El panel de educación estuvo a cargo de Isabel Segovia y Ana María Ibáñez. Segovia fue Viceministra de Educación Preescolar, Básica y Media. Ahora dirige Origami, una red de jardines infantiles. Ana María Ibáñez es investigadora y profesora de la Facultad de Economía de la Universidad de los Andes. La conversación comenzó con el lugar de las mujeres en la educación y terminó con el lugar de la educación en el futuro del país. Estos son los cinco puntos que guiaron la conversación sobre cómo las mujeres pueden transformar la educación en el país.
1. Los profesores pueden cuestionar relaciones de género establecidas
Los salones de clase ofrecen oportunidades de cuestionar roles de género y pensar en acciones afirmativas para que mujeres y hombres participen de manera equitativa. Ana María Ibáñez parte de una realidad: la Facultad de economía de la Universidad de los Andes es masculina. EL 70 % de los estudiantes y el 80 % de los profesores son hombres.
Ibáñez dice que la brecha se ve en las discusiones en clase. Los hombres, por su condición de género, tienen derecho a la palabra. Confían en que pueden hablar, acertar, errar, todo lo que un estudiante debe hacer en el salón. Las mujeres, por el contrario, se reservan sus opiniones. Los resultados de los exámenes revelan lo que se pierde cuando las estudiantes se abstienen de participar. Muchos de los mejores puntajes son de mujeres que podrían decir cosas importantes en clase.
Ibáñez ha decidido apoyar esas voces. Les escribe un correo a las estudiantes que hacen los mejores parciales. Les dice que las quiere oír en clase y que las va a ayudar romper la resistencia durante la conversación. Bastan un par de preguntas para que la estudiante empiece a hablar y a contribuir. El resultado, dice, es una clase en la que todos participan y se oyen voces diferentes a las de los hombres.
Sandra Sánchez, profesora del Ceper y asistente del panel, tiene otra forma de romper dinámicas de género en el salón. En los trabajos grupales, las mujeres suelen escribir mientras los hombres dictan. Sánchez les propone invertir los papeles, cosa que abre la oportunidad de repensar cómo los roles de género se expresan en comportamientos sutiles como la distribución de un trabajo en la universidad. La idea detrás de estas pequeñas acciones afirmativas es que todos los educadores tienen el poder de crear experiencias pedagógicas que cuestionen roles de género establecidos.
Si el campo sigue siendo un área femenina, se pierde la capacidad intelectual de la mitad de la población para esa área de trabajo. Se perpetúa, además, el rol de la mujer como cuidadora de la primera infancia. Ambos géneros deberían estar involucrados
2. La inclusión de los hombres puede ser el reto en algunos contextos
A Isabel Segovia le ha tocado la otra cara de los roles de género. Buena parte de su recorrido en el sector público ha sido en torno a políticas de educación para primera infancia. Esa área es casi exclusivamente femenina. Los hombres, cuentan Segovia, tienen pocas posibilidades de ser profesores de preescolar. En ese caso, la necesidad es inversa. Si se hace un esfuerzo por abrir espacio para los hombres, se pueden lograr dos cosas.
Primero, se enriquece el diseño de políticas públicas y el trabajo en los salones de clase. Los puntos de vista de hombres y mujeres son importantes para pensar en la educación que reciben las personas en un momento crítico del desarrollo. Si el campo sigue siendo un área femenina, se pierde la capacidad intelectual de la mitad de la población para esa área de trabajo. Se perpetúa, además, el rol de la mujer como cuidadora de la primera infancia. Ambos géneros deberían estar involucrados.
Segundo, la inclusión de hombres en esa etapa de la educación resulta en una formación diferente. Si los niños tienen desde temprana edad profesores de ambos géneros, pueden entender la importancia de una participación equitativa en un asunto tan importante como los primeros años en la educación formal. Segovia dice que en el caso del trabajo en políticas públicas la acción afirmativa es inusual: consiste en buscar hombres que quieran entrar a contribuir junto con las mujeres. La experiencia de Segovia ilustra la realidad del feminismo: su propósito es la igualdad de condiciones, no la creación ventajas para las mujeres.
3. La educación es un reto interseccional
El género es clave al momento de pensar en la educación pero es una de muchas categorías que la afectan. Hay que pensar con un enfoque interseccional: el género debe ser parte de la discusión pero también su relación con la etnicidad de los estudiantes, su nivel socioeconómico, su lugar de origen y otros elementos de su identidad. En la educación hay problemas profundos de clase, por ejemplo. Ibáñez habla de lo que Mauricio García y Laura Quiroz han llamado el apartheid educativo en Bogotá: los ricos y pobres estudian por separado, reciben educaciones de diferentes calidades que perpetúan las jerarquías sociales.
También habla de la brecha gigante que hay entre la educación rural y la urbana. El peor ingreso al que puede aspirar un estudiante de ciudad suele ser superior al más alto al que puede acceder el estudiante de una zona rural. Eso, según Segovia, se debe a una educación que no está en contexto con las condiciones de los estudiantes del campo. Todos, sin importar su identidad, deben poder adquirir habilidades intelectuales y laborales básicas. Al mismo tiempo, cada estudiante debe aprender según sus particularidades. El balance es uno de los grande retos de la educación en Colombia.
No es suficiente una oferta académica de calidad si los hogares, contextos laborales y espacios públicos no aportan a la educación de la ciudadanía
4. Sólo la demanda creará una oferta educativa de calidad
Segovia explica que las políticas públicas en educación, al igual que los bienes que se consumen en el mercado, responden a la demanda. Los padres y madres piden cupos para sus hijos, exigen un aumento de la cobertura educativa. Eso es crucial para mover al estado a aumentar la oferta. Ahora las personas tienen que pasar de exigir educación a exigir educación de calidad. Segovia dice que en el momento en el que los padres le pongan lupa a los programas de sus hijos y pidan mejoras en la calidad de los textos, la capacidad de los profesores y la solidez de los currículos, el estado se verá obligado a impulsar reformas en ese sentido y los políticos encontrarán en la calidad de la educación una causa política atractiva. Los ciudadanos tienen el poder y la responsabilidad de demandar calidad en los colegios.
5. La instrucción no es lo mismo que la educación
La instrucción le corresponde al Ministerio de Educación y a las instituciones educativas. Qué materias se deben enseñar y cómo son cuestiones cruciales al pensar en las habilidades de los colombianos. La educación es una cuestión más grande, más compleja y le corresponde a toda la nación. No es suficiente una oferta académica de calidad si los hogares, contextos laborales y espacios públicos no aportan a la educación de la ciudadanía. En todos los ámbitos en los que las personas se relacionan entre sí se está impartiendo una educación. Si el colegio, por ejemplo, intenta abrir espacios de participación para las estudiantes pero en los hogares se conserva una estructura patriarcal, la tarea queda incompleta. La educación no es sólo cuestión de políticas públicas y acciones afirmativas. Es, sobre todo, un asunto de visión de país.