El arquero más puteado del mundo

Los arqueros son héroes y villanos. Si tapan o les hacen goles, siempre habrá alguien que les insinúe que sus madres desempeñaron «oficio más antiguo del mundo». ¿Pero quién es al que más se lo han gritado?

por

Farouk Caballero


04.06.2014

Ilustración: Juan Camilo Chaves

De los muchos partidos aburridos, dispares y que provocan bostezos en el estadio Azteca, a mí me tocó el peor.

El descubrimiento más importante del 2013, en México, fue saber que en Nueva Zelanda intentaban jugar fútbol. Después de una eliminatoria nefasta de la selección Azteca, se hizo necesario jugar un repechaje de trámite en partidos de ida y vuelta. Allí, el fútbol le dio una nueva lección hasta al aficionado más optimista: la selección mexicana apabulló 5 – 1 a su nunca similar de Nueva Zelanda, y yo tuve que presenciarlo. Pero inclusive en las experiencias más aburridas, un personaje salva la historia. Por escándalo, la estrella que más brilló ese 13 de noviembre de 2013 fue la de Glen Moss, el arquero neozelandés. Ni siquiera las cinco anotaciones del local, incluidas dos del “Hermoso” Oribe Peralta, opacaron su presentación.

Noventa y nueve mil personas asistimos al coloso de Santa Úrsula para ver un duelo a muerte entre un jaguar y un kiwi amarrado de patas. La catástrofe para Nueva Zelanda no fue peor gracias a su arquero. De no ser por sus atajadas, fácilmente México hubiese superado la decena de anotaciones, pero ninguna de las intervenciones, que ahogaron los gritos de gol, fue su principal característica.

El día amaneció gris en la capital. El clima no quiso colaborarle a la Federación Mexicana de Fútbol, que programó el partido a las dos y treinta de la tarde, para sacar provecho del sol. Un frente frío dejó la temperatura en nueve grados centígrados. De los visitantes poco se conocía en México. Se les temió por ser extranjeros, rubios, con ojos brillantes, verdes y azules, altos y atléticos, hasta que sonó el pitazo inicial. Allí, los chapulines de piel morena se dieron un festín. El escenario que inmortalizó a dos de los genios más impresionantes del fútbol, Pelé y Maradona, recibió una tarde que se compara con la sensación de un paladar mexicano, cuando se alimenta un mes sin una pizca de picante. Bastaron un par de minutos para concluir que el seleccionado neozelandés era muy limitado. La desigualdad en el campo me motivó una reflexión que se me antojó justa: el enfrentamiento de vuelta debía ser entre los All Blacks, selección de rugby de Nueva Zelanda, y la selección de rugby de México, sumar los resultados parciales y así obtener uno global.

Lo pensé porque sus defensores estaban siempre desorbitados, el balón era un objeto que se desaparecía y de la nada volvía aparecer, ellos, mientras tanto, fijaban su mirada en el cielo y daban vueltas en círculo. Su táctica principal era chocar entre compañeros. Los mediocampistas corrían de un lado a otro demostrando una torpeza más grande que su estatura, lo que no es un dato menor. Cuando me disponía a vivir los noventa minutos más aburridos de mi vida, escuché un murmullo que salía de todos los aficionados. En el campo la jugada era intrascendente: Moss iba a sacar desde su portería con una patada. Observé con extrañeza como todos en el estadio estiraban al frente sus manos y movían rápidamente sus diez dedos de arriba abajo. El murmullo generaba tensión y tuvo un desenlace a grito herido: ¡puto!

El receptor del insulto era Glen Moss. La afición le recriminaba por aplicar ese lugar común de los equipos visitantes: la pérdida deliberada de tiempo. México llegaba al arco con peligro. Con cada minuto transcurrido el grito de “puto” era más fuerte. Moss, por su parte, cada vez que algún mexicano disparaba a puerta, estiraba sus ciento ochenta y siete centímetros, sumaba la extensión de sus largos brazos, y hacía atajadas con espectacularidad fotográfica.

Glen Moss nació apenas arrancando el año 1983, llegó al mundo un 19 de enero. Su ciudad natal es Hastings (Nueva Zelanda), ciudad de aproximadamente 80.000 personas; es decir, que toda la población cabría completa en el Azteca, y aun así, al estadio le faltarían veinte mil personas para llenarse. Hastings es conocida como “el frutero de Nueva Zelanda”, allí la economía se centra en la producción de diversos frutos, pero no de arqueros.

