Y el feminismo me ha recibido con un abrazo cálido y amoroso para decirme que está bien, que no estoy loca, que no estoy sola, que no me lo he imaginado todo y que hay muchas dispuestas a luchar conmigo y a ayudarme a sanar. Y entonces sí, en mi feminismo hay rabia, y rabia hacia varios hombres, pero sobre todo mucho dolor. Y lo honro y lo acepto, y no lo callo más, porque sufrir en silencio no es bonito, ni digno, ni justo.
El feminismo de la tercera ola se ha enfocado mucho en mostrar que las feministas no somos unas odia-hombres locas, que no somos radicales, que los ideales feministas, de hecho, también son muy benéficos para los hombres mismos, pues ellos también sufren bajo el sistema patriarcal. Hace poco tuve una conversación con una prima que me preguntaba por qué, entonces, el feminismo se percibía como un movimiento radical lleno de odio. Yo respondí que dentro de una hegemonía en donde existen personas dominantes y subordinadas, cuando el sistema cambia, el lado dominante se sentirá amenazado e intentará descalificar a quien intenta cambiarlo, pues a nadie le gusta perder poder. Y, obviamente, la opinión popular y más difundida será la del grupo dominante, por lo que decir que las feministas estamos locas será fácil y creíble dentro de una sociedad en donde el pensamiento se rige por un heteropatriarcado blanco y capitalista.
Entonces:
1- Las ideas del feminismo se ven como radicales porque están desafiando y contradiciendo un sistema de pensamiento dominante.
2- Muchas personas (la mayoría hombres) se sienten amenazados por este cambio de pensamiento porque su poder está directamente amenazado, están siendo cuestionados y esto los pone en un lugar (muy) incómodo.
3- Dentro del sistema heteropatriarcal, las mujeres (y otros sujetos femeninos) han sido colocadas en un lugar de silencio y sumisión, por lo que el movimiento feminista- mujeres que hablan, protestan y reclaman, que se deciden comportar fuera de la norma impuesta- se ve como algo sumamente insurgente y radical.
Estas explicaciones son muy útiles porque nos ayudan a entender cómo abordar un problema que estamos teniendo como movimiento. Admiro mucho los intentos que hay ahorita de incluir a los hombres dentro del mismo y de luchar desde el amor y la inclusión, ¡eso es puro poder femenino! Pero al mismo tiempo noto una pequeña misoginia internalizada, un pequeño machismo, un intento de apaciguarnos, de mostrar que no somos locas, no somos radicales, no somos malcomportadas. Tratamos de probar y probarnos, como si nosotras mismas no nos lo creyéramos, que no somos irracionales, emocionales, iracundas y exageradas.
Nos agarramos de cifras para mostrar que SÍ nos violan, que aún nos pagan menos, que nos matan, acosan, controlan, asustan, objetifican. Intentamos dar argumentos, mostrar y probar que no nos estamos imaginando cosas porque estamos premenstruales. Y entonces, cuando dicen que las feministas estamos es resentidas, nos hierve la sangre porque nos sentimos chiquiticas, porque sabemos que ese lenguaje tiene el poder de silenciarnos automáticamente y tenemos que idear una cantidad de argumentos, razones y números que nos respalden desde el lenguaje masculino. Y con todo y eso seguimos siempre poniendo antes el gran disclaimer de «ojo: sabemos que no son todos los hombres» porque estamos enseñadas a caminar sobre cascaritas de huevo para no herir el ego masculino; nos encajamos dentro de nuestro rol de mujeres respetuosas, sumisas, silenciosas, que no deben causar desorden social y, como consecuencia, internamente hervimos de rabia, como envenenadas, porque nos toca tragarnos nuestro dolor.
Y entonces me atrevo a decir que Sí. Sí tenemos rabia, sí estamos sentidas, sí tenemos heridas profundísimas que atraviesan generaciones. Las mujeres nunca hemos heredado bienes, pero nos hemos pasado entre nosotras una cantidad de dolores impresionante y no poder aceptar que estos dolores hagan parte de nuestra lucha es como tragar veneno. Claro que sí estamos bravas, y claro que odiamos a muchos hombres, aunque no sea bonito, aunque el odio sea una cosa terrible y anhelemos la paz. OJO, para quien entonces ahora, después de toda esta retahíla, se vaya a quedar con solo esa frase, NO ODIAMOS AL GÉNERO MASCULINO, no los queremos exterminar de la tierra y volver a todo el mundo mujer, ni tenemos una agenda conspiradora para dominarlos y subyugarlos a todos, pero creo que sí debemos poder aceptar nuestras rabias y heridas.
A ver, empiezo otra vez, la estructura patriarcal es la que oprime, no creemos que existe un consejo de machos que se sienta a deliberar cómo va a oprimir a las mujeres esta semana (aunque sí hay asociaciones machistas y eso me da pánico). Sabemos que muchos hombres y muchas mujeres tienen comportamientos machistas porque eso es lo que han aprendido, que no es que sean unos villanos malvados. Pero habiendo dicho esto, todos esos comportamientos igual nos han hecho sufrir mucho y creo que está bien poner esto sobre la mesa.
