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Urián Sarmiento y la búsqueda musical

Ha recorrido el país en busca de una sola cosa: las músicas campesinas del país de las que tan poco sabemos y que él, y otros productores, buscan salvar del silencio.

por

María Alejandra Pinzón Mendoza

Estudiante de la maestría en periodismo del Ceper de la Universidad de los Andes


04.01.2020
Urián Sarmiento tocando una gaita macho y una maraca.

Urián Sarmiento lleva caminando veinte años por Colombia, buscando los sonidos y las músicas que hay en las regiones. Así es como ha encontrado a las Perlas del Pacífico con su marimba de chonta y su sonido de agua en Tumaco, Nariño. También así ha redescubierto los sonidos de las gaitas que siempre invitan a la danza con Paíto, gaitero negro de las Islas del Rosario. “La gaita suena como viento entre el monte”, dice Urián. 

Su oído agudo le ha permitido relacionarse con la música de una manera diversa. A pesar de que tiene una larga trayectoria como baterista de agrupaciones reconocidas, como Aterciopelados y 1280 Almas, son los sonidos de las marimbas, de las flautas indígenas y de las gaitas los que lo entusiasman.

“No fui yo quién las encontré a ellas, fueron ellas las que me encontraron a mí”, corrigió Urián, cuando se le preguntó cómo descubrió estas músicas. Su energía se concentra en su proyecto actual, Sonidos Enraizados, sello discográfico independiente que promueve músicas regionales de Colombia.

Es músico de larga trayectoria y gran conocedor de las diversas tradiciones musicales en Colombia. Se mueve en bicicleta por Bogotá entre las universidades, los estudios de grabación, las salas de ensayo y su casa en la Candelaria. A la par de su trabajo con Sonidos Enraizados, y de sus agrupaciones Curupira y Hombre de Barro; es profesor de gaitas y tambores de los grupos institucionales de la Pontificia Universidad Javeriana y de la Universidad Nacional.

Urián con los estudiantes de gaitas y tambores de la Universidad Nacional.

Urián viste de manera común y sin pretensiones, con el vestuario que se usa para hacer largas caminatas. Sus ojos son pequeños y rasgados. Le gusta frecuentar la Plaza de la Concordia y otros lugares de la Candelaria en los que creció. 

***

Viajó a India en el año 97, junto a su compañero en la música y amigo, Juan Sebastián Monsalve. Con una batería desarmada en la maleta, llegó a un país de cultura totalmente opuesta a la suya. Aprendió a tocar la tabla y otros instrumentos indios con un músico que vivía alejado de las ciudades y que no tenía el ego que Urián había visto en los grandes músicos de jazz y rock occidentales. 

Así fue como tuvo la epifanía de volver a su país, buscando a esos músicos desprovistos de ego, que aún viven la música de manera esencial en sus territorios.

Urián y Juan Sebastián Monsalve en la India, en el año 98.

Urián y su sello discográfico, Sonidos Enraizados, forman parte de una nueva oleada de músicos y estudiosos de Bogotá, que están moviendo las fichas en la actualidad para visibilizar y resignificar las tradiciones musicales regionales de Colombia: desde las músicas del Palenque de San Basilio, pasando por los sonidos marimberos del Pacífico, hasta los bullerengues del Urabá.

Ana Matilde Alvarado Sajonero (Grupo Tambora La Candelaria de Rioviejo, Bolívar) y Urián.

“Es recibir la música de alguien que lo que sabe es hacer agricultura, o que lo que sabe hacer es pescar, realmente, pero tiene esa herencia musical. Para mí ha sido maravilloso, y aprecio y valoro muchísimo siempre que tengo esa oportunidad de estar con alguien que no me va a hablar de compás, de que esto está en cuatro cuartos, ni que el tiempo es éste, sino la música en función de algo social o de algo espiritual”, dice Urián, reflexionando sobre la vida de músico del común y del corriente a la que decidió renunciar, para dedicarse a estudiar estas tradiciones musicales en su complejidad y riqueza.

Los estudios sobre estas músicas en el país son bastante precarios. No han existido grabaciones suficientes ni de calidad. “En Colombia, hay que esperar a los años cincuenta para encontrar una producción escrita de cierta significación en la línea de los estudios musicales y hasta 1959 para que esta concepción de la cultura popular se concrete en un ‘Centro de Estudios Folklóricos y Musicales’”, declara Carlos Miñana Blasco, profesor de la Universidad Nacional de Colombia y especialista en etnomusicología. La etnomusicología es la disciplina que estudia la música desde sus dimensiones culturales, sociales y materiales.

