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COVID-19 I El cerco militar de la comuna 2 de Medellín

El foco de contagios en el barrio Sinaí, en la Comuna 2, se convirtió en el chivo expiatorio de la guerra contra el virus de la ciudad. El cerco militar pareció coronar el sector como experimento.


Ilustraciones: Ana Sophia Ocampo

Comuna 2. Santa Cruz. Un helicóptero sobrevuela durante quince días con reflectores de alta potencia. Zumba como un abejorro los aires hasta la medianoche. Es el comando aéreo que vigila el montaje de una cerca metálica en el barrio Sinaí, que desde el 31 de mayo y hasta el 15 de junio tendrá a los habitantes confinados. Llegan camuflados a pie, con armas y a caballo. También policías. 

De repente, un toque de queda. 

Ven un montón de gente con trajes espaciales, hechos de papel. “Nos congelan”, dice un habitante del sector. Junto a los carabineros, aparecen más hombres de traje negro y fuerza bestial, es la policía antidisturbios que arrinconando apoya el operativo mientras las órdenes de contención por megáfono aturden.

El Sinaí fue identificado como el sector con más contagios de COVID-19 en Medellín. Se registraron 100 casos, según la Secretaría de Salud. Así, el alcalde Daniel Quintero ordenó a la Secretaría de Seguridad un aislamiento riguroso para el sector y a los dos días manifestó: “En la Comuna de Popular infectados se negaron a dar información de contactos [sic] porque les dijeron que tiene objetivos políticos. No se pudo realizar el cerco epidemiológico”. Y reforzó la orden con una frontera militarizada. 

En la parte baja de la Comuna 2 y al límite del Río Medellín, entre siete callejones donde no viven los tres mil habitantes, luego del temblor llega la duda. La gente empieza a preguntarse: si este era el foco de contagio, ¿dónde están los enfermos? Durante todo este tiempo, nadie los vió. Nadie los ve. Solo en los medios, dicen. 

Un día tras otro entran funcionarios públicos, envueltos en tela amarilla; también mercados de 15 mil pesos para medio mes (mil pesos de comida por día) y un desproporcionado aparataje de seguridad para la zona que, ubicada al nororiente de la ciudad y colindante con el Municipio de Bello, hoy se siente violentada.

Sus habitantes lo expresan a varias voces en el periódico comunitario. Alguno escribió en el chat del barrio que “no hay diálogo posible con el autoritarismo” y que los hombres de la Fuerza Pública “están felices en su epifanía del hermano mayor”. “Ya hasta la Administración –dijo el mismo– asume las funciones del DNI, antiguo DAS, para hacer perfilamientos de enemigos sociales y políticos”.

Este paisaje como estrategia para frenar contagios en el Sinaí asusta a los habitantes, pero no les sorprende. Este es un barrio estigmatizado, con una historia plagada de crisis alimentaria, desempleo, bajo nivel educativo, densidad poblacional y hacinamiento, además de una histórica violencia que hacen de éste, desde su asentamiento, un lugar susceptible de sepultar bajo el río. 

Dicen sentirse re-victimizados por dejarlos como el chivo expiatorio en la guerra contra el virus. El ejemplo para que toda una ciudad tenga escarmiento. El cerco militar del barrio parece coronar la ya conocida precarización y marginalidad al que siempre ha estado expuesto.

Los jóvenes fueron los primeros en pegar el grito. Poco a poco, solicitaron una mesa de concertación con las secretarías de Salud, Seguridad y Gobierno. Parte de este proceso lo cuentan los mismos habitantes de la comunidad, sumados a otras voces. Algunos de los nombres de las fuentes fueron cambiados para proteger su identidad.

En el barrio hay gente, no delincuentes

MATEO*
Joven • Barrio Sinaí 

Desde el 2010 empezó el desalojo en el Sinaí por encontrarse en zona de alto riesgo. Desde entonces, empezaron a tumbar todas estas casas de por aquí. Yo estaba chiquito, pero me acuerdo del ESMAD y de enfrentamientos con la policía. Que los niños de ahora tengan que pasar por lo mismo, no me parece. 