Yo no odio al género masculino, amo a muchos hombres, porque, además, como dijo Simone de Beauvoir en El segundo sexo, las mujeres somos el único grupo subordinado que además de todo ama, cría y cuida a su opresor (y añado que no sólo es por lazos familiares y que acá se cruzan todo tipo de opresiones, basta con ver a las esclavas que criaban a los hijos e hijas de sus amos). Pero también he odiado a muchos otros y, por ejemplo, me cuesta mucho más confiar en ellos que en las mujeres. Crecí en un ambiente dominado por un padre machista, dudando de mis habilidades como ser humano por ser mujer. Aprendí que las mujeres servíamos y complacíamos a hombres alfa poniéndonos en segundo lugar y callando lo que sentíamos, asumiendo una fortaleza callada y digna. Aprendí a coquetear diciendo que no cuando quería decir sí, pues mi «no» realmente no significaba nada contundente y mi «sí» me hacía puta. No aprendí cómo decir que no de verdad. Besé hombres que no quería besar. Tuve sexo que me dolía. Aprendí a fingir orgasmos para complacer orgullos masculinos. Aguanté penes atascados en mi garganta haciéndome sentir ganas de vomitar. Tuve sexo que me hacía sentir humillada para parecerme a las actrices de pornografía. Permití que me tocaran muchas veces que no quería ser tocada, por extraños en los buses, amigos de mi hermano, amigos míos. Una vez un amigo borracho me tocó las tetas como cuatro veces muerto de la risa y, como yo no sabía decir que no, no pude hacer nada más que reírme incómoda, aunque me sintiera violada. He tenido que caminar con miedo por la calle, tragarme palabras abusivas, callar mis opiniones, oír chistes que me denigran y reírme de ellos, sentirme como un pedazo de basura por como me veo, recibir llamadas a las 2 de la mañana buscando sexo, dar sexo para, a cambio, sentirme amada, amar hombres egocéntricos, moldearme a mí misma para satisfacer sus fantasías románticas, no ser yo sino un paquete de cosas perfectas -como dicen los Petit Fellas, sencilla, inteligente, tierna y a la vez sensual-, hacerme más pequeña para que las opiniones de un macho sobresalgan, dudar de mi misma cuando mis hermanos hablaban porque seguro ellos tenían más razón que yo, recibir explicaciones de hombres sobre temas que yo conozco porque siendo mujer seguro no los entiendo bien, sentir miedo a dormirme en un hostal porque pueda llegar un hombre a meterse a mi cama, sentirme débil e irracional por tener estos miedos, dudar de escribir todo esto porque me avergüenza, porque me hará ver aún más débil, luchar y luchar toda mi vida por verme y sentirme fuerte.
Entonces sí, he odiado a los hombres, he sufrido mucho por ellos, me he sentido como el ser más pequeño de la tierra a su alrededor, he intentado probarles mi valor de todas las formas posibles sin tener éxito. Esto, además, siendo una mujer privilegiada, blanca, cisgénero, flaca, sin discapacidades físicas, de clase alta que no ha sido víctima de violencias horribles como la que sufrió Yuliana que murió violada a los 8 años o Wanda Fox que por expresarse fue víctima de transfeminicidio (es que no entiendo cómo sólo por querer ser mujer la van a matar a una). Imagínense lo que sienten quienes han sido abandonadas por sus parejas cuando quedan embarazadas, quienes han sido forzadas violentamente a tener sexo, las que han tenido que sentirse asquerosas por ser gordas o negras, las que han echado de sus casas por ser transgénero, las que han tenido que escuchar que sus padres las hubieran preferido putas a lesbianas, las que son golpeadas y luego ridiculizadas por no saber cómo huir de sus parejas.
Para mí encontrarme con el feminismo fue ser recibida con un abrazo cálido y amoroso que me decía: está bien, no estás loca, no estás sola, no te lo has imaginado todo y hay muchas dispuestas a luchar contigo y a ayudarte a sanar. Y entonces sí- en mi feminismo hay rabia, y rabia hacia varios hombres, pero sobre todo mucho dolor. Y lo honro y lo acepto, y no lo callo más, porque sufrir en silencio no es bonito ni digno ni justo.
Sé que para los hombres es difícil enfrentarse a esto, porque ver que unx ha sido la causa del sufrimiento de otrxs es muy incómodo y muy triste, pero ¿saben qué? lo más probable es que ustedes hayan herido a una mujer, aunque fuera sin quererlo, aunque sea por no conocer otra cosa; con un chiste pendejo, con un piropo no deseado, con una agarrada de culo borracha, con una relación abusiva, con un simple quedarse callados. Mírense al espejo y tomen responsabilidad, y no nos llamen locas, histéricas ni resentidas, entiendan que la rabia y las heridas que tenemos son reales y hagan algo para ustedes sanar ese dolor que causa ser victimario. Muchas veces se van a encontrar con que no queremos que nos salven, ni que nos curen; no intenten hacerlo. Las razones son simples: confiamos más en otras mujeres porque ellas no nos han herido tanto, no queremos ser salvadas porque no somos criaturas indefensas -esto nos revictimiza- y ser salvadores les da un protagonismo a ustedes y los deja como superhéroes dándoles aún más reconocimiento y estatus. Lo que sí pueden hacer, en vez de salvarnos, es plantearse otra forma de vivir la masculinidad, escucharnos sin juzgarnos, apoyarnos desde su legitimidad masculina y decir, ¿saben qué? Las mujeres están bravas, la lucha feminista tiene rabias, anhelos, dolores, amores, contradicciones y emociones y eso está bien. Las emociones pueden hacer parte de una lucha política, de hecho, casi siempre lo hacen. No quiero decir que odiemos, odiar no soluciona nada, pero aceptar nuestras rabias y dolores es un paso importantísimo para sanar y construir sobre eso cosas nuevas.