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Los petroglifos más grandes del mundo necesitan que el Estado colombiano los proteja 

Un equipo de científicos documentó a detalle los grabados en piedra más grandes del mundo en la frontera entre Colombia y Venezuela en el Orinoco medio. Hablamos con Natalia Lozada, la arqueóloga colombiana que hizo parte del estudio y pide que los entes estatales locales le den el reconocimiento patrimonial a la zona para su conservación.

por

Eduardo Santos Galeano

@edusantosg


11.06.2024

Foto: Philip Riris. Intervención artística: Nefazta.

A diferencia de lo que titularon varios medios, la noticia no era que científicos colombianos y británicos “descubrieron” los petroglifos más grandes del mundo entre Colombia y Venezuela. Era: un equipo de científicos de la University College London (UCL) conformado por Phil Riris, Jose Oliver y la colombiana Natalia Lozada, de la Universidad de los Andes, documentaron a detalle por primera vez los petroglifos más grandes del mundo en una zona conocida como los Rápidos de Atures, en la región del Medio Orinoco. Así se lo explicó a Cerosetenta la propia Lozada que ha trabajado en esta región onírico-amazónica desde 2015 y es una de las coautoras de Monumental snake engravings in the Orinoco River, el artículo académico publicado en la prestigiosa revista de arqueología Antiquity de la Universidad de Cambridge publicado el pasado 4 de junio. 

Estos petroglifos –grabados hechos sobre las montañas por comunidades indígenas prehispánicas– de serpientes están en la zona de los Rápidos de Atures desde hace al menos 2,000 años y ya habían sido observados por el naturalista alemán Alexander van Humboldt y la tradición arqueológica venezolana desde el s. XIX. Lo que hicieron Lozada y su equipo fue utilizar por primera vez tecnologías como drones y cámaras de alta definición para poder estudiar estos grabados al detalle y sacar algunas hipótesis sobre el uso que tenían para estos grupos ancestrales que se resistieron a la colonización española en el s. XVI. También es novedoso que lo hayan hecho desde el lado colombiano de los Rápidos de Atures, territorio que pertenece al departamento del Vichada y que por el difícil acceso terrestre y el conflicto armado, había sido poco explorado antes de la firma del Acuerdo de paz de 2016. 

En medio de todo el ruido mediático que ha generado esta investigación hablamos con la docente e investigadora que ahora tiene planes de ir a la parte más montañosa del Medio Orinoco para explorar otros petroglifos que han sido avistados y podrían pertenecer a otro tipo de arte rupestre. La investigadora ha abierto canales de comunicación con pobladores locales y con Parques Nacionales Naturales para la conservación de estas figuras gigantescas, pero pide el apoyo de entidades locales del Estado e instituciones como el Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH) para que no sean vandalizadas. Hasta ahora la iniciativa y financiamiento de este lado de la frontera ha estado en manos de privados como la UCL, la Royal Society of Antiquaries of London, National Geographic y la Universidad de los Andes. 

¿Cómo llegaron a los petroglifos? ¿Hace cuánto llevaban buscándolos? ¿Cómo se organizaron para llegar hasta ellos? 

Nosotros empezamos a trabajar en la región en el 2015 del lado venezolano de los Rápidos de Atures. Llegamos a la región por el profesor José Oliver, uno de los coautores del estudio que se ganó una beca europea para empezar las investigaciones en la zona como parte de UCL. En ese momento el otro autor Phil Riris y yo estábamos en UCL, él como posdoctorado y yo como doctorante. Así el equipo inicial éramos de UCL con colaboradores venezolanos del Instituto de Investigaciones Científicas de Venezuela y empezamos de ese lado porque la tradición de la disciplina arqueológica en la región era mucho más fuerte en Venezuela que en Colombia. Como en Colombia esta región no se había investigado y no se habían hecho grandes proyectos en la zona empezamos de ese lado investigando los Rápidos de Atures, que es el primer obstáculo natural del río y el lugar en donde deja de ser navegable.

Lo que sabíamos por las crónicas es que era un punto de encuentro y de comercio en la época de los españoles, pero lo que queríamos entender era si en el pasado también fue un punto de encuentro de las comunidades indígenas que habitaban la región. En esta parte del Orinoco se reúne gente de los Llanos, de la Guyana, de la amazonía e incluso del Caribe. La idea era ver si podíamos encontrar evidencias de ese lugar como un punto de interacción y del Orinoco como una gran avenida, como una gran autopista. Cuando en 2017 se cierra la frontera con Venezuela y empieza toda la crisis fronteriza terminamos el proyecto. Luego en el 2018 nos pasamos para Colombia. 

¿Cómo fue trasladar la investigación a Colombia? ¿Qué han encontrado más allá de los mega grabados?