Lo que hay en el barrio son personas, no delincuentes. Que manden los soldados es exagerado, con la policía me parecía suficiente. Un barrio que ha tenido tanta violencia y esté saliendo de esa etapa, para que vengan a revivir ese pasado…

Cuando trajeron a los carabineros, hablamos entre los amigos y pensamos que nos estaban tratando como a malas personas. Entonces decidimos salir para que no nos pasaran por encima y hacernos escuchar. Sacamos un bafle y llamamos a la comunidad pacíficamente.

Queríamos que se nos cumpliera con otras cosas que nos habían prometido antes de que nos encerraran. Nadie salió con palos ni con piedras. Salimos solamente a hacernos escuchar. 

La Operación Orión de la Comuna 13 fue algo que no solo afectó a Medellín, sino a todo el mundo y la mentalidad de muchas personas. Tomaron decisiones a la ligera, sin pensar muchas cosas y si se presenta algo parecido, a la próxima hay que aprender de los errores. Yo sí siento que los que están en el poder toman decisiones por tomarlas, sin asumir las consecuencias de sus actos. 

Hay personas que se afectan con estas cosas. Yo conozco a varias que no salen, que cambiaron en su manera de ser y esto afecta mucho la mentalidad de los niños, sobre todo. Algunos están tomando tranquilizantes porque ven soldados así, y sienten como si algo malo fuera a pasar, como si alguien fuera a disparar.

Es verdad que en todos los barrios hay gente armada, pero así que uno los vea andando con las armas afuera como ve a los militares con fusiles, no. Incluso uno quiere que no haya enfrentamientos porque uno no sabe nada o al menos sabe que entre los muchachos del barrio no se matan. 

Yo soy un pelado joven y la verdad no es que me afecte mucho, pero se siente muy extraño. Yo sé que debe sentir más o menos un niño porque yo, cuando veía el ESMAD, uno empezaba a llorar y, cuando empezaban a entrar, a todo el mundo le daba miedo y ahí es cuando nadie quería salir a la calle.

Somos el Frankenstein pandémico

JORGE BLANDÓN
Corporación Cultural Nuestra Gente
Barrio Santa Cruz • Comuna 2

Nos pusieron en la picota pública. Ultrajaron nuestra dignidad. Hubo irrespeto. 

Yo, Jorge Blandón, hago una solicitud amorosa: que Daniel Quintero venga, nos dé la cara con respeto y —por la dignidad de esta comunidad del norte, vecina de Tricentenario donde él se crió—, nos pida perdón. Esto se lo pensaron y lo calcularon: somos el Frankenstein pandémico de Medellín. 

El día que llegó el ESMAD fue muy doloroso. Llegaron con una fuerza absolutamente desmedida y como tenían bombas aturdidoras y gases lacrimógenos, como usualmente, pedimos que se retiraran. Llegaron como perros cancerberos, lanzando baba por su boca y fuego por sus ojos. Atemorizando una comunidad con usar su munición donde la mayoría son niñas, niños y adultos mayores. Ese fue nuestro argumento para que los sacaran. 

Esta pandemia, que ha llegado a ser como un coro que habita y no habita, que nos amenaza o no, que se enfrenta con el escepticismo y la credulidad, se ha convertido también en la trampa del miedo: es ver cómo una sociedad con miedo, se sobrepone a más. 

Nosotros, que somos sobrevivientes a la peste del plomo –como lo dice un escritor–, que hemos visto de cerca cómo los tanques Cascabel (hechos en Brasil) fueron comprados por el estado colombiano, y metidos a los barrios de Medellín para hacer un laboratorio con el corazón de cualquier muchacho (aun cuando no estuviera en la milicia); no sentimos lo que pasa con la pandemia algo distinto. 

