Las señoritas negocian la paz

Elena Ambrosi negoció en La Habana el Acuerdo Final con las Farc. Fueron cuatro años de intenso trabajo y crecimiento profesional, pero también fueron cuatro años lejos de sus hijos. Hoy, dice que quiere seguir aportando a la paz, pero sin tener que alejarse de su familia. Las señoritas negocian la paz.

por

Sofía de Vega


08.03.2017

Ilustración: María Elvira Espinosa Marinovich

Trabajar al servicio de un país como Colombia implica muchos sacrificios “detrás de cámaras”. Para una mujer como Elena Ambrosi, haber sido parte del grupo de negociación en La Habana implicó dejar a sus hijos por largos periodos de tiempo y acostumbrarse a vivir así. Hoy, después de la aprobación del Acuerdo, su vida da un giro. Quiere seguir impactando la vida de los colombianos, pero necesita recuperar el tiempo perdido con su familia.

No sabía a lo que se enfrentaba cuando en 2012 aceptó la propuesta de Sergio Jaramillo, el Alto Comisionado de Paz del gobierno de Juan Manuel Santos. Se embarcaba en uno de los trabajos más provechosos para su vida profesional, pero más difíciles para su vida personal. Desde entonces, Elena Ambrosi se pregunta cada día qué hubiera pasado si no hubiera ido a La Habana durante cuatro años a negociar con las Farc-EP.

Elena empezó desde muy joven a trabajar en derechos humanos con el Distrito. Después trabajó en el Plan Colombia y fue secretaria privada del entonces viceministro Sergio Jaramillo. Dejó de trabajar como Directora de derechos humanos del Ministerio de Defensa y entró a la oficina del Alto Comisionado para la Paz. Mientras hizo parte del Ministerio tuvo que recorrer Colombia para capacitar comandantes del ejército y así evitar, en la medida de lo posible, violaciones masivas de los derechos humanos.

Entrada la noche de un jueves de noviembre, semanas después de la conmoción del 2 de octubre por la victoria del No en el plebiscito, fui a su casa. Esperé a que me avisara para vernos, me había dicho que estaría todo el día trabajando con el equipo negociador. Apenas me escribió que ya estaba en casa, salí corriendo al encuentro. Era excepcional que no estuviera en La Habana.

Me recibió en la sala de su casa, todo estaba en silencio. Por supuesto los niños ya estaban dormidos y había un gato que se acostaba en los sofás.

—¿Cómo arrancó todo?, —le pregunté.

Cuando me llamó Sergio Jaramillo me dijo: “mire, quiero que me ayude en este proceso, es secreto, nadie sabe”. Era chistoso porque no me dejaba decirle ni a mis papás. Al principio me inventé que estaba de viaje por Colombia y que no entraba la señal. Estaba dejando a mis hijos demasiado. Al principio nos íbamos y no sabíamos cuándo regresabamos. El ritmo lo marcaba la negociación. Tengo mala memoria, pero la vez que más me quedé fueron dos semanas. ¡Un montón!

Elena describe la primera fase del proceso de paz como dolorosa. No podía llamar a sus hijos todos los días, ni preguntarles cómo estaban

Cuando accedió a ser participante de esta experiencia, pensó que duraría poco. No pensó que se trataba de la fase exploratoria de un proceso que seguiría, que tomaría tiempo y que tenía que hacerse fuera del país. “No tenía en mente seguir pero, por el conocimiento y todo el trabajo que habíamos hecho, Sergio me pidió que me quedara”.

Elena describe la primera fase del proceso de paz como dolorosa. No podía llamar a sus hijos todos los días, ni preguntarles cómo estaban Los llamaba cada 4 dias, pero no podía estar realmente pendiente. Era el año 2012 y en Cuba el internet era más que anticuado.

Pensar en no seguir en la siguiente fase: muy fácil. Pero Elena era consciente de lo importante que era el proceso, tenía la ilusión de lograr un acuerdo.

—Decirle a Sergio que no seguía en la siguiente fase, era complicado. Claro, una vez te metes, salirse se vuelve cada vez más difícil. Entré al proceso y rápidamente comencé a liderar el equipo técnico. Había estado en toda la fase exploratoria y sabía de qué se trataba. Pero sin decir mentiras, no había un solo día de esos cuatro años en que yo no me preguntara: ¿será que tengo que quedarme acá o renunciar e irme a cuidar a mis hijos?.

Su decisión finalmente fue quedarse porque se sentía con una responsabilidad dentro del proceso, a la que no era capaz de renunciar. Lo hizo, asegura, movida por la ilusión y las ganas de ver los resultados cuando todo terminara. “Pero tuve dudas, dudas que parecen tontas, pero eran las mismas de todos los días”, dice Elena.

—Esta intranquilidad, ¿siempre la tuviste? —Le pregunté– ¿Nunca te convenciste de lo que estabas haciendo?

—No, no, no… hasta el día de hoy. La verdad, no. O sea que yo dijera estoy 100 %, no. Yo sé que vale la pena, que es el futuro de mis hijos. Pero también siento que les generé un vacío que se verá en un futuro. Siempre estaba muy triste, me hacían falta todos los días.