Los primeros pasos de Moss como guardameta los dio en la época de colegio, pero solo sintió que podía dedicarse exclusivamente al fútbol a sus dieciocho años, cuando recibió el llamado para integrar el equipo profesional Gold Coast City en 2001. Luego pasó al Sydney Olimpic Football Club en 2002 y en 2004 se vistió con los colores del Bonnirygg White Eagles. Los tres equipos pertenecientes a la liga australiana de fútbol. Su primer equipo en Nueva Zelanda fue el New Zealand Knights, donde estuvo entre 2005 y 2006, antes de que el equipo desapareciera. Hasta aquí la trayectoria de Glen Moss cuenta con cuatro clubes que nadie conoce en el mundo del fútbol o, al menos, en el resto de continentes fuera de Oceanía. Su paso más importante lo dio en 2006 cuando el Dinamo de Bucarest lo contrató, allí se coronó campeón de la liga Rumana; bueno, estuvo en la plantilla que consiguió el título, pues a lo largo de la temporada solo atajo un partido, el resto los vio desde la banca de suplentes.

Después de su triunfo como suplente, con el deseo de tener más regularidad, volvió a la liga neozelandesa, se vinculó con el Wellington Phoenix en 2007. En 2009 volvió a la liga australiana donde jugó primero con el Melbourne Victory Football Club y luego con el Goald Coast United Footbal Club. En 2012 aterrizó nuevamente en el Wellington Phoenix de su natal Nueva Zelanda y allí juega actualmente.

Este cambio de clubes poco le importaba a los aficionados mexicanos, que sentían el tiempo correr y nada que podían anotar. Por eso el grito de “puto” se hacía sentir. El arquero quizá no entendía muy bien el significado, en español, del insulto, pero sin lugar a dudas si era entendido en insultos. Glen Moss perdió la titularidad de la selección neozelandesa, por insultar a un árbitro. Fue expulsado y no pudo jugar el repechaje anterior ante Bahréin, derecho que se ganó Nueva Zelanda al quedar primero de un grupo conformado por naciones que solo conoce la FIFA: Fiyi, Vanuatu y Nueva Caledonia. Lo curioso del hecho es que cuando lo expulsaron, en el partido contra Fiyi, Nueva Zelanda ya estaba clasificada para el repechaje, por lo que su actitud fue rechazada, pues el partido era solo por cumplir. Hay que agregar que las eliminatorias en la OFC (Confederación de Fútbol de Oceanía) solo entregan medio cupo para el mundial al campeón del torneo; para que quede más claro: el primer clasificado de Oceanía estaba disputando su cupo al mundial con el cuarto de la Concacaf y pudo alcanzar el primer lugar de su zona porque Australia dejó de pertenecer a la OFC para disputar su ronda clasificatoria en Asia, con el propósito de ser más competitivo.

En fin, por la expulsión, su puesto en la meta lo ocupó Mark Paston, quién atajó penal frente Bahréin y eso le permitió ser el titular en los tres partidos del mundial de Sudáfrica 2010. Moss tuvo que ver dos partidos desde la tribuna, por la sanción, y en el tercero fue a la banca. Allí, Nueva Zelanda fue una grata sorpresa, pues se mantuvo invicta: empató los tres partidos. Ese fue el segundo mundial de la selección, también jugó en España 1982, dónde perdió tres veces, recibió doce goles y marcó dos. Esa versión de Nueva Zelanda representa de forma inequívoca a la del repechaje con México.

 

 

 

 

En la cancha, fue necesario esperar hasta el minuto treinta y dos, para que Paul Aguilar pusiera el ya tardado 1 – 0. Ocho minutos después Raúl Jiménez marcaría el 2 – 0. Así se fueron al descanso. El público seguía ansioso, el marcador no reflejaba la inmensa diferencia entre los dos equipos, pero eso es un rasgo peculiar del fútbol. El segundo tiempo inició y Moss seguía demorando cada vez que podía, el público en las mismas: manos estiradas y movimientos de los dedos, mientras el arquero acomodaba el balón, se tomaba su tiempo, inhalaba y exhalaba un par de ocasiones, dejaba correr los segundos y luego tomaba carrera hacía la redonda; en el preciso instante en que pateaba, el coro del Azteca se hacía sentir: ¡puto!