La estrategia militar en Medellín y en el país, así como en muchos lugares del mundo, responde a un patrón de comportamiento, producto de una paranoia de poder. El mundo está tan jodido, que quienes saben controlarlo ya ni siquiera entienden cómo, y por eso siguen instalando miedo para vendernos seguridad. 

La Comuna 2 acaba de recibir una acción terrorista del Estado. Este tiene la potestad de las armas, de preservar el orden y lo hacen como creen que debe hacerse. Pero, en últimas, es un despropósito. 

Si el alcalde Daniel Quintero para explicar su decisión, dice que debe mantenerla en reserva, me parece que los ciudadanos no deberían aceptarlo, porque es respuesta de estratega militar y él fue elegido popularmente. No podemos seguir aceptando tampoco, como norma, que nos manden los militares. Hasta donde entiendo, esto todavía no es una dictadura.

Dudar es apenas lógico y en la mesa de negociación con la Alcaldía de Medellín siempre habrá quienes estén temerosos de esa información y quienes la cuestionan. Es una mezcla de todo, encima de ese ser creado a partir de partes diferentes partes: el Frankestein que somos.

Lanzar bolsas con mierda, con orín o con esputo, como hizo un joven, es una muestra de tolerancia frente a la fuerza desproporcionada que envió el Alcalde y la Secretaría de Seguridad y Gobierno. Pese a esto, hubo disposición desde la institucionalidad e incluso propusieron instalar una comisión accidental local en el Sinaí, ordenada por el Concejo para resolver este caso específico, pero con todo, lo que proponen hoy es terrible: 

Hay un proyecto de expulsión de los habitantes del Sinaí en los planes parciales y en los proyectos territoriales del norte y la gente lo sabe. Por eso, preguntamos al Concejo por Parques del Río Medellín, ese proyecto de renovación urbana que lleva construido un tramo, paralelo a la rivera, y que quizá necesite un desalojo para construir lo que hace falta.

Por último, no entiendo cómo una ciudad tan rica sigue viviendo de las donaciones de su gente rica. Es la atención a la sociedad a partir de la caridad y no de la política pública. No hubo licitación, llegaron bolsas con comida y son cosas absolutamente terribles. La imagen es que alguien donó mil chuzos y los trajeron a un lugar donde hay tres mil personas para que se lo repartan. 

Y luego, alguien dentro de la Alcaldía tiene la idea e intención, según me dijeron, de decir que nos traigan flores para ver si todo se apacigua: ¿cómo va a traer flores donde construyeron una tumba?

En Medellín, el dominio de las bandas ha sido un desastre

GUSTAVO DUNCAN
Investigador • Seguridad y democracia 

La cerrada del Sinaí fue una medida excesiva pero, y sin el ánimo de ser abogado del diablo, nadie puede ignorar que es una situación extraordinaria. Las maneras de la Alcaldía pudieron ser mejores, no tan a la brava y, aunque eso es fácil decirlo, es difícil ponerlo en práctica, más cuando los índices de contagio cambian semana tras semana. 

Según el reporte de Universo Centro, la cosa en el barrio se salió de control y llegó a niveles humillantes con los habitantes. Si bien no creo que sea proporcional a una invasión como la que hubo en la Operación Orión, en la Comuna 13, los propios vecinos en el Sinaí gritaban desde las ventanas y de entrada lo rechazaron.

Pasa que quienes dejan más muertes son muchas veces los ejércitos irregulares. Por ejemplo, cualquiera de esos muchachos que controla la zona, así no esté armado, demostrará lo contrario cuando eventualmente alguien incumpla una regla. Y si bien el encierro de un barrio no se trata de una protesta, de todas maneras el ESMAD está por si los combos salen y se enfrentan con el Ejército y la policía. 