Urián asocia esta falta de estudios y de documentación de músicas tradicionales en Colombia, a una falta de experiencia sobre el tema. “Yo creo que era otro momento de la documentación y, de pronto, una cuestión muy institucional como de llenar fichas, de cubrir zonas. Y en algunos casos, eran grabaciones hechas por gente que no estaba preparada para eso, eran funcionarios públicos o, no sé… Hay unos ingleses famosos que hicieron unas grabaciones muy importantes, pero eran geólogos. Dejaron en el aire muchos datos que, hoy día, no se sabe nada por qué no anotaron en su momento”, dice Urián. 

Las contribuciones hechas por etnomusicólogos como Isabel Aretz-Thiele o George List, a mediados del siglo pasado en Colombia, quedaron destinadas a un nicho de estudiosos muy reducido, y muchas de las grabaciones de músicas caribeñas que hicieron, siguen perdidas.

Este vacío crítico y académico en torno a las músicas rurales y campesinas en Colombia es algo que es posible comprobar desde instituciones que funcionan como repositorios de las tradiciones musicales, como lo son la Biblioteca Nacional y la Biblioteca Luis Ángel Arango. “Buena parte de la historia musical del país descansa en la oralidad y ese trabajo de recuperación es fundamental para una institución como el Centro de Documentación Musical de la Biblioteca Nacional”, declara Camilo Páez Jaramillo, coordinador del grupo de colecciones y servicios de la Biblioteca Nacional.

“El trabajo de Urián Sarmiento tiene, además, un largo recorrido de revisión de unas tradiciones musicales ancestrales colombianas en las que poco se han metido. Es una generación de músicos que encuentran la necesidad de documentar esa música y esas manifestaciones. El vacío de información es lo que ellos están llenando y por eso, su labor es tan importante para este tipo de instituciones”, concluye Páez, a propósito de la importancia del trabajo de Urián y de la pertinencia de sellos discográficos independientes como Sonidos Enraizados, en materia de recuperación y preservación de la música.

Sonidos Enraizados es un esfuerzo por darle valor a estas músicas y que lleguen a las audiencias de una sociedad que no las ha valorado ni reconocido. La primera grabación del sello fue la chirimía de flautas “Ancestros del Río Napi”, ubicada en el departamento del Cauca.

Para Urián no fue sencillo escoger el nombre del sello. “Fue muy complejo llegar a un nombre para bautizarlo, pero encontramos algo que simbolizaba esa idea de concentrar nuestra atención en los sonidos, en el sonido de las comunidades, en los sonidos de las personas, en el sonido de esas historias”, dice. 

Sonidos Enraizados se sostiene y gestiona con recursos generados por la venta de discos y por los conciertos de los artistas que el sello representa. Uno de los artistas del sello es Paíto, pseudónimo de Sixto Salgado, gaitero negro de las Islas del Rosario.

Urián y Paíto en el escenario.

Urián conoció a Paíto hace casi dos décadas, cuando en las Islas del Rosario no había luz y a la rueda de las gaitas las iluminaba la luz de una vela. Empezó siendo su aprendiz en el mundo de las gaitas, y con los años se convirtió en su representante, productor y amigo.

“Siempre hubo mucha voluntad, siempre hubo mucha disposición, y nos pareció muy pertinente ser recíprocos con esa disposición y esa voluntad, generando un proceso en el que, desde aquí, desde las lógicas urbanas, se pudiese insertar esa música en una grabación y en una dinámica de la circulación de la música. La motivación fue la reciprocidad”, declara Urián.

Paíto tiene ochenta años. Entrar en contacto con él es difícil, en palabras del propio Urián. Algunas veces contesta el celular, muchas otras no está al tanto de las llamadas. 

***

Así como Urián, en Bogotá, hay otra larga lista de músicos que tienen voluntades parecidas. Para ello, se han unido y congregado en una alianza de sellos independientes como Palenque Records, Llorona Records, Tambora Records, Mambo Negro Records, Polen Records y Galletas Calientes, que se interesan principalmente en ejercicios musicales y creativos de las costas colombianas.