El primero en hacer investigaciones de este lado fue el profesor Oliver. Él estuvo acá en una primera temporada en el 2018 y luego ya cuando yo me vinculé a Los Andes después de terminar mi doctorado, conseguí fondos de la universidad y empezamos a hacer las investigaciones de este lado de la frontera. Llevo tres temporadas allá de campo y ya he llevado estudiantes. Ahora estamos haciendo una investigación no solo en los Rápidos sino a lo largo de toda la frontera entre Puerto Carreño y el Tuparro buscando sitios con materiales arqueológicos tanto de arte rupestre como cerámica lítica. Antes de que yo empezara el proyecto del lado colombiano solo se conocían cinco sitios arqueológicos, ahora tenemos 46. Estamos tratando de explicar la historia de esta región y los mega grabados son solo una parte de la investigación. Ojalá con la mejora en las relaciones con Venezuela podamos volver al otro lado y seguir este esfuerzo binacional. 

"Literalmente es una cara de una montaña lo que estas personas tallaron"

¿Por qué no había habido un interés por investigar arqueológicamente la parte colombiana de los Rápidos de Atures? 

En general en Venezuela hay una presencia mayor en toda esta zona desde hace rato porque es una zona minera y petrolera así que ellos tenían ciudades grandes como Puerto Ayacucho que tiene carreteras e infraestructura. En el lado colombiano todavía es muy difícil llegar a muchos de estos sitios. Hay zonas que no se puede llegar por carretera y el tema de orden público también es complicado. En general yo siento que cuando hablo con la gente que no ha ido a la región hay un desconocimiento y casi que lo consideran como un lugar ahistórico: no hay un sentido de una profundidad histórica en la zona de los llanos. El único que había ido a la región en los ochentas y principios de los noventas y reportó sitios arqueológicos fue Carlos Castaño Uribe que también estuvo en Chiribiquete. 

Él había ido de paso y en su momento reportó que existían cinco sitios arqueológicos pero nadie se había ido allá a investigarlos, a excavar, a ver qué tan profundo son, a sacar fechas, etc… Entonces hasta ahora es que estamos tratando de hacerlo y de completar esa historia porque imagínate que todo estaba del otro lado del río y no sabíamos nada de este lado. No había habido interés del lado colombiano y bueno, ahora desde la universidad estamos haciendo ese esfuerzo. 

Es común que tengamos esta idea en la cabeza acerca de lo “peligrosa” que es la frontera entre Colombia y Venezuela. En ese sentido, ¿cómo describiría la zona de los Rápidos de Atures? ¿Existen este tipo de problemas relacionados con la seguridad cuándo se va a hacer investigación arqueológica allá? 

Como estábamos del lado venezolano en pleno cierre de frontera durante la época de Maduro y Duque el problema no era tanto lo peligroso sino el tema de la escasez. No había comida, no había gasolina. O sea, era un tema más logístico y realmente de sobrevivir. Ahora del lado colombiano no tenemos ese problema logístico y hay mucha más facilidad porque no tenemos ese contexto del cierre de la frontera pero conforme vas subiendo el río y te vas acercando más hacia el Parque Nacional Natural El Tuparro y hacia la parte más selvática, ahí ya se siente el peligro. Hay sitios en donde no podemos entrar, en donde nos dicen que hay grupos al margen de la ley, hay cultivos de coca. Entonces yo, que he hecho la investigación en la parte alta del río más que mis otros colegas que se quedaron en Atures, sí he tenido que vivir algunas cosas más duras en ese sentido. Yo contacté a los del Parque Nacional Natural El Tuparro y desde Parques ellos han estado dispuestos a guiar todos los esfuerzos que hemos hecho de investigación y cuando se puede, prestan la logística y la seguridad.

Con el proceso de paz se pudo hacer investigación más que antes pero todavía es una región que lamentablemente tiene esos problemas así que eso limita todavía la investigación. En Atures está bien, de hecho hay mucho turismo. Yo recuerdo la primera vez que viajé del lado colombiano y era un vuelo de Satena a Puerto Carreño lleno de extranjeros, porque los que van a esa región lo hacen para hacer pesca deportiva y son gringos, australianos, ingleses… Nosotros mismos los colombianos no vamos allá pero conforme se abre el turismo y la gente conoce más de la región y se interesa en temas como este, pues irán llegando cada vez más nacionales y entonces habrá que hacer conciencia de proteger estos sitios porque ese es el otro problema con que llegue más gente. 

¿Cómo ha sido ese trabajo junto a Parques Naturales para conservar este patrimonio? ¿La zona está muy desprotegida por el Estado?