La lógica es distinta, no tanto por sus habitantes que en términos generales resisten de manera pacífica. El tema es que acá si se involucra un actor armado ilegal que regula,  necesita quién apacigüe, porque estos ya no son universitarios tirando molotov, es gente que ha cogido un fusil y hecho la guerra.

En Medellín, ha sido un desastre el dominio de las bandas respecto al control en cuarentena. Algunos grupos, y eso lo sabemos, han repartido mercados y cosas por el estilo, pero en general ha llegado más el Estado. En México los carteles tienen más plata que los grupos en Colombia, porque aquí son de microtráfico y viven de la extorsión, entre otra; en cambio allá están entregando cajas hasta con la marca del Cartel del Golfo

Donde el contagio por Covid fuera aéreo, nadie se imaginaría el dispositivo para evitarlo. Sería de ciencia ficción. Pero sí es totalmente desigual la medida del Sinaí: la policía coge al pobre a trancazos y el Estado es amable con unos y con otros, muy agresivo.

El miedo y la rabia

LUCÍA*
Madre y lideresa • Barrio Sinaí 

Nosotros no le tenemos mucho miedo al coronavirus porque no conocemos ningún enfermo, gracias a Dios. Al menos a ninguno cercano. Miedo nos dio cuando llegó el ejército. Miedo y rabia. 

Rabia porque cuando nos levantamos al otro día, vimos que estábamos como en una cárcel. No podíamos salir a hacer una recarga, ni salir a comprar la comida. Impotencia porque nos pusieron el ESMAD al frente y todos nos hacíamos la pregunta: ¿y entonces? Si se trataba de una pandemia, ¿por qué el ESMAD?

Desde que llegaron, todos parecían listos a atacarnos. Pero encerraron un barrio y no tuvieron la logística para traernos mercados dignos. Empezaron dizque a repartir unos costales con comida: vinieron con cuatro libras de arroz, dos bolsas de lentejas, dos bolsas de arvejas y dos bolsas de frijoles. No vino un aceite, no llegó un atún. Nos tocó aprender a vivir sin proteina y sin verdura. 

¿Cómo nos iban a encerrar sin comida donde había niños, adultos mayores y mujeres embarazadas? Para las personas de edad era un problema porque no nos dejaban ir a comprar cualquier cosa, supuestamente el virus estaba aquí adentro, en el barrio. Pero el Ejército, se quedó en la carretera y la policía no volvió a entrar, que porque dizque porque nos tenía miedo. Pero miedo a quiénes, porque cuando las niñas se hacían en el cerco, que salían de aquí, a los policías y al Ejército se les quitaba el miedo. Ellos se mantenían enamorándolas. 

No sé qué era lo que cuidaban porque hubo toque de queda con todos, pero para las niñas del barrio sí había permiso de salir. Ahí fue cuando nos unimos a una protesta pacífica. Salir a la carretera a protestar funcionó porque nos escucharon, logramos reuniones, que nos dejaran salir con pico y cédula a hacer las compras y asumieron unos compromisos. Pero todo fue tan mal hecho…

Se habla de las pruebas y de los contagiados, y del control, eso es totalmente falso. Llegaron unas cuantas ayudas a unas casas sí y otras no, como quien dice el que corrió con suerte. Y del contagio del que hablan, no sé… Yo nací y me crié en el Sinaí, me conozco a casi toda la gente del sector, y nadie entiende. 

La Alcaldía debería de salir a pedir perdón. ¿Cómo es posible que nosotros hayamos sido los perjudicados y de aquí haya salido una enseñanza para ellos? Nos mantuvieron a punta de donaciones y la pregunta del barrio es: ¿si no hubiéramos recibido donaciones, entonces qué hubiera sido de nosotros? Mi Dios les pague a quienes nos dieron todo, Dios los bendiga porque fueron solidarios, pero no les correspondía meterse la mano al bolsillo. Fue un gesto muy bonito, pero no lo tenían que hacer ellos sino la Alcaldía, que experimentó con nosotros.

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