“Decidimos hacer alianza hace un dos años ya. No hace tanto. Decidimos organizarnos para pensar en gremio, en colectivo, para prensajes o facilidades tributarias, hacer acciones en conjunto, presentar tipos de música en conjunto. Todos trabajamos con distintas facetas de las músicas de Colombia en su gran diversidad”, declara Urián. 

Lucas Silva, dj y cabeza de Palenque Records.

Lucas Silva es la cabeza de Palenque Records. “El trabajo de Palenque Records es redibujar el mapa de las músicas tradicionales en Colombia, porque ese mapa no está completo. Los historiadores, los musicólogos, la sociedad colombiana han ignorado siempre la cultura ancestral afrocolombiana y es imposible decir que la conocemos completamente”, dice Lucas, cuyo trabajo de recopilación musical tiene un enfoque en la producción cultural afro en Colombia. 

El trabajo de Lucas no se reduce a la grabación musical de grupos de tradición afrocolombiana. También le interesan otro tipo de formatos audiovisuales como los documentales. Un ejemplo de esto es su documental “Los reyes criollos de la champeta”, lanzado en 1998 en París. Este producto audiovisual es un intento por dar a conocer la champeta criolla como un fenómeno musical a nivel internacional.

“Los sellos independientes hacemos música donde la finalidad no es el negocio, sino explorar nuevas vías en nuestras músicas. Nosotros somos clave, porque hacemos el trabajo que no hace nadie más”, declara, a propósito de la precariedad de estudios críticos y teóricos de la música en Colombia.

Julián Gallo, cabeza de Juga Music.

Juga Music es un sello discográfico independiente que, a través de la producción musical, crea herramientas de investigación que sirven de manera complementaria a la música para mediar entre sonoridades y tendencias, locales o no. 

Julián Gallo, director de Juga, es productor musical. En su trabajo con artistas de música del Pacífico colombiano, como Inés Granja o Los Balanta de Timbiquí, se hace dos preguntas: ¿Para qué hacer música? ¿Para qué grabar música?

“Nuestra intención es entender las procedencias de esas sonoridades, con la mejor profundidad que se pueda, para poder generar herramientas de investigación y para ayudar a que esa sonoridad, sea y contenga, en su mayor medida, muchas de las esencias y de la autenticidad de esa música”, dice Julián.

Ante la riqueza cultural de músicas como el bullerengue y la cumbia, Julián dice que “la diversidad sonora de estas músicas amplía el espectro artístico y amplía el espectro de la funcionalidad de estas músicas frente a una sociedad”.

Con voluntades similares, Urián añade a su trabajo con Sonidos Enraizados, su trabajo creativo con las agrupaciones Curupira y Hombre de Barro. 

“En mi caso, sí hay una intención de no sonar a nada ajeno al proceso. No me interesa hacer un standard de jazz, no me interesa hacer algo que suene medio rockero. Si sale, pues saldrá, pero va a tener elementos de lo que prefiero alimentarme”, dice Urián. 

Un estándar de jazz es una composición que cumple con una estructura específica, a partir de un lenguaje musical virtuoso. A Urián no le costaría componer un standard de jazz, puesto que fue alumno de Satoshi Takeshi, un baterista de jazz de renombre en dicha escena. 

Sin embargo, para Urián, la composición está ligada a su trabajo con músicas regionales. “La creación es la síntesis de todo ese bagaje”, dice.

Curupira

Desde su trabajo con Curupira, agrupación de dos décadas de antigüedad, Urián y sus compañeros han hecho un trabajo mancomunado que les ha permitido crear a partir de la investigación: “Curupira ha sido el repositorio de todas las experiencias de todos los que hacemos parte, que venimos del rock, que estábamos todavía en el jazz, de alguna manera. En general, en muchas de las músicas urbanas, el funk, el reggae, todo eso. Y, pues por supuesto, lo que nos ha nutrido de los casos de las músicas campesinas aquí de Colombia”, dice Urián. 

Varios de los miembros de Curupira son músicos profesionales con maestrías en musicología, como es el caso de Urián, que se graduó como musicólogo de la Universidad Nacional en noviembre del 2019. Hace veinte años llegaron juntos a territorios como las Islas del Rosario y los Montes de María. Allí aprendieron de maestros de la gaita como Encarnación Tovar, “El Diablo”, o el mismo Paíto. 