Desde Parques se han interesado en incluir políticas de protección dentro de su plan de manejo del territorio para los sitios arqueológicos porque están conscientes de que existen dentro del parque. Por eso es que estuvimos en contacto y yo fui al parque, visité los sitios, pude hacer el registro y la intención es que ellos integren eso dentro de su plan de manejo. Eso habla de que hay un interés en incluir este tipo de espacios dentro de los parques como espacios protegidos pero pues con los recursos que tienen y sobre todo ese del Tuparro, es muy difícil que puedan hacer algo solos y por eso también hemos intentado hablar con el ICANH. Y hay interés, pero todavía no se ha concretado el reconocimiento de estos lugares. Ninguno de estos sitios que están saliendo hoy en los medios, a excepción de los que están del lado venezolano, tiene una protección de reconocimiento como zona protegida arqueológica o como sitio patrimonial. Ojalá este estudio que publicamos ayude a fomentar ese tipo de políticas y que lo hagan de la mano de la gente local que hasta ahora han sido los custodios. Han sido los que nos llevan y los que lo protegen de alguna manera. Aún así personas sin identificar han vandalizado algunos sitios con pintura, pero esperemos que no suceda más. 

¿Que sea declarado como zona protegida arqueológica o sitio patrimonial asegura que lo dejen de vandalizar?

Cuando nombran a un sitio como un como un sitio de protección arqueológica, lo mínimo que tiene que hacer, por ejemplo, en términos nacionales el ICANH, es que tiene que hacer una señalética, tiene que proveer unos límites, una protección y una vigilancia. Hay un par de sitios donde ya han intervenido algunos de los petroglifos y de las pinturas. Entonces les ponen graffitis o los repintan creyendo que al repintarlos están ayudando a que se vean más, pero les están afectando su conservación. Hay por lo menos dos o tres sitios que tienen ese problema. Se hizo ya la denuncia al ICANH pero ellos tampoco tienen una policía propia. Todo esto es como un trabajo de sensibilización y de que la gente también se dé cuenta que hacer eso está prohibido. 

Foto: Jose Oliver.

El descubrimiento se da en la frontera entre Colombia y Venezuela, más específicamente en una zona en el Orinoco Medio. ¿Cómo es la disputa por este tipo de patrimonio cuando hay dos países que pueden reclamarlo? ¿De qué manera se involucran las comunidades que viven ahí?

No puedo hablar por el lado venezolano porque en este momento muchas de las comunidades y las personas con las que yo colaboré han migrado. Pero del lado colombiano los custodios principales son comunidades indígenas y hay varios tipos de comunidades. Hay piaroas, amorúas, sálibas y  jivis y eso hace que sea más difícil lograr un acuerdo para conservar estos lugares porque entre ellos mismos hay preferencias por ciertos sitios que tienen una conexión más directa con cada comunidad. Son sitios multiétnicos que no pueden depender de un solo grupo. Sí es necesario integrarlos en estos procesos porque sin ellos no hay forma de acceder a estos sitios, de entenderlos. La idea es que ellos hagan parte de ese relato que estamos contando pero es complicado que la preservación dependa de ellos porque son grupos muy atomizados. 

Por el otro lado están los criollos, las comunidades locales no-indígenas que viven en la zona y que también tienen una relación con estos sitios pero a través del turismo. Son guías que llevan gente, que llevan a los pescadores, que llevan a los turistas que van por conocer Mavicure. A ellos les interesa mucho la conservación porque precisamente pueden integrar los grabados a sus recorridos. Pero entonces no tienen una historia asociada a esos lugares, no es parte de sus mitos. Es más una relación un poco más reciente si lo queremos decir. Igual son de los más interesados en que esto se proteja y se pueda llegar a hacer. 

¿Y cree que en este momento hay voluntad de las autoridades locales para que todos estos actores se pongan de acuerdo para proteger los grabados y la zona en general?

Sí. Yo creería que sí. Sería importante hablar con la Secretaría de Cultura del Vichada pero hasta ahora no se han acercado a nosotros. Hasta ahora la comunicación ha sido siempre con Parques Naturales y con las autoridades locales junto a algunos grupos civiles que se interesan en estos temas. No a nivel gubernamental. 

Foto: Philip Riris.

En medios se ha hablado de que se trata de los “grabados rupestres más grandes del mundo”. Luego también se ha escrito que son “los petroglifos prehistóricos más grandes documentados en Sudamérica”. ¿Usted cómo definiría el descubrimiento? 