Con lágrimas en los ojos, me contó lo que implica crearle una ilusión enorme a un niño de que todo va a cambiar después de cierta fecha. Pensaron que desde el 2 de octubre su mamá cambiaría de trabajo y podría tener horarios parecidos a los de ellos. Después del baldado de agua fría que les cayó el 2 de octubre, todas las ilusiones se fueron al piso, y volver a empezar, dice, fue muy duro.

—¿Cómo sientes que esto le afectó a tus hijos?

—Naturalmente tuve siempre un gran apoyo de mi familia, de mis papás y mis hermanos; sin ellos todo hubiera sido imposible. Pero los niños evidentemente estaban solos. Aunque tenía personas que me ayudaban a cuidarlos, los niños se acostaban todas las noches sin un familiar en su casa. Fue así por muchos días y mucho tiempo.

Magda, la mamá de Elena, me dijo que para ella tampoco fue fácil. La decisión de no llevar a sus nietos a vivir con ella, fue complicada. Pero, finalmente, el ir y venir de los niños entre dos casas podría afectarlos aún más.

—Uno siente que los niños se acostumbran cuando pasa el tiempo. Pero estoy segura de que sentían la ausencia de sus papás. El papá no vive acá y en esa época no los llamaba tanto ni estaba muy pendiente. Los niños estaban sin papá y sin mamá, —dice Elena

El apoyo de los abuelos fue clave, dadas las circunstancias. Siempre había quién llenara los puestos vacíos en las presentaciones del colegio. Pero en el fondo ella sabe que la figura del padre y de la madre no la llena nadie.

Cuando Elena venía a Bogotá, irse a comer era perder una hora de estar con sus hijos. Trasnocharse era no madrugar para compartir con ellos desde que se levantaban. Se volvió muy hogareña y si los pocos amigos con los que mantenía contacto querían verla tenía que ser en su casa.

Desde entonces, todo lo mide en términos del tiempo que puede estar con sus hijos: una hora, dos horas o tres.

—¿Crees que es un tema de límites y prioridades? —le pregunté.

—Sí, hice muchos sacrificios personales y creo que fue un poco por no poner mis propios límites. Ahora los estoy cargando todos con esas tristezas de cosas que dejé de hacer.

Si ahora le digo a Sergio que me tengo que devolver porque es la presentación más importante de final de año de mi hijo, él me va a decir: “devuélvase”. Pero hace unos años, no hubiera sido capaz. Insisto, es mi forma de ser. Yo sí creo que en la vida uno tiene que aprender a poner prioridades en ciertos momentos.  El proceso no se iba a caer porque yo no estuviera un día.

Natalia Currea, una de las grandes amigas de Elena, la describe como una persona entregada a lo que hace, que jamás tira la toalla a mitad de camino. “Es una mujer muy fuerte y a la vez muy dulce. Esa fortaleza, no sólo mental y emocional, sino también física, la hace mantenerse donde está”. La fortaleza y el trabajo que Elena ha hecho, considera Natalia, será un mensaje muy empoderador para sus hijos en un futuro.

—¿Qué pasó cuando ganó el No? ¿Cómo lo manejaste con tus hijos?

—Les ha costado mucho entender por qué perdimos. Llevo 4 años vendiéndoles un sueño. Explicarles que ese sueño no era el mismo para todo el mundo, es muy difícil.  Es como si les siembras un arbolito y luego les dices: lo tumbaron porque a la gente no le gustó.

Sus hijos soportaron la ausencia de su mamá durante varios años, mientras ella hizo parte de un proyecto inmenso, de un proyecto que pretende cambiar la historia del país.

Como reacción inmediata a la derrota del Sí en el plebiscito, lo único que pasaba por las mentes de sus hijos, dice ella, era si eso significaba volver a tener más tiempo con su mamá o seguir como antes. Ese 2 de octubre los dos niños querían saber qué iba a pasar. En especial Nicola, quería entender por qué lloraba su mamá y por qué un No había truncado el sueño de tenerla de vuelta.

Dice su mamá que Elena desde pequeña fue muy sensible con las causas sociales. Con risa entre dientes, Magda recuerda que Elena miraba detenidamente las movilizaciones que trancaban la autopista con 127. Salía a regalarle el mecato que la mamá les compraba para el colegio a las personas que marchaban. “Esa es ella”.

Tal vez por esto, Elena tuvo la capacidad de negociar con las Farc sin pasar por encima de la dignidad de los ilegales. Es algo que, seguramente, pocos podríamos lograr y por esto es que su amiga Natalia la describe, de manera reiterada, como una mujer excepcional.

Elena considera que entre haber ganado por 50 mil votos o haber perdido por 50 mil, prefiere la derrota. Lo que se debe buscar, según ella, es unir al país, sentando bases sólidas. Le asusta mucho la resignación de la gente e insiste en que los gobernantes se deben a la gente. Por eso, dice, las movilizaciones que se dieron después del plebiscito tocaron las fibras de los que manejan este país.

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Sofía de Vega


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