Sancocho Mundi: bienvenidas al mundo multipolar Presentamos ‘Sancocho Mundi’, la nueva columna de geopolítica de Cerosetenta.
Presentamos ‘Sancocho Mundi’, la nueva columna de geopolítica de Cerosetenta.
Presentamos ‘Sancocho Mundi’, la nueva columna de geopolítica de Cerosetenta.
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Hace diez años, la hegemonía de Estados Unidos y sus aliados del llamado Norte Global parecía incontestable. Las reglas de juego de las relaciones internacionales, los tratados comerciales y los estándares de qué es una democracia se determinaban desde Washington, Londres o París. Los países del Sur, a excepción de China, tenían un margen de maniobra modesto y estaban relegados a un rol secundario –casi anecdótico– en los debates globales, a pesar de ser los que generalmente pagaban los platos rotos.
Hoy en día, después de una pandemia, una crisis económica mundial y dos grandes guerras proxy –Ucrania y Gaza–, el poderío económico y militar de Occidente ha comenzado a resquebrajarse. Esta decadencia les ha abierto campo a economías emergentes (mejor, emergidas), que están protagonizando nuevos procesos de articulación económica y política a nivel regional, en contraste con un bloque con cada vez más contradicciones internas. Este proceso, en el que el papel articulador de China a la cabeza del bloque de los BRICS+ ha sido central, se ha desarrollado en varios frentes, utilizando y repotenciando organizaciones zombies, como la ONU o la Corte Internacional de Justicia (CIJ), creando espacios nuevos, como el Nuevo Banco de Desarrollo (el llamado “Banco de los BRICS”) o fortaleciendo los diferentes bloques económicos y políticos regionales de Asia, África y Latinoamérica.
Si bien es absurdo pensar que las potencias occidentales perdieron su primacía en los escenarios multilaterales que nacieron a mediados del siglo pasado, sí es cierto que, últimamente, los países del Sur se han servido de estas instancias para subvertir el orden mundial, por lo menos a nivel del discurso. Organizaciones que hasta hace poco eran prácticamente irrelevantes –otro día hablamos de cómo la CIJ aprovechó las proezas jurídicas del Acuerdo de Paz y la JEP para ponerse de nuevo en el mapa– se han convertido en herramientas clave para potenciar la solidaridad y las agendas contrahegemónicas de muchos países del Sur. El ejemplo más evidente es que Sudáfrica haya logrado que la CIJ, que fue fundada precisamente a raíz del Holocausto judío, reconociera el peligro de genocidio en la invasión terrestre en Gaza. Si bien la decisión de dicha corte no ha detenido la masacre que están perpetrando las Fuerzas de Defensa de Israel (en inglés, IDF), sí ha acelerado el desmoronamiento de la fachada de Occidente.
La defensa irrestricta que Occidente ha montado sobre las atrocidades cometidas por Israel está acabando rápidamente con la poca legitimidad de defensor de los derechos humanos que le quedaba, pues devela el doble estándar con el que juega a la hora de realizar intervenciones humanitarias o sancionar países. Mientras los líderes del Norte alternan una retórica pacifista con un apoyo militar multimillonario, la solidaridad de la sociedad civil con Palestina crece todos los días. Esto sucede porque, tanto los gobernantes como los pueblos de los países del Sur, se están dando cuenta de que el orden mundial basado en reglas que defienden Estados Unidos y sus aliados no es más que una estrategia de perpetuación en el poder que se sirve de la retórica de “estados decentes” y “estados canallas”.
En efecto, la movida de Sudáfrica, más allá de la parsimonia en el proceso en la CIJ, ha puesto a las potencias occidentales en un dilema irresoluble: pueden saltarse sus propias reglas para proteger la comisión de crímenes de guerra por parte de Israel –cual “estados canallas”–, o arriesgarse a equiparar a su aliado más valioso en Medio Oriente con el canalla de Vladimir Putin, con tal de mantener una fachada que en todo caso ya comenzó a decaer.
El Tour Colombia 2.1 acaba de terminar con Rodrigo Contreras campeón y una sensación de que el tan anhelado recambio generacional en el ciclismo nacional no es lejano. Sin embargo, los ciclistas colombianos se enfrentan a retos que están más allá de sus piernas.
