientes» que elaboramos para este especial junto a Laboratorio EnFlujo, donde georreferenciamos más de treinta casos de violencias contra las mujeres en el espacio público de Bogotá y que esperamos seguir nutriendo: https://cerosetenta.uniandes.edu.co/especiales/libres-no-valientes/].