En lo que se conoce como petroglifos, es decir, imágenes talladas en piedra, esa serpiente de cerro pintado de 42 metros sería la más grande documentada hasta el momento. Por eso es que nosotros hablamos de una “tradición monumental”. Las otras serpientes que nosotros vimos del lado colombiano son de entre 20 y 30 metros y pues imagínate tallar algo de ese tamaño en una montaña. Literalmente es una cara de una montaña lo que estas personas tallaron. Les debió llevar mucho esfuerzo y seguramente no fue una sola persona, además se trata de una técnica que no vemos en ningún otro lugar. Los otros petroglifos más grandes del mundo hasta ahora estaban en Níger y en Noruega y aunque son grandes estamos hablando de ocho metros, diez metros, no se acercan a lo que miden la serpiente de Cerro Pintado. 

Ahora sobre lo del descubrimiento, esa serpiente la vio Humboldt en el s. XIX. Hace mucho se sabe que estaba ahí y que era muy grande pero nadie la había medido con la precisión de una imagen de dron y nadie había identificado ese patrón de los otros motivos monumentales que había de nuestro lado de la frontera. El hallazgo realmente es esta tradición de arte rupestre monumental que no está documentada en otra parte del mundo donde hay otros petroglifos monumentales. Además es importante decir que son también geoglifos, una tradición únicamente que se conoce en Sudamérica. Solo aquí está documentado que estén pensados para verse desde la distancia o desde el cielo. 

¿Y cuál era la finalidad de esto?

Todas las serpientes apuntan hacia el río. No apuntan hacia la sabana. Están apuntando hacia la autopista. El hallazgo es que estos petroglifos están pensados desde una experiencia del paisaje para los que los vieran a la distancia. Estos serían los petroglifos más grandes que se han documentado y la experiencia de verlos es una experiencia regional amplia. No están solamente en una piedra, sino que estamos viendo que repetitivamente se encuentran a lo largo del río y la experiencia para verlos implica verlos desde la distancia. 

Habiendo tantos animales en la fauna amazónica, estas comunidades prehispánicas dibujaron serpientes, ciempiés y caimanes. ¿Por qué esos animales eran tan importantes para las personas que hicieron los dibujos?

Esto es especulación a partir del trabajo con las comunidades actuales, porque es imposible saber el significado que le atribuían los anteriores a ellos. Los piaroas tienen a la serpiente como una figura mitológica fundacional. También varios grupos Tucano que de la amazonía podrían haber llegado a la región lo referencian como un ser mitológico que representa el río y que además hace parte de sus ancestros sagrados. Pero los otros animales que están por ahí representados, como por ejemplo el ciempiés gigantescos, el caimán o el cocodrilo no están en los mitos y nos llama la atención ya pensándolo a nivel ecológico y biológico. Los animales que estamos viendo allí representados son sobre todo depredadores y son peligrosos. No hacen parte de la dieta de ninguno de estos grupos. Entonces lo que estamos interpretando es que pueden ser figuras mitológicas importantes en la cosmogonía de estos grupos, pero claramente están escogiendo motivos que parecen estar relacionados con el peligro y cuya representación podría servir como una suerte de advertencia. 

Pensamos que podrían ser como unas grandes vallas que dicen “están entrando a este territorio entonces ojo que aquí estamos nosotros”. Yo creo que a medida que avance la investigación y podamos ir a otros lugares no tan cerca del río, vamos a poder identificar si es una tradición que efectivamente solo está asociada al agua y que tiene esa connotación negativa que parece tener hasta el momento. Eso es lo que interpretamos a partir de los mitos y no quiere decir que haya sido el único significado.

Por último, ¿qué se sabe de los grupos humanos que hicieron estos grabados? ¿Qué nos dice este descubrimiento de las personas que habitaban Sudamérica hace milenios?

Nosotros no sabemos a ciencia cierta exactamente qué grupos los hicieron, pero algunos de los diseños de los motivos que están ahí representados los hemos encontrado también en vasijas de cerámica y esas vasijas sí sabemos quiénes las hicieron. Entonces por eso es que podemos hacer como un paralelo de las vasijas que hemos encontrado con motivos parecidos. Parecen pertenecer a grupos de habla caribe y de habla arawak que poblaron toda esa región hace por lo menos mil años. Esos grupos que existían en la región intercambiaban entre sí y hay evidencia de que tanto arawaks como caribes conviven al mismo tiempo en la región y que por eso hablamos de una región multiétnica como es hoy en día. En el pasado era un poco igual. Los Caribes y los Arawak que están por toda esa región son con los que se encuentran los españoles cuando ellos llegan en más o menos 1532. Son grupos que ni los españoles, ni los portugueses, ni los franceses nunca realmente conquistaron. Nadie. Los ingleses que llegaron a esa región en la Guyana no lograron realmente colonizar la amazonía ni los llanos porque los grupos indígenas eran muy móviles y guerreros. 

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Eduardo Santos Galeano

@edusantosg


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