Retenes En La Ciudad

Hace unos días, en el Portal Banderas de Transmilenio, bajé del bus, caminé hasta las escaleras y cuando estaba cerca del segundo piso vi a dos militares en una esquina hablando entre ellos. No pensé que estuviesen pidiendo papeles a cuanto joven pasará por ahí, pues sólo eran dos. Sin embargo, cuando llegué al segundo […]

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Johan Romero - Miembro del Comité de Paz


30.11.2015

Hace unos días, en el Portal Banderas de Transmilenio, bajé del bus, caminé hasta las escaleras y cuando estaba cerca del segundo piso vi a dos militares en una esquina hablando entre ellos. No pensé que estuviesen pidiendo papeles a cuanto joven pasará por ahí, pues sólo eran dos. Sin embargo, cuando llegué al segundo piso miré a la derecha, vi a otros cinco uniformados. Cada que estaba en medio de estas situaciones, pasaba con la mirada fija hacia el frente, sin siquiera detallarlos, pero esta vez miré fijamente a uno de los militares. A medida que yo avanzaba en mi camino, él se acomodaba cada vez más frente a mí. Me detuvo. Me quité los audífonos y dijo:

-Papeles.-

Papeles, supongo, como los que él llevaba en su mano derecha, además de un esfero, no era lo que esperaba. Quería ver mis documentos. Específicamente mi cédula y mi libreta militar. O quizás sólo quería la primera y hacer evidente la ausencia de la segunda. Sus expectativas estaban llenas conmigo: tengo cédula, como cualquier ciudadano mayor de edad, pero no libreta militar.

Para estas situaciones, desde que salí del colegio, me dijeron que si no tenía libreta militar, mostrara el carné de la Universidad, y así fue.

Las anteriores veces había funcionado; esta vez, también. El militar que me detuvo, me preguntó por el semestre que curso actualmente mientras verificaba que el nombre de ambos documentos coincidiera y, a lo mejor, que en ambas fotos salía la misma persona. Le dije que quinto, me entregó mis documentos y me dejó seguir.

Esto no tiene nada de novedoso, pues evidentemente ya me había ocurrido en otras oportunidades. Sin embargo, fue la primera vez que me sentí incómodo con este procedimiento. ¿Qué hace un militar, en horas de la tarde, en un portal de Transmilenio? ¿No debería estar patrullando algún lugar rural? ¿No debería estar en un cantón militar esperando a que lo llamen para combatir? ¿Para qué eran esos papeles que tenía en su mano derecha? En definitiva, me quedé pensando.

Este uniformado no me requisó para verificar si ando con algún tipo de arma o mis antecedentes penales, como lo hacen los policías, para comprobar que no soy un prófugo de la justicia. No. Solamente quería revisar si no tenía ni libreta militar ni carné de estudiante. De no haber tenido ninguna de las dos, ¿qué habría pasado? Seguramente habría hecho algo con los papeles y el esfero que llevaba en su mano derecha. Quizás hubiese anotado mi nombre y mi cédula ahí, me habría citado para que me presentara, no sé en cuánto tiempo, en un distrito militar. Una vez en ese lugar, habrían corroborado si cumplo o no, con las condiciones para prestar el servicio militar obligatorio y, eventualmente, me habrían rapado, dado un uniforme, montado en un camión y mandado a algún lugar de Colombia. No todo inmediatamente, pero sí en poco tiempo.

Pero no pasó esto porque yo estudio en una institución de educación superior desde que salí del colegio. Sólo dos meses pasaron entre mi grado de once y mi comienzo en la Universidad. Y, ¿por qué estudio? Sencillo, soy un afortunado. Pude comenzar a estudiar después de terminar mi etapa en el colegio, a diferencia de muchos de mis compañeros.

Algo debe andar mal en un país que piensa en la paz, pero que obliga a los jóvenes a ir a la guerra y no a las universidades

Y es que resulta que en Colombia para estudiar en una Universidad privada, tengo que cumplir, en principio, con dos requisitos: tener los resultados de las pruebas Saber 11 y poder adquisitivo. Si por cosas de la vida no tengo poder adquisitivo suficiente pero sí unos buenos resultados en las pruebas Saber 11, podré acceder a una beca. En otros casos, si no tengo un resultado sobresaliente pero el dinero suficiente, podré entrar a alguna universidad que no se fije mucho en las pruebas.