Click acá para verY si llueve en el frente de la credibilidad internacional y el multilateralismo ‘oenegesero’ –la zanahoria– en el ámbito de la confrontación bélica –el garrote– no escampa. La invasión rusa de Ucrania ha demostrado que la OTAN no dispone de herramientas de disuasión efectivas, más allá de las sanciones contra la industria militar y de hidrocarburos del gigante euroasiático o su exclusión del SWIFT. De hecho, con el paso del tiempo, se ha hecho evidente que lo que hace unos años habría puesto de rodillas a cualquier país, en este caso no ha surtido efecto. Sin ir más lejos, Rusia ha aumentado sus ventas de hidrocarburos, muchas veces con la connivencia de aliados cercanos de Estados Unidos, como Arabia Saudita, que ha estado comprando petróleo ruso barato para después vendérselo más caro a Europa.
Con la conciencia de que las sanciones no han servido para desacelerar el avance ruso, y temeroso de una confrontación directa con posibles consecuencias nucleares, Occidente ha emprendido una campaña de fortalecimiento del ejército ucraniano que tampoco ha rendido fruto. La OTAN comenzó con armas de asalto y humvees, pasó por tanques, sistemas antiaéreos y artillería pesada autopropulsada, y ya va en donaciones de aviones caza que pueden plantarles cara a los MiG rusos.
Sin embargo, a pesar de estar mejor entrenado y equipado, el ejército ucraniano ha sido incapaz de romper el frente. Esto ha comenzado a sembrar dudas a los dos lados del Atlántico, sobre todo en la Unión Europea, donde las sanciones a los suministros que necesita la industria rusa de hidrocarburos han causado una inflación histórica. La reducción del flujo de petróleo y gas ruso, que suplían alrededor del 42% de toda la demanda energética europea, ha disparado los precios de la energía, lo que a su vez ha encarecido la vida de las clases populares y minado la competitividad de las empresas. Para empeorar las cosas, el tejido productivo europeo ha comenzado a depender del gas licuado estadounidense que, a pesar de ser un negocio redondo para los norteamericanos, se ha convertido en una sangría de recursos para sus aliados –otro día hablamos de la muy sospechosa voladura del Nord Stream 2, el artículo de un premio Pulitzer al respecto y lo que le dijo Putin a Tucker Carlson hace unos días–.
Si hay algo claro en estos últimos diez años, es que la estrategia de la zanahoria y el garrote de Occidente ha fallado en los dos frentes. En países que llevan décadas seduciendo a los pueblos y gobiernos del Sur con su halo de democracia y derechos humanos, la ultraderecha está rompiéndola en votaciones y encuestas y el fascismo tiene planes para “reemigrar” a ciudadanos europeos a los países de sus ancestros. En el ámbito bélico, la impotencia de Occidente es tal, que Vladimir Putin, envalentonado por la estabilización del frente y la resiliencia de la economía rusa, planteó en su entrevista con Tucker Carlson dos desenlaces posibles del conflicto: si la OTAN deja de enviar armas a Ucrania y se reconocen las conquistas territoriales rusas, se puede llegar a un acuerdo de paz “en cuestión de semanas”; si la OTAN continúa inmiscuyéndose en el conflicto y termina enviando tropas al frente, esto “llevaría a la humanidad al borde de un conflicto global muy serio”.
La invasión rusa de Ucrania y los meses de masacre en Gaza, con todos sus matices, son los últimos espasmos del mundo unipolar y los primeros pasos del mundo multipolar. Un mundo donde varios bloques económicos regionales están avanzando en la desdolarización de sus intercambios comerciales; donde China ya no solo es potencia económica, sino también militar y diplomática; donde el Banco de los BRICS+ le monta competencia al sacrosanto FMI; donde líderes tan disímiles como el etnonacionalista Modi y el progresista Lula pueden tener tan buen rollo como en su momento lo tuvieron Barak Obama y Angela Merkel.
Pero no debemos ser ingenuos. Un mundo multipolar no equivale al fin del imperialismo. En este nuevo contexto, Colombia no solo tendrá que enfrentarse a la crisis climática, los carteles multicrimen y el surgimiento de la ultraderecha criolla, sino que deberá jugar a varias bandas y, muy probablemente, vérselas con el imperialismo chino –al que todavía no terminamos de entender–. Así mismo, debemos aprovechar las oportunidades que nos brindan los vacíos de poder globales para avanzar en agendas como la legalización mundial de las drogas, tan importante para resolver nuestro conflicto armado. Es momento de mirar hacia afuera.