Estaba claro, Glen Moss tenía orden directa de demorar todos los segundos que pudiera. Con esto, a México se le agotaría el tiempo para marcar una diferencia mayor que le permitiera viajar a Nueva Zelanda con tranquilidad. Pero al minuto cuarenta y ocho Oribe Peralta marcó el 3 – 0. El resultado ya no indicaba que se debía perder tiempo, pero el arquero más puteado del mundo seguía haciendo su tarea. El público se extrañó, de lado y lado se oían voces que no se explicaban lo que sucedía en el campo: las más recatadas comentaban: “qué tal este güey, no ve que van perdiendo 3 a 0”. Otras eran más directas: “¡chinga tu madre pendejo, no ves que ya te metieron tres cabrón!” Pero Glen Moss mantenía su táctica inicial: él seguía perdiendo tiempo y el público no tuvo más remedio que seguir en su contrapunteo: ¡puto!

Al minuto ochenta, nuevamente repitió el Hermoso Peralta y puso el 4 – 0. El marcador ahora sí era fiel reflejo de lo que pasaba en el campo. La tensión de las gradas disminuyó. Los insultos, momentáneamente, desaparecieron para darle paso a los abrazos. El público olvidó lo mal que jugó la selección mexicana la eliminatoria y balanceándose, al ritmo de la melodía, entonó al unísono el coro de Cielito lindo:

Ay, ay , ay, ay, canta y no llores

porque cantando se alegran

cielito lindo los corazones

Casi cien mil voces se unieron para cantar el coro del huapango que se le atribuye a Quirino Fidelino Mendoza. Cantarlo es una tradición, que de acuerdo al inmenso cantautor mexicano Antonio Aguilar, empezó en Francia 1998 para celebrar con música folclórica, desde las gradas, las gestas de la selección mexicana en las canchas francesas. La alegría se apoderó por completó del público. La mayoría conversó y quitó la mirada del campo por algunos instantes, hasta que la jugada más reiterada del partido volvió: Glen Moss se disponía a sacar de puerta. El marcador indicaba que no debía demorar, ya no necesitaba perder tiempo, ahora debía agilizar su saque para intentar que alguno de sus compañeros descontara en el marcador. Sin embargo, el terreno que vivió la repentización más talentosa de un jugador de fútbol en 1986, cuando Maradona tomó el balón con su zurda magistral y desparramó a los ingleses por doquier, ahora presenciaba un libreto con una monotonía nunca antes vista en el fútbol a nivel de selecciones. Mi vecino de la izquierda con una sonrisa de extrañeza y el ceño fruncido me dijo: “viste lo que hace el muy puto”. Establecer una estrategia de pérdida de tiempo no es extraño, mantenerla cuando tu selección cae por cuatro goles de diferencia no es disciplina, es literatura.

Al minuto ochenta y cinco Chris James, el jugador menos anónimo de Nueva Zelanda, marcó el único tanto de su selección. Nueve minutos después, Rafa Márquez dejó las cuentas claras: 5 – 1. Se jugaron unos instantes más y Glenn Moss finalizó su insólita actuación, cuando sacó de meta por última vez en el partido. Con el marcador 5 – 1, él continúo perdiendo tiempo. El público, por su parte, lo despidió gritando la palabra que ya lo identifica: ¡puto!

El partido de vuelta fue un desgaste innecesario y un desperdicio de tiempo y dinero: para sorpresa de nadie México ganó 4 – 2 en tierras oceánicas, así firmó un marcador global más cercano al beisbol: 9 – 3. Esto le permitió a Glenn Moss obtener un record excepcional: enfrentando a selecciones competitivas (España, Japón y México) le marcan un gol cada 20 minutos, quizá no es una buena cifra para él, pero sí para los delanteros rivales. Igual, eso no se lo imaginó el hoy capitán de Nueva Zelanda cuando debutó con la selección mayor el 19 de febrero del 2006, en la victoria 1 por 0 frente a su similar de Malasia. Hoy, a sus treinta y un años ya suma 27 juegos oficiales con su selección y su mayor logro fue participar en el celebrado empate 0 por 0 frente a Irak, en la Copa Confederaciones de 2009.

***

El partido en el mítico Azteca finalizó. Al salir oí gritos entre los aficionados mexicanos: “reconócelo güey, el Hermoso es lo mejor que tenemos”, le gritaba desde abajo un aficionado que vestía una camiseta del Santos Laguna, a un puñado de aficionados americanistas que orgullosos porque la selección goleaba, porque jugaron en el estadio donde las águilas son locales, porque el técnico y porque la mayoría del plantel mexicano era americanista, extendían bufandas en la planta superior, todas con una frase estampada que irritaba al resto de aficionados y representaba el sentimiento que Glenn Moss produjo en el público: “Ódiame Más”.

 

* Farouk Caballero es literato y egresado de la Maestría del CEPER. @faroukcaballero

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