Ahora bien, si quiero estudiar en una universidad pública, también tendré que cumplir con unos requisitos. En algunas tendré que pasar un examen; en otras, tendré que esperar que mi Saber 11 sea lo suficientemente bueno y pasar la línea de corte para ingresar a la universidad pública. Si no, el acceso a la educación universitaria será nada más que una quimera.

Por tanto, si no estudiara en una universidad y un militar me para, tendré que ingresar a prestar el servicio militar. ¿Cuáles son los requisitos? No ser hijo único, no estar lisiado y tener 18 años o más. ¿Qué tal? Ninguno es un examen. Dieciocho años los cumpliré sí o sí. No ser hijo único, no depende en nada de mí, sino de mis padres. Y no estar lisiado, sólo depende o de que no haya nacido con alguna discapacidad o de que no me haya partido la mula de pequeño.

¿Puedo elegir, como podría elegir no entrar a la Universidad, aunque tuviese buenos resultados, dinero y haya pasado un examen de admisión, no entrar al servicio militar si me para un uniformado en una estación de Transmilenio? Sí, pagando. Entonces, si no quiero prestar el servicio militar, tengo que estudiar, pasando varios requisitos, o tengo que tener dinero. Ahora, no hay que olvidar que normalmente son quienes tienen el dinero para pagar una buena educación quienes tienen buenos resultados en las Saber 11 y pasan los exámenes de admisión en las universidades que lo requieran. En definitiva, para no prestar servicio militar obligatorio, debo tener dinero.

En esto hay algo que está mal: el Estado me obliga a ir a la guerra, pero no me obliga a estudiar. Es más, la tengo mucho más difícil para estudiar que para ir a la guerra. No hay nadie en las calles de Bogotá cazando jóvenes para pedirle sus documentos y en caso de no tener carné de universidad, citarlos a una, para entregarles un cuaderno, un lápiz y mandarlos a un salón de clase. El Estado no ayuda a que los jóvenes nos eduquemos, de hecho, lo que hace es ponernos trabas para hacerlo (como por ejemplo, la prueba saber 11, que miden la mala educación de la mayoría de los colegios públicos).

Incluso me resulta atractivo que se llame “Servicio Militar Obligatorio” mientras que a la educación, en el artículo 2 de la Ley 30, no se la llama derecho sino servicio. Es más, en seguida, en el artículo 5, se da vía libre a todas las trabas pues “la Educación Superior será accesible a quienes demuestren poseer las capacidades requeridas y cumplan con las condiciones académicas exigidas en cada caso”. Resulta que no quiero servir a la guerra y no quiero que me obliguen ir. Yo ya no voy a ir, pero a miles de jóvenes colombianos, no tan afortunados, les tocará el SMO y no la Educación Superior. Si estamos pensando en paz, deberíamos pensar en el Servicio Militar como un servicio y la Educación Superior como derecho. A la par, se deberían eliminar las trabas para entrar a la Universidad Pública y comenzar a acabar con la desigualdad social que nos ubica hoy en el puesto 14 de 134 como uno de los países más desiguales del mundo. Si estamos pensando en paz no me deberían obligar a pagar para no ir a la guerra. Si el Gobierno Nacional está pensando en paz, debería pensar en refinanciar la Educación Pública y hacerla pública de verdad, accesible incluso para quienes no salieron bien educados de los colegios públicos. Si el Gobierno Nacional está pensando en Paz, debería pensar en mejorar la calidad de sus colegios Públicos.

No estoy interesado en la guerra y no quiero que ello me cueste, estoy interesado en la educación y no quiero que me cueste. Algo debe andar mal en un país que piensa en la paz, pero que obliga a los jóvenes a ir a la guerra y no a las universidades.

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Johan Romero - Miembro del Comité de Paz


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