“Es interesante, porque somos varios. Es un colectivo. Hay una cabeza, que es Juan Sebastián Monsalve, que es el que estudió composición del parche, pero finalmente hay una apertura creativa en la que estamos todos echando nuestra cucharada y nuestro punto de vista”, dice Urián.

Para Juan Sebastián Monsalve, bajista, compositor y cabeza de Curupira, y compañero de viaje a la India de Urián, “ante la ausencia del Estado en la preservación de tradiciones culturales, los sellos independientes como Sonidos Enraizados, cumplen esa labor, suplen esa ausencia y son los únicos que están valorando y visibilizando las músicas tradicionales campesinas en los contextos urbanos, y lo están proyectando, incluso, hacia el exterior”.

Paralelamente a la exploración creativa de Urián con Curupira, se suma su trabajo con Hombre de Barro, agrupación que experimenta con instrumentos musicales de comunidades indígenas como las flautas de los arhuacos, los nasa y los inga. 

Junto a Teto Ocampo, quien tocó en “Los clásicos de la provincia” de Carlos Vives siendo muy joven, y Juan Manuel Toro, gran conocedor de las comunidades indígenas, Urián participa de un formato más cercano a la improvisación.

Los integrantes de Hombre de Barro: Urián, Teto Ocampo y Juan Manuel Toro.


En Hombre de Barro no hay ensayos. “En los últimos dos años, por el tiempo de todos, lo que ha pasado es que simplemente nos sentamos a tocar y ya. Lo que pase. Agarramos por el camino que sea. La libertad puesta ahí al servicio de esas músicas que nos atraen, de los indios principalmente”, dice Urián. 

Asistir a un concierto de Hombre de Barro es presenciar la improvisación de tres músicos de largo historial en su estado más crudo, pero también más instintivo. Este juego de improvisación es más cercano a la naturaleza espontánea de la música como celebración en las comunidades indígenas. 

“El proyecto (Hombre de Barro) está totalmente focalizado a melodías indígenas o a formas de melodías indígenas que nos llaman la atención, y a las que tenemos acceso también”, dice Urián, quien está trabajando actualmente con la comunidad wiwa de la Sierra Nevada de Santa Marta.

“Es un banco de sonidos, un repositorio que va a ser de uso exclusivo de la comunidad. No va a se va publicar nada para mover a nadie, ni nada. Es algo que ellos quieren tener para enseñar en sus escuelas y llegar a las comunidades que ya lo perdieron”, explica Urián, quien añade también que este es un intento pionero de Sonidos Enraizados por acercarse a grupos indígenas. Este banco de sonidos incluye grabaciones de la música que esta comunidad utiliza para los bautizos de personas, casas, cosechas o cultivos.

“Ha sido muy bonita esa relación humana con las personas que siento que me ha dado a mí, y a muchos de los que nos metemos, otro tipo de sensibilidad. No sólo los que están en la academia tienen la capacidad o las herramientas para hacerlo. La música es un mundo muy amplio, y cerrarlo y restringirlo a lo que sucede en las academias es muy arbitrario”, dice Urián, refiriéndose a la poca atención que ha prestado la academia musical en Colombia a sus tradiciones.

Urián recorre el centro de Bogotá como un pez en el agua. Son las calles que ha recorrido desde niño, pues nació, creció y aún vive en la Candelaria. Tiene espíritu de juglar. Mientras va caminando, alterna sus historias con las historias de las calles del centro de la ciudad. “Aquí, en este bar se murió el hijo de una pianista muy famosa, ¿sí sabías?”, dice Urián, pasando frente al icónico bar de salsa Quiebracanto.

 “No es fácil publicar todo lo que se ha grabado. Tenemos mucho, mucho grabado. Pero no es fácil publicarlo por los costos, y no es un dinero que se devuelva a menos de que los grupos estén girando”, concluye Urián con un gesto reflexivo. Mientras Urián cuenta sus historias, la ciudad se mueve al ritmo disparejo, pero siempre acelerado, de las seis de la tarde.

*Esta historia fue escrita en el módulo de Reportaje de la clase Géneros Periodísticos de la maestría en periodismo del Centro de Estudios en Periodismo, Ceper, de la Universidad de los Andes.

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María Alejandra Pinzón Mendoza

Estudiante de la maestría en periodismo del Ceper de la Universidad de los